Alcaudete imaginado
lunes, 31 de mayo de 2010
Una historia que se acaba
jueves, 27 de mayo de 2010
Te tengo "abandonao", blog mío.
No todo ha sido diversión, entre romerías y viajes, he seguido redactando los capítulos de mi novela por entregas: Una idea absurda, para el certamen de Ediciones Fergutson. El próximo lunes se publicará el último capítulo, ayer terminé de escribirlo, ya “sólo” me queda repasarlo. Y luego esperar, a ver si hay suerte y la veo editada en papel. En este enlace se puede leer los capítulos presentados y dejar comentarios, en caso de empate, éstos pueden ser decisivos. Animo desde aquí, a todos los que la estén leyendo, a que me dejen un comentario con su opinión. Gracias.
A la vez, he terminado de corregir el libro de relatos que me va a publicar la Editorial Hipálage. Son trece cuentos escogidos entre los escritos en el periodo 2006-2009. Finalmente el nombre del libro será “Trece cuentos inquietantes”. ¿Os gusta?
A partir de ahora quiero relajarme un poquito, disfrutar de las tardes con mi hijos en el parque, con la lectura de relatos en Canal Literatura, os recomiendo que os paséis por el VII Certamen, hay cuentos excelentes, que podéis leer y comentar. Yo he presentado uno, por ahora las críticas que está recibiendo son bastante buenas, la competencia es enorme. Me hace mucha ilusión llegar a la final por tercera vez, aunque sé que no es fácil.
Y por supuesto, dedicar un poco más de tiempo a este blog y a los amigos que lo leen y lo comentan. Tengo pendiente un par de reseñas de libros, entre ellas, la de El Legado, de nuestra compañera de blogs, Blanca Miosi.
Ilustro este post con algunas fotos de romerías y viajes varios. Gracias por seguir ahí, aunque yo ande despistada.
miércoles, 26 de mayo de 2010
Antología Premio Orola
lunes, 24 de mayo de 2010
Una idea absurda: Capítulo 6
Un ruido, que parecía provenir de las habitaciones interiores, la inquietó, quizás el asesino siguiera en la casa, la sangre aún fluía y el cuerpo se mantenía caliente, lo notó al tomarle el pulso. Debía marcharse de allí cuanto antes, temía por su vida. Llamaría a la policía desde su casa, cuando se sintiera a salvo.
Bajó las escaleras con cuidado, atenta a cualquier ruido, los segundos se le hacían eternos, el sudor brotaba de su frente y las lágrimas le empañaban los ojos. La pena y el miedo se conjugaban, haciéndola temblar como los flanes que solía prepararle a Juan los domingos. La mente es inexplicable, ¿cómo podía acordarse en este momento del flan de huevo? Lo veía sobre el plato, vacilante, moviéndose al compás de sus pasos cuando lo llevaba al comedor. Por fin alcanzó la salida y, sin mirar atrás, corrió sin descanso hasta llegar a su casa. Apenas tuvo tiempo de cerrar la puerta tras de sí, tomarse un vaso de agua y dejarse caer en el sofá, cuando oyó el timbre. Tembló. No podía ser que el asesino viniera tras ella. Se acercó cautelosa y espió por la mirilla antes de abrir. Se sorprendió al comprobar que tras la hoja de madera blindada se encontraba su marido, esperando paciente a que le abriera.
―¿Qué haces aquí? ―dijo Tristana sorprendida.
―No me he ido a casa de mi hermana, quería estar solo, cogí una habitación en un hotel, necesitaba pensar. Ahora lo que deseo es hablar contigo, ¿puedo pasar?
―Claro, es tu casa, ¿por qué has llamado?
―No sé, a veces me siento extraño en mi propia casa. No consigo comprender lo que nos está pasando, y tú, ¿has estado llorando por mí?
―Sí, algo así―mintió Tristana―más bien por los dos. Anda, abrázame, necesito sentirte cerca.
Juan la rodeó con sus brazos, fuertes y cálidos, se sintió bien, reconfortada, con él de su parte podría superarlo todo. Levantó la vista, el cielo se había vestido de azul intenso para la ocasión, la morera de enfrente desplegaba todo el verdor de sus hojas, los setos del jardín del vecino lucían frondosos. De pronto se quedó rígida, la imagen del cadáver de Dolores sepultó la belleza que le rodeaba. El mundo cayó sobre los hombros de Tristana.
―¿Qué te pasa? ―inquirió Juan que había notado la rigidez de su esposa.
―Nada, entremos en casa.
Tristana no pudo decirle que había encontrado a Dolores muerta. La sospecha le había llegado de improviso, como un guantazo, y la había dejado paralizada. La duda se abría paso en su mente, extendía sus tentáculos de calamar gigante por su cabeza. Ya no confiaba en nada ni en nadie. Le parecía muy extraño que Juan apareciera precisamente en este momento, que no se hubiera ido de la ciudad, ¿y si había asesinado a Dolores? No, no podía ser, su marido era una persona pacífica, no soportaba ver la sangre. Por otra parte, ¿qué ganaba matándola? Recordó el mensaje que le había enviado Dolores unos minutos antes de morir: “Tristana, no quiero engañarte más, ven a mi casa ahora y te contaré mi relación con tu marido”, quizás ahí estaba la clave. Juan no quería que llegaran a encontrarse, discutieron y terminó por matarla.
Mientras que por su cabeza pasaban todas estas cosas, Juan había empezado a acariciarla, las manos recorriendo su cuerpo, abarcando su cintura con ansia. Hacía muchos días que no sentía la pasión del hombre de aquella manera. Le besaba el cuello, mordía sus labios, podía notar su excitación dañándole los muslos. Acabaron en la cama presos de una fogosidad desmedida, casi olvidada. En los últimos meses su relación se había ido enfriando, hasta quedar congelada desde que Tristana hizo la absurda propuesta a su marido.
Por unos instantes, la mujer se olvidó de su pasado reciente, disfrutó del contacto con la persona amada, se dejó llevar, sintió las oleadas que recorrían su cuerpo cada vez que él se hundía en su vientre, llenándola de placer. Acabaron pronto, exhaustos. Juan la besó en la frente y se dio la vuelta. Se quedó dormido en escasos segundos.
Tristana no podía dormir, cada vez que cerraba los ojos veía el cadáver de Dolores y se sentía culpable, culpable de haberla dejado allí, como a un perro. Debería haber llamado a la policía, a una ambulancia, a Juan … ¿Y si había sido él el asesino? No conseguía liberarse de esta sospecha.
Decidió no avisar a la policía, nadie la había visto entrar al piso, nadie sabía que estuvo allí, lo mejor sería mantenerse al margen del asunto. No tardarían mucho en encontrar a Dolores, algún vecino repararía en la puerta abierta, y acabaría entrando a ver que pasaba. A fin de cuentas ya estaba muerta, no conseguiría nada con implicarse en aquel asunto.
-¿Qué te pasa?, ¿no puedes dormir? -preguntó Juan.
-No, estoy un poco nerviosa
-Quizás deberíamos hablar, estos últimos días han sido muy raros.
-Sí, a veces tengo la sensación de que mi vida se está desmoronando.
-¿Piensas que ya no te quiero?
-No sé que pensar, te lo juro, no sé que pensar.
-Debes confiar en mí, creo que nunca te he fallado, en todos estos años. Hemos vivido tantas cosas juntos, tú estás en todos mis recuerdos, en los más hermosos, en los alegres e incluso en los tristes, apoyándome, a mi lado siempre. No quiero perderte, estas últimas semanas han sido un infierno, he tratado de mantener la compostura, el orgullo, pero no puedo vivir sin ti, por eso he vuelto hoy.
-Pero me has mentido, mentiste el otro día cuando me dijiste que no habías conseguido que Dolores te invitara a su casa, la Rata te vio entrar.
-Es cierto, te mentí. Una mentira piadosa. Ese día fui a casa de Dolores porque la vi especialmente triste, temí que hiciera una tontería. Me quedé un rato con ella y charlamos sobre temas intrascendentes. Conseguí que se riera con uno de mis chistes malos, cuando vi que se encontraba mejor, me marché. Fue eso lo que sucedió. Lo único.
Tristana lo miró celosa, no le gustaba que hiciera reír a otras mujeres, se calmó cuando recordó que Dolores ya estaba muerta, que no se merecía sus celos ni su envidia. Ahora se había convertido en una víctima.
-Ya da igual-suspiró Tristana
-¿Por qué dices eso?
-No, por nada.
-Dolores es buena gente, y te estima mucho. Por eso quiso avisarte sobre la Rata, esa mujer no es trigo limpio.
-Pero Tea me dijo cosas que eran verdad, por ejemplo, que la hija de Dolores en realidad era su sobrina. Ya no sé quién miente y quién dice la verdad, ni siquiera puedo fiarme de ti, lo intento pero no puedo.
Juan la abrazó con cariño, y Tristana se sintió como una niña desvalida, acunada en sus brazos, fuertes y sólidos, sanadores. A su lado no tenía miedo, incluso las dudas se disipaban; aquellas manos que acariciaban su espalda con ternura, no podían ser las mismas que cortaron el cuello de Dolores. Las manos no mienten, delatan a su propietario, y las de su marido eran suaves y fuertes, y por las mañanas, olían a manzanas frescas. Sus dedos eran caricias que se deshacían en sus brazos, en su cuello, en su nuca… Se deshizo también su desconfianza, sus miedos se licuaron y cayeron inútiles sobre la alfombra. Empezó a relatarle todo lo acontecido aquel día, desde la visita de la Rata, nada más marcharse él.
Su marido la escuchaba con atención, cuando Tristana le habló de la implicación, según Tea, de Dolores en la muerte de su marido y su sobrina, no puedo contenerse y salió en su defensa.
-Eso es mentira, Dolores no domina la mecánica, es cierto que su ex marido tiene un taller, pero ella no sabe ni cambiar una rueda, te lo aseguro.
-Déjame terminar, por favor. Esta tarde he estado en casa de Dolores, me mandó un mensaje-Tristana cogió el móvil y se lo enseñó. Juan palideció al verlo.
-No entiendo, ...
-Espera, no digas nada, fui a su casa y cuando llegué, la encontré muerta, degollada.
Juan la miró con incredulidad, después se echó a reír.
-Te estás quedando conmigo, ¿verdad? Ni ella te ha mandado ese mensaje, ni está muerta.
-Aún no he avisado a la policía, ¿sabes por qué?
-¿Por qué? No te entiendo, me dices que Dolores está muerta y que me lo has ocultado toda la tarde, hemos hecho el amor como si nada, no te entiendo, no puedo entenderte, a veces creo que vivo con una desconocida.
A Tristana le hicieron daño las palabras de Juan, se las tragó como si fueran un purgante o el justo castigo a su silencio. Al menos, su enfado parecía indicar que él no era culpable, que lamentaba la muerte de la viuda.
-Llegué a pensar que habías sido tú-dijo por fin, con voz apagada.
Juan se levantó de la cama y empezó a dar vueltas por la habitación, como si fuera un ratón atrapado en una caja de zapatos, se mesaba el cabello, repetía una y otra vez, “no es cierto, no ha sucedido, no puede ser”. A Tristana empezaba a dolerle la reacción de su marido. Se sentía cada vez más culpable, un monstruo insensible. Alguien que descubre un cadáver y no dice nada. Incluso le surgían dudas sobre si Dolores podría estar viva, ¿y si se confundió al tomarle el pulso? Su marido pareció adivinar sus pensamientos. No era la primera vez que le pasaba, a veces tenía la sensación de que podía leerle la mente, incluso se mantenía alejada cuando no quería que supiera en lo que estaba pensando.
-¿Estás segura de que está muerta?
-Sí-dijo con firmeza, necesitaba estarlo.
-Tenemos que ir allí, avisar a la policía.
-¿Y cómo explicamos nuestra presencia en su casa?
-No sé, no sé..., déjame pensar.
Juan siguió con sus paseos frenéticos, Tristana temía que acabara chocando con los muebles, por fin, pasados varios minutos, se detuvo.
-Tienes razón, no diremos nada, ¿te vio alguien entrar o salir del piso?
-Creo que no, no pasaba nadie por la calle.
-¿Y los vecinos?
-No, creo que no, eran poco más de las cuatro, a esas horas la gente está en sus casas.
-Necesitamos una coartada, sobre todo yo, al ser compañero de trabajo. No sé si bastará con tu declaración.
-Pero si tú no estabas conmigo cuando sucedió.
-Diremos que sí, que estuvimos juntos toda la tarde, ¿entendido?
Tristana volvió a sentir miedo, Juan razonaba con mucha desenvoltura, quizás su apenada actitud anterior había sido fingida, y lo único que buscaba era una coartada firme ante la policía.
-Entendido, pero también estuve en el piso de la Rata, con su madre, ya sabes.
-Sí, pero eso fue antes. Sólo tienes que decir que en cuanto acabaste allí te viniste a casa, donde yo te esperaba.
-No sé, no deberíamos preocuparnos por esto, tú no la has matado.
-Claro que no, cariño. Pero he estado en su casa, tú misma me has dicho que la Rata me vio entrar, esa mujer no es de fiar, puede ir con el cuento a la policía. Odiaba a Dolores, y disfrutaría haciéndome daño a mí, por ser su mejor amigo.
A Tristana no le gustó que Juan se considerara el mejor amigo de la viuda. Se sentía mal cada vez que su marido pronunciaba el nombre de Dolores, parecía quedarse flotando en el ambiente, enrareciendo el aire que respiraban, levantando muros entre los dos, barreras que los separaban.
-Creo que por la Rata no debemos preocuparnos, hablaré con ella, en el fondo no es mala chica, un poco inadaptada...
-¿Crees? Eso no es suficiente, tenemos que estar seguros de que no nos implicará. Venga, vamos a comer algo.
A Tristana no le apetecía preparar la cena, ni comer, sólo tenía ganas de llorar. Se imaginó flotando sobre un mar de lágrimas, todas suyas, dejándose llevar a la deriva como los restos de un naufragio. Siempre le habían llamado la atención aquellas escenas de las películas de piratas, en las que el barco naufragaba y el mar quedaba sembrado de objetos. Abrió los ojos y se enfrentó a la realidad. Juan ya estaba en la cocina preparando una ensalada, su sangre fría la tenía preocupada, nunca hubiera imaginado aquella reacción.
- ¿Dónde está el cuchillo jamonero? -Lo oyó gritar.
-Debajo del jamón, como siempre.
-No está, y lo he buscado por toda la cocina.
La mujer no contestó, recordó que lo había utilizado esa misma mañana para prepararle el bocadillo a Tea. Y después la Rata entró en la cocina a beber agua, ¿se lo habría llevado? En su enorme bolso pudo esconderlo con facilidad. Para qué iba a querer un cuchillo, no podría sacar mucho por él, en la cocina había algunos adornos que valían bastante más.
Y hablando de la Rata, quizás debería llamarla para asegurarse de que no hablaría sobre las visitas de Juan a Dolores. No, mejor no contarle nada, conociéndola trataría de sacar provecho a la situación. La última vez no le cobró, pero la animó a visitar a su madre, que fue la encargada de apropiarse de sus cincuenta euros. Recordó el frasquito, la peor inversión de su vida. Juan había vuelto a la cuna de sus brazos sin necesidad de pociones, aunque no conseguía librarse de la sospecha de que su regreso había sido interesado.
El domingo amaneció nublado, unas enormes nubes grises ocultaban a un sol apagado y débil. Tristana apenas consiguió conciliar el sueño en toda la noche, Juan se la pasó roncando, como si nada hubiera sucedido.
Cuando sonó el teléfono, acababan de desayunar, era Carlos, el jefe de Juan. Habían descubierto el cadáver de Dolores. El gato de una vecina se escapó y lo encontraron lamiendo la sangre derramada. La policía lo había llamado a él porque no tenía familiares en la ciudad.
Juan se hizo de nuevas, preguntó mil detalles, se derrumbó, lloró al abrigo del teléfono, su tono era de amargura e impotencia. Hizo bien el papel, pensó su mujer.
-Me ha dicho Carlos que la policía busca el arma del crimen. En el piso no aparece, tampoco han encontrado el teléfono móvil de Dolores. Me ha pedido que le acompañe hasta el lugar del crimen, allí nos espera la policía para hacernos algunas preguntas.
Tristana se sobrecogió, si encontraban el teléfono de Dolores verían el mensaje que le envió a ella. Un mensaje comprometedor, sin duda. Podrían considerarlo un buen motivo para el asesinato. ¿Por qué se sentía culpable? No lo entendía muy bien, había sido a partir de que Juan le propusiera que fuera su coartada. En ese momento tomó conciencia de que podía ser acusada, y eso le provocó una gran desazón.
Vio a través de la ventana como se alejaba el coche de su marido. Dio rienda suelta a su angustia y se puso a llorar, llevaba horas necesitándolo. Luego, un poco más calmada, se dedicó a limpiar la casa, así se mantendría ocupada. Puso la radio, y trató de aparentar que era un día normal, un domingo cualquiera, que no existían fisuras en su vida, ni asesinos, ni muertos. A una peluquera de barrio, cincuentona y casada, no le pasan estas cosas. No descubre cadáveres, ni va a la cárcel por un crimen que no ha cometido. Todo se resolverá, encontrarían al asesino y ella podría recuperar su vida normal, junto a su marido, sin ideas absurdas. Su deseo de poner a prueba a Juan, ahora le parecía una vanidad inútil, fatua, propia de una chiquilla. Si conseguían salir indemnes de aquella situación, no volvería a dejarse llevar por su orgullo.
El timbre del teléfono la sacó de golpe de sus reflexiones.
―Hola Tristana, ¿cómo te fue ayer con mi madre?
―Bien, bien―contestó Tristana como una sonámbula.
―Seguro que la muy puta te dijo que no era mi madre, que me había adoptado.
―Sí, algo así me contó, ¿no es cierto?
―No, no lo es. Se avergüenza de mí, nunca soportó que su hija fuera tan fea. Bueno, yo te he llamado por otra cosa. Dime, ¿cómo te fue ayer con Dolores?
―¿Cómo sabes que fui a verla?
―Yo lo se todo, querida. Incluso sé que la encontraste degollada. Ya no hay obstáculos entre tú y tu queridito marido.
―¿Qué?
―No, no hace falta que me des las gracias, para mí fue un placer acabar con la vida de esa orgullosa. Nadie se enfrenta a la Rata y sale indemne, recuérdalo.
―¿Qué dices Tea?, ¿has sido tú?, ¿cómo has podido?
―No amiga Tristana, has sido tú, y tengo pruebas.
―¿Qué pruebas?, ¿qué tienes contra mí? Si acabas de confesar tu culpabilidad…
―¿Recuerdas el mensaje que recibiste hace ayer?, ¿te parece poco? Tengo el teléfono de Dolores, sólo he de dejarlo en algún sitio fácil de localizar. En ese mensaje se encuentra el móvil del crimen. Luego está lo del arma homicida, ummmm, qué rico estaba el bocadillo de jamón que me preparaste esta mañana, y qué afilado el cuchillo.
―¿Qué quieres de mí? ―Preguntó Tristana abatida.
―Dinero.
jueves, 20 de mayo de 2010
Mi relato en Sexto Continente. RNE
lunes, 17 de mayo de 2010
Una idea absurda: Capítulo 5
La Rata no esperó la respuesta de Tristana, se metió en su casa, invadió su hogar con total desparpajo. Tomó asiento en el sofá, e indicó con un gesto a la peluquera que se sentara a su lado. Sus ojillos grises recorrían ávidos la habitación, parecía calibrar el valor de cada uno de los objetos que allí había, incluso olfateó el ambiente. Quizás por eso le habían puesto Rata, pensó Tristana, por su manía de estar siempre olisqueándolo todo.
―¿Qué quieres? No pienso darte más dinero.
―Te he dicho antes que era gratis, ¿recuerdas?, no sé por qué te pones tan agresiva conmigo, guapa, sólo te he dado lo que tú me has pedido.
―¿Qué tienes con Dolores? Te oí discutir con ella...
―Es mala, ya te avisé, no deberías escucharla. A veces pienso que te falta un tornillo, o que eres una estúpida, se lo está montando con tu marido y tú vas a su casa a escuchar sus mentiras. ¿Qué esperas que te cuente?, ¿la verdad?
―¿Qué sabes tú de mi marido?
―Lo he visto salir de tu casa, es el mismo hombre que vi entrar en la casa de Dolores hace unos días.
Tristana bajó la cabeza avergonzada. En las últimas semanas no había dado muestras de inteligencia precisamente. Quizás Tea llevara razón, había caído en la trampa de la viuda, en sus cantos de sirena. Cuando se lo proponía podía ser una mujer persuasiva, más de una vez le había hablado su marido de la buena mano que tenía con los clientes, incluso con los más difíciles de contentar.
―Oye, no te voy a cobrar nada, pero tengo hambre, ¿me podrías preparar un bocadillo de jamón? Son mis favoritos, pero odio manejar los cuchillos, y no me gusta el envasado, seguro que tú tienes una hermosa pierna en esa cocina ¿no?
―Sí, pero...
―¿No me invitarás ni a un bocadillo? Te aseguro que mi información vale mucho más.
―Bueno, espera un momento. O mejor, acompáñame si quieres―temía dejarla a solas en su salón.
La Rata se levantó, a Tristana le pareció ver un brillo de triunfo en su mirada, quizás sólo era producto de su avidez. Se adentró en la cocina seguida de Tea, cortó el jamón en finas lonchas, bajo la atenta mirada de la Rata, que de vez en cuando se mojaba los labios con la lengua, anticipando el placer que le depararía devorar aquel manjar. Una vez terminó de cortar, limpió la hoja del afilado cuchillo y lo dejó bajo el paño que cubría el jamonero. Abrió el pan, le puso un poco de aceite, introdujo las lonchas, lo colocó sobre un plato y se lo ofreció a la soplona malcarada.
Ésta lo miró satisfecha y se dirigió de nuevo al salón, se acomodó en el sofá y le pidió a Tristana que se sentara frente a ella, entre bocado y bocado, empezó a relatar su historia.
―No sé que te diría la viuda alegre el otro día, pero te aseguro que es mentira.
―Me dio una versión diferente a la tuya, pero coincidía en lo básico, Estela no es su hija, sino su sobrina.
―¿Y te habló de la relación que mantenía su marido con ella? Sí, no me mires así. Tomás estaba enamorado de Estela desde hacía meses, y la chica le correspondía. Al principio pudieron ocultar su relación, pero pronto Dolores empezó a sospechar. Hasta que un día discutieron y Estela amenazó con irse y llevarse a Tomás, lejos de allí, lejos de su madrastra que tan mal se había portado con ella, a pesar de ser también su tía.
―No puedo creerlo, estás mintiendo, Tomás podría haber sido el padre de Estela...
―¿Y qué? El amor no tiene edad, ni la jodienda tampoco. Una chica como Estela disponía de suficientes armas de mujer para engatusar a un cuarentón, vamos que se lo llevó al huerto, que fue ella quien lo sedujo a él. Al principio, según me confesó la propia Estela, lo hizo por fastidiar a Dolores, pero después acabó enamorándose de Tomás, quizás buscaba en él la figura del padre perdido en el accidente de avión. Al menos mi siquiatra, si lo tuviera, diría eso, jejeje...
―No sé, no puedo creerte, Dolores aún es joven y atractiva y, según mi marido, Tomás la quería mucho.
―Creo que tu ingenuidad traspasa todos los límites conocidos, Estela era más joven y más complaciente, no ponía ninguna traba en el sexo, ninguna, ¿entiendes?
―¿Cómo puedes saber tanto sobre eso?
―Estela visitaba a mi madre, solía ir por mi casa para que le echara las cartas, le contaba sus cosas, recibía sabios consejos, mi progenitora sabe mucho sobre lo que hay que hacer para conquistar a un hombre, no en vano ha dedicado gran parte de su vida a proporcionarles placer.
Tea calló un momento y acometió con más brío el bocadillo de jamón; Tristana desvió la vista, no era un espectáculo agradable verla masticar. No comprendía como una mujer que se expresaba con desenvoltura, incluso con cierta propiedad, tuviera unos modales tan brutales, masticaba con la boca abierta, y ya había eructado en un par de ocasiones.
―Voy a por un vaso de agua. No, no te molestes, ya he visto donde están, espérame aquí.
Al levantarse la Rata, Tristana reparó en que llevaba un gran bolso de tela colgado, que no se había quitado en ningún momento desde que llegó a su casa. Por un momento temió que pudiera robarle algo, pero en la cocina no había nada de valor, así que se tranquilizó y esperó sentada su regreso, en su cabeza daban vueltas las palabras de Tea, que enredaban aún más la historia de la viuda.
―Ummm, un bocadillo delicioso, espero que me invites otro día. En fin, ahora viene lo más interesante de la historia: el día del accidente.
―¿Qué accidente?
―El de Tomás y Estela, cuál va a ser. Ese día la chica cumplía dieciocho años, ya era mayor de edad, llevaban tiempo planeando su huida. Tomás había solicitado el traslado a otra ciudad sin que lo supiera Dolores, incluso habían alquilado un piso allí, todo preparado para iniciar una nueva vida al lado de su hijastra, de piel más tersa y costumbres más disipadas en la cama. El hombre nunca había disfrutado tanto, no podía vivir sin las caricias que mi madre enseño a Estela.
―¿Y Dolores no sabía nada?
―Sí, ya te dije antes que discutió con Estela, pero finalmente decidieron pedir perdón los dos y hacer como que se arrepentían, para ganar tiempo, hasta que Estela cumpliera los dieciocho. Dolores, que no es tonta, siempre sospechó que seguían juntos, por eso hizo lo que hizo.
―¿Qué hizo? ―gritó Tristana, que empezaba a desesperar con los rodeos que daba la Rata.
―Provocó el accidente de coche, en el que murieron los dos.
¿Dolores una asesina?, no, no podía ser. Aunque aquella mujer le desagradaba en extremo no podía imaginarla planeando la muerte de su sobrina y su marido como si tal cosa. Claro que los celos pueden cegar a la gente.
―No, no te creo―dijo por fin Tristana―¿Cómo pudo hacerlo?, ¿acaso ella sabe de mecánica?
―Claro que sí, ¿no te dijo el otro día que su ex marido tenía un taller de coches y que a veces le echaba una mano?
―¿Por qué me cuentas esto?, ¿por qué no se lo has dicho a la policía?
―No tengo pruebas, eso responde a tu segunda pregunta. La primera está clara, temo que esté pensando en acabar contigo, quería avisarte.
Tristana se quedó mirándola con la boca abierta, nunca se le hubiera ocurrido que su vida estuviera en peligro. Un escalofrío recorrió su espalda. Frente a ella, Tea sonría, en apariencia complacida por el efecto que habían tenido sus palabras.
―Debes alejarte de ella y recuperar a tu marido.
―No nombres a mi marido, y déjame en paz.
La peluquera se quedó callada, unas lágrimas se escaparon de sus ojos y notó que le quemaban las mejillas, las enjugó de un manotazo, pero otras las sustituyeron, al final rompió en sollozos. La Rata trató de consolarla, incluso le acarició el pelo e intentó abrazarla, Tristana la rechazó, había algo en aquella muchacha que la repelía, era algo que iba más allá de su grotesco aspecto exterior.
―Ven esta tarde a mi casa, a las cinco en punto, mi madre puede ayudarte.
―No creo en hechiceras, ni en sus pócimas milagrosas.
―Deberías acudir a la cita que he reservado para ti y escuchar sus consejos, a Estela le funcionaron muy bien.
Tea se fue, dejando a Tristana envuelta en una espiral de dudas. En poco tiempo su vida había dado un giro radical, la apacible existencia que llevaba junto a su marido peligraba, como un niño pequeño al borde de un abismo. Dolores era la culpable. Ya no le cabía duda de que existía algo entre su marido y la viuda, incluso antes de que ella le hiciera aquella absurda propuesta.
Apenas comió, no podía tragar bocado. Se pasó horas mirando una fotografía antigua, en ella, Juan la abrazaba por detrás, sujetaba sus brazos y apoyaba la barbilla sobre su hombro. Los dos sonreían, al fondo un mar azul rubricaba su felicidad. A pesar de los años transcurridos, recordaba aquel momento con nitidez, fue el día que le pidió en matrimonio, la foto la hizo un turista extranjero que pasaba por allí.
Tomó una decisión, aún con miedo a equivocarse, consultó su reloj, aún le daba tiempo de llegar a la hora indicada, cogió el bolso y, sin mirarse al espejo ni retocar el peinado, se lanzó a la calle, llena de dudas sobre lo que esperaba encontrar en aquella casa.
Esta vez no se dejó impresionar por el decorado, fue la madre de Tea la que la dejó con la boca abierta. Esperaba encontrarse a una anciana decrépita, fea y roñosa como la hija, con alguna verruga sobre una nariz enorme, el prototipo de bruja mala de los cuentos. Sin embargo, se hallaba frente a una mujer madura, dotada de una belleza dulce, angelical. Los ojos muy azules y el pelo casi albino que le caía lacio sobre los hombros, la podrían hacer pasar por una turista nórdica, ya entradita en años.
―Tea no es mi hija―dijo, parecía divertida por mi asombro―la adopté cuando su madre murió, trabajábamos juntas en un bar de copas.
―No sé que hago aquí―dijo por fin Tristana, una vez repuesta de su asombro―Tea insistió, yo no quería venir, no creo en estas cosas…
―¿Estás dispuesta a perdonar a tu marido? Eso es lo primero que debo saber―dijo la vidente sin hacer caso al comentario de Tristana.
―No sé si en mi corazón hay sitio para el perdón, estoy muy enamorada y quiero recuperarlo, supongo que con el tiempo olvidaré lo que me ha hecho.
―Es más fácil perdonar que olvidar, y no hay perdón verdadero si no se olvida la ofensa.
―Supongo que sí, además no tengo pruebas de que me esté engañando con esa mujer, sólo sé que ha estado en su casa y que me lo ha ocultado, nada más. A veces pienso que me estoy montando una película en la cabeza, que todo esto no está pasando realmente, que un día me despertaré y todo será como antes.
―Puedo ayudarte para que sea así. He preparado algo para ti, Tea me avisó de que vendrías, me contó tu historia.
La vidente le mostró un frasco de reducido tamaño, dentro del cual un líquido de color púrpura se agitaba a un ritmo frenético, sin que la mujer moviera la mano. De pronto se detuvo y cambió de color, ahora era rojo. Tristana supuso que se trataba de un truco, muy bien ejecutado, eso sí.
―Pondrás unas gotas de este elixir en sus comidas durante una semana, no debes dejar pasar ni un solo día sin hacerlo, ¿entendido? Bien, además le pedirás perdón por tu actitud en estos días pasados, te mostrarás cariñosa y sumisa, debe confiar en ti de nuevo. Poco a poco olvidará a Dolores.
―Pero… son compañeros de trabajo, se ven todos los días.
―Cuando se tome esto sólo te verá a ti como mujer, el resto no le interesará lo más mínimo.
Tristana cogió el frasco, la madre de Tea extendió su mano y murmuró “son cincuenta euros”, la peluquera pensó, con ironía, que aquella familia no se movía por menos de las cinco decenas. Buscó en la cartera y le entregó un billete nuevo, recién salido del cajero. Una amplia sonrisa iluminó la cara un tanto marchita de la mujer, lo guardó en el bolsillo de su túnica y la acompañó hasta la puerta.
El sonido de su teléfono móvil la alarmó, abrió el bolso y rebuscó hasta dar con él, un mensaje: “Tristana, no quiero engañarte más, ven a mi casa ahora y te contaré mi relación con tu marido”
Tristana no podía creer lo que estaba leyendo, miró el frasquito que aún llevaba en las manos y le pareció el objeto más inútil del mundo. Dolores acababa de confirmar sus peores presagios. ¿Y ahora qué? Ir a su casa a que la humillara o quedarse a esperar que fuera el propio Juan quien le contara la historia.
¿Y si era realmente una asesina y sólo quería tenderle una trampa? No, no creía las palabras de Tea, en su mundo, en su pequeño universo no había asesinos ni muertos, eso eran cosas de las películas. La Rata había tratado de asustarla, casi llegó a conseguirlo.
Nunca se había considerado una persona cobarde, y mucho menos lo iba a ser ahora, iría a casa de la viuda, cuanto antes supiera toda la verdad mucho mejor, no pensaba utilizar ninguna pócima para atraer a su marido, si no quería estar con ella no lo obligaría, aún le quedaba una pizca de orgullo.
Llegó sudando a la casa de Dolores, tocó varias veces en el portero automático pero nadie le abrió, reparó en que la puerta se hallaba semiabierta, se adentró en el portal y subió las escaleras de dos en dos. La viuda debía estar en su casa, apenas hacía quince minutos que había recibido el mensaje.
Al llegar al rellano le extrañó que la puerta de acceso a la vivienda estuviera entornada. Llamó al timbre un par de veces, no sabía si entrar o marcharse, la situación le parecía muy extraña. Por un momento sintió miedo, ¿y si realmente Dolores era una asesina?, ¿y si todo aquello sólo era una trampa? Con gran sigilo se adentró en la casa. En un primer momento no vio nada, avanzó despacio, rodeada de un silencio sepulcral, sólo se oían las suelas de sus zapatos.
De pronto se quedó sin aire, frente a ella estaba Dolores, sentada en una silla, los pies y las manos atadas a la misma, la cabeza hacia atrás en una postura imposible, el cuello se había convertido en un enorme manchurrón rojo, la sangre aún manaba de la herida abierta, resbalaba por su ropa y empezaba a formar un charco en el suelo.
miércoles, 12 de mayo de 2010
En la Feria del libro de Sevilla
El sábado nos fuimos a la Feria del Libro de Sevilla, fue un impulso, el viernes aún no teníamos decidido nada, si acaso pensábamos acercarnos el domingo. Nos decidió las previsiones del tiempo, el domingo amenazaba lluvia.
Aprovechamos las primeras horas de la tarde para hacer un poco de turismo. En primer plano, mi familia sobre Chillida, al fondo, el puente de Triana, sobre el río Guadalquivir.
Quién sabe, lo mismo el año que viene estoy firmando libros en Sevilla. O al menos en la caseta, esperando que alguien se acerque.
Para finalizar el día, un espectáculo callejero, que nos hizo reír y puso el cierre a un día muy bien aprovechado. Sólo quedaba cenar y marcharnos al hotel, para el merecido descanso.
lunes, 10 de mayo de 2010
Una idea absurda: Capítulo 4
Tristana se perdió varias veces por las callejuelas, no conocía bien aquella parte de la ciudad, caminaba en círculos, no conseguía concentrarse en la ruta a seguir. En aquel deambular sus nervios terminaron por destemplarse, por otra parte, temía llegar a casa y encontrarse con Juan, no sabía si podría contenerse, si podría mirarlo a los ojos sin decirle que ya lo sabía todo, que no hacía falta que siguiera mintiendo.
Lo halló en la cocina preparando una ensalada, en su rostro se reflejaba cierta inquietud.
— ¿Dónde has ido? Estaba preocupado por ti, te he llamado varias veces.
Tristana rehuyó su mirada y recordó que cuando vagaba por las calles desconocidas, le había parecido oír el sonido de su teléfono móvil, pero no tuvo ganas de responder.
— Lo siento, salí a tomar unas cervezas con Pili y olvidé avisarte, con el ruido del bar no oí el teléfono —mintió Tristana con todo el aplomo que logró reunir—perdona, estoy cansada, creo que me voy a la cama sin cenar.
Antes de que él pudiera decir nada se metió en el cuarto de baño y cerró por dentro, algo que no solía hacer nunca. Necesitaba estar sola, llorar sola.
Cuando se levantó al día siguiente aún no sabía que actitud tomar. Sentía miedo a la soledad, a vivir sin su marido, no podía imaginar su existencia sin él, como no podía imaginar una casa sin muros que la sustentaran. Temía precipitarse y perderlo para siempre. Desayunó sin ganas y se marchó a la peluquería. A media mañana recibió una llamada que la angustió aún más.
— ¿Tristana? Hola soy Dolores, la compañera de trabajo de tu marido.
— Sí, sé quien eres, ¿ha pasado algo?
— No, no te preocupes, no es nada, sólo que me gustaría charlar contigo un rato, lo antes posible, ¿podría ser esta tarde?
— ¿Charlar?, ¿sobre qué? —No le apetecía lo más mínimo volver a ver a aquella mujer.
— Es algo muy importante, al menos para mí, pero no me gustaría contarlo por teléfono.
— Está bien, salgo a las ocho.
— Perfecto, yo también, nos vemos en mi casa, ya sabes donde vivo, allí estaremos más tranquilas.
Aún no sabía por qué había aceptado la cita, quizás Dolores quería confesarle que era la amante de su marido y de paso suplicarle que se quitara del medio. No, no iba con la forma de ser de Dolores, suplicar no era su estilo. Se limitaría a humillarla, a burlarse de ella y de sus cuernos. ¿Y qué más da?, pensó, ya nada le importaba; su vida había entrado en una dinámica endemoniada, en los últimos días los acontecimientos se rebelaban contra ella. Dolores, Tea, Juan, todos parecían conjurados para dañarla. Y ni siquiera le quedaban fuerzas para protestar, ni argumentos razonables que esgrimir, ella misma había iniciado el movimiento fatal de aquella rueda que amenazaba con aplastarla.
La jornada transcurrió sin prisas, el sol, enredado en los cristales de la peluquería, desnudaba con crueldad los rostros de las clientas; la mayoría de mediana edad, como las peluqueras que las atendían. Apenas acudían jovencitas al negocio, en cuanto dejaban de ser niñas, y les permitían elegir por sí mismas, se alejaban de allí como de la peste, quizás temían contraer la más fatal de las enfermedades, la vejez. A la mayoría de la gente no le gusta los viejos, ni los sitios decrépitos. Pili, la dueña, debería haber hecho reformas hace tiempo, pero una historia de amor truncada la dejó sin ganas de vivir, sin fuerzas para cambiar muebles. Tristana no se resignaba a acabar así, Juan y ella siempre se habían imaginado como ancianos venerables, tomando el sol en alguna de las playas del sur, untándose la espalda con cremas y paseando cogidos de la mano por una playa dorada de arena fina. Una imagen idílica que cada vez veía más lejana, casi utópica.
Tocó el portero electrónico, al otro lado contestó la voz áspera y grave de Dolores. No encontró ningún matiz amable, no lo esperaba. Mientras subía las escaleras la asaltó el recuerdo de su madre, cuando ella murió sintió que algo se había roto para siempre, que la única persona en el mundo que la quería de forma incondicional ya nunca estaría ahí para prestarle su hombro. Cuánto añoraba a su madre en aquellos días. Una nube de tristeza gris, espesa y fría, la perseguía por las escaleras y llegó antes que ella a la puerta. Hubiera preferido sentirse rabiosa, enfadada; sacar toda su mala leche y pegarle una bofetada a Dolores antes de que ésta empezara a hablar. No se sentía con ánimos para insultarla, así que entró callada en la casa y esperó a que la viuda tomara la iniciativa en la conversación.
— Gracias por venir, Tristana, ¿quieres tomar algo?
— Un vaso de agua, por favor—notaba la garganta reseca como si acabara de atravesar un desierto.
— Toma, perdona que te haya llamado así, de improviso, pero creo que es lo mejor que puedo hacer, que te lo debo a ti y a tu marido. El otro día te vi hablando con la Rata, esa mujer es peligrosa, puede hacer mucho daño si se lo propone y no me gustaría que metiera cizaña entre tú y yo, ¿entiendes?
— ¿Qué me puede decir de ti?
— Tantas cosas como su imaginación fabrique, es mala, una alimaña, no lo dudes.
Tristana calló, se sentía amilanada ante la presencia de Dolores, el tono de su voz, la forma de sentarse con las piernas cruzadas y la espalda recta, su perfecto peinado, la ropa a su medida, sin una sola arruga. Sin duda era bella, de ojos grandes y oscuros, nariz decidida, mentón prominente, labios finos y bien dibujados. Su belleza tenía fuerza, una fuerza animal que se palpaba en el ambiente, que se respiraba en el aire.
— Por favor, Tristana, quiero contarte muchas cosas sobre mí, déjame hablar, procura no interrumpirme, no sé si podría continuar—el tono de súplica desconcertó a la peluquera, por lo inesperado.
— De acuerdo, a eso he venido, a escucharte. Tú dirás.
— No sé muy bien por donde empezar. Sé que doy una imagen de mujer dura, insensible, no siempre fue así, la vida me ha ido forjando este carácter. Me casé muy joven, apenas veinte años, muy enamorada; como se suele decir, con una venda en los ojos. Apenas necesité unos meses para darme cuenta de mi error, pero no me sentía capaz de marcharme, de alejarme de él, me tenía bien amarrada. Dominaba todos los aspectos de mi vida. Por ejemplo, a mí siempre me gustaron los niños y deseaba ser madre, mi marido temía que me quedara embarazada y mi cuerpo se deformara y dejara de gustarle. Era así, egoísta en extremo. Cuando sintió el deseo de ser padre, yo estaba decidida a dejarle, así que decidí tomar pastillas a escondidas para no quedarme embarazada, no quería tener nada que me uniera a él. Fue por entonces cuando ocurrió lo del accidente, el avión donde viajaban mi hermana y su marido se estrelló, no hubo supervivientes. O sí, en tierra quedó Estela, mi sobrina.
— ¿Estela no era tu hija? —se hizo de nuevas Tristana, hasta ahora la historia coincidía con lo que le había contado Tea.
— Sí y no, no era mi hija natural sino mi sobrina, pero yo la adopté legalmente y la quise como si lo fuera. Le di todo el cariño que guardaba para los hijos que no llegué a tener. Sin embargo,… —Dolores calló, como si se le hubiera hecho un nudo en la garganta.
— Por favor sigue, te escucho.
— Sin embargo ella me odiaba, me consideraba la responsable de la muerte de su madre, de mi propia hermana, creo que temía tomarme cariño y olvidarse de ella, por eso siempre mantuvo las distancias. Luego estaba lo de mi marido, al principio él estuvo de acuerdo en que la adoptáramos. Mi cuñado dirigía una empresa de calzado, una fábrica pequeña pero con gran proyección, cuando tuvieron el accidente se dirigían a Nueva York, iban a firmar un importante contrato con una cadena de tiendas americanas. Mi esposo pensó que sería un buen negocio quedarnos con la niña y con el dinero que le habrían dejado sus padres. Lo que no sabía, ni yo tampoco, es que mi cuñado se había endeudado hasta los ojos al realizar las inversiones necesarias para poder atender los pedidos de su nuevo cliente norteamericano. Cuando se liquidó la empresa no quedó nada, Estela carecía de herencia y eso disgustó tanto a mi marido que me prohibió comprarle nada más allá de lo imprescindible, y para asegurarse me racionó el dinero, hasta le molestaba lo que comía, si se bebía un zumo o me pedía un cuaderno para el colegio.
— Es increíble.
— Es cierto, yo le compraba ropa a escondidas, le quitaba las etiquetas y decía que me la habían dado en la beneficencia, de esta forma no se enfadaba conmigo ni con la niña, a la que no le decía la verdad por temor a que se le escapara algo delante de él. Estela me odiaba, creía que era yo la que no quería comprarle vestidos nuevos. Yo no podía hablar, temía por la integridad de las dos. Soporté muchas palizas en esa época, todo por Estela, sin que ella se enterara. Pero tuvo que pasar algo más que unos cuantos golpes para decidirme a marcharme, a dejarlo para siempre. Un día lo descubrí espiando a mi sobrina mientras se desnudaba, acababa de cumplir quince años y en los últimos meses su actitud respecto a ella había cambiado, la llevaba de compras y le consentía todos sus caprichos, eso me hizo sospechar y extremé mi vigilancia.
— ¿Y Estela, que opinaba?
— ¿Estela? No quería irse, mi marido sabía como ganarse el afecto de una chica de su edad, no fue la única que cayó en sus garras, conforme pasaba el tiempo menos interés mostraba por mí, me hizo sentirme vieja con treinta años.
Dolores se levantó y dio un paseo por la habitación, se detuvo junto a la ventana. Por primera vez a Tristana le pareció una mujer vulnerable, humana. Su voz ya no era tan ronca ni su tono tan brusco como al principio, se iba suavizando, aniñando conforme los recuerdos se revolvían dentro de su cabeza. La versión encajaba con la que le había dado Tea, pero los puntos de vista eran muy diferentes. ¿Cuál sería la verdad si es que ésta existía? Tristana no creía en verdades absolutas, tampoco creía a Dolores, ni siquiera creyó a Tea. Sin embargo, necesita oír más, no es que le interese la vida familiar de Dolores, simplemente espera, anhela que llegue a la parte que le afecta. Le gustaría preguntarle, dejar atrás a su hija o sobrina o lo que fuera, y que hablara de su relación con Juan, por qué estuvo en su casa la otra tarde, por qué le había mentido. No tuvo valor de precipitar los acontecimientos, se calló y esperó paciente a que Dolores reanudara su historia.
— Estela me odió por dejar a mi marido, durante meses apenas me dirigió la palabra. Traté de explicarle lo que aquel mal nacido pretendía hacer con ella, le hablé del daño que me había inflingido durante tanto tiempo. Sus oídos parecían impermeables, no dejaban pasar mis palabras, ni mis ruegos. Fue en esa época cuando nos mudamos aquí. Al poco tiempo conocí a Tomás, pensé que él podría ser el hombre que necesitaba, tierno, responsable, respetuoso, y un poco mayor que yo, alguien que me guiara en los días de niebla, que me calmara en las noches de pesadillas.
— Dolores, no sé por qué me cuentas todo esto, no sé que hago aquí, es tu vida. Además ni siquiera somos amigas, se lo podrías haber dicho a mi marido, tengo entendido que viene por tu casa.
— No, Tristana, no imagines nada raro
Tristana se levantó, tenía unas ganas inmensas de llorar, no pensaba decir eso, no quería mostrarse débil delante de Dolores. Decidió marcharse, no deseaba seguir escuchando las palabras de la viuda, la prefería distante e inaccesible. Si seguía allí un minuto más acabaría ahogándose en sus propias lágrimas. No escuchó las súplicas de Dolores, se dirigió a la puerta y bajó corriendo las escaleras otra vez, aquello terminaría por convertirse en una costumbre. La viuda salió tras ella, ya fuera del edificio continuó llamándola, en ese momento apareció Tea.
─ ¿Qué buscas mal nacida? ─ Le increpó Dolores, alterada y roja por la carrera.
─ No me hables así, ¿quién te crees que eres?
─ Te hablo como me de la gana, bastante daño me has hecho, tengo derecho a insultarte, incluso a golpearte. Dime, ¿qué mentira le has contado a Tristana?
─ Le he dicho todo lo que debe saber sobre ti, no, no te preocupes, te he dejado por las nubes, querida ─ dijo con una sonrisilla irónica colgándole del labio.
Tristana se había detenido y presenciaba la escena semioculta tras un árbol. Las mujeres no habían reparado en su presencia y siguieron con su disputa.
─ Un día de estos, Rata, te vas a arrepentir de todo el daño que me has hecho, aléjate de la peluquera y de su marido, no te acerques a ella, como me entere que vuelves a verla para seguir enredando con tus malas artes te juro, te juro…
─ ¿Qué me vas a hacer?, ¿darme una paliza?, ¿matarme?, no me asustas Dolores, deberías ser tú la preocupada, nadie se enfrenta a Teodora en este barrio sin sufrir las consecuencias.
Tristana se sorprendió al ver que sus manos temblaban como las hojas del árbol que la mantenía oculta, no esperaba aquella agresividad entre las dos mujeres, decidió marcharse antes de que descubrieran que seguía allí. Más desconcertada que nunca emprendió el camino hacia su casa. Cuando llegó sintió unos enormes deseos de que su marido la abrazara, que le transmitiera esa fuerza que tan bien le venía cuando se encontraba deprimida. Sin embargo, se mantuvo alejada de él, apenas le dio un beso en la mejilla, y evitó sus miradas preocupadas. Juan había preparado una tortilla de patatas que comieron en silencio. Por fin habló Tristana:
─ He estado con Dolores, en su casa.
─ Me dijo que te iba a llamar
─ Ya veo que no tiene secretos para ti ─ dijo con ironía mal contenida.
─ No es lo que piensas.
─ ¿Y tú como sabes lo que pienso? Siempre has estado muy seguro de mí, la predecible Tristana, siempre me pides la comida en los restaurantes porque conoces mis gustos mejor que yo, ¿nunca te has parado a pensar que he podido cambiar de preferencias? Sí, ya sé que soy estúpida, mis actos hablan por mí, te pedí que sedujeras a tu compañera de trabajo, más guapa y más interesante que yo. Hay que ser imbécil.¡ Imbécil!¡Imbécil!
─ No te mortifiques, eso sólo fue una idea tonta a la que yo no hice ni caso. ¿Por quién me tomas?
─ No quiero escuchar tus mentiras, ni las de Dolores, ni las de la Rata; no quiero hablar más de este tema. Necesito pensar, déjame tiempo.
─ Dolores me ha hablado de esa Rata, no debes fiarte de ella, sólo busca el dinero y hacerle daño, la odia desde que se instaló en el barrio porque ha sido la única capaz de hacerle frente, que no se ha dejado embaucar por sus mentiras, ni le tiene miedo a sus represalias.
─ Entiendo, ves por los ojos de Dolores, crees todo lo que ella te cuenta…
─ Y tú te estás dejando llevar por los celos, Tristana, recuerda lo mucho que nos une…
─ No nos une nada, ni siquiera logramos tener un hijo, este matrimonio es un fracaso desde el principio, un fracaso envuelto en papel de charol, tan brillante como vacío.
Dicho esto se marchó al dormitorio, se metió en la cama que llevaban compartiendo más de treinta años, deseó y temió a un tiempo que él llegara. No lo hizo, oyó ruido en el cuarto de invitados. Se tapó la cabeza con la almohada y lloró hasta deshacerse.
Pasaron varios días sin hablarse, ni siquiera lo más básico, eran como dos extranjeros de diferentes países, con idiomas distintos obligados a vivir juntos por necesidad. Así llegó el fin de semana, y el viernes por la tarde, Juan le comunicó con parquedad que iba a Jaén, a visitar a su hermana. Tristana recordó los olivares y sintió nostalgia de los veranos que solían pasar allí cuando los padres de Juan aún vivían. Aquella tierra le gustaba, se le había metido en las entrañas. No, no era el momento de viajar con él. Ni siquiera estaba segura de que le estuviera diciendo la verdad, lo más probable es que pasara el fin de semana con Dolores.
Aún permanecía en el ambiente el ruido del motor del coche de Juan alejándose cuando oyó el timbre de la puerta. No esperaba a nadie, se dispuso a despachar pronto al testigo de Jehová o al vendedor de turno. Se quedó paralizada al encontrarse con aquel feo y conocido rostro.
─ Hola Tristana, tenemos que hablar, esta vez te daré la información gratis, para que veas que soy buena gente y que no pienso sólo en el dinero ─ rubricó sus palabras con una sonrisa tan nauseabunda como su persona ─ al menos me invitarás a pasar, ¿no?
viernes, 7 de mayo de 2010
Tengo que ponerme las pilas
jueves, 6 de mayo de 2010
Los pelícanos ven el norte, Pablo de Aguilar
En este caso se trata de uno de nosotros, compañero de blogs, de taller, de ilusiones. Siempre gusta la buena literatura pero si además es de alguien tan cercano, es un verdadero placer degustarla.
La historia de Hércules, el protagonista de la novela, engancha, está bien llevada, tiene consistencia; y además está bien escrita. No es fácil encontrar una novela que reúna las dos cosas. A veces parece que el interés del argumento está reñido con la calidad literaria. Se me ocurre pensar en Los hombres que no amaban a las mujeres, la historia consigue enganchar, los personajes (sobre todo el de Lisbeth) están bien dibujados, pero poco más.
No dudéis, podéis conseguir el libro con la revista Qué leer de este mes, en cualquier quiosco o librería.
El premio:
El jurado del III Premio Volkswagen Qué Leer compuesto por Ángela Becerra, Enrique Murillo, Alberto García y Toni Iturbe, reunido en Barcelona a finales de marzo de 2010, ha acordado que la novela ganadora de esta edición es “Los pelícanos ven el Norte”, que corresponde al autor Pablo de Aguilar González. La novela narra las peripecias de un hombre llamado Hércules, que pese a su heroico nombre es una persona más bien desorientada y agobiada por sus fobias, que se va a Estados Unidos para cruzar el país en coche en busca de un amor de adolescencia que cree que va a convertirse en ese norte que perdió muchos años atrás, o que realmente nunca llegó a encontrar. Viaje, humor, amor, aventuras y desventuras se agitan en esta historia agridulce que discurre entre carreteras, persecuciones y recuerdos.
Vi la luz un domingo de hace 46 años, en la llanura de Albacete. Quizá, por eso, me gusten tan poco los lunes y las cuestas.
Llegué a un piso del barrio de Vistabella hará unos 26 años para hacerme informático. Y me convertí en murciano consorte hace 14. Supongo que por quedar bien con todos, mi hijo nació en Albacete y mi hija en Murcia. Para la literatura (obsérvese la minúscula), aparecí en el mundo hará unos 5 años, en Molina de Segura.
Con todo esto, me siento albaceteño, murciano y molinense.
Soy un autor tardío porque -como dice un amigo- seguramente, a los veintitantos, tendría mejores cosas que hacer que pasar horas a solas con mi monitor. Por el tiempo que llevo escribiendo, se puede decir que estoy a punto de licenciarme: o sea, que, ahora, empiezo a atesorar algunos conocimientos y me queda todo por aprender.
Cuando empezaron a enseñarme lenguajes de programación, me dijeron que uno de los mejores modos de aprender consistía en leer programas ya escritos. Es curioso cómo la informática coincide con la literatura en este punto. Creo que para alguien que quiere escribir, es indispensable leer. A mí, por suerte, me gusta más lo segundo que lo primero. Siempre he pensado que con el talento se nace; pero, como informático, sé que la técnica se aprende. Consciente, pues, de que el talento es el que es y que no podré mejorarlo, me interesa bastante todo lo que tenga que ver con la técnica de la narración. Intento leer sobre ello y quedarme con lo que sea capaz de todos los que puedan enseñarme algo. Y, por eso, agradezco a todos los que han sido tan amables de, bien por sus conversaciones, bien por talleres, bien por sus textos, compartir sus conocimientos conmigo (La Molineta Literaria, Ramón Alcaraz, Ana María Tomás, Andrés Neuman, Rubén Castillo, Chuck Palahniuk, Stephen King, y un largo etcétera) . Éste y todos mis relatos poseen algo de ellos.
He ganado algunos premios y he quedado más veces finalista. No voy a aburrir con una (no tan larga) relación de todos porque creo que sólo le interesarían a mi madre y a mi ego; y no sería conveniente que cualquiera de ellos engordara en exceso.
Para terminar, una frase de Camilo José Cela: "En ocasiones pienso que el premio de quienes escribimos duerme, tímido y virginal, en el confuso corazón del lector más lejano.". Estoy básicamente de acuerdo con ella pero... ¡qué demonios! a él seguro que no le importó ganar el Nobel.
martes, 4 de mayo de 2010
Una idea absurda. Capítulo 3
Tristana corrió por las calles, huyendo de si misma, de sus miedos, de su inseguridad. El encuentro con Dolores, la visión de su casa, aquel olor al perfume de su marido la habían perturbado. En la mano llevaba el trozo de papel que le había entregado Tea la Rata. Cuando le pareció que había puesto suficiente distancia entre ella y la viuda, abrió la nota y la leyó: Mañana, 8 tarde, 2º banco parque, traiga 50 euros”
Llegó a su casa agotada, se sentía diez años mayor, una anciana cansada y triste, como una solterona que acabara de enterrar a su gato, a su única compañía. Juan ya estaba allí, sentado frente al televisor, concentrado en un documental, parecía no haber reparado en su presencia. Lo observó en silencio, el pelo canoso pero abundante, el perfil griego de su rostro, las arrugas que le conferían un aire de distinción más que de vejez. Seguía siendo atractivo, comprendía que Dolores pudiera interesarse por él.
Recordó el día que se conocieron, ella bailaba con una amiga, cogidas de la mano. Se acercó y, con mucha delicadeza, la separó de su compañera, la miró fijamente a los ojos y le dijo que ya podía quedarse ciego, que había visto la mujer más hermosa del mundo. Y Tristana supo que lo decía en serio, que sus palabras no eran falsos halagos, que salían directamente de su corazón.
No podían seguir así, tenían que hablar, ella había iniciado aquella locura y debía terminarla.
─ Juan, ¿quieres que hablemos?
─ ¿Sobre qué? ─ preguntó desganado.
─ Sobre que va a ser, ya sabes, lo que te pedí el otro día.
─ Tranquila, estoy en ello, tu misión será cumplida.
─ ¿Cómo dices?
─ Trato de conquistar a Dolores, aunque debo confesar que no me hace mucho caso, todavía no me ha invitado a su casa ─dijo con voz burlona.
─ ¿Me estás castigando? Lo siento, jamás debería haberte pedido semejante cosa. Perdóname, no sé lo que se me pasó por la cabeza ese día.
─ No, si no estoy enfadado. Dolores es una mujer guapa, lástima que vaya siempre de luto y tapada hasta arriba, con los pechos tan hermosos que tiene…
Tristana iba a decir algo sobre que la ropa de Manuela ya no era negra pero se calló, Juan le había mentido, tras sus palabras aparentemente burlonas se escondía un mecanismo de defensa, decidió seguirle el juego.
─ ¿Mejores que los míos? ─ dijo tratando de aparentar indiferencia pero muerta de celos.
─ Sabes bien que no, los tuyos son los únicos. Tonta, ven aquí.
─ ¿Me perdonas, así tan fácil?
─ Llevo una semana sin hablarte, ¿no te has dado cuenta?
─ Claro que sí, ya sabes lo que me duelen tus silencios.
Por un momento se quedaron callados, como rememorando ese silencio triste que les había envuelto los últimos días. A Tristana le pareció que Juan rehuía sus miradas, fingiendo un interés desmedido por la programación televisiva. Le había mentido, Dolores ya no vestía de negro, quizás también la engañaba cuando dijo que aún no lo había invitado a su casa. El olor a su perfume en casa de la viuda aún persistía en su memoria.
Esa noche Tristana no pudo dormir. Hicieron el amor, en la más desolada de las reconciliaciones que nunca había vivido, los dos disimulaban, fingían que todo iba bien, que las caricias y los besos eran tan apasionados como otras veces, que los cuerpos se buscaban con ansia, que en el abrazo se fundían sus almas en una sola, sin secretos, sin fallas. La mujer sabía que no era así, sin embargo, aceptó el placer que su marido le ofrecía, como un obsequio por el daño inflingido. Sin embargo, era ella la que debería mostrarse solícita y avergonzada, por eso le extrañó la actitud de Juan, su empeño en satisfacerla.
Amanecía cuando por fin pudo conciliar el sueño, Juan se iba antes que ella a trabajar, esta vez no se levantó para desayunar juntos, alegó un dolor de cabeza y permaneció en la cama, en un duermevela lleno de pesadillas y malos presentimientos. Cuando sonó su despertador, ya había decidido a encontrarse con Tea, aquella mujer tan poco agraciada, la Rata, como la llamaba Dolores. Estaba convencida de que sabía mucho más de lo que le había insinuado la otra tarde, sólo tenía que llevar consigo un billete de cincuenta.
La mañana se le hizo eterna, lavar cabezas, peinar, moldear, secar, … El insomnio de la noche anterior le pasaba factura, y la edad, siempre la edad, que se iba desplomando sobre todo su cuerpo, arrasando su belleza. Los pliegues en el cuello, los surcos cerca de la comisura de los labios, las canas rebeldes asomando por lugares insospechados de su cabeza. Qué podía hacer ella contra la juventud de Dolores, debía buscar algo que la hiciera aparecer como una indeseable a los ojos de su marido, y esperaba que la solución se la diese Tea, la charlatana Tea, quizás sólo fuera eso, como decía Dolores, una intrigante que sólo buscaba dinero.
Al mediodía encontró su casa sola, Juan la había llamado, y con voz cariñosa le informó de que no iría a comer, que bajaría a un bar cercano, era época de declaraciones y el trabajo se acumulaba en la oficina. A Tristana no le importó, prefería estar sola, pensar en los acontecimientos de las últimas semanas, en el cambio que había dado su vida. No se fiaba de Juan, sospechaba que se sentía atraído por Dolores mucho antes de que ella le planteara su absurdo plan. Desde luego se lo había puesto en bandeja, pero Juan no es tonto, pensaba Tristana, me conoce bien y sabía que daría marcha atrás nada más pronunciar las fatales palabras.
Después de comer se quedó tumbada en el sofá, se había pedido la tarde libre, alegando un dolor de cabeza que no era del todo falso. Necesitaba dormir, descansar, llegar con la mente despejada a su cita con Tea.
El parque rebosaba gente esa tarde de mayo, a Tristana no le gustó el sitio elegido por Tea, preferiría haber quedado en algún lugar más tranquilo, miró inquieta a su alrededor. Tenía la sensación de estar haciendo algo malo y no quería que nadie conocido pudiera verla. Como aún faltaban algunos minutos para las ocho paseó un poco, su atención, como siempre, se centró en los niños que jugaban en la zona infantil. La melancolía solía apoderarse de ella cuando pensaba en lo mucho que había deseado ser madre, en el cariño desperdiciado por ese hijo que nunca vino. Cuando le llegó la menopausia, tan sólo un par de años atrás, se sintió inútil. Según los médicos no padecían ningún problema, y por eso lo intentaron año tras año, sin éxito. Ni siquiera se habían planteado la adopción, aferrados siempre a la esperanza de concebir un hijo propio.
─ Gracias por venir, ¿has traído el dinero?
─ Sí, claro ─contestó Tristana un poco molesta por la urgencia de Tea.
─ No te enfades, necesito los euros para mi madre, vivimos de su pensión y de lo que yo voy agenciándome por las calles.
─ No importa, pero no te lo daré hasta que me digas lo que sabes.
La Rata se quedó mirándola con atención, como evaluando la fiabilidad de Tristana, pareció convencerse de su honradez porque accedió a cobrar después de hablar.
─ Vámonos a un sitio más tranquilo, hoy está el parque abarrotado de gente, no quisiera encontrarme con Dolores, esa mujer me da miedo. Por eso el otro día me fui corriendo cuando la vi llegar, me la tiene jurada.
Tristana siguió a Tea, pronto salieron del parque y se adentraron en un barrio que apenas conocía. Conforme avanzaban, las calles se iban haciendo más estrechas y los edificios más viejos y deteriorados; a la peluquera le costaba seguir los pasos apresurados de Tea, le faltaba el aliento, pero se calló, no quería mostrarse débil ante aquella chica. Por fin se detuvieron ante una casa, su aspecto era lamentable, vejez y suciedad se unían para configurar un edificio de tres plantas construido en los años sesenta, de ladrillo visto y rejas en las ventanas de todos los pisos, incluido el último. Aquel barrio no debería ser muy recomendable. Tea abrió con una llave tan mugrosa como todo lo que les rodeaba. El portal era oscuro y húmedo, un olor fétido, a aguas estancadas, dominaba el ambiente. Subieron por unas escaleras estrechas, protegidas por una baranda de madera apolillada, Tristana no se atrevió a posar sus manos sobre ella, temía caerse al vacío si se apoyaba demasiado. La muchacha la precedía, el silencio las había acompañado desde que salieron del parque, ni un comentario, ni una palabra intercambiaron en los más de quinientos metros que habían recorrido hasta llegar allí.
En el segundo piso se detuvo, y llamó al timbre, esperó unos minutos y como nadie acudió a abrir la puerta sacó otra llave tan sucia como la anterior y la introdujo en la cerradura. Tristana pensó que había entrado en otra dimensión, que un lugar como aquel sólo podía existir en el mundo de las pesadillas. La habitación en la que se encontraban no tenía ventanas o quizás estaban tapadas con alguno de los murales que cubrían las paredes, todos ellos representaban imágenes brutales, niños decapitados, mujeres mutiladas, santos con los ojos sangrantes, brujas preparando comida para caníbales, ... La luz provenía del techo, de una lámpara con la pantalla forrada en tela roja. No había muebles, sólo algunos cojines en el suelo, alrededor de una mesa redonda, donde destacaba una bola de cristal, semicubierta por un trapo rojo.
Tristana se sintió mareada, no le gustaba aquel sitio, no entendía porqué Tea la había llevado hasta allí, sólo buscaba información sobre Dolores, algo que le confirmara que no era una buena persona, algo que mostrarle a Juan para que se olvidara de ella, para que nunca más regresara a su casa, a su cuerpo.
─ ¿Te encuentras bien? No te asustes, esto sólo es un decorado. Mi madre dice que es bruja, así se saca un dinerillo, las marujas del barrio vienen para que les eche las cartas o les lea las manos, cuando entran se sienten impresionadas, realmente creen que tiene poder, una puesta en escena, ya sabes. Ven, iremos a mi dormitorio.
El resto de la casa parecía normal, si se obviaba la mugre que reinaba en todas las estancias, el dormitorio de Tea era como un almacén en obras, ropa y objetos se repartían sin orden y concierto por el suelo, las paredes e incluso el techo, de donde pendían algunas perchas. A indicación de ella se sentó sobre la cama.
─ Enséñame el billete ─ dijo con voz autoritaria.
A Tristana no le gustó esa exigencia, abrió el bolso que apretaba sobre su regazo, como si temiera que se le fuera a perder entre tantas cosas, y sacó la cartera. Le mostró el billete y no se le escapó el brillo ansioso en la mirada de la Rata. Tuvo el presentimiento de que se estaba equivocando, de que Dolores llevaba razón. No podía dar marcha atrás, ya que había llegado tan lejos escucharía lo que aquella extraña criatura tuviera que decirle, si no le parecía coherente no le entregaría el dinero. Su instinto la hizo mirar hacia la puerta cerrada del cuarto, midiendo la distancia que la separaba de ella por si tenía que salir huyendo de aquella casa.
─ Bien, ahora escucha con atención. Lo que te voy a contar no es un chisme, no lo he oído en cualquier esquina, lo sé directamente de la boca de Estela, la supuesta hija de tu amiga Dolores. Sí, no me mires así, he dicho supuesta porque en realidad no era su hija, sino su sobrina. Cuando la niña apenas contaba diez años sus padres murieron en un accidente aéreo, Dolores se hizo cargo de Estela, incluso la adoptó legalmente. Nunca la quiso lo suficiente, cargó por ella por quedarse con el dinero de su padre, un influyente empresario, lo que no sabía es que tenía más deudas que bienes. Descargó en Estela la rabia que sentía por no convertirse en millonaria, tal como esperaba. No le compraba la ropa que necesitaba, ni siquiera lo más básico. A veces incluso se hacía pasar por indigente para conseguirle vestidos gratis. Estela sufrió mucho porque siempre se sentía inferior a sus compañeras.
Tristana escuchaba atónica, Tea relataba los hechos como si fuera un cuento de madrastras y princesas, sus ojillos brillaban con intensidad, y de su boca fina se escapaba un hilillo de baba. La impresión de que se encontraba ante un animal salvaje, un depredador se acrecentaba por momentos, pero se sentía atraída por la historia.
─ Nunca imaginé que esa hija no fuera suya, según mi marido la quería mucho.
─ Teatro, puro teatro. Delante de la gente representaba el papel de madre amorosa y preocupada. De todas formas las cosas cambiaron para Estela cuando Dolores se casó de nuevo. Tomás, el nuevo marido, sintió una predilección especial desde un primer momento por Estela, que entonces tenía diecisiete años y la autoestima por los suelos. Fue en aquella época cuando yo trabé amistad con ella.
Tristana trató de imaginarse cómo habrían iniciado una relación aquellas dos, la niña triste y apocada de Dolores, con aquel torbellino, correcalles que era Tea la Rata. La curiosidad la impulsó a preguntar.
─ ¿Cómo os conocisteis?
─ Ella quería algo que yo tenía. No, no te asustes, no vendo drogas ni cosas así, lo que buscaba era información.
─ ¿Información?
─ Sí, quería que averiguara todo lo que pudiera sobre Dolores, sospechaba que le era infiel a su marido, a Tomás, por quien ella sentía un cariño especial.
Nada más decir esto soltó una risa nerviosa y se frotó las manos. Tristana observó que estaban mojadas por el sudor, lo mismo que su frente y sus sienes. Sintió ganas de abrir la ventana y sin decir nada se levantó y lo hizo. El hueco daba a un patio interior, tan asqueroso como el resto del edificio. Se sintió defraudada, ni una gota de aire fresco entró en la habitación, si acaso un hedor nuevo, que la apartó de inmediato del alfeizar. Mientras ella hacía estos movimientos, Tea seguía contando su historia, eso sí, sin apartar sus ojos de los movimientos de Tristana.
─ Digo lo de cariño especial porque, en realidad, estaba enamorada como una loca. Me dijo que Tomás le recordaba a su padre, al que tanto echaba en falta. Nunca hablaba de su madre, yo creo que era parecida a su tía y que sólo pensaba en ella misma.
─ ¿Y qué pasó, encontraste alguna pista de su infidelidad? ─ preguntó Tristana con ansia, quizás lo de su marido con Dolores venía de más atrás de lo que ella creía.
─ No, nada en absoluto. Aunque creo que no lo quería, se mantenía fiel a su esposo.
Tristana suspiró aliviada, aún quedaba un pequeño resquicio, una posibilidad de que Juan le fuera fiel, que todo estuviera en su cabeza.
─ Entonces no encontré nada, pero ha tardado poco en olvidarlo, ayer mismo vi como entraba con un hombre a su casa. Un poco mayor que ella, se ve que le van maduritos, bastante atractivo, con el pelo gris y muy alto.
Ahora sí, el cielo se desplomaba sobre su cabeza, que estúpida expresión, sería más correcto decir que ella estaba flotando y que era la Tierra la que se desplomaba sobre su cuerpo, aplastándola, convirtiéndola en un objeto plano pero que aún podía pensar y sufrir. No le importó la presencia de Tea, ni su mirada inquisitiva, lloró un buen rato, cuando por fin se enjugó las lágrimas, vio como la muchacha le extendía la mano.
─ Creo que me he ganado mis cincuenta euros.
Tristana abrió el bolso y se los dio, la Rata los husmeó, los tocó, hasta asegurarse que no eran falsos, luego la miró con su sonrisa de hiena y le dijo.
─ Sé muchas más cosas sobre Dolores y su hija, pero te costarán otros cincuenta.
─ No llevo más dinero encima─ dijo la peluquera sin saber muy bien ni de lo que estaba hablando─ además, no sé si quiero saber más.
─ Te buscaré otro día, por si cambias de opinión.
lunes, 3 de mayo de 2010
Carta a un anónimo
Ante su comentario en la entrada anterior dudé entre borrarlo, ignorarlo o contestarlo. La primera opción no me pareció adecuada, no había insultos contra mi persona, como ha ocurrido en otras ocasiones, en las que sí lo he eliminado (no me veo en la obligación de aguantar que alguien venga a insultarme a mi casa). Finalmente me he decido a contestar porque me da ocasión de aclarar ciertas cosas.
Iré por partes, “no es una carta de amor”, es cierto, es de desamor, pero para que éste llegue primero ha de existir el otro. En la mayoría de los certámenes de cartas de amor se admiten las de desamor. En mi texto se describe un amor hermoso, que por desgracia, se trunca al entrar en escena los malos tratos. Y enlazando, contesto a otra parte de su comentario “debería ir a un concurso de violencia de género”, yo escribo lo que me apetece y lo envío donde considero oportuno, luego hay un jurado que decide lo que le gusta y lo que no. Los malos tratos es un tema recurrente en mis escritos, no lo busco, suele presentarse solo, será porque cada vez que escucho la noticia de que una mujer muere a manos de su pareja se me revuelven las tripas, no puedo evitarlo.
En cuanto a lo de “Juan palomo, yo me lo guiso, yo me lo como”, le diría que desde que tengo blog le he dado la mayor difusión a este certamen y a todos los que ha convocado la Concejalía de Cultura. ¿Cree usted que si mi intención fuera quedarme con el premio daría pie a que participaran más personas? Para su información, yo misma, envié los datos de este certamen a páginas especializadas en anunciar concursos en internet, para que tuviera más difusión y el certamen alcanzara mayor relevancia. Este tipo de comentarios ponen en duda la integridad de la institución y de las personas que organizan el certamen, y no me parecen convenientes, sobre todo si vienen de alguien de Alcaudete, como me parece que es el caso. Si echa usted un vistazo a la parte izquierda de este blog verá un enlace a los premios y menciones recibidas, que como verá no son todas de Alcaudete.
Y por último, sólo me queda agradecer sus últimas palabras “Felisa, este escrito es muy bonito”, que sin duda le redimen de todo lo anterior, para mí no hay nada más valioso que los halagos de un lector. Aunque prefiero los que provienen de personas que firman con su nombre y apellido, que en el pueblo nos conocemos todos.
Un cordial saludo
Felisa Moreno