viernes, 26 de septiembre de 2008

Atrapada


De esto hace unos años, Irene apenas tendría dos, creo que Juanma aún no había nacido. A veces me asombro de la facilidad con la que olvido las cosas, como mezclo situaciones y como dudo si algo le pasó a uno de mis hijos o al otro. Supongo que se debe a la falta de sueño, al agotamiento que produce criar a dos niños y trabajar al mismo tiempo. Ahora echo de menos esos recuerdos y quiero recuperarlos, ya no serán lo que fueron, acudirán a mi memoria maquillados por el tiempo, que difumina las líneas de lo verdadero, pero espero que al menos pueda atrapar la esencia de lo vivido.

Ese día estábamos en la sala de espera del pediatra, mi niña, siempre tan inquieta, no paraba de subir y bajar de las sillas de plástico color naranja dispuestas a manera de un banco: tres o cuatro atornilladas a un mismo pie de hierro. Entre silla y silla, un pequeño hueco, exiguo, insignificante, diminuto, … Cómo consiguió Irene meter su trasero en ese mínimo espacio todavía es un misterio para mí. Lo cierto es que allí estaba, atrapada entre silla y silla.

La gente se arremoliba alrededor de mi hija, cada uno aportaba una sugerencia y yo empezaba a ponerme nerviosa. Irene lloraba a lágrima viva, no sé si por sentirse atrapada o por el montón de personas que opinaban sobre su situación. En ese momento se acercó un hombre mayor, alto, fuerte; la cogió de los brazos y empezó a tirar de ella. Yo le grité que la dejara, ya veía por allí los trozos de mi niña desmembrada.

Al final vino el celador, echó a todo el mundo sin ningún tipo de contemplaciones y armado con un destornillador consiguió liberar a mi hija de su encierro. Agradecí su ayuda con lágrimas en los ojos, porque aunque después me reí mucho con esta anécdota, aquel día lo pasé realmente mal. Será por eso que no lo he olvidado.


miércoles, 24 de septiembre de 2008

Atada

Atada, sumida en el silencio
de miradas invisibles,
de sonidos incoloros.
Sabiéndote allí,
presente y ausente
a un tiempo.

Trato de escucharte,
de atrapar tu aliento
que se me escapa.
Desnuda e indefensa,
inacabada.

Me faltas tú.
Saboreo tu ausencia,
anticipo la llegada de tus labios,
las caricias de tu piel
que, dibujándome,
me acaban.



sábado, 20 de septiembre de 2008

¡¡¡¡¡Feria!!!! (I)

A mediados de septiembre, cuando el verano da sus últimos coletazos, se inicia la feria de Alcaudete. Es la última oportunidad de lanzarse a la diversión veraniega, a la alegría de la fiesta, al barullo, a las risas. En los pueblos de Andalucía aún se vive en la calle, el sol calienta inclemente durante el día y por la noche nos lanzamos a suspirar por la más ligera de las brisas.




Esta feria se inició como un mercado, los agricultores de las huertas venían al pueblo a vender sus productos: melocotones, peras, manzanas, tomates, berenjenas,... y no sé cuantas cosas mas. Ahora es más lúdica, y el mercado se ha quedado reducido a una exposición de productos, con premio a los mejores. Este año ganó uno de los galardones establecidos una calabaza con 103 kilos, ¡pedazo calabaza!

Muchas mujeres y los niños se colocan sus trajes de flamenco y se lanzan a la calle con peinetas y abalorios. Los hombres, que son menos dados al disfraz, suelen vestir como siempre, yo que soy muy aburrida, también.

Se funden estilos, aquí mi niña con su bata rociera y el tamagochi al cuello, eso sí, a juego con los colores del vestido, que no se diga.






En la feria predominan las mezclas, ropas del verano que se va conviven con trajes del otoño que viene. El calor del mediodía, aliviado con cervezas fresquitas en las casetas, con el frescor de la noche. La elegancia y buen vestir de unos con el desaliño y la informalidad de otros. Y todo está bien. Nada chirría. La feria es así.






Si tienes niños pequeños la cosa se complica, hay que hacer parada obligatoria en las atracciones, para ello es preciso hacer acopio de fondos, que cada paseo cuesta un ojo de la cara. Vaya, ¡y yo con dos!

Tú los miras y piensas "son felices" ellos te miran y piensan "ahí están los pringaillos de papá y mamá, vamos a sonreir un poco, que vean que lo estamos pasando bien y nos suban en el tren de la bruja".


El tren de la bruja es una institución en esta feria, supongo que en muchas, será por esa tendencia al masoquismo que todos llevamos dentro desde niños. Te montas en unos vagones de metal, incómodos y resbaladizos y esperas con estoicismo a que un par de tipos disfrazados de payaso, te arreen con una escoba. Eso sí, al final te dan un globo que compensa todas las penalidades.

viernes, 12 de septiembre de 2008

Un premio dudoso



Nunca olvidaré ese día. El momento en que sonó el móvil y una voz de mujer me comunicó que había ganado el premio de Escritores Noveles de la Diputación de Jaén. Nos dirigíamos a Sevilla, recorríamos ya la campiña cordobesa pero los los olivos, fieles compañeros de nuestro viaje, aún no nos habían dicho adiós. No pude saltar con el cuerpo, el cinturón y la prudencia me lo impedían, pero sí creo recordar que di un grito y le planté un beso a mi marido, que iba conduciendo. Mis hijos sentados atrás, me preguntaron que pasaba. Yo traté de explicarselo lo mejor que pude, desbordada por la alegría. Hasta que intervino mi hija:

–¿Estas segura, mamá?
–Sí, claro, acaban de decírmelo, he ganado.
–¿El primer premio?– preguntó mi hija incrédula.
–Sí, Irene, el primer premio.
–Mira que tú siempre quedas segunda o tercera. A ver si se han equivocado–dijo con retintín.

En ese momento sentí deseos de estrangularla, vaya forma de echarme en cara que aún no había ganado nada.

–Que no, que me lo ha dicho muy clarito, que mamá ha ganado el premio y van a hacer un libro con su novela-replico yo un poco mosca.
–Pues yo no estaría tan contenta–continuó Irene–me esperaría un poco, no vaya a ser que te llamen para decirte que se han equivocado y que el premio es de otro.

Decidí ignorarla cuando caí en la cuenta de que mi niña maneja muy bien la ironía. Supongo que lo aprendió de mí, a veces la uso para tomarle el pelo; y ese día me estaba dando una dosis de mi propia medicina.

Mis dos novios


Nunca imaginé que llegaría a estar tan solicitada. En casa se ha desatado una batalla campal, el joven escudero desafía al experimentado caballero por el amor de una dama. Y esa dama soy yo. ¡Qué emocionante! Tengo que reconocer que me gustan estas disputas en broma entre mi marido y mi hijo.
–¿Tienes novia, Juanma?
–Sí
–¿Y quién es tu novia?
–Tú, mamá.
–Pero si yo soy vieja y fea, con el montón de niñas guapas que hay en tu cole.
–Tú eres guapa, mamá y te quiero a ti.
Justo en ese momento es cuando se me cae la baba, que mi marido limpia con una sonrisilla irónica.
–Mamá es mi novia, yo la conocí antes, búscate otra que a mí me costó veintiún años dar con ésta- dice él siempre.

Así empiezan todas las discusiones que acaban en un “cuerpo a cuerpo” en el sofá. Cosas del complejo de Edipo. Sin embargo, el otro día los oí cuchichear y reírse por lo bajo, los dos tan amigos. Mosqueada, pregunté qué sucedía.
–Tu hijo me ha propuesto un trato–dijo mi marido tratando de contener la risa–hemos decidido compartirte. Mientras yo estoy en el trabajo él será tu novio, cuando yo regrese me cederá el puesto.
No sé si será un buen trato, por lo pronto me aprovecho de los besos frescos e inocentes de mi hijo y pienso, no sin cierta tristeza, en el día que serán para otra y yo tendré que mendigarlos.

lunes, 8 de septiembre de 2008

Reflexiones sobre la natación sincronizada

No sé porqué motivo en cuanto mis hijos se suben en el coche les entra unas ganas incontenibles de charlar, se quitan la palabra uno al otro, discuten, chillan y hacen ese tipo de cosas que no deberían hacer porque distraen al conductor, o sea, yo. Trato de mantener la calma y sin dejar de prestar atención a la carretera voy dando turnos de palabra y escucho con atención sus “interesantes” comentarios, preferiría oír música y conducir relajada, pero eso es mucho pedir.

Teniendo esto en cuenta, no es de extrañar que las mejores “joyas” del anecdotario familiar se produzcan sobre ruedas. Este verano, en plenos juegos olímpicos, en un corto trayecto, mi hija empezó a divagar sobre la natación sincronizada.

–Mamá, ¿por qué no hemos ganado la medalla de oro? A mí me gustaron más las españolas, tenían más ritmo, se movían más rápido que las otras.
–No sé, Irene, supongo que las rusas lo harían mejor, yo no entiendo.
–Yo sí, y te digo que las españolas eran mejores. Mamá, ¿yo puedo hacer natación sincronizada?
–Si entrenas mucho yo creo que sí, tienes cuerpo de nadadora–digo yo y ella sonríe satisfecha, mientras lanza una mirada aprobatoria hacia sus largas piernas.
–Mamá (mis hijos siempre empiezan las frases con mamá), ¿y los hombres pueden hacer natación sincronizada?
–Pues no sé, yo no he visto ninguno.
–Yo creo que no–dice ella– porque tienen muchos pelos en las piernas y se les verían cuando los sacaran fuera del agua.

Aquí tuve que reírme, al imaginar dos piernas peludas emergiendo de la piscina y moviéndose al ritmo de la música.

–Mamá, yo tengo pelitos–continúa– pero como son rubios no se ven, así que yo si puedo.
–Sí, hija. Ya puedes empezar a entrenar, que hemos llegado a la piscina.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Guan-Guan


Ya conocéis a Juanma, mi hijo de cuatro años. Es un niño un poco “especial”, cuando tenía dos años en vez de ver cuentos infantiles se entretenía mirando la guía de teléfonos. Yo, como se quedaba quieto durante un buen rato, no le decía nada; incluso cuando estaba muy nervioso, le pasaba las páginas amarillas o el QDQ.

Es un fanático de los números, sabe contarlos, reconocerlos incluso sumarlos. No contento con hacerlo en español ahora trata de aprenderlos en inglés:

- Mamá, como se dice once en inglés- pregunta con los ojillos brillantes.
- "Ileven"- respondo.
- Pues yo le digo "guan-guan"- sentencia con una sonrisa de oreja a oreja.

Creo recordar que me quedé con la boca abierta: la lógica de los niños puede ser aplastante.

La niña chicle


Mi hija Irene, a punto de cumplir siete años, es una niña alta y delgadita, con el pelo rubio y la sonrisa ajedrezada por culpa del Ratoncito Pérez que se llevó sus dientes actuando con nocturnidad y alevosía.
Mi niña es llorona, qué le vamos a hacer. Ya apuntaba maneras nada más nacer, los primeros meses de su vida berreaba una media de 5 horas diarias, cólico del lactante, dictaminaron los médicos. Supongo que le quedaron secuelas.


El otro día comiendo, mientras devoraba con auténtica hambre su almuerzo, empezó a lloriquear y me dijo:

- Mamá, yo como ¿verdad? ¿A qué como mucho?- preguntó con ansia.

- Sí cariño, tú comes bien, sobre todo de lo que te gusta.


- Pues cuando me pongo el bañador en la piscina, todo el mundo, !todos! me dicen que coma más, que estoy en los huesos.


Miro sus hombros huesudos y recuerdo los míos cuando era pequeña, la genética es así, nos repite como muñequitos en serie.


- Y yo como, mamá, yo como. Lo que pasa es que no engordo, estiro.

- Sí hija, como los chicles-contesto yo, muerta de risa.


¿Cuándo nos vamos a Alemania, mamá?

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Con este microrrelato empiezo una serie que quiero dedicar a mis hijos, a sus anecdótas y comentarios, a veces sorprendentes, a veces graciosos. Mi mala memoria haría que estas pequeñas "joyas" se perdiera para siempre. Por eso he recurrido a la escritura, plasmándolas en palabras podré conservarlas. Al ponerlas en el blog quiero compartirlas con la gente que me lee, espero que disculpeis estos "devaneos" y es que no puedo evitarlo, soy madre y se me cae la baba con mis niños.
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A mi hijo Juanma, de cuatro años, le ha dado por aprenderse los colores de las diferentes banderas. Una de sus favoritas es la de Alemania. Negro, rojo y amarillo, repite contento mientras me persigue por la casa.

- Mamá, mamá, ¿cuándo nos vamos a Alemania?- pregunta por enésima vez.

-Mañana, hijo, mañana- contesto yo, como siempre.

- Vale- dice ilusionado y se marcha sin insistir.


Con una sonrisa en los labios pienso en lo fácil que es contentar a un niño. Imagino que para él mañana puede ser cualquier día del resto de su vida y por eso no se agobia, no tiene prisas. Mañana regresará con su pregunta y mi respuesta será la misma: mañana.

martes, 2 de septiembre de 2008

La maratón de leer

A veces me pregunto si nací con el talento innato de leer deprisa o lo adquirí con el tiempo y las adversidades. Al igual que un corredor de maratón posee unas cualidades físicas adecuadas, yo debía tener algún gen, raro en mi familia, que me obligaba a devorar cualquier libro que cayera en mis manos. Y digo raro porque en mi casa apenas se leía. Como las letras impresas enganchaban mi alma, ya fuera una novela del oeste de Marcial Lafuente Estefanía o una historia rosa de Corín Tellado, casi siempre hurtadas a mis hermanos; me hice una experta corredora en la modalidad de lectura rápida, pues entre capítulo y capítulo realizaba las obligadas tareas de la casa. La profesionalización llegó cuando descubrí la biblioteca pública. Batí mis propias marcas; estos libros más densos en contenido, me llevaban a mundos extraordinarios, llenos de personajes, de historias por descubrir, aún a costa de pasar las noches en vela.

Nunca podré olvidar aquella mañana clara de mayo cuando la profesora preguntó a cada niño qué deporte le gustaba practicar, todos se rieron de mí al responder toda seria y compuesta: la maratón de leer.