Creo que esto del amor, y lo digo porque dentro de una hora nos querremos un poquito mas, puede asemejarse a escribir una novela. Al principio, todo son impulsos, palpitaciones, deseos… La idea surge, bulle en la cabeza, nos tiene ensimismados, como un primer beso inesperado. Apenas hay tiempo para reflexionar, es hermoso ese bullicio que nos come por dentro, ese deseo de estar a todas horas con nuestro enamorado, o siguiendo con nuestro símil, escribiendo sin cesar, comidos por la fiebre del momento.
Más tarde llegan las dudas, el tiempo todo lo va enfriando, ¿esta idea era tan buena? ¿es ésta la persona con la que quiero compartir mi vida? Surgen los problemas, las tramas que no se desarrollan como quisiéramos, los personajes que no actúan como habíamos planeado; las discusiones, los distintos puntos de vista, los enfados…
Llega el momento del esfuerzo, de trabajar para seguir construyendo lo que con tanta ilusión iniciamos, nadie dijo que fuera fácil escribir una novela, ni mantener una relación.
A veces nos dejamos llevar por la idea romántica de que todo es inspiración, que las musas nos susurran al oído la historia y que nosotros nos limitamos a contarla. A veces, el cine, la canciones, la literatura nos hablan de amores improvisados que surgen del aire y que de él viven, que flotan en las nubes, ajenos a los problemas terrenales, al desgaste que suponen las fricciones de cada día, el roce de dos identidades, casi siempre, muy diferentes.
Y luego, cuando comprendes que el esfuerzo será continuo, cuando entiendes que no puedes bajar la guardia ni dormirte en los brazos de esas musas inconscientes e inconstantes; cuando intuyes que al amor hay que alimentarlo como a un animalillo doméstico, indefenso y dependiente, es cuando consigues estar más cerca de conseguir eso que anhelabas, que nunca llegar a alcanzarlo.
No sé si esta tontería que se me ha ocurrido es apropiada para tan señalado día, ese 14 de febrero que vive deslumbrante en las estanterías de El Corte Inglés, que huele a perfumes caros y cenas opíparas. No sé, será que estoy enzarzada en mi novela, arañada por las dudas y que eso me hace reflexionar. Sin embargo, no dudo de lo que siento por la persona que tengo a mi lado y sé muy bien que soy afortunada.
Esta entrada, aunque la leerá otra gente, tiene un único destinatario, un muchacho que me regaló rosas por San Valentín, hace ya diecinueve años. Es mi forma de darle las gracias por seguir luchando a mi lado.