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martes, 3 de septiembre de 2019

La luz prestada de la Luna





XVII Premio Nacional de Teatro José Martín Recuerda

Esta obra nos lleva por un camino de incertidumbre y violencia. El hombre protagonista está secuestrado, encerrado en una nave y sometido a tortura por parte de dos mujeres, dos prostitutas que se alternan para atormentarlo. Él no sabe por qué está allí, no consigue recordar nada de su pasado y eso hace que la tensión sea mayor. Ellas, entre golpe y golpe, le cuentan como se vieron abocadas a la prostitución. Conforme avanza la obra, el espectador irá descubriendo que las cosas no siempre son lo que parecen, los personajes se van transformando y asoma su verdadera naturaleza.
Puedes adquirirlo en tu librería habitual y también en diversas páginas on line. Este es el enlace a Aamzon:

https://www.amazon.es/Luz-prestada-Luna-Premio-Recuerda/dp/8478076360

domingo, 7 de mayo de 2017

Mi nuevo proyecto: Piernas de bailarina

Ya ha pasado más de un año desde que se publicara mi última novela Arrugas en la memoria y me apetecía publicar algo nuevo. Quería que fuera algo mío, no tener un compromiso con una editorial y, de esa forma, no sentirme en deuda con nadie. Por eso me planteé hacerlo en autoedición, eso sí, contando con los servicios profesionales de El ojo de Poe. Aún no tengo el libro entre mis manos, pero me gusta el diseño de portada y estoy segura de que el resultado será magnífico, confío en mi amiga Inmaculada Puche y en su hija, Victoria Borrás, que han sido las encargadas de dar vida a mi proyecto.

Además, quería ligar mi literatura a la pasión por el vino de mi marido: "books and wine". Y a la pasión mutua por el teatro. Así que las presentaciones de este libro estarán repletas de libros, vino y teatro, pues se representará la adaptación de uno de los cuentos que se incluyen en el libro. La primera será en Alcaudete, el día 9 de junio, pero mi idea es llevar Piernas de bailarina a otras localidades, eso sí, sin prisas, como se saborea un buen vino.
Os dejo con la portada y una sinopsis de este libro, un conjunto de relatos que tienen a la mujer como protagonista.

"Piernas de bailarina es un homenaje a las mujeres que han desfilado por mis relatos a lo largo de los once años que llevo metida en esta locura de escribir. Mujeres que sufren en silencio el problema del maltrato, la anorexia o el rechazo social. Mujeres que aman con pasiones silenciosas o desbordadas, a dos o a tres bandas, a hombres o a otras mujeres. El amor no conoce de límites ni fronteras. Mujeres que matan sin mostrar arrepentimiento, asesinas frías movidas por la venganza o la locura. Mujeres que se liberan, que por fin sueltan amarras y navegan libres hacia su nuevo destino, alejándose de todo aquello que las oprime, que no les permite ser ellas mismas.
En los veinticuatro relatos que componen este libro, el lector descubrirá que las mujeres podemos ser como las piernas de una bailarina, lo suficientemente fuertes para soportar el peso de en cuerpo en constante movimiento y, a la vez, tan frágiles, tan sensibles  al dolor y a las lesiones."

miércoles, 24 de agosto de 2011

Amantis, mi relato en el Periódico Ideal

Al igual que el año pasado, he participado en el Certamen de Relatos de Verano convocado por el periódico Ideal. Durante el mes de agosto se van publicando los relatos finalistas, de entre ellos se eligirá posteriormente a los ganadores. Ayer, martes, apareció el mío, un cuento titulado Amantis.
Me hace mucha ilusión estar entre los finalistas, sobre todo, porque mi relato ya ha sido publicado, porque ha llegado a un montón de gente que lo ha podido disfrutar, como hago yo con el resto de los cuentos finalistas que se van publicando cada día.
Creo que es una iniciativa interesante que los periódicos incorporen algunas páginas dedicadas a la literatura, pero no como algo anecdótico, sino de manera habitual. Quizás así se consiguiera enganchar más gente a la lectura.
Aquí os lo dejo, por si os apetece leerlo. Feliz verano, aunque ya nos va quedando poco.



Título: Amantis

Alquilé el piso por Internet; pleno centro, noventa metros, con ascensor, a un precio irrisorio. Las llaves la tenía el portero, un hombre de aspecto sucio y desastrado, que no mostró demasiado interés en el asunto, ni siquiera me acompañó a verlo. Me dijo que podía revisar el piso por mí mismo, sin prisas, que cuando terminara ya me cobraría la fianza y el mes por adelantado. ¿Y si no me quedo con él?, le pregunté, asombrado por su actitud. Todos se quedan, contestó y, con gesto siniestro, desapareció tras la puerta.

Aquello me daba mala espina, así que me dispuse a examinar la vivienda con calma, buscando hasta el más mínimo defecto. Tras inspeccionar varias habitaciones, todas en impecable estado, entré en la sala de estar y algo llamó poderosamente mi atención. Una butaca reinaba en la estancia, todos los muebles y objetos parecían estar dispuestos para que ella destacara, incluso la lámpara iluminaba con más fuerza el espacio donde se ubicaba. Una pieza de diseño clásico, tapizada en blanco, con brazos cilíndricos y respaldo con orejeras. Las patas delanteras formaban sendos arcos, mientras que las traseras eran rectas y más resistentes. Desde el instante que la vi, ejerció sobre mí una atracción irresistible. Su piel blanca brillaba como los ojos de un felino al acecho. Pura provocación. Me acerqué con recelo y me senté, dejándome acariciar por sus manos de gata invisible. Entonces descubrí el placer, un placer oscuro que subía en oleadas negras y calientes, como un chocolate dulce y espeso que se iba derramando por mi cuerpo, que enredaba mi entendimiento.

Esa misma noche me instalé en la casa. El portero, que me recibió con una sonrisa sarcástica bailándole en los labios, no mostró inconveniente en que me quedara. Contó los billetes y los guardó en un bolsillo interior de su chaqueta. No me dio ningún recibo, ni yo me atreví a pedírselo. Un mal presentimiento pasó fugazmente por mi cabeza; lo alejé de un manotazo, ¿qué podía salir mal? Disponía de un piso magnífico a un precio irrisorio y, además, estaba lo de aquel sillón, jamás había experimentado una sensación tan irreal y a la vez tan intensa.

Los primeros días sólo pasaba allí los ratos libres. Nada más sentarme, caía inmerso en una felicidad absoluta, un goce indescriptible que me dejaba más agotado que el sexo. Luego, buscaba con ansia esos momentos de ocio, y llegué a renunciar al resto de mis aficiones. Ya no quedaba con mis amigos, ni me iba los sábados a la discoteca. No necesitaba buscar chicas para noches de pasión. La butaca de piel blanca me proporcionaba el placer más inmenso que nunca hubiera podido imaginar.

En pocos días empecé a faltar al trabajo, perdí peso, los amigos y las ganas de moverme. Sentarme en aquel sillón se había convertido en mi única obsesión, un vicio que me dominaba, no conseguía permanecer ni unas horas alejado de él. En un intento de conservar mi trabajo, pues ya se me habían acabado las excusas para ausentarme, adelanté las vacaciones. Treinta días que pasaron en un sueño. No fui consciente del tiempo transcurrido hasta que me llamaron de la empresa. Debería haberme incorporado el lunes de esa semana, y ya era jueves. Mi jefe, furioso, amenazó con despedirme. No me importó. Ya no necesitaba el trabajo, ni a los amigos, que se habían cansado de llamarme; ni a mi familia, que vivía mi encierro voluntario con preocupación. Lo tenía todo. Un placer extraordinario que, cada día, conforme me sentía más débil, vivía con mayor intensidad, al límite de la extenuación.

Una semana después me faltaban fuerzas para realizar las tareas más básicas. Llevaba cinco días sin comer nada sólido. Apenas me levantaba del sillón, ni siquiera para ir a la cocina a prepararme algún alimento; a lo sumo, cogía lo primero que encontraba en la nevera. No salía a la calle, pronto los víveres empezaron a escasear. La última jornada sólo bebí agua del grifo. Al ir al baño y mirarme en el espejo, al ver mi rostro cadavérico, las cuencas de mis ojos hundidas, la piel transparente que mostraba sin pudor el contorno de mis huesos, comprendí que se acercaba el final.

En un intento desesperado por recuperar al hombre, aseado y pulcro, que hasta hace poco fui, busqué la maquinilla de afeitar. En el baño, como en toda la casa, reinaba el caos. Por fin la encontré debajo de unos calzoncillos sucios. Las manos me temblaban demasiado, tras varios cortes en ambas mejillas, desistí. Vi correr la sangre por mi rostro, arrastrándose como una serpiente venenosa. Por su color granate oscuro y su aspecto reseco parecía que se hubiera derramado mucho tiempo atrás. Parecía la sangre de un muerto.

No había ninguna salida, sólo deseaba sentarme sobre ella y esperar, pero antes tenía un encargo que cumplir. Sin molestarme en limpiar mi cara, me fui hacia el salón, debía ahorrar la poca energía que me quedaba. Encendí el ordenador, tecleé con dedos torpes un par de frases. Mi instinto de supervivencia me gritaba que pidiera ayuda, que enviara correos a los amigos, que entrara en el Messenger por si había alguien conectado. Yo sabía que era inútil. No me dejaría, me vigilaba de cerca.

Unos minutos más tarde, cumplida mi última misión, me dejé caer sobre la butaca de sedosa piel blanca. Sabía lo que me esperaba, pero no me quedaban fuerzas para luchar. Devoraría mi cuerpo, como una amantis deliciosa y cruel. Antes de morir, de desaparecer engullido en la voracidad de sus abrazos, había puesto el anuncio del piso en Internet.

“Un auténtico chollo: Pleno centro, noventa metros, con ascensor…”.










domingo, 13 de diciembre de 2009

En el teatro: Piedras en los bolsillos


Ayer fui al teatro. No sé que se me hizo más raro asistir a la obra o no tener que estar pendiente de mis hijos. Reconozco que apenas salimos sin ellos, que siempre buscamos actividades en las que podemos estar los cuatro, pero ya nos apetecía irnos de picos pardos sin los chiquitines.

Así que me coloqué un vestido (casi siempre llevo pantalones) y unos tacones (suelo ir plana) y en ese dificil equilibrio caminé con paso inseguro hasta el patio de butacas. Menos mal que iba mi marido al lado, un buen punto de apoyo.

La obra, sorprendente. No había querido leer mucho sobre ella, para no llevar una idea preconcebida, sabía que actuaban Fernando Tejero y Julián Villagrán, que entre los dos hacían todos los personajes (unos catorce). Y como en Jaén no tenemos teatro todos los días, decidimos aprovechar. Me esperaba una comedia al uso, echar un rato de risas y poco más. Sin embargo fue mucho más interesante, los protagonistas son dos figurantes en una gran producción que llega a rodar a un pequeño pueblo andaluz, llenos de ilusiones y esperanzas, que anhelan una oportunidad para llegar a ser famosos. En el transcurso de la obra se mezclan los momentos de risas con la reflexión, incluso con escenas más trágicas, como es el suicidio de otro figurante que se mete en el mar con los bolsillos llenos de piedras.

Los dos actores se trasformaban en todos los personajes con apenas dar una vuelta sobre si mismos, sin cambiar de vestuario, tan sólo ayudados por la expresión corporal y las voces. Lo hacían tan bien que realmente pensabas que eran otra persona.

Desde luego, una obra muy recomendable.

Después del teatro nos fuimos al centro de Jaén, a la zona de las tascas, bares centenarios que parecen haber estado ahí siempre, el Gorrión, la Manchega, ... Te pides una cerveza y la tapa es gratis, eso no pasa en otros sitos, ¿verdad? Un poco más tarde una cena ligera a base de raciones en El Tostón, para luego pasar por una tetería y acabar en un pub, el Azulejo y darte cuenta de que te estás haciendo mayor, que te duelen los pies y que ya no eres aquella estudiante que volvía de las fiestas cuando la gente de bien se iba a trabajar. Así que con la cabeza un poco nublada por el alcohol, que ya tampoco aguantas como antes, le dices a tu marido, "anda cariño, vámonos a casa". Al llegar a Alcaudete nos para la Guardia Civil, menos mal que él no había bebido, para una vez que salimos nos encontramos hasta con la Benemérita.