viernes, 31 de octubre de 2008

Tres poemas para Chelía. Mileiby Hernández


A raiz de mi participación en un certamen literario de poesía a través de internet, conocí a la poeta Mileiby Hernández Méndez. Nació en Valencia Estado Carabobo (Venezuela), aunque sus padres son de origen canario, un 23 de mayo de 1970. A los 17 años se erige como Premio Municipal de Literatura, Mención Poesía de la ciudad de San Carlos, Edo. Cojedes. Desde esa fecha y hasta el presente se vincula al grupo literario Nuevo Tramo y a publicaciones periódicas y revistas de literatura, especialmente en el centro del país. Mantiene una columna literaria Transfiguraciones en el Semanario Altavoz. Su poemario De Regreso en las Sombras, publicado gracias al subsidio de la Dirección General Sectorial de Desarrollo Regional, Consejo Nacional de Cultura –CONAC-en el año de 1992, marca un importante hito en la carrera de la autora, pues se trata de su primer texto.


Le pedí que me prestara algunos de sus versos para incluirlos en mi blog, en esta sección que he abierto a mis amigos y amigas escritores. Estos poemas pertenecen al libro "'Ese oscuro fuego que me baña".





Tres poemas para Chelía

Afortunadamente
nadie muere de amor en estos tiempos.
Ramón Elías Pérez



Al escándalo de tus ojos



No quisiera perderme el lúdico paisaje de tus ojos llenos de sol.
Parpadeantes
diversos
atrevidos
constantemente abiertos como la llanura.
Los descubro enternecidos
detrás de las puertas.
Los retengo fulgurantes
en mi piel
llenando todos los espacios.
Me dirijo a cualquier dimensión orbital
Y por fin
los cuajo.
Entonces me recreo en ellos para siempre
como en una pintura de Salvador Dalí.



Conjuro



Me hubiera gustado sorprenderte a las 5 en punto de la tarde.
A esa hora se sirve el café
Y los pájaros dan vueltas en el guanábano.
Comienza un ritual hasta tus ojos llenos de esperanza.
Me desbordo sin piedad
Y desde aquí
Te nutro de este amor absoluto sembrado de naranjos.
De albahaca y ruda te ofrezco la lluvia para tu cuerpo insolente
Enciendo tres velas
sólo tres velas para la claridad de tu memoria cautiva
y te invoco en el humo solitario.
Ahora te canto, simplemente te canto
Con voz de tonada.
Son las 5:46 pm
Y te lanzo mis últimos deseos:
Ojalá tengas tiempo para leer un poema de Roberto Juarroz
donde el milagro furioso de las palabras
como lluvia vertical
te arrebate
y al menos te detenga.

Para olvidar tu voz



He cruzado toda la ciudad en moto taxi para olvidar tu voz
Tus palabras me persiguen de Montalbán a Bejuma
y aun entre los árboles tu eco me traspasa.
No tengo escapatoria.
Intento remontarme desesperada a las frías montañas de Chirgua
y sólo consigo que tu hilo de vocablos trepe y me desnude.
No puedo vencerte.
Emprendo nuevamente el viaje
y camino por las piedras y los ríos solitarios
para zafarme de tu garganta inclemente
Entonces descubro el desvarío insensato del momento.
Pero antes de salir de tu comarca
me rindo a tu embrujo y tu capricho
Ya me tienes por completo entre tus brazos
y terriblemente acorralada.


Del libro aún inédito “Ese oscuro fuego que me baña”.
Mileiby Hernández Méndez (1970) Círculo de Arte Nuevo Tramo.

jueves, 30 de octubre de 2008

Escritura automática

El otro día mi amiga Mercedes dejó un relato en el foro del Desván de la Memoria, nos contó que lo había hecho de forma automática, sin pararse a pensar en lo que escribía. Lo cierto es que estaba muy bien, me gustó el resultado. Y me llamó la atención. Hoy, mientras colocaba los platos en el lavavajillas (la mayoría de mis historias se gestan mientras hago las faenas de casa, de ahí mi despiste integral, un día voy a meter a los niños en la lavadora y la ropa sucia en la bañera), se me ocurrió una frase "Escribir lo que sientes sin sentir lo que escribes" una tontería como otra cualquiera, pero luego seguían fluyendo palabras y yo sentí la necesidad de escribirlas. Cogí mi libretita de notas y las letras se deslizaron con facilidad por el bolígrafo hasta el papel, cosa rara pues me cuesta escribir a mano, acostumbrada como estoy a las teclas del ordenador. Y aquí está el resultado. Es curioso. Os animo a probar, a ver que sale.


Escribir lo que sientes sin sentir lo que escribes. Atravesar océanos de palabras muertas que se dejan llevar por la corriente y van a la deriva. Escribir sin corregir, sin método ni instrumentos. Soñar con viajar a la velocidad de la luz en una cometa blanca del color del arco iris. Amanecer tras un cielo azul que absorbe como si fuera un agujero negro, insondable, eterno… Los juegos que te atraían dejaron de gustarte y te abriste camino hacia mis ojos sin importar el daño causado, sin mirar atrás. Duele, duele pero dejo que entres en mi retina y que apartes las letras que sobran, las que ya nunca usaré para escribirte. El sol se oculta y sólo me queda el calor de un carbón apagado y renegrido que me mira insolente desde el fondo de la chimenea. No sé quien lo puso allí, si alguna vez fue cuerpo carbonizado o si nunca sintió la llama en su cuerpo. La llama que arde en mí cuando me miras y desapareces como una estrella fugaz. En el cielo busco la respuesta y sólo hallo silencio, muerto y seco como el fiambre de mi existencia. Caigo en un profundo sopor y recaigo en mis malas costumbres, en mi manía de suspirar y compadecerme. Acabo esto como lo empecé, con la sensación de no estar haciendo nada, sólo juntar palabras en un baile endemoniado que me conduce a la nada, pues nada pretendo.

lunes, 27 de octubre de 2008

Leer con los ojos


Ayer mi hija Irene me trajo un folio informativo del colegio, donde se nos pedía colaboración a los padres para fomentar la lectura con actitudes como leer delante de los hijos, regalar libros en fechas señaladas, acompañarles en sus inicios como lectores y enseñarles a disfrutar con la lectura. Leí esta información delante de Irene y ella muy resuelta me dijo que todo eso ya lo hacíamos en casa y sin mayor preocupación siguió con sus juegos.

Es cierto que, desde que eran muy pequeños, he tratado de inculcarles mi amor por los libros. Si les compraba alguno lo anunciaba como algo extraordinario, una cosa maravillosa, lo más estupendo que te pueden regalar. Y ellos lo aceptaban emocionados, tan ilusionados como si se tratara del más sofisticado juguete. Les enseñé también a cuidarlos; si rompían un libro, montaba en cólera, me enfadaba tanto que muy pocos ejemplares han acabado dañados por otra cosa que no fuera por el uso diario en sus torpes manitas infantiles.

Me costó un poco más con Juanma, sentía un enorme placer arrancando hojas, destrozando el papel o pintarrajeándolos. Pero los esfuerzos han dado sus frutos de forma generosa. A sus cuatro años ya lee con cierta fluidez. Ahora en vez de contarle yo los cuentos se empeña en leérmelos él a mí.

Creo que los padres somos responsables de la educación de nuestros hijos, que no podemos ir delegando funciones aquí y allá, que debemos dejar de poner excusas y dedicarles un poco más de tiempo. Ese tiempo que les ofrecemos es el mejor regalo que les podemos hacer. Eso no quita que el sistema educativo tenga fallos, que debe tenerlos, las estadísticas sobre el nivel formativo de nuestros niños y jóvenes son deprimentes, todos recordamos el famoso informe PISA, que nos llenó de vergüenza a los españoles y aún más a los andaluces.

Todo este rollo era para contar una anécdota de mi hija, cuando empezaba a leer le llamaba mucho la atención verme a mí delante de un libro, en silencio. Se quedaba mirándome intrigada y me preguntaba cómo podía leer con los ojos.

- Mamá, mamá- decía- yo sólo se leer con la boca, es imposible que tú puedas leer con los ojos.

Ella llamaba leer con la boca al hecho de ir deletreando las palabras en voz alta. Unos meses más tarde llegó toda ilusionada y me dijo.

- Tenías razón mamá, también se puede leer con los ojos. Ya he aprendido. Mira como lo hago.

Y se quedó en silencio delante de un libro, luego levantó la cabeza y me miró con sus ojos verde-miel , brillantes de emoción. Yo, conmovida, entendí en ese momento que sería una gran lectora y pensé prueba superada.

viernes, 24 de octubre de 2008

El desván de la memoria. RAMON ALCARAZ


Este viernes quiero presentaros a mi profesor de escritura creativa, Ramón Alcaraz. Nos conocimos en la entrega de premios del IV Certamen de Canal Literatura. Él acompañaba a una de sus alumnas que también era finalista, Mercedes, ya os hablé de ella. Esta foto corresponde al certamen de este año, donde Dorotea, otra de sus alumnas resultó ganadora.

Apuntarme a El Desván de la Memoria, su taller literario, ha sido una de las mejores decisiones que he podido tomar en este afán mío por ser escritora. Antes yo iba por libre, me faltaban los conocimientos y el apoyo necesario para seguir desarrollando mi escritura.

Ramón me ha enseñado muchas cosas, sobre todo a tener confianza en lo que escribo, a corregir, a aceptar críticas, a ser perseverante. Si no hubiera sido por él, hubiera abandonado mi última novela antes de acabarla. Pero siempre tiene las palabras justas para animarte a seguir, a superar los obstáculos.

Si quereis saber más cosas sobre su taller os animo a visitar la página del Desván:

A continuación os dejo una entrevista que hace unos meses le hicieron en Canal Literatura. Creo que puede resultar interesante para todos aquellos que les gusta escribir o simplemente leer.



Ramón Alcaraz es un profesor a los que sus alumnos describen con diferentes palabras pero siempre con admiración, respeto y cariño. Ejerce su profesión con entusiasmo porque siente pasión por lo que hace y además admite que le produce muchísimas satisfacciones.
Desde su ordenador o en cursos presénciales a lo largo de toda la geografía española, enseña, ayuda y corrige a todos los que empiezan en la aventura de contar historias y vive sus experiencias con especial emotividad.

Curriculum Vitae
Nacido: 1962 en Cartagena (Murcia)
Estudios realizados:
Guión y realización de cine y televisión (Palma de Mallorca)
Creación audiovisual (Universidad Islas Baleares)
Humor e Improvisación (IGI Madrid)
Guión de Comedia de Situación (Instituto del cine. Madrid)
Guión y mercado audiovisual (Madrid)
Amplia experiencia como escritor, corrector y profesor de guión y técnicas narrativas. Durante los últimos años dirijo el taller literario EL DESVÁN DE LA MEMORIA (ww
w.tallerliterario.net), donde imparto clases de escritura creativa, técnicas narrativas y guión; labor que compagino con la redacción y corrección de textos para diversos medios, publicaciones y autores. He recibido diversos premios literarios: Radio 3 de poesía, Ciudad de Purchena de relatos, Certamen Internacional de Poesía Ramón Llull, microrrelatos El Mundo, Certamen de guión de cortometrajes de Islas Baleares (años 2000 y 2002)..., y colaborado en diversos proyectos para el desarrollo de guiones para series de televisión. Actualmente coordino un taller de lectura para la Biblioteca de Caja Madrid en Villalba e imparto diversos talleres presénciales de narrativa y comunicación.


ENTREVISTA
1-Podría decirnos según usted ¿Qué significa el término literatura?

Podría decir simplemente que la Literatura es el arte que emplea palabras como medio de expresión; pero es mucho más: es el conjunto de todo lo escrito, su conocimiento y el medio para acercarnos a la cultura y al mundo que nos rodea, y que al mismo tiempo nos puede ayudar tanto a entender la realidad como a evadirnos de ella. Es un concepto dinámico, del que podemos participar tanto como lectores como escritores.

2- ¿Qué opina de la literatura en la red y de esta como soporte literario?

A mí Internet cada vez me gusta más como lugar donde todo lo escrito está al alcance de todo el mundo. En un medio muy atractivo para publicar y llegar a cualquier lugar del planeta al instante; que es de lo que se trata, de leer y de que nos lean. No entiendo la Red como “competencia” de los libros en formato “tradicional”, sino como un eficaz y valioso complemento.

3- ¿Cómo decidió dedicarse a enseñar escribir? ¿Es difícil enseñar?
Yo enseño por vocación. A veces un proyecto surge sin que nos propongamos que funcione. La dedicación a la enseñanza comenzó cuando después de mi experiencia como escritor y en diversos talleres quise desarrollar un método para escribir que fuera lógico y tratara con claridad los errores básicos que diferencian un mal texto de uno bueno. ¿Por qué un texto nos atrae de manera especial y otro no?, ¿por qué unos escritos se leen de manera fluida y otros nos resultan aburridos, monótonos? Dar respuesta a preguntas de este tipo nos permite evitar muchos errores básicos de estilo.Enseñar no es difícil cuando encuentras predisposición a aprender, el camino de la escritura es largo y requiere mucha constancia; tan importante es ir indicando los errores como estimular y potenciar las virtudes de los alumnos.

4- Domina el relato, el poema, el guión… ¿En que género se encuentra más cómodo?

Debo reconocer que me atrae mucho el trabajo con guiones, sobre todo de series de televisión, porque es imaginativo y colaborar con un equipo resulta muy divertido. La poesía es más intimista, un tarea más reflexiva en la que aportamos mucho más de nosotros mismos. Para el relato cuenta más una labor más racional, donde una buena idea ha de estar respaldada con tiempo de dedicación.

5- ¿Qué puede aprender un alumno esencialmente en un curso de narrativa?

Puede aprender en primer lugar a detectar y corregir errores tanto de forma como de contenido, y a solucionarlos. También a reconocer una serie de elementos que permiten entender una narración como un conjunto que podemos analizar como una suma de partes diferenciadas, que se pueden examinar una por una; eso es lo que llamamos trabajo de estructura. Pero además se puede aprender a observar, a ejercitar la imaginación y a conocer técnicas creativas que nos ayudan a encontrar buenas historias.

6- ¿Qué cree usted que aporta al individuo el dominio del lenguaje y la dialéctica?

El dominio del lenguaje es importante para escribir bien, ya que manejamos palabras y eso son recursos. Cuantos más recursos, mayor riqueza podremos dar a lo que escribimos. Por eso es recomendable leer mucho, sobre todo a los clásicos, que se caracterizan por un excelente manejo del lenguaje. La dialéctica permite ampliar nuestro campo de desarrollo; la escritura requiere originalidad, y para ello nada mejor que argumentar lo más posible, buscar muchas posibilidades a una situación planteada, “discutir” siempre con uno mismo si podemos ir más allá de una idea básica.

7- ¿Cree que en la actualidad hay oportunidades para la reflexión? ¿Se enseña a pensar?

Este es para mí un gran problema. Yo siempre insisto en que “pensar” es un tiempo muy útil en la escritura. Muchos creen que el tiempo dedicado a escribir es el que se pasa delante del ordenador o de un papel; y no es así, ya que debemos “sumarle” el tiempo que empleamos pensando, elaborando ideas y buscando alternativas a un planteamiento dado. “Pensar“ es un acto que no valoramos como debiéramos en un mundo que nos empuja a ritmo vertiginoso y en el que lo que importa es el resultado inmediato. Es posible ejercitar mecanismos que nos ayudan a pensar y a expandir nuestras posibilidades de pensamiento, lo cual es muy útil a la hora de encontrar buenas historias y entre ellas descubrir la mejor historia.

8-¿Transmitir sensaciones al lector es el gran reto?

Yo siempre digo en mis clases que las verdaderas herramientas de los escritores son los sentidos. Los sentidos nos comunican con todo lo que nos rodea y a través de ellos recibimos la información, y por tanto las sensaciones son al mismo tiempo el vehículo para llegar a los lectores. Una de las principales recomendaciones para escribir es que debemos “mostrar” y no “explicar”, y el efecto de lo que escribimos será mucho más intenso si además conseguimos que el lector “sienta”.

9-Estamos en premio certamen de narrativa breve, ¿Qué espera de un buen relato?


Un buen relato ha de estar bien redactado, escrito con buen estilo y bien estructurado. Después cuenta mucho la originalidad, que muestre algo especial o que se cuente de manera que haga especial la historia (en este aspecto muchas veces es importante el trabajo de estructura). Un buen cuento nos sorprende, nos hace sentir o nos aporta una revelación, algo que no sabíamos y que descubrimos tras la lectura. Y mucho mejor si el relato cumple todas esas características. Sabemos que un cuento es bueno porque con el tiempo lo recordamos, ha dejado un poso en nuestra memoria.

10- ¿Qué le impulsa a escribir?

Una necesidad vital. Va más allá de lo que se pueda conseguir con la escritura. Escribir es una manera de inventar, de crear, de transmitir, de sentir y hacer sentir, de divertirme y que se diviertan, de compartir...

11- ¿Qué le impulsa a leer?


Otra necesidad vital, que fue la que después me impulsó a escribir. Leer es recibir, una fuente inagotable de conocimientos y de recursos. No nos debe importar al principio imitar lo que leemos y nos gusta. Es necesario variar las lecturas, conocer a nuevos autores sin olvidarnos de los clásicos; de la suma de todas las lecturas es de donde se alimenta y se construye el estilo de cada uno.

12- Un mensaje para todos aquellos que se inician en el arte de contar historias…

En primer lugar que escriban, aunque sea un poco cada día hasta que lo conviertan en hábito. Que abran bien los ojos y agudicen los sentidos porque nos rodean muchas historias, nos ocurren a diario, nos las cuentan, las vemos en las noticias... También que piensen mucho en lo que van a escribir; pensar no es tiempo perdido, al contrario, ayuda a tener las ideas más claras sobre lo que vamos a escribir y eso facilita mucho el hecho de sentarnos frente al papel o el ordenador. Que lean y que disfruten escribiendo, que no les importe probar, tachar, imitar, experimentar...

13- ¿Qué relación tiene con Internet?


Absoluta. Durante los primeros años mis clases en El desván de la memoria se impartían exclusivamente a través de Internet, mi taller de escritura fue concebido para poder llegar a todas partes y que no estuviera condicionado por una ubicación física ni por fechas ni horarios. Actualmente compagino el trabajo en la Red con los talleres presenciales en diversas ciudades, pero la página web y el correo electrónico son los medios para que se conozca lo que organizamos y exista una relación fluida, constante y rápida con gente de todos los lugares. El taller nació por y para Internet, así que sin la Red no existiría y mi trabajo, mi vida y forma de relacionarme con los demás sería muy distinta.

14- Lo que quiera añadir.

Animo a todos a que escribáis, y sobre todo a que disfrutéis escribiendo. A que perdáis el miedo a mostrar vuestros escritos, a que aprovechéis Internet como un medio para comenzar a publicar, como el espacio que ofrece Canal-Literatura en su blog y otras páginas web. El valor de lo que escribís está en los propios escritos, en vuestra ilusión y en vuestro esfuerzo, todo lo que consigáis con ellos (premios, publicaciones, reconocimiento...) será una consecuencia de un trabajo bien hecho. Si escribes te diviertes y si te diviertes escribes. Lo más gratificante es el camino, un camino que será tan largo como queráis y sin más meta final que la satisfacción de ese viaje fantástico y emocionante que es la escritura.



Aquí podreis leer otra entrevista, esta vez a través de internet, en un chat del Canal Literatura.



Una buena noticia

Hace unos días os hablaba de Horacio Convertini, un escritor argentino amigo mío. Fue uno de los invitados a este blog. Hoy quiero anunciaros que su novela "El refuerzo" ha ganado el accésit al prestigioso premio de novela corta Gabriel Sijé que convoca la Caja Mediterráneo.


Desde aquí quiero enviarle mi más sincera enhorabuena.


En este enlace se puede leer la noticia.

http://www.europapress.es/comunitat-valenciana/noticia-cultura-colombiano-diego-montoya-gana-premio-gabriel-sije-novela-corta-ofelia-bergman-murio-noche-20081021181349.html

Meme


Teresa Cameselle (http://teresacameselle.blogspot.com/ ) me escribió proponiendome esta simpática forma de promocionar los blogs, así que vamos a ello.Las reglas son las siguientes:

- Poner estas reglas en el blog.
- Añadir el enlace de la persona que nos ha elegido.
- Compartir 6 cosas que me gusten y 6 cosas que no.
- Elegir 6 personas para enviárselo, con sus respectivos enlaces.
- Avisar a estas personas dejando un comentario en su blog.

Las seis cosas que me gustan:
1. Un domingo por la mañana, cuando los niños se meten en nuestra cama.
2. Leer sin que nadie me moleste.
3. Una puesta de sol.
4. Escribir como si me fuera la vida en ello.
5. Los abrazos.
6. Reirme de todo, en primer lugar de mi misma.
Las seis cosas que no me gustan:
1. La hipocresía.
2. Corregir lo que escribo.
3. La gente engreída.
4. La mayoría de los programas de la tele.
5. Que me hagan cosquillas.
6. Que me griten al oído.
Nunca sigo las cadenas, pero ésta me pareción interesante. Así que ahora paso la pelota a otros seis amigos, espero que no se molesten demasiado:

miércoles, 22 de octubre de 2008

El beso negado

Miro al frente y encuentro tu boca
que sale en mi busca como una loba,
ávida de un placer indecente.

Esquivo el envite, bajo los ojos,
frustrado me sacudes con furia.
Busco ayuda entre la gente,
ojos ajenos que me ignoran.
¡Que tremenda soledad la compartida¡

Tu mano de hierro me atenaza,
me fija al suelo, raíz de nada,
pues nada brota de mi pecho.
El grito se ahoga en mi garganta
cuando el puñal atraviesa mi espalda

El tiempo pasa y la soledad cambia
tu furia por esta cama.

Cambié tu cama por mi calma,
cambié mi vida por negarte un beso.
El beso de la muerte que tú,
cada día me dabas.

domingo, 19 de octubre de 2008

El viaje


Se inicia el viaje, manos y piernas de ébano agolpadas en la breve patera. Ojos que llenan el aire de lamentos impronunciables. El mar, testigo impasible, observa paciente su carnaza.






SMS al cielo


SMS al cielo: Marina he visto el mar, ese que tus ojos anhelaron y que nuestra pobreza vetó durante tantos años. Las olas traían el color de tu mirada y el agua estaba salada como tus lágrimas.

La estrella



¡Me han robado mi estrella! El grito atronó en la noche y los escasos viandantes se volvieron hacia el mendigo que mirando el cielo lloraba desconsoladamente. Alguien se acercó y le echó unas monedas que tintinearon unos segundos sobre el platito de chapa, él ni siquiera miró, seguía con la vista perdida en el universo, oscurecido por unas amenazantes nubes negras. Unos jóvenes agujereados de piercings se reían del sintecho que quería ver las estrellas en un día nublado. Nadie reparó en el otro hombre, el de traje gris a rayas, que observaba la escena desde una esquina, con la mirada torva y los brazos apretados sobre su pecho, nadie percibió el inmenso brillo que escapaba por los ojales de su chaqueta, nadie.

viernes, 17 de octubre de 2008

El secreto del jefe indio. MERCEDES MARTIN ALFAYA


Conocí a Mercedes en la entrega de premios del IV Certamen de Canal Literatura, las dos éramos finalistas. Al final ella ganó y yo también. Ella ganó el premio y yo un puñado de buenos amigos y un estupendo profesor. Allí conocí el taller literario El Desván de la Memoria y a Ramón Alcaraz, que tanto me ha enseñado en este año y pico que llevamos conociéndonos.


Ayer Mercedes cumplió años y yo desde aquí quiero hacerle un pequeño regalo, tan humilde como es la publicación de ese relato ganador en mi blog. Os dejo también una reseña sobre Mercedes escrita por ella misma:




Nací en Córdoba, aunque vivo en Benalmádena (Málaga). Soy inquieta, responsable y funcionaria (trabajo en un museo). Me gusta la gente positiva, las cenas con velitas, escribir y andar descalza; también los magos y las piruletas. Aprendo de los demás y comparto mis hallazgos. El tiempo me enseñó que las piedras rompen los bolsillos y las sonrisas los ensanchan; que leer es vivir dos veces y que la felicidad no está donde se busca, sino donde se encuentra. No creo en la casualidad y me he comprado una mochila para guardar tesoros.


Admiro a García Márquez, Delibes, Cortázar y Bécquer. Nunca pierdo de vista el horizonte. Tengo un Dios y un amigo.



http://mercedesmartinalfaya.blogspot.com/





El Secreto del Jefe Indio. Relato ganador del IV Certamen de Canal Literatura(2007)


Todo el mundo recuerda su primer viaje en tren, en particular cuando los trenes recreaban el paisaje y los largos trayectos daban para imaginar historias de indios y exploradores. Viajar es una buena forma de rastrear la superficie para nutrir las raíces. Con nueve años la aventura estaba garantizada.

"Cuida de tu madre y no te apartes de ella en ningún momento", fueron las palabras con las que mi padre me bautizó como jefe de la tribu en el exilio. De lo poco o mucho que logré atrapar al hilo de las puertas, me enteré de que en Madrid nos esperaba mi tía Clotilde; la que cuidaba desde hacía cinco años de una vieja loca con dinero. Una anciana que debía de estar muy chiflada, la pobre, porque mi tía nos contó que una tarde, mientras oían misa, sacó unas bragas del bolso y se las puso en la cabeza. Y es que, en Madrid, la gente anda majareta. El hermano de mi amigo Seba vino de allí con una enfermedad rara, soñaba sueños de muertos y no quería salir a la calle. También escuché que viviríamos en casa de la señora de un médico, que estaríamos muy bien y que íbamos a comprar un piso para que mi padre se viniera con nosotros.


Cuando llegamos a Madrid nos montamos en el metro y mi tía nos invitó a churros en una cafetería. Yo no paraba de decir ¡ay va! cada vez que miraba uno de esos enormes edificios. Las calles eran larguísimas, algunas iban hasta Nueva York; pero lo que yo no me podía figurar era que en Madrid uno se queda huérfano de repente. "¿Cuándo le vas a decir al niño lo de su padre?", y mi madre, pensando que yo andaba distraído con el trasiego de coches y autobuses de dos pisos, me miraba de reojo dándole un codazo a mi tía para que se callara. Entonces yo me soltaba de su mano para ver si se olvidaba de aquello que decía mi tía que debía decirme.


Lo que yo no sabía del hospedaje lo descubrí enseguida, al ver a mi madre trabajar en aquella casa desde los madrugones del alba hasta que enmudecen los serenos. Después de atravesar no sé cuántas calles y una plaza, llegamos a donde nos esperaba la mujer del médico: ca-lle-de- Ri-os- Ro- sas. Antes de subir, mi madre se inclinó para colocarme el flequillo en su sitio: "Mira, Juan, mamá va a trabajar aquí porque necesitamos dinero, ya sabes que en Córdoba no tenemos ni para gaseosa." "Venga, mujer, díselo ya", apuraba mi tía. Entonces la miré, y mi madre también la miró apretando mucho los dientes, como si no le gustara que la interrumpiera mientras hablaba conmigo. Y mi tía cruzó los brazos, y suspiró mientras daba golpecitos en el suelo con la punta del zapato. Luego, mi madre volvió a mirarme, me lo contó y acabó advirtiéndome: "Juan, no debes hablar de esto con nadie. Es un secreto, ¿entiendes?". "Vale", contesté abriendo mucho las piernas como hacen los jefes indios cuando se ponen serios. "¡Vaya, hija!, si tardas un poco más la señora se nos duerme esperando", protestó mi tía. Y mi madre le respondió que como ella no tenía hijos no comprendía que estas cosas son muy delicadas para un crío. Luego me dio un beso y me limpió el carmín de la cara restregándome con el dedo.

—Entonces, ésta es tu hermana la andaluza… —afirmó la señora del médico, con los ojos muy pintados y un moño relamido que me recordaba a la mala de 101 dálmatas— Ya siento lo de su marido; si puedo hacer algo más por usted…
—No, señora. Le agradezco que me haya dado trabajo en estas circunstancias —contestó mi madre poniendo cara de pena.

Luego la mujer me acarició. "Qué rico es el crío, ¿cuántos años tiene?" Y cuando yo estaba a punto de decir que acababa de cumplir nueve y que mi padre me había regalado una linterna de explorador, mi madre me apretó contra su vientre con un cariño tan apresurado que lo único que dejó asomar entre sus brazos fueron mis espantados ojos de lechuza prisionera. "Once", contestó ella, "es un niño muy despierto". Me quedé asombrado. Yo no sabía que en Madrid los años se cumplieran tan rápido. La mujer se llevó el dedo a la boca, frunció las cejas, pensativa, y dijo:

—El problema va a ser en qué ocupar al niño hasta que empiece el colegio, usted tiene mucha faena en casa y no es conveniente que merodee por aquí.
—Por eso no se preocupe —se apresuró a responder mi madre—, he traído algunos libros de aventuras, le encanta leer.

La señora no parecía muy convencida, pero mi tía, que ya sabía cómo funcionaba eso del servicio, sugirió que yo podía ordenar la despensa, tirar la basura y avisar cuando llamaran a la puerta.


El primer día que salimos al mercado, mi madre me compró un cuaderno y un lápiz, con goma y todo, para que escribiera historias; aunque yo prefería esconderme en la despensa con mi linterna y construir caminitos de mermelada para las hormigas. La "reserva" de los comestibles resultaba el único lugar donde un jefe indio podía llorar tranquilo


Los jueves por la tarde tocaba paseo con la tía Clotilde, que nos esperaba terminando de arreglar a la vieja. Ese día mi madre se veía muy guapa sin su uniforme azul. Lo que más me gustaba de la enorme casa donde vivía mi tía era que se podía jugar al escondite sin ser descubierto. Antes de irnos, mi tía revisaba el gas, los aparatos eléctricos y el bolso de la vieja, que me miraba con una sonrisa de complicidad, como si escondiera un secreto.


Nadie me preguntó por mi padre; pero una tarde, mientras mi madre y mi tía preparaban roscos de vino en la cocina, se lo conté todo a la vieja. Ella se quedó allí, observándome desde el frío y esmaltado brillo de sus ojos, como si un hilo invisible nos permitiera comunicarnos con la mirada A partir de entonces dejé de encerrarme en la despensa y Madrid me gustó tanto que anotaba el nombre de las estaciones de metro en mi cuaderno.


Recuerdo que una vez soñé con un tren muy largo, con ventanillas negras, al que mi tía me obligaba a subir por haber desvelado el secreto, y yo me sujetaba la bragueta para no orinarme. Por eso, una mañana, cuando escuché chillar a la mujer del médico y decirle al portero que llamara corriendo a mi tía, y un hombre vestido de policía se presentó en la casa, supe que venían a por mi madre, y que no debí fiarme de la vieja.


Lo siguiente que recuerdo es a mi tía preparándome un bocadillo en el tren de vuelta a Córdoba y sus ojos oscuros de silencio cuando yo le preguntaba por mi madre, "Anda, cómete eso", decía, que ahora tienes que ser fuerte, y yo agarraba el bocadillo con una mano y mi linterna con la otra enfocándome los pies, que colgaban del asiento.


En la estación encontré a mi padre mucho más viejo, como si también él hubiera cumplido años de repente.


Mi tía dejó a la vieja chiflada y se quedó a vivir con nosotros, y cuando empezó el cole le conté al Seba que Madrid me había gustado mucho, aunque cuando llegas allí no puedes decir que tienes padre porque es un secreto, así das pena y consigues trabajo: y que mi madre me lo contó porque en Madrid te vuelves enseguida más mayor y aprendes a decir mentiras. También le dije que no te puedes fiar de los viejos, sobre todo de los que se hacen pasar por locos. Le enseñé el cuaderno que me había comprado mi madre, con todos los nombres de las estaciones que tenía apuntadas, para que viera que era verdad que yo me había montado en metro. Y le dije que cuando volviera mi madre ya me explicaría por qué ahora tengo que fingir que a ella la atropelló un coche, si en Córdoba no vamos a trabajar en ninguna casa y no necesitábamos dar pena. El caso es que cuando mi padre me mira, con los ojos mojados, yo abro mucho las piernas como hacen los jefes indios al ponerse serios y le guiño un ojo para que se quede tranquilo, que yo ya sé guardar secretos.

jueves, 16 de octubre de 2008

¿Hay vida después de una novela?


Os dejo un pequeño texto que envié a mis amigos del Desván de la Memoria el pasado viernes. Es sobre mi nueva novela, no puedo hablar mucho de ella, quiero ir presentándola a certámenes, me haría mucha ilusión verla publicada. Es dificil, pero hay que intentarlo.






Hoy por fin he dado por terminada mi novela. Justo cuando el mensajero se llevó las tres copias que pedían en el certamen al que la he enviado. Los dos últimos meses le he dedicado tanto tiempo y atención que ahora me pregunto si podré olvidarla y no me seguirá asaltando en los momentos más inesperados. Lo cierto es que, cómo decía Mercedes, esto es como un parto. Los momentos finales se hacen difíciles y dolorosos, empiezas a desesperar, luego todo pasa en un momento. El dolor se transforma en una especie de extrañeza, mezcla de relajación y orgullo.

También está la sensación de vacío, como si te faltara algo, algo que ha ido contiguo durante mucho tiempo y que ahora, de un plumazo te deja abandonada. Así ando yo esta tarde, desorientada, perdida. Es viernes, no llueve pero hace viento, los árboles ya están mareados de agitatarse en una danza desenfrenada que parece no tener fin. Esta mañana, en una calle, vi un montón de hojas secas mezclado con flores violetas, tenía una forma tan perfecta que parecía obra de la mano humana, me asombró que la belleza también pudiera ser causal.

martes, 14 de octubre de 2008

Paseando por Málaga


Doce de octubre, domingo por la mañana, día de la Virgen del Pilar y estamos en Málaga, con un tiempo templado y agradable, propicio para pasear. Nos decidimos por la calle Larios, nos anima el hecho de que sea peatonal, así los niños pueden ir a su antojo, si miedo a un posible atropello.

Nada más llegar nos sorprende la música que amansa a nuestras fierecillas y los entretienen un rato, no demasiado, dejamos unas monedas y seguimos caminando.

Hasta que un brujo nos detiene. Su enorme nariz de zanahoria sobresale bajo el gorro, casi llenando una cara arrugada y verrugosa. Pero lo que más llama la atención son sus manos de dedos sarmentosos y largos, rematados en unas uñas afiladas como garras. En su regazo custodia los cristales mágicos, que ofrece con movimientos pausados a los niños que depositan monedas en su singular alcancía.


Apenas nos hemos repuesto de la emoción cuando nos encontramos con un hacedor de burbujas, ¿burbujero?
Los pequeños corren tras las pompas gigantes para experimentar el placer de destruirlas y quedar bañados por una lluvia de fantasía. Los mayores observamos envidiosos, retraídos; la educación recibida nos impide sacar al niño que llevamos dentro y correr tras una pompa de jabón y aplastarla con nuestras manos y....

Al final del paseo, tras una visita a la catedral, llegamos a un parque. Mi hijo corre tras las palomas, en una persecución imposible, que se repite una y otra vez, siempre con el mismo resultado.
Los animales, acostumbrados a esta vida de sobresaltos, apenas vuelan unos metros para esquivar el peligro. Luego se dejan caer orgullosas y miran de reojo a la cría humana, que roja y sudorosa más bien parece una gamba.


Paula, mucho más práctica, por algo pertenece al género femenino, se desliza por el tobogán. No hace muy buenas migas con su primo, con el que rivaliza para llamar la atención entre los mayores. Son habituales las peleas entre ellos, supongo que cuando crezcan serán muy buenos amigos, pero por ahora es mejor mantenerlos alejados.






Mientras los niños disfrutan en el parque, me escapo a unas casetas de libros, para ojearlos con tranquilidad.
A esta hora, más de la una, el calor es húmedo y pegajoso, el sol golpea de lleno sobre los puestos. Apenas he visto uno de los estantes cuando aparecen mis hijos y el resto de la familia. Se acabó la tranquilidad, con Juanma en brazos, agotado tras la infructuosa persecución a las palomas, trato de localizar algún libro interesante. Acabo comprando un manual de magia para Irene, El principito, uno de Miguel Hernández para mi hermana, uno de pegatinas para Juanma y casi, por los pelos, uno de Rosa Montero, que veía ya que me iba sin libros para mí.
Mis hijos, que son de pueblo como yo, se lo pasaron muy bien, disfrutaron del bullicio de la ciudad en un día de fiesta. Irene, que siempre se fija en todo, me dijo "Mamá, cuánta gente hay aquí por las calles haciendo cosas para que le den monedas" y me agarró fuerte de la mano mientras en su rostro se dibujaba una sonrisa feliz.

viernes, 10 de octubre de 2008

El pus del diablo. HORACIO CONVERTINI

Con este post quiero empezar una sección dedicada a mis amigas y amigos escritores. Cuando te inicias en este mundillo empiezas a conocer a gente con tus mismas ilusiones, para los que escribir también es un sueño, entonces sabes que no estás sola, que el camino es largo pero que un sólo comentario alentador compensa cientos de decepciones. Quiero abrir mi blog a toda esa gente que, como yo, siente que escribir es vivir.



A Horacio lo conocí a través de internet cuando ambos participamos el V Certamen de relatos de Canal Literatura, intercambiamos comentarios en nuestros respectivos cuentos y a partir de ahí se inició una amistad que se mantiene a pesar de la distancia que nos separa. Aquí os dejo la portada de su libro, un brevísima biografía y uno de sus cuentos.





Horacio Convertini nació en 1961, en Buenos Aires, Argentina. Es periodista. Acaba de publicar su primer libro de relatos, "Los que están afuera", segundo premio del Concurso 2007 del Fondo Nacional de las Artes, en categoría cuentos. "El pus del diablo" obtuvo un accésit en el Concurso Cuentos del Agua, de la Expo Zaragoza 2008, cuyo jurado estuvo presidido por el chileno Jorge Edwards, Premio Cervantes 2003.



El pus del diablo

Fue como si la puerta lo hubiera escupido para adentro.
--Se secó –dijo, y se quedó al pie de mi cama, mirándome.
Sábado, nueve de la mañana. Yo, entre sueños, con ganas de cualquier cosa menos de contagiarme la excitación que Tito parecía traer de la calle.
--¿No me escuchaste, la puta madre? –de un manotazo me arrancó las sábanas.
--¡Qué hacés pelotudo!
--¡Se secó, te digo!
Me senté con los pies fuera de la cama. La cabeza me daba vueltas y la voz de Tito me llegaba con un eco deformado, como si me estuviera hablando desde dentro de un balde de hojalata.
--¿Estás seguro?
--Vengo de allá, hay mucha gente. Mi abuela salió rajando a la iglesia para confesarse. Dice que es un aviso de Dios, lo contrario a un milagro. Que algo malo va a pasar.
--A lo mejor es una ilusión óptica –le dije para tranquilizarlo, mientras tanteaba el piso con los pies en busca de las zapatillas--. A veces, de tan quieta, el agua no parece agua. ¿Dónde están, carajo?
Tito me señaló debajo de la mesita de luz. Para no agacharme, estiré lo más que pude la pierna izquierda, usé los dedos como garfios y arrastré las zapatillas hacia mí. Me las calcé con fastidio. No quería levantarme.
--El Ramón se metió –continuó Tito--. Yo lo vi. Primero daba pasos cortos. Creo que tenía miedo de que el fondo estuviera demasiado blando. Ponía el segundo pie donde antes había puesto el primero, como las mulas. Después se fue animando. A la mitad se agachó y desenterró algo. Lo miró, lo limpió un poco y me llamó a los gritos. Ahí me cagué todo y vine. Dale, Javi, cambiate y vamos.
--Dejate de romper las bolas...
--Mirá si lo encuentran.
--¿A quién?
--¿A quién va a ser?

Antes de salir, agarré un pedazo de pan de la cocina. Estaba tibio. Le convidé a Tito pero no quiso. Afuera, el sol pegaba sin piedad. Me lastimaba los ojos. Quise volver a buscar una gorra.
--¿Tenés mierda en la cabeza vos? –se calentó Tito.
--Pará, pará, tranquilo. Ya no debe de quedar nada.
--¿Qué sabés?
--Eso era todo brea, ácido. Y pasaron como cinco años.
--Hay que ir igual, uno nunca sabe. Apurate.

Eran tres cuadras largas hasta el Riachuelo. Tres cuadras que hacía tiempo no caminaba. Mi vida se había dado vuelta, había cambiado de punto cardinal. Tenía diecisiete años y rumbeaba para otros lados que suponía mejores. Traté de hacerme a la idea: el Riachuelo seco. Imposible. En una época, decían, había sido un río normal. La gente se bañaba en sus orillas y pescaba peces oscuros como costras de barro, pero que a la sartén salían ricos. Las aguas corrían a desgano, porque al fin de cuentas era un río chato de tierras bajas, pero corrían y no olían a otra cosa que no fuera agua. Eso sí: nadie vivo en Pompeya había sido testigo de aquellos años y para mí esas historias eran puro cuento. El Riachuelo, creía yo, había sido siempre una sopa espesa de aceites y alquitranes. Una llaga más que un río, que serpenteaba a espaldas de los frigoríficos y las curtiembres donde trabajaban nuestros padres.

--Se habrá secado, pero apesta igual –le dije a Tito.

Ese olor a pudredumbre había sido el perfume de nuestros mejores días. De chicos, todas las tardes a la salida del colegio, bajábamos a sus orillas. Se hablaba de que entre los pastizales vivían ratas tan grandes que devoraban de tres dentelladas a los cusquitos que se escapaban de sus casas y a los cuerpos que cada tanto aparecían por ahí con la garganta tajeada o con un balazo en la frente. Pero no nos importaba. Tito, el Cardo y yo. A falta de Mompracem, los Tigres del Riachuelo. Armados con gomeras y lanzas hechas con cuchillos de cocina oxidados y cañas de medio metro, recorríamos sin miedo cada milímetro de esa cloaca a cielo abierto que, según la abuela de Tito, destilaba el pus del Diablo.

El más valiente era el Cardo. Le decíamos así porque la madre le cortaba el pelo tan corto que le quedaba erizado y pinchudo. Era capaz de enfrentar cualquier peligro sin medir las consecuencias y nada lo irritaba más que alguien pusiera en duda sus agallas. “A que no te animás”, le decíamos para chucearlo si el día venía medio zonzo. Y él, para taparnos la boca, se animaba a lo que fuera.

Una vez encontramos un revólver. No estaba oxidado. Seguramente lo habían tirado ahí poco tiempo antes.
--A que no te animás a romperle la ventana de un balazo a la gorda Zulma –le dijo Tito.
Odiábamos a la gorda Zulma porque el verano anterior nos había pinchado una pelota de cuero que habíamos pateado sin querer al patio de su casa. Tito agarró el revolver por el caño y se lo ofreció al Cardo. El Cardo lo manoteó casi con rabia y se lo calzó en la cintura como los pistoleros del Far West. Era una tarde pesada, húmeda. El cielo se había encapotado y las calles estaban vacías. Fuimos hasta la casa de la gorda Zulma corriendo en puntas de pie, como si hubiéramos temido que nuestras pisadas pudieran delatarnos. El Cardo se parapetó detrás de la caja de un camión estacionado. Nosotros, en la esquina, listos para huir. Me pareció que el Cardo disparó una sola vez, pero se escucharon dos estruendos apretados y el ruido de los vidrios rotos. Enseguida, gritos. Escapamos hacia el Riachuelo y nos refugiamos en la protección de los pastizales. Después, seguimos por la orilla hasta el Puente Uriburu. Tiramos el revólver ahí y regresamos a la media hora como si nada. El barrio entero estaba en la calle. Un patrullero y una ambulancia, en lo de la gorda Zulma. La puerta abierta. Tito empezó a lloriquear. “¿Y si la matamos, eh, y si la matamos?” Pero enseguida apareció nuestra enemiga con la cara deformada de llorar y las piernas flojas, sostenida por dos enfermeros que la llevaban hacia la ambulancia, asustada hasta el desmayo pero viva. “Esa hija de puta no nos pincha una pelota nunca más”, murmuró el Cardo con los dientes apretados. Y me pareció que los ojos le brillaban con un relumbrón extraño.

Tito tenía razón. El Riachuelo estaba seco, como si toda la porquería arrojada durante años se hubiera terminado de beber lo poco de agua que le quedaba. El Ramón seguía del otro lado y saludaba a los de acá con la alegría histérica del náufrago que acaba de ver la lancha de rescate. En el lecho barroso sobresalía el chasis podrido de un auto, entre otros objetos que habían perdido la forma y el color y que ahora parecían los fantasmas siniestros de un planeta arrasado. La cámara de un canal de televisión registraba todo. El periodista, pringoso de sudor en su traje gris, hablaba con voz engolada de un fenómeno único en el mundo cuyas causas se desconocían.
--Yo no me acuerdo muy bien dónde fue –dije con la esperanza de que Tito desistiera.
--Yo sí. Allá, dónde se está juntando esa gente.
--A lo mejor ya lo encontraron.
Tito se frenó un segundo y luego se largó a correr como un loco hacia el grupo de personas. Lo seguí. Nos filtramos a los empujones y llegamos al medio de la ronda. Una vieja limpiaba con trapos húmedos a un perro sucio que parecía un pingüino empetrolado. “Eso te pasa por no hacerle caso a mamá”, rezongaba la vieja. El perro temblaba y lloraba como un chico asustado. Me agaché a acariciarlo. Sentí en un hombro la mano de Tito.
--Vamos –me dijo.
Me paré lentamente, como si me costara. Y me dejé llevar, barranca abajo.

Nosotros, a los doce años, en ese mismo lugar.
A Tito se le había ocurrido prender fuego un montón de pasto seco usando la luz del sol y una lupa. Quería probar lo que había visto en una película. Llevaba una hora arrodillado, cambiando la lupa de lugar a cada rato para captar mejor los rayos, y nada. El Cardo dormitaba panza arriba. Yo tiraba piedritas a las aguas muertas. Habrá sido el aburrimiento, entonces.
--¿A que no te animás a nadar hasta la otra orilla? –le dije al Cardo.
El Cardo se irguió sobre un codo y con la otra mano hizo visera para mirarme. No contestó nada.
--Es cerca –agregué.
El Cardo se daba dique de buen nadador. Decía que en la pileta del Ateneo hacía cinco largos sin acalambrarse. Que de grande iba a trabajar de salvavidas, que su sueño era cruzar el Canal de la Mancha a nado como un rosarino que había salido en la tele. Toda la tarde había estado hablando de eso antes de quedarse medio dormido.
--Dicen que por acá no es hondo –lo azuzó Tito, que de golpe se olvidó de su experimento.
El Cardo se paró y bajó a la orilla, como si hubiera querido evaluar si era posible, si no estábamos locos.
--El problema son los ojos. Te entra algo de agua y te quedás ciego –dijo Tito, y por un momento tuve miedo de que lo hiciera arrepentir. Agarró la bolsa de plástico transparente en la que había traído la lupa y se la mostró--. Pero te hacés unas antiparras con esto y listo.
--La ropa –dijo el Cardo--. Se va a arruinar.
--Dejala acá. Si querés, te presto mis calzoncillos así tu vieja no se da cuenta.
--¿Y qué hago del otro lado en bolas, eh?
--Bueno, vas hasta la mitad y volvés, que es lo mismo que si hubieras cruzado.
Me dio la sensación de que dudaba, de que no le encontraba sentido. Una cosa era cagar a tiros la casa de la gorda Zulma y otra, éso.
--¿Qué? ¿No te animás? –saltó Tito, ya cebado.
El Cardo se sacó la remera, las zapatillas y el pantalón. Se quedó en calzoncillos. Le ofrecí los míos y no los quiso. Se metió y caminó unos pasos.
--Parece mierda esto –dijo.
--¿Querés la bolsita para los ojos? –le preguntó Tito.
--No.
Siguió muy despacio. Y no se tiró hasta que el agua le llegó al pecho. Al principio no braceaba. Nadaba perrito, con la cabeza parada, bien afuera. Del asco, creo. Pero era mucho esfuerzo y avanzaba poco. Eso lo debe de haber hartado y se largó con un crol perfecto.
--¡Vamos, carajo! –exclamó Tito.
Cortaba el agua con los brazos arqueados y balanceaba la cabeza, a un lado y otro, para tomar aire. Veloz y seguro, el Cardo. Parecía un pájaro oscuro atravesando como una flecha una noche líquida y viscosa.
--¡Hasta el Canal de la Mancha no paramos! –le grité fascinado por la proeza, exaltado por el orgullo de ser su amigo.
Cuando llegó a la mitad, se detuvo. La cabeza del Cardo era apenas un grumo en la superficie negra. Permaneció un rato flotando ahí, como si estuviera juntando fuerzas para el regreso. De pronto agitó el brazo derecho. Yo lo saludé. Nos gritó algo que no entendí y lo miré a Tito.
--Se acalambró –me dijo.
La cabeza del Cardo desapareció de golpe, como si hubiese sido chupada por una fuerza invisible. Pero enseguida arañó el aire con una mano y asomó de nuevo. Estuvo dos o tres segundos tratando nerviosamente de mantenerse a flote y volvió a hundirse. Le grité que aguantara, que se agarrara de algo. Y tuve esperanzas de que iría a lograrlo cuando vi que su cabeza irrumpía una vez más, ahora con la furia de un tiburón hambriento, y que sus brazos repartían manotazos enloquecidos al agua. El Cardo, enojado. El Cardo, héroe.
--¡Dale! ¡Dale! –le gritábamos desde la orilla mientras él se revolvía entre remolinos de aceite. Éramos pibitos y creíamos con una fe ciega en su coraje terco. Por eso no nos dimos cuenta de que la realidad era otra. De que en ese esfuerzo desesperado estaba gastando sus últimas energías. El Riachuelo se lo volvió a tragar y permanecí un rato largo en silencio esperando a que saliera otra vez. Hasta que Tito se arrodilló y se puso a llorar. Empecé a dar vueltas como un perro que se muerde la cola. Pensaba en el Cardo, ahogado en ese charco de veneno. Y en lo que pasaría con nosotros cuando se supiera. Lo abracé a Tito y le hablé al oído.
--No vimos nada. No sabemos nada. El Cardo se aburrió porque no podíamos prender fuego el pasto con la lupa y se fue. Se fue, ¿me entendiste? Solo. No vimos nada. No sabemos nada.
Cruzamos el puente para tirar la ropa en una zanja de la otra ribera. Después volvimos y nos encerramos en mi casa. A la nochecita apareció la madre del Cardo. Tenía los ojos hinchados y las manos le temblaban. El Tito se calló la boca. Creo que no se quebró porque estaba conmigo. Y porque hablé yo, y porque mantuve la mentira palabra por palabra. La voz firme, el argumento sólido, ni la menor grieta de remordimiento.
Lo buscaron durante varias semanas. Pegaron carteles con su foto en todos lados. Hasta hicieron una misa pidiendo por su regreso. Pero el cuerpo del Cardo no apareció nunca. Su misterio se fundió con la rutina del barrio, y eso trajo la resignación y el olvido.

Tito se internó en el cauce gelatinoso. Dio dos o tres pasos y se resbaló. Tuvo que apoyarse con la mano derecha en el piso para no caer redondo en esa papilla negra. Se miró la palma unos segundos, como si se hubiera clavado algo, y luego se la limpió pasándosela por el fondillo del pantalón. Siguió. Me sorprendió su seguridad. Avanzaba en línea recta, pura certeza, como si conociera el camino de memoria. Como si durante los últimos cinco años hubiese imaginado esa escena una y otra vez --el Riachuelo seco, el cuerpo del Cardo a la vista--, y hubiese trazado mentalmente el mapa de su culpa.

La gente se aburrió del perro empetrolado y bajó hasta la orilla para ver a Tito. “¿A dónde va?”, me preguntó alguien y yo le contesté encogiéndome de hombros. Me pareció que todo era ridículo. Para qué acordarse del Cardo cuando ya nadie hablaba de él, si hasta su madre, enloquecida del dolor, se había ido del barrio. Para qué hurgar en el pus del diablo. Tito llegó hasta la mitad del río. Se quedó un momento de pie con la vista clavada en el suelo. Luego se puso en cuclillas. Escarbó un rato. Vi sus manos sucias. Vi que se daba vuelta. Vi que el periodista avanzaba hacia mí, que el ojo de la cámara buscaba mi cara. Subí la barranca de dos trancazos. Escuché que me llamaban, que alguien gritaba mi nombre, pero no paré. Crucé la calle, corrí hacia las casas.


Este cuento está incluido en el libro "Los que están afuera" que se puede adquirir en la siguiente dirección: http://www.tematika.com/libros/ficcion_y_literatura--1/cuentos--4/los_que_estan_afuera--481474.htm

jueves, 9 de octubre de 2008

Los borrachos y los niños...siempre dicen la verdad

Este verano hemos pasado las vacaciones en un pequeño pueblo portugués Olhos d’Água en la playa de Falésia a unos diez kilómetros de Albulfeira. Nos alojábamos en un hotel con todo incluido: comidas, bebidas, espectáculos, minclub para los niños, jacuzzi, sauna...

Este tipo de hoteles coarta tu afán viajero y propicia unos hábitos de los que es difícil salir: desayuno, playa, comida, siesta, piscina, espectáculo infantil, cena, espectáculo para mayores, copa y a dormir, que mañana tenemos que estar frescos.

Por otra parte, a veces tenía la sensación de estar en un cebadero, al entrar en alguno de los restaurantes buffet y ver tanta comida, imaginaba que nos estaban engordando con algún fin malévolo. A esto se añadía el lavado de cerebro, durante todo el día, a diversas horas, sonaba la cancioncita de la cadena de hoteles, I want, I want to go to..... que nos incitaba a regresar en años sucesivos.

Lo cierto es que el sitio es ideal para ir con niños pequeños, ellos disfrutan de lo lindo, pero a mí empezaba a cansarme estar allí encerrada. Así que una noche propuse salir a cenar fuera, insistí tanto que, a regañadientes, acabaron por hacerme caso. Nos subimos los ocho en el monovolumen de mi cuñado, a fin de cuentas sólo eran diez kilómetros para qué coger dos coches, y pusimos el GPS, que presto nos llevó hasta un precioso pueblo blanco a la orilla del mar, Albulfeira.

Paseamos, escuchamos a los músicos callejeros, nos hicimos fotos con un mimo, cenamos en un italiano... En fin, pasamos un rato agradable, pero eran casi las once y había que regresar al hotel, por el biberón de la pequeña Paula.

Ya subidos de nuevo en el coche, conectamos el Tomtom y, confiados, nos dejamos conducir por él. En menos de cinco minutos nos metió en una carretera sospechosa, el asfalto había desaparecido y el carril se estaba transformando en un camino de cabras. Así que dimos marcha atrás y decidimos seguir fiándonos de nuestro sentido de la orientación, como toda la vida. La primera media hora resultó divertida, cada vez que dábamos la vuelta en una rotonda, nos reíamos y bromeábamos sobre la posibilidad de perdernos y aparecer en Faro (a unos 50 km. de allí). En los treinta minutos siguientes empezamos a desesperar, la noche cerrada, las carreteras mal señalizadas (o al menos eso nos pareció en ese momento), el GPS olvidado por inútil, siempre insistía en llevarnos al mismo carril. Apretados como sardinas, el viaje idílico a Albulfeira se había convertido en una pesadilla. Y los niños empezaron a opinar.

- La culpa es del Tomtom- dijo Irene- ese cacharro no sirve para nada.
- No, la culpa es de mamá- dice mi hijo Juanma.
- ¿Por qué?- pregunto yo, temiendo saber la respuesta.
- Porque tú eras la que queráis venir a Albulfeira (bufeira en su idioma)

En ese momento, niños y mayores se rieron, y yo imaginé que mi hijo había dicho con palabras lo que todos pensaban en silencio.
Por fin encontramos una pareja de policías, que después de regañarnos por haber aparcado en un sitio prohibido, nos indicaron como regresar al hotel. Así, hora y media después de salir de Albulfeira, exhaustos, malhumorados y medio dormidos, eran más de las doce, conseguimos llegar de nuevo a nuestro paraíso, del cual no salimos hasta el último día, para regresar a nuestras respectivas casas.












martes, 7 de octubre de 2008

Y ya son 1.000.... visitas


Si mi contador no me engaña, que no tiene motivos para hacerlo, El sueño de las palabras, mi blog literario, ha superado las mil visitas. Son más de 460 personas distintas las que se han acercado en alguna ocasión, entre estas están las que vinieron, vieron y se marcharon; pero también están los invitados fieles, que se encontraron a gusto en esta casa y de vez en cuando pasan por aquí para hacerme una visita. La mayoría son españoles pero también los hay argentinos, ingleses, mejicanos, colombianos, norteamericanos, chilenos... por nombrar los más relevantes.
Hace poco más de dos meses, cuando inicié esta aventura en internet, no podía imaginar que mis palabras llegarían a tanta gente. Estoy muy contenta y emocionada. Me pregunto qué debe sentir Ruiz Zafón cuando vende millones de ejemplares de sus novelas, supongo que eso será la leche.
Muchas gracias a todos y a todas, espero seguir contando con vuestro interés por mucho tiempo.

Fotografía: Paco de Alcaudete

jueves, 2 de octubre de 2008

Mi relato en el blog de Jose Luis Muñoz

Esto de internet tiene sus ventajas, una de ellas es que puedes dar con gente que tiene tus mismas inquietudes. A veces son novatos, otras llevan ya muchos años batallando por abrirse un camino en el mundo de la literatura. Este es el caso de Jose Luis Muñoz, escritor premiado en importantes certámenes, con numeroso libros editados; y que ha tenido la deferencia de publicar uno de mis relatos en su blog literario La soledad del corredor de fondo. Desde aquí quiero hacer público mi agradecimiento y admiración.

EL MAL ABSOLUTO, Algaida, 2008, Premio de Novela Ciudad de Badajoz, es su última novela publicada.


Una periodista de la ZDF hace coincidir en un documental televisivo a Günter Meissner - ex oficial de las SS de Auschwitz y ahora acaudalado empresario - y a Yehuda Weis - un superviviente del campo de exterminio que vive casi en la indigencia -. Meissner, con absoluta frialdad y hasta con orgullo, relata ante la cámara las atrocidades cometidas. Cuando Yehuda Weis ve el documental, y descubre en la pantalla de su televisor a su carcelero, el hombre que lo salvó y condenó al mismo tiempo, comprende las razones por las que escapó del Holocausto y ha sobrevivido todo este tiempo: para ese crimen no hay olvido ni perdón posible.José Luis Muñoz, con un lenguaje desnudo y conciso, construye en EL MAL ABSOLUTO una novela demoledora sobre una venganza aplazada en el tiempo, a medio camino entre la investigación periodística y la ficción literaria. Una relexión en voz alta acerca de la condición humana, el mal y sus raíces, un relato extremo sobre el horror en un trhiller que aborda, desde una nueva perspectiva crítica, el período más oscuro de la humanidad y su hecho más atroz: el Holocausto.


Si quereis conocer más cosas sobre su obra, os dejo el enlace a su blog:

miércoles, 1 de octubre de 2008

New York, New York

Hace unos días regresó de Nueva York mi amiga y compañera Mila. Después de quince días por tierras norteamericanas volvió cargada de fotos y vivencias. Me ha regalado algunas y yo quiero mostrarlas a través de mi blog, en estos días en que todo el mundo vive pendiente de la crisis financiera que está sufriendo Estados Unidos, con la preocupación de cómo afectara a nuestra economía. Son los efectos de la globalización.













De allí me cuenta que todo es como lo vemos en las películas, les gusta los perritos calientes, los policias van por la calle son su donut y su café, los taxis amarillos...Te puedes encontrar con un músico callejero de jazz en Central Park o con un departamento de policía con más bombillas que un club de alterne en el centro de Times Square.

A mí me da un poco de aprensión eso de que todo sea como en los filmes de Hollywood, donde la violencia es la principal protagonista, eso sí, que no se vea un pecho femenino que eso atenta contra la moral norteamericana. No importa que maten, desuellen, descuarticen, violen o torturen a alguien, mientras que no se enseñen las partes pudendas, todo está permitido.



No quiero ser pesada, que se me va a notar que no me caen muy bien los yankis, y luego todo se sabe. Me quedo con esta imagen del músico callejero que es una de las que más me ha gustado.