Alcaudete imaginado

lunes, 10 de abril de 2017

Pregonera de la Semana Santa de Noguerones



El pasado 7 de abril, Viernes de Dolores, tuve el honor de dar el pregón de Semana Santa en Noguerones, mi pueblo de nacimiento y de corazón. Fue un acto emotivo y emocionante, pues afloraron muchos sentimientos que tenía guardados desde niña. A continuación reproduzco el pregón, para aquellas personas que no pudieron asistir y me han mostrado su interés por leerlo.


Pregón de la Semana Santa de Noguerones, 2017

                             
                              Sr. Alcalde de Alcaudete
                              Sr. Alcalde pedáneo de Noguerones
                              Sr. Párroco
                              Sra. Presidenta de la Cofradía Ntra. Sra. De los Remedios.
                              Sr. Pregonero de 2015
                              Cofrades, feligreses, paisanos todos.
                             

Quiero iniciar estas palabras confesando algo: Nunca en la vida hubiera imaginado que iba a dar un Pregón de Semana Santa en mi pueblo y nunca imaginé que pudiera sentirme tan agradecida, honrada y emocionada por haber sido elegida para pronunciarlo. Tuve mis dudas cuando la Presidenta de la Cofradía Ntra. Sra. De los Remedios, nuestra amiga Sacri, me lo ofreció. No porque no me apeteciera hacerlo, sino porque consideraba que no reúno los méritos suficientes para estar aquí. Es más, estoy segura de que entre vosotros hay otras personas que merecen mucho más que yo ocupar este estrado. Pero hubo algo en el entusiasmo y la ilusión con la que me lo pidió que me dije que quizás no era tan mala idea, que a veces alguien que está fuera puede dar una visión más clara de una realidad palpable. Esa realidad es que la Semana Santa de Noguerones ha crecido de una forma exponencial en, relativamente, pocos  años, los que van desde que se creó la Cofradía de Nuestra Señora de los Remedios, allá por 1989. Otro de los motivos que me han animado a pronunciar este pregón, además del cariño que le tengo al pueblo que me vio nacer, donde viven mis padres y mucha de mi familia,  ha sido el recuerdo de mi hermana María. Sé que ella se hubiera sentido orgullosa de verme aquí, y estoy segura que su alma está entre nosotros, pues siento que me acompaña en todo lo que hago, dándome ánimos con su sonrisa. Ella era una gran luchadora, un ejemplo a seguir por todos los que la conocimos y la quisimos. 


Me voy a atrever, ya que me encuentro entre amigos y familiares, vecinos todos de este pequeño, pero hermoso y peculiar pueblo, a trazar una semblanza de lo que significó la Semana Santa en mi niñez.  Estoy convencida de  que la infancia marca el resto de nuestra vida. Y mi vida está marcada por esas calles casi vacías de coches, en las que prácticamente vivíamos los niños cuando no estábamos en el colegio o dormidos. La Semana Santa se convertía entonces en una fiesta no solo para el espíritu, sino también para nuestro estómago, pues era en esas fechas cuando se elaboraban los dulces más exquisitos, los que esperábamos ansiosos desde que se acababan las tortas y los roscos de Navidad. Los niños somos golosos por naturaleza, y en mi memoria se ha fijado el tenue aroma de las magdalenas recién salidas del horno, retozando alegres en las canastas camino de nuestras casas. Me acuerdo también de los pescozones que me daba mi madre cuando intentaba meter mano en aquel paraíso de sabores, “no se pueden comer calientes”, repetía una y otra vez, en un vano intento de que no acabáramos con dolor de barriga. Y ya en casa, a las magdalenas se unían los pestiños, que brotaban como flores aromáticas de un poquito de masa que crecía al lanzarlo al aceite hirviendo. ¡Cuidado, no vayas a quemarte! Decía mi abuela, ¡Qué ricos los pestiños y el piñonate de Noguerones!
Y cómo no referirme a la ilusión que teníamos por estrenar: “Domingo de Ramos, quien no estrena no tiene manos”. Quien no recuerda esas visitas a la tienda de Salido, en la plaza,  o la de Julián, en la calle Llana, para después pasar por lo de Pajares y completar nuestro vestuario con unos zapatos nuevos. ¡Qué ilusión en nuestras miradas, qué colorido sobre nuestros cuerpos” Vivíamos con emoción la entrada de Jesús en Jerusalén. Los niños nos adentrábamos en una semana de Pasión, en la que se mezclaba la espiritualidad que nos enseñaba Don Serafín en las tardes de catequesis, con la abundancia de dulces y comidas, aunque por unos días tuviéramos que desterrar la carne de nuestras mesas.
No todo eran dulces o vestidos nuevos, recuerdo cómo sentía el dolor del Nazareno como mío propio, lamentaba profundamente lo que los hombres habían sido capaces de hacerle, mientras lo veía procesionar sobre un humilde trono, y los feligreses caminábamos detrás, vela en mano, silencio en los labios. Todavía, cuando ya de adulta, veo alguna procesión, siento aquella rabia antigua que sentía de niña, una niña empeñada en que las cosas fueran justas, en que la vida fuera justa, que no siempre lo es.
Creo que si entonces me hubieran pedido una poesía sobre mis sentimientos hubiera salido algo así:
Ese Señor me mira a mí,
me cuenta que está sufriendo,
que sus llagas no están pintadas
ni son de mentira los clavos
que lo unen al madero.

Ese Señor me habla a mí,
su voz es un susurro,
que solo suena en mi cabeza,
que acaricia mis oídos
y me llena de belleza.

Ese Señor me quiere a mí,
tal como soy:
pequeña e imperfecta,
un diminuto ser
perdido en el universo.

Ese Señor me habla, me mira, me quiere
Ese Señor, mi Señor, nuestro Dios.


Y llegaba el Viernes Santo, ¡el ayuno! Más duro aún si tenemos en cuenta que las alacenas aún seguían repletas de dulces. Mi madre, para compensar la falta de desayuno, nos preparaba un sinfín de platos para almorzar: potaje de primero, tortilla de espárragos y bacalao frito de segundo, y arroz con leche para postre.  Antes de esta comida, se nos había concedido la libertad de irnos de excursión al campo con nuestras amigas. Un día libre, sin responsabilidades en la casa, ni horario tan cerrado. Aún percibo el olor del campo en primavera, las risas, las confidencias, las promesas de amistad para siempre, mezcladas con el ruido de tripas de nuestras barrigas, que ponían un toque más terrenal a nuestras promesas eternas.
Pensaréis que solo sé hablar de comida, será por la hora en la que estamos, que ya va apeteciendo. Lo cierto es que los recuerdos son caprichosos y los míos de esa época los asocio al olor y al sabor de las comidas, aunque muy cerquita de esos recuerdos están los otros, los de los sentimientos que la Semana Santa provocaba en aquella chiquilla que era entonces: la pena, la rabia, incluso el odio hacia esos judíos que habían matado a Nuestro Señor, precisamente a Él que tanto nos quiere y tanto ha dado por nosotros. No podía entender, entonces, que esos judíos eran una metáfora de todos los hombres, de todas aquellas personas que carecen de sentimientos de amor y compasión hacia su prójimo.

No son hombres los que golpean,
hieren, matan a nuestro Señor:
son alimañas
que se alimentan de la maldad
de otros hombres,
de la suciedad de sus almas

No son hombres los que ríen,
se burlan y escarnian a nuestro Señor
son infames maliciosos
que con insultar disfrutan
del sufrimiento ajeno.


No son hombres los que olvidan
que el prójimo es el hermano,
que su dicha es la nuestra
y su padecer,
en los corazones nobles,
provoca el llanto



Los valores cristianos que me inculcaron de niña, siguen perviviendo en mi interior, independientemente de mis actos u omisiones, sigo creyendo que debemos amarnos los unos a los otros y, lo más importante, demostrar ese amor con hechos, ayudando a los más desfavorecidos con los medios que estén a nuestro alcance. No siempre se trata de dar dinero, hay otras formas de ayudar. Y creo que esta es una buena reflexión para la semana en la que nos adentramos: ¿Qué puedo hacer por mi prójimo, por esa persona, a veces muy cercana, que sé que tiene necesidad? En este sentido, el Santo Padre Francisco nos habla en su mensaje para la cuaresma de este año de la parábola del hombre rico y el pobre Lázaro, y hay una frase que me ha gustado especialmente y que dice asi: La primera invitación que nos hace esta parábola es la de abrir la puerta de nuestro corazón al otro, porque cada persona es un don, sea vecino nuestro o un pobre desconocido”.  Me gusta mucho esa definición de “persona-don”, a veces olvidamos el valor de la vida humana, sobre todo si la piel es de otro color o viene de distintos países.

No sé si me estoy saliendo del guión tradicional de un Pregón de Semana Santa, es el primero que escribo, así que vuelvo a pedir disculpas por mi inexperiencia, en mi favor, solo puedo decir que las palabras están saliendo directamente de mi corazón, he dejado que fluyan los sentimientos que la Semana Santa provoca en mí, y me he remontado a los que evocaba en mi infancia, cuando todo se vivía con más intensidad, cuando apenas existía pasado y el futuro se veía tan lejano. Vivíamos en el presente, con menos recursos materiales que ahora, pero con más ilusión.

He hablado de mi niñez, me he remontado en esos años en los que me asomaba al mundo con los ojos muy abiertos y las trenzas apretadas. Quizás porque después, por unas u otras causas, he permanecido mucho tiempo alejada de la Semana Santa de Noguerones. Sobre todo, desde que me casé con un granaíno, Manolo, que me ha llevado cada año a Cuevas del Campo, su pueblo natal.  Pero he regresado, la vida da vueltas y nunca se sabe por dónde puede llevarte. Mi hija Irene, flautista de afición, animada por su primo Iván, se empeñó en ser miembro de esta joven y estupenda banda, que lleva con orgullo el nombre de Noguerones por distintos pueblos de Andalucía, más de cincuenta músicos que nos deleitan con su buen hacer. Así que, en los últimos años he acompañado a mi hija en sus diversas actuaciones, y me he sorprendido por el cambio tan profundo que ha experimentado la Semana Santa de nuestro pueblo. Mientras que en otras localidades la tradición se remonta a tiempos inmemoriales, en Noguerones hablamos de que solo hace veintisiete años que se fundó la Cofradía de Nuestra Sra. De los Remedios, lo que es un tiempo muy escaso para lograr todo lo que se ha logrado. Y es por ello que las personas que están al frente de la Cofradía, y las que han estado en años anteriores,  tienen más mérito, si cabe. Máxime cuando se hacen cargo de todas las procesiones que se realizan en nuestro pueblo, con el trabajo y la dedicación que ello requiere.


Gracias a esta dedicación se ha llegado al punto en que nos encontramos hoy, seis procesiones, en las que podemos admirar las imágenes que custodia nuestra iglesia. No voy a detallar los distintos pasos que integran estas procesiones, pues ya son por todos ustedes conocidas. Cada año recorren nuestras calles, a veces acompañadas por los compases de la banda de música, que pone la banda sonora a esta celebración tan destacada. La Semana Santa, seamos o no creyentes, nos puede llegar a todos. La espiritualidad toma forma en las imágenes que representan la Pasión de Cristo. La Virgen, se convierte en la Madre de todos nosotros. Esa persona que siempre estará a tu lado, de forma incondicional, sin pedir nada a cambio. Veremos reflejado en su sufrimiento, el nuestro propio, y nos ha de servir de apoyo para continuar en la dura tarea de educar a nuestros hijos, hasta convertirlos en buenas personas. También ella nos dará fuerzas para aceptar la pérdida de nuestros seres queridos.

Es la Virgen que me mira
y sin hablarme me cuenta
las penas que ensombrecen
la luz de sus ojos.

No hay nada más duro que ver
el sufrimiento de un hijo,
Sea Dios o sea mortal,
el dolor se siente por igual.

Virgen que me acompañas
Que me guías en mi camino
Virgen que nunca te cansas
de vigilar mi destino.

Virgen de los Remedios
Patrona de nuestro pueblo

Con estos versos llego al final de mi pregón, con mis mejores deseos a todos los aquí reunidos, esperando que la Semana Santa nos sirva para reflexionar sobre lo que verdaderamente importa en la vida. Os invito a compartir la ilusión que guía a los nazarenos y costaleros, a disfrutar de la música de nuestra maravillosa banda, a deleitaros con la belleza de las imágenes que procesionan por las calles de nuestro pueblo. Y en definitiva, a ser felices en compañía de las personas a las que queremos, respetando a los demás y compartiendo la alegría de estar vivos. No olvidéis lo que dijo nuestro querido Papa: “Porque cada persona es un don, sea vecino nuestro o un desconocido”.

Noguerones a 7 de abril de 2017, Vienes de Dolores.



4 comentarios: