martes, 14 de octubre de 2008

Paseando por Málaga


Doce de octubre, domingo por la mañana, día de la Virgen del Pilar y estamos en Málaga, con un tiempo templado y agradable, propicio para pasear. Nos decidimos por la calle Larios, nos anima el hecho de que sea peatonal, así los niños pueden ir a su antojo, si miedo a un posible atropello.

Nada más llegar nos sorprende la música que amansa a nuestras fierecillas y los entretienen un rato, no demasiado, dejamos unas monedas y seguimos caminando.

Hasta que un brujo nos detiene. Su enorme nariz de zanahoria sobresale bajo el gorro, casi llenando una cara arrugada y verrugosa. Pero lo que más llama la atención son sus manos de dedos sarmentosos y largos, rematados en unas uñas afiladas como garras. En su regazo custodia los cristales mágicos, que ofrece con movimientos pausados a los niños que depositan monedas en su singular alcancía.


Apenas nos hemos repuesto de la emoción cuando nos encontramos con un hacedor de burbujas, ¿burbujero?
Los pequeños corren tras las pompas gigantes para experimentar el placer de destruirlas y quedar bañados por una lluvia de fantasía. Los mayores observamos envidiosos, retraídos; la educación recibida nos impide sacar al niño que llevamos dentro y correr tras una pompa de jabón y aplastarla con nuestras manos y....

Al final del paseo, tras una visita a la catedral, llegamos a un parque. Mi hijo corre tras las palomas, en una persecución imposible, que se repite una y otra vez, siempre con el mismo resultado.
Los animales, acostumbrados a esta vida de sobresaltos, apenas vuelan unos metros para esquivar el peligro. Luego se dejan caer orgullosas y miran de reojo a la cría humana, que roja y sudorosa más bien parece una gamba.


Paula, mucho más práctica, por algo pertenece al género femenino, se desliza por el tobogán. No hace muy buenas migas con su primo, con el que rivaliza para llamar la atención entre los mayores. Son habituales las peleas entre ellos, supongo que cuando crezcan serán muy buenos amigos, pero por ahora es mejor mantenerlos alejados.






Mientras los niños disfrutan en el parque, me escapo a unas casetas de libros, para ojearlos con tranquilidad.
A esta hora, más de la una, el calor es húmedo y pegajoso, el sol golpea de lleno sobre los puestos. Apenas he visto uno de los estantes cuando aparecen mis hijos y el resto de la familia. Se acabó la tranquilidad, con Juanma en brazos, agotado tras la infructuosa persecución a las palomas, trato de localizar algún libro interesante. Acabo comprando un manual de magia para Irene, El principito, uno de Miguel Hernández para mi hermana, uno de pegatinas para Juanma y casi, por los pelos, uno de Rosa Montero, que veía ya que me iba sin libros para mí.
Mis hijos, que son de pueblo como yo, se lo pasaron muy bien, disfrutaron del bullicio de la ciudad en un día de fiesta. Irene, que siempre se fija en todo, me dijo "Mamá, cuánta gente hay aquí por las calles haciendo cosas para que le den monedas" y me agarró fuerte de la mano mientras en su rostro se dibujaba una sonrisa feliz.

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