Alcaudete imaginado

lunes, 10 de noviembre de 2008

Calcetines disparejos


La conocí un martes en la cola de la pescadería. Ya la había visto en otras ocasiones por el barrio pero nunca cruzamos palabra, sólo breves miradas de reconocimiento. Me llamaba la atención su manera descuidada de vestir, descubrí que usaba calcetines de distinto color y llevaba la ropa sin planchar. Sin embargo, iba muy maquillada, los ojos repintados y los labios muy rojos.

Compró medio kilo de boquerones, un cuarto de calamares y unas almejas. Pagó, buscando con dedos torpes en la cartera, y se marchó. Me di cuenta de que se había dejado una bolsa y corrí tras ella. Cuando la toqué por detrás se estremeció y se volvió con mirada de loca. Juraría que tuvo miedo de mí.

Desde ese momento la observé más de cerca, pude comprobar que vivía en el bloque de enfrente, en el segundo piso. La luz estaba encendida hasta altas horas de la madrugada. No tenía hijos, ni familia. Miraba a un lado y a otro de la calle antes de abandonar el portal. Caminaba sobresaltada, a veces despacio, a veces a saltitos. Regresaba pronto a casa, nunca más de una hora fuera.

Una tarde vi como alguien la seguía, ella venía con su trotecillo nervioso, la mirada baja y un par de bolsas en las manos. Olvidando sus precauciones, entró sin mirar hacia atrás. Él era un hombre alto, corpulento que avanzaba a grandes zancadas. No sé porqué pensé en Caperucita y el Lobo. El sujeto se detuvo a varios pasos, anotó el número y se marchó con una sonrisa lobuna en el rostro. Sentí miedo.

Durante días viví con esa escena en la cabeza, decenas de veces pensé en acercarme hasta su piso para contarle lo que había visto. Pero nunca lo hice. Me dio vergüenza, pensé que me consideraría una loca, que no era asunto de mi incumbencia. Me puse tantas excusas que acabé por convencerme de que hacía lo correcto. Es tan cómodo mirar hacia otro lado.

Una semana después vi su foto en el periódico, otra víctima de la violencia de género, decía el titular. La sangre le cubría el rostro y el cuerpo, pero dejaba a la vista sus calcetines disparejos.

13 comentarios:

  1. Primero vi la foto de los calcetines y me imaginé un relato alegre. Pronto comencé a temerme lo peor.
    Curioso aunque acertado título y magnífico final. Estremecedor.

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  2. Hola Felisa, mi comentario no tiene que ver con este articulo, pero...no sabia donde escribirlo y no queria dejar de hacerlo.
    Te felicito por tu blog, es una alegria haberlo "encontrado" :-)
    Lei "La Distancia" en Poetas Club, y me llegó tanto, que no te imaginás!!!, me tomé el atrevimient de copiarlo en mi blog poniendo enlace a los de ustedes, si hice mal, avisame y lo borro.
    Nuevamente te felicito
    Un beso desde Argentina.
    Anaiv

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  3. Que forma más sencilla pero espléndida de narrar el miedo “Miraba a un lado y a otro de la calle… caminaba sobresaltada… regresaba pronto… La sonrisa lobuna…”. Me gustó mucho este texto, me agrada por la dosis de realidad muy bien manejada y por las expresiones, acertadas de principio a fin. Felicitaciones, un saludo, Mónica M.

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  4. Gracias Teresa,
    El tema de los malos tratos suele aparecer en muchos de mis relatos, aunque sea de forma inconsciente, creo que es uno de los problemas más graves de nuestra sociedad, el número de víctimas lo corrobora.

    Gracias Anaiv, ya dejé un comentario en tu blog, me alegra mcuho que te haya gustado mi poema.

    Gracias Moriana, te mando un saludo.

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  5. Hola Felisa,
    Este es un relato que me ha hecho estremecer. Tengo casi acabado un libro sobre ese tema, que quisiera publicar algún día. Al documentarme con algunos casos se me ponía el vello de punta.
    Gracias por darnos la oportunidad de leer tus magníficos relatos.

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  6. Felisa, es fabuloso, como en pocas palabras, condensas el miedo y la situación de desamparo en que se encuentran las mujeres amenazadas. Esos "calcetines disparejos", reflejan el "abandono", en que se sumergen esas mujeres. Pero no podemos mirar hacia otra parte, y este micro relato tuyo es una forma de no mirar. Me ha gustado muchísimo.

    José A. Ruiz

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