El día que Sofía Villamartín entró en la clínica de estética más prestigiosa de la ciudad no sabía que iba a morir. Se acercó hasta el mostrador con paso decidido, acostumbrada a llamar la atención con su sola presencia. Apenas reparó en la recepcionista, le dirigió una mirada soberbia y anunció su nombre con solemnidad.
—Soy la señora de Villamartín, tengo cita para las diez.
—Sí, aquí está…. Por favor, siéntese, el doctor la atenderá enseguida.
—Eso espero, tengo una agenda muy apretada —dijo con una falsa seguridad que trataba de ocultar su nerviosismo.
Si algo había aprendido desde que salió de su barrio, en los suburbios, era que a la gente rica nada parece afectarle demasiado. Como si las desgracias y los peligros fueran cosa de pobres. Los ricos podían practicar los deportes más arriesgados, someterse a las operaciones de cirugía estética más complicadas, coquetear con las drogas, excederse con el alcohol o el sexo; siempre con la arrogancia del poderoso, de aquel que está por encima del bien y del mal.
Se sentó en un sillón tapizado en cuero blanco conjuntado con un sofá de dos plazas y otro sillón gemelo situado enfrente. Sobre la mesa de cristal lacado descansaban varios ejemplares de revistas de moda, en distintos idiomas. Cogió la edición francesa de Elle y pasó las hojas con estudiada languidez. Pronto se cansó y volvió a recorrer la estancia con la mirada, un par de lámparas siamesas con el pie en espiral contribuían a fijar la simetría que imperaba en la decoración. A esta sensación de dualidad contribuían los dos amplios ventanales que inundaban de luz la habitación y un par de cuadros situados en la pared a idéntica altura, que representaban el mismo paisaje en estaciones diferentes.
No parecía la antesala de una clínica, más bien el cuarto de estar de cualquiera de sus amigas, con las que solía quedar para tomar té o café, y poner verdes a las ausentes de la reunión. Claro que la clínica del doctor Ruiviejo no era un salón de belleza al uso, se le consideraba la vanguardia en tratamientos estéticos, y muy pocos podían permitirse asentar sus nobles posaderas sobre aquellos carísimos sillones de diseño.
—Soy la señora de Villamartín, tengo cita para las diez.
—Sí, aquí está…. Por favor, siéntese, el doctor la atenderá enseguida.
—Eso espero, tengo una agenda muy apretada —dijo con una falsa seguridad que trataba de ocultar su nerviosismo.
Si algo había aprendido desde que salió de su barrio, en los suburbios, era que a la gente rica nada parece afectarle demasiado. Como si las desgracias y los peligros fueran cosa de pobres. Los ricos podían practicar los deportes más arriesgados, someterse a las operaciones de cirugía estética más complicadas, coquetear con las drogas, excederse con el alcohol o el sexo; siempre con la arrogancia del poderoso, de aquel que está por encima del bien y del mal.
Se sentó en un sillón tapizado en cuero blanco conjuntado con un sofá de dos plazas y otro sillón gemelo situado enfrente. Sobre la mesa de cristal lacado descansaban varios ejemplares de revistas de moda, en distintos idiomas. Cogió la edición francesa de Elle y pasó las hojas con estudiada languidez. Pronto se cansó y volvió a recorrer la estancia con la mirada, un par de lámparas siamesas con el pie en espiral contribuían a fijar la simetría que imperaba en la decoración. A esta sensación de dualidad contribuían los dos amplios ventanales que inundaban de luz la habitación y un par de cuadros situados en la pared a idéntica altura, que representaban el mismo paisaje en estaciones diferentes.
No parecía la antesala de una clínica, más bien el cuarto de estar de cualquiera de sus amigas, con las que solía quedar para tomar té o café, y poner verdes a las ausentes de la reunión. Claro que la clínica del doctor Ruiviejo no era un salón de belleza al uso, se le consideraba la vanguardia en tratamientos estéticos, y muy pocos podían permitirse asentar sus nobles posaderas sobre aquellos carísimos sillones de diseño.
(Puedes leerlo completo en el libro "Trece cuentos inquietantes", pídelo en tu librería habitual o través de internet en Casa del libro o en El Corte Inglés.
¡Me quedé con las ganas! No hay derecho.
ResponderEliminarFelicitaciones por tu libro de cuentos, Felisa.
Besos,
Blanca
Este cuento sobre el paso del tiempo desde la perspectiva de alguien que no lo acepta me pareció excelente.
ResponderEliminarNo vamos a contar el final, pero diremos que lo peligroso de los sueños es que casi siempre se cumplen.
Un abrazo.
Interesante...Una buena forma de dejarnos picados con ganas de mas.
ResponderEliminarFelicidades por el poder de convencimiento.
Saludos desde el "nuevo" continente.