Alcaudete imaginado

sábado, 9 de agosto de 2008

La envidia

La envidia



Se quedó prendado de su cuello, largo, hermoso, eterno. Anudado a las pestañas que abanicaban sus ojos negros. Absorto en sus esbeltas piernas, de muslos infinitos. Después, con un suspiro, se alejó con sus patas cortas, arrastrando la cruel barriga por el suelo. ¡Quien fuera jirafa, suspiró el hipopótamo!

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