Alcaudete imaginado

lunes, 26 de abril de 2010

Una idea absurda. Capítulo 2

Una idea absurda. Capítulo 2

Los días pasaban despacio, como tortugas ancianas que se negaran a avanzar hacia una muerte segura. Más de una semana había transcurrido a ese ritmo lento y agobiante, y seguían sin hablar del tema. Juan no pronunciaba el nombre de Dolores en su presencia, ni hacía ninguna referencia a la proposición de su esposa. En realidad, apenas intercambian unas cuantas frases hechas. Tristana llegó a convencerse de que su marido, a pesar de las últimas palabras que pronunció aquella tarde, había desechado su propuesta, y que su actitud ausente se debía a que seguía resentido con ella. En pocos días salió de su error, observó pequeños detalles, casi insignificantes, en su comportamiento, en otro momento, estos hechos le habrían pasados desapercibidos, ahora estaba en estado de alerta. Juan se arreglaba con más cuidado, empezó a rechazar las camisas gastadas que antes eran sus favoritas y elegía las más nuevas, vistió de colores más alegres sus corbatas y cambió de perfume.
Este último detalle fue lo que más inquietó a Tristana, Juan nunca compraba sus propias colonias, esperaba a que ella se las regalase. Solía adquirirlas en la peluquería donde trabajaba, imitaciones de las marcas más conocidas, ya que éstas se salían de su presupuesto. Una mañana descubrió un frasco de perfume original entre los utensilios de aseo de su marido, se quedó paralizada con aquella botellita de diseño entre las manos, la prueba palpable de que algo había cambiado. Se abría una brecha entre los dos y ella había sido la culpable, la causante de aquella falla que amenazaba con dividir su matrimonio en dos pedazos, nada equilibrados, pues sabía que sin su marido sólo sería un triste fragmento, un trozo de algo más grande, el amor que los había mantenido unidos durante tantos años.

No puedo quejarme, no puedo quejarme, se repetía una y mil veces mientras atendía a las clientas de la peluquería, abstraída, sin apenas prestar atención a sus conversaciones. El nombre de Dolores en la voz de doña Martirio la sacó de su ensimismamiento.
─ Hay que ver a mi vecina Dolores, con lo que lloraba a su marido los primeros días y ya se ha quitado el luto, al menos podía haber respetado la memoria de su pobre hija.
─ Creo que ha sentido menos la muerte de la hija que la del marido ─ apuntó una mujercilla con el pelo recién pintado de rojo, mojado y aún sin moldear.
─ ¿Cómo puedes decir eso, Martita? A una hija se la quiere más que a una misma, cómo se nota que no has parido.
─ Las oía discutir cada noche, una tras otra, se decían cosas horribles. No parecían madre e hija, y sé de lo que me hablo, que hijos no tendré pero siempre he respetado a mi madre ─ contestó la pelirroja con un odio indisimulado en los ojos.
Tristana las escuchaba con atención, tratando de disimular su sorpresa. Según le había contado Juan, Dolores tenía una familia perfecta, Tomás se llevaba bien con su hijastra, se les veía siempre juntos y en buena armonía. Movió la cabeza de izquierda a derecha, y se dijo para su interior que no debía prestar atención a las palabras de unas vecinas envidiosas, las dos mujeres que criticaban a Dolores eran unas arpías, chismosas reconocidas en todo el barrio. Siguió con su tarea, concentrándose en el peinado de doña Martirio, un moño alto, del que no podía escapar ni el más mínimo mechón. Después de vaciar un bote de laca sobre la cabeza de la cotilla, elogió lo bien que le sentaba, la mentira de cada viernes y agradeció con una sonrisa la propina, poco generosa, por cierto. En su mente, a pesar del esfuerzo que hacía por olvidarlas, seguían resonando las palabras de la mujer, la viuda ya no llevaba luto, entonces recordó que Dolores aún vestía de negro cuando estuvo cenando en su casa.

Los celos se abrían paso a cada pensamiento, con la ferocidad de una máquina excavadora comiéndose la montaña. Un justo castigo por jugar a ser la buena samaritana, por sentirse tan segura de su marido, ¿o tan insegura? No tenía nada claro, si a veces pensaba que actuó por miedo, otras estaba convencida de que se dejó llevar por la soberbia. Toma mi marido, ahí lo tienes. No, no te preocupes, está tan enamorado de mí que volverá, no lo perderé. Sólo disfruta de él el tiempo que yo quiera, luego me pasearé orgullosa y de su mano por delante de tu puerta, para que comprendas quien es su verdadera dueña.
Qué estúpida y vanidosa había sido su actitud. Ahora no sabía como dar marcha atrás, cómo pedirle a Juan que olvidara su propuesta, que se alejara de Dolores, de sus vestidos que habían dejado de ser negros. Algo le decía que ya era tarde, que la rueda había iniciado el descenso por la pendiente y que terminaría aplastando a alguien, posiblemente a ella misma.
Al salir del trabajo decidió acercarse a la mercería, tenía que comprar una cremallera y algunos botones, nada más entrar se encontró con Martita, la eterna niña solterona, tan bajita y escuálida como un pajarillo recién nacido, a la que doña Martirio había acusado de no saber lo que era el amor de una madre. Algo la impulsó a dirigirse a ella, a interrogarla sobre el tema de Dolores, decidió ponerse de su parte para animarla a hablar.
─ Hay que ver cómo es doña Martirio, siempre con su puyas, yo tampoco tengo hijos, pero eso no significa que no pueda entender a los padres.
─ Ya te digo, no sé como serán otras madres pero Dolores nunca me pareció cariñosa con Estela, trataba a su hija con desprecio, como si no estuviera a su altura, un día la oí decir que le recordaba a su ex marido y que no podía soportarla. Esa joven ha tenido que sufrir mucho, te lo digo yo.
Tristana observó como sus ojillos tristes se iluminaban al hablar, alentados por su actitud comprensiva, que parecía darle la razón.
─ Algunas personas no aprecian lo que tienen, bien que hubiera cuidado yo a mi niña si Dios me la hubiera dado.
─ Al menos tienes un marido, y bien apañado que es.

Nada más decir esto Martita se calló, como si temiera la reacción de Tristana, sus burlas o su desprecio hacia ella por no haber conseguido un hombre. Ésta se limitó a sonreír con desgana, mientras pensaba que quizás no por mucho tiempo, que se avecinaban tiempos de camas frías. No, ella tampoco había sabido apreciar lo que poseía.

No le apetecía volver a casa, encontrarse con la cara hosca de Juan, con sus silencios, su perfume nuevo y sus corbatas alegres. Sus pies la encaminaron hacia la calle de Dolores, no muy lejos de allí; conocía su dirección, la había buscado en la agenda de su marido, también tenía su teléfono pero sabía que nunca se atrevería a llamarla. Temía el tono helado de sus palabras, que le haría daño, dijera lo que dijera. En los últimos días, su angustia la había llevado a pensar en esa opción, en la posibilidad de llamarla y dejar caer alguna indirecta, a ver si se ponía nerviosa y la pillaba en algún descuido, alguna frase que pudiera darle pistas sobre la relación que mantenía con su marido. Desechó pronto la idea porque sabía que Dolores era más inteligente e incisiva que ella, la machacaría con sus ironías y no sacaría nada en claro.

No esperaba nada de ese paseo, sólo deseaba ver el edificio donde vivía, imaginar su casa, su dormitorio… Los pensamientos volaban siempre en la misma dirección, a la imagen tatuada en su frente, clavada más bien, pues hacía daño, dolía como una herida abierta: dos cuerpos entrelazados, uno tan conocido para ella que podría describirlo con los ojos cerrados, hasta la más pequeña de las imperfecciones de su rostro, o la forma de los dedos de los pies. Vivir treinta años con una persona te da derecho a analizarla, a observarla, a absorberla incluso. ¿Te da derecho a pensar que es de tu propiedad y prestarla, como si fuera un vulgar objeto?
En su caminar ofuscado tropezó con una muchacha. Se disculpó, la chica no se apartó para dejarla pasar. Se quedó allí plantada, en medio de la acera, mirándola con tanta insistencia que terminó por ponerse nerviosa. Durante unos interminables segundos se observaron mutuamente, de repente la muchacha empezó a hablar, a Tristana le costaba seguir su parloteo, pronunciaba las palabras con tremenda rapidez, como si tuviera prisa en terminar, y con el énfasis que pondría un acusado de asesinato en proclamar su inocencia.
─ ¿Quién eres? No me suena tu cara, pareces triste, ¿vienes a visitar a alguien del barrio? Yo me llamo Teodora, por mi abuela, pero todos me llaman Tea porque Teo sonaba a nombre de chico y yo soy una chica. Jajajajja, claro, ya habrás visto que soy chica porque tengo el pelo largo y me pinto los labios, pero dime, ¿qué haces por aquí?, ¿puedo ayudarte en algo? , conozco estas calles como la palma de mi mano, por unos “leuros”, jejeejje, te ayudo a buscar la dirección.
Tristana la miraba estupefacta, parecía una ametralladora que en vez de proyectiles lanzaba palabras, mezcladas con saliva y un olor acre a sudor, conforme hablaba se iba acercando a ella. No pudo evitar un gesto de desagrado, que le chica captó enseguida.
─ ¿No te gusto?, ¿no te gusto? A alguna gente no le gusto, pero otros confían en mí, saben que sé guardar un secreto. Y soy vidente, ahora mismo veo que tú me necesitas, dime, ¿cuál es tu problema?
─ Claro que me gustas, no es eso. Me tienes asombrada porque hablas con mucha rapidez ─ mintió a medias Tristana ─ Y no tengo ningún problema, simplemente paseaba y pensé en visitar a una amiga que vive por aquí, se llama Dolores.
Los ojillos de la chica brillaron con intensidad, se rascó el pelo, lo llevaba suelto, caía negro y rizado sobre su espalda, no parecía muy limpio. Los rizos, un poco grasientos, se le apelotonaban junto a la cara.
─ ¿Dolores la viuda? Menuda perla está hecha. Perdón, se me ha escapado. A lo mejor es amiga tuya y yo aquí criticándola, si ya me lo dice mi madre Teodorita estás más guapa con la boca cerrada, es la única vez que me dice guapa. Es que soy más bien feilla, pero no te engañes, tengo novio, porque mi carácter simpático y dicharachero suple con creces mi escaso atractivo…
─ No es muy amiga, no te preocupes ─ la interrumpió Tristana, que temió le contara toda su vida si la dejaba seguir hablando.
─ No, si no me preocupo, es ella la que debería preocuparse por mí. Sé cosas que si se conocieran la pondrían en un aprieto.

Dijo las últimas palabras en voz baja y con un tono de misterio que intrigó a Tristana.
─ ¿Qué cosas? ¿Qué sabes sobre Dolores?
─ La información es poder, y vale dinero. Aunque todo el oro del mundo sería poco para pagar lo que yo sé de esa familia, fui la mejor amiga de Estela, aunque ella prefería que no nos vieran en público, a alguna gente le pasa eso, se avergüenzan de mí, pero bien que recurren cuando les hago falta. He sentido mucho la muerte de Estela, le tenía mucho aprecio.
Tristana no podía apartar la mirada de aquella criatura, de sus ojos de roedor, de su nariz torcida, de su boca pequeña que al reír mostraba unos dientes disparejos. Era fea de cara y desgarbada de cuerpo, los brazos le colgaban a ambos lados, demasiado largos en relación a su envergadura, como si no fueran suyos. Parecía que le costara trabajo moverlos, no los usaba para gesticular, por eso toda la atracción se centraba en su cara, en su boca, en su parloteo incesante. ¿Qué podía saber aquella criatura extraña sobre Dolores? Parecía tener algún tipo de discapacidad mental, aunque se expresaba con corrección, incluso utilizaba algunas expresiones cultas. Estaba a punto de preguntarle algo más, cuando detectó una expresión de terror en los ojos de la chica, miró hacia atrás y vio como se acercaba una figura conocida. Llevaba razón doña Martirio, se había quitado el luto, vestía un traje pantalón en tono verde oscuro, blusa de seda blanca, zapatos de tacón y bolso a juego. Su expresión parecía más relajada que la del día que tomaron café juntas, pero Tristana comprobó que en su cara se había contraído en un gesto de desagrado al reconocer a Tea. La chiquilla salió corriendo cuando comprendió que se dirigía hacia ellas, le hubiera gustado retenerla, pero en escasos segundos desapareció tras una esquina.
─ Hola Tristana, ¿qué haces por aquí? ─ pregunto en un tono que trataba de disimular su malestar.
─ Paseaba, me han dicho que en este barrio hay una peluquería muy moderna y quería tomar nota, para darle ideas a mi jefa, ya sabes ─ improvisó Tristana, creía recordar que su marido le había comentado algo sobre esa peluquería.
─ Sí, tienes que girar a la derecha y la siguiente calle a la izquierda, creo que te gustará. Por cierto, que hablabas con la Rata.
─ ¿La Rata?
─ Sí, la niñata esa que estaba contigo, que es fea como un demonio y se mete en todos los sitios, sobre todo donde no la llaman, se pasa el día de aquí para allá enredando a la gente y sacándole todo el dinero que puede ─ Tristana percibió el odio mal disimulado de estas palabras.
─ Nada, le estaba preguntando por la peluquería y quería que le pagara para que me llevara hasta allí.
─ ¿Ves? Eso es lo que te decía, sólo piensa en conseguir dinero, bien podía buscarse un trabajo y dejar en paz a los vecinos, aunque creo que ya no le hace caso nadie. Mejor así porque con sus mentiras podría comprometer a cualquiera, incluso a la más inocente de las personas.
A Tristana le pareció que le estaba dando más explicaciones de las que ella le había pedido, eso la puso sobre aviso, no sabía bien por qué, pero le merecían más crédito las palabras de Tea que las de Dolores. Por su parte esta parecía dudar, cuando por fin habló de nuevo fue para invitarla a subir a su casa. Tristana se quedó de piedra, no entraba en sus planes conocer el hogar de su rival, de la persona que probablemente le estaba disputando el amor de su marido, pero su curiosidad se impuso a la prudencia y aceptó. Las piernas le temblaban mientras subía los peldaños que separaban el portal del segundo piso donde vivía la viuda. Nada más franquear la puerta lo notó. Flotaba en el ambiente de forma leve, mezclado con el intenso perfume de Dolores, pero ella tenía buena nariz y sabía distinguir un aroma de otro, aunque estuvieran combinados. El mismo olor que emanaba el nuevo frasco de colonia de su marido, masculino y fresco, flotaba en aquella casa.
Se sintió mareada y pidió permiso para sentarse, Dolores la observaba con atención, como si quisiera adivinar los pensamientos que pasaban por su cabeza. Le acercó un vaso de agua y se sentó frente a ella, callada.
─ ¿Te encuentras mejor? ─ preguntó tratando de ser amable, pero su voz sonó seca y cortante.
─ Sí, no te preocupes, me ocurre con frecuencia, son vértigos, lo tengo controlado ─ mintió Tristana.
─ Abriré las ventanas, parece que el ambiente está cargado, ayer vinieron unos amigos de mi marido, que aún no me habían dado el pésame.
Tristana cayó en la cuenta de que todavía no le había preguntado por su estado de ánimo, en realidad ya no le preocupaba que se suicidara, incluso podría ser una solución aceptable a aquella situación. No, no podía ser tan egoísta. Dolores no era la responsable de sus desvaríos, de sus estupideces. Si tonteaba con su marido, si había sido él y no unos supuestos amigos, el que había estado allí era por su culpa, única y exclusivamente. Tenía que irse, alejarse de aquella mujer y de su casa, le seguía inspirando temor e inseguridad. Sus ojos azules, casi grises, se clavaban en ella y la obligaban a bajar la mirada, se sentía culpable hasta de sus pensamientos.
Se marchó en cuanto pudo, bajó las escaleras de dos en dos, y corrió por las calles como una perturbada, sólo quería alejarse de allí, de sus ojos, de su casa. Una casa más grande y mejor dispuesta que la suya. Amueblada con gusto y cierto lujo, en la que echó a faltar alguna fotografía de su marido o de su hija, por más que miró por todo el salón, no pudo encontrar ningún cuadro donde aparecieran. Eso le pareció muy extraño, no encajaba con su actitud de viuda afligida. Si bien era cierto que hoy no le había parecido la misma persona, como si al desprenderse de sus ropas negras se hubiera liberado también de parte de su dolor y tristeza. ¿O sólo había sido una impostura para atraer la compasión de su marido y ahora que tenía su atención no se preocupaba por mantenerla?

En estos pensamientos iba cuando tropezó de nuevo con Tea, aunque esta vez mas bien parecía que la muchacha la esperaba, con gran disimulo depositó en sus manos un papelito y se alejó corriendo, increíblemente no había pronunciado ni una sola palabra. Tristana tuvo un presentimiento, volvió la cabeza hacia atrás y vio a Dolores asomada a la ventana. Estaba segura que existía una relación entre la actitud de la chica y la presencia de Dolores. No se detuvo a mirar el papel, lo apretó con fuerza y siguió caminando.



4 comentarios:

  1. A mí me tiene muy enganchada esta novela, Felisa. Además, el hecho de tener que leerla poquito a poquito hace que la saboree más. Me está gustando mucho. Intento imaginar cómo la continuaría yo; claro que con mi imaginación de pez difícil lo tendría. Supongo que ya tienes perfilado el desenlace e incluso el final. Adelante, que vas muy bien.

    ¡Ánimo, campeona!

    Un besote

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  2. Ya lo he leído en Fergutson. La historia no decae, al contrario, ahí manteniendo la tensión, siguiendo la estela de las antiguas novelas por entregas que se regalaban con los periódicos. ¡Qué buenos tiempos aquellos!
    Sigue así.
    :D

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  3. Muy buena y con trazas de seguir aún mejor.
    besitos

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  4. Gracias Susana, Teresa y Maria José, al Januskiez este como no lo entiendo no le digo nada.
    Ya le estoy dando vueltas al capítulo siguiente, me está costando trabajo sacar un capítulo todas las semanas, sería más fácil si hubiera cogido una novela de las que ya tengo escritas, pero he de reconocer que así es más divertido.
    Un abrazo.

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