lunes, 30 de agosto de 2010

Lugar, fecha y hora definitivos para la presentación

(Imagen de la presentación de La asesina de los ojos bondadosos)
Ya está fijada la fecha y el lugar definitivos para la presentación de mi libro de relatos “Trece Cuentos Inquietantes”, como podéis ver en el recuadro del inicio del blog será el próximo día 11 de septiembre a las 19, 30 horas, en los Bajos de la Casa de Carmelo Martinez (C/Carmen, 59) en Alcaudete.

El acto se iba a celebrar en la Casa de la Cultura, pero debido a las obras que recientemente se han iniciado en la misma, hemos tenido que cambiar la ubicación a este local que ya se ha utilizado en otras ocasiones como sala de exposiciones.
Al finalizar la presentación tomaremos unas copitas del mejor vino del mundo, el que elabora mi marido, de esta forma combinamos nuestras aficciones: literatura y enología.

El viernes estuve hablando con José Miguel, el editor de Hipálage, y me confirmó que esta semana tendremos los libros, que ya están en la imprenta. Estoy deseando tenerlo entre mis manos, abrirlo, pasar sus hojas, disfrutarlo como si fuera un niño pequeño, a fin de cuentas es como un hijo, aunque sea de papel. Me ha supuesto un gran esfuerzo, sobre todo en las revisiones, que han sido muchas y exhaustivas. He contado con la ayuda inestimable de Ramón Alcaraz, mi profesor de escritura. Y también con la de una amiga alcaudetense, María López, que tuvo la amabilidad de leer todos los relatos y dejarme sus comentarios sobre ortografía y gramática. Conté también con mi marido, mi primer y más sufrido lector. Gracias a todos.

En este libro quería ofrecer lo mejor de mí, por eso he escogido con cuidado los relatos, eligiendo los mejores, los más inquietantes. Aún así, tras el éxito que tuvo mi asesina, todo han sido halagos de los lectores, siento un poco de miedo a que este libro no cumpla con las expectativas de la gente. Es distinto, son relatos cortos, no tienen la unidad de una novela. A su favor puedo decir que muchos de ellos han sido premiados o mencionados en certámenes literarios. En fin, supongo que son dudas que asaltan a cualquier escritor, incluso a los más consagrados.

Estáis todos invitados a la presentación, es un acto abierto a cualquier persona de Alcaudete o de ciudades cercanas. A los que estáis más lejos, algunos a miles de kilómetros de distancia, os digo que también cuento con vosotros, que sé que, de alguna manera, me acompañareis, que estaréis a mi lado ese día, compartiendo mi sueño. Gracias.

martes, 24 de agosto de 2010

Lecciones de un maestro


El argumento y la historia, por Antonio Muñoz Molina, pincha en el enlace para escuchar esta conferencia impartida por el escritor en 1991, en la Fundación Juan March

Creo que os gustará, sobre todo a aquellos que lleváis dentro el veneno de la literatura.

lunes, 23 de agosto de 2010

Mami, cuídate...


Fue lo primero que me dijo mi hijo cuando lo llamé desde Lisboa, fue la frase que más repitió durante el fin de semana que pasamos allí. Me hizo gracia que mi niño de seis años tuviera esa preocupación por mí, en realidad, me emocionó. Me conmovieron sus palabras, como un abrazo inesperado, que llega y te colma de esperanza.
Ser madre es una dura tarea, noches sin dormir, fiebres que no bajan, regañar una y otra vez, decir cien veces no antes de claudicar en un sí a medias. A veces, cuando hablamos con otras personas de nuestros hijos nos quedamos ahí, en los desvelos, en el cansancio, en la dura rutina diaria de la educación. Olvidamos lo otro, aquello que nos llena, las sonrisas, los besos, los ojos que brillan, las manos que acarician, las caritas llorosas que buscan nuestro regazo, el único lugar del mundo donde se encuentran seguros, a salvo de cualquier peligro.
A la vuelta de Portugal recibí un premio, más bien dos. Las palabras de mis hijos, que decían al unísono y con unas lagrimillas bailándole en los ojos: mami, cuánto te he echado de menos.

viernes, 20 de agosto de 2010

El cuaderno de astros, por Manuela Padial

Manuela Padial (primera a la izquierda de la foto) es una ganadora nata. Sus relatos son seleccionados una y otra vez en diferentes concursos literarios. He coincidido con ella tres veces, las dos primeras fueron en Baena (Córdoba), en esta ocasión el encuentro se produjo en Cantillana (Sevilla).
Además de eso es una persona encantadora, sencilla, amable, de sonrisa fácil. Suele quitar importancia a sus numerosos premios, sólo es una aficción, no me considero escritora, me ha dicho en más de una ocasión. Pero no hay más que leer un texto escrito por ella para darse cuenta que sí, que tiene magia, que escribe bien, y que sólo le falta creérselo y ambicionar un poquito más.
Le pedí una pequeña reseña suya para ponerla en el blog, pero unicamente me ha mandado un relato, creo que su humildad le impide hacer una relación de todos los premios conseguidos, yo sé de buena tinta que son muchos.

"El cuaderno de astros" ha recibido un accesit en el Certamen de Cuentos de Mijas, un prestigioso concurso, por el gran número de obras que recibe cada año.
EL CUADERNO DE ASTROS


Daniel ha ido aplazando, desde hace años, una decisión que sabe inevitable y un viaje que le lleva dando pereza durante media vida. Sin embargo, hoy se ha levantado temprano, antes que la claridad de abril rompiera las sombras ambiguas de la noche, antes que los astros nocturnos abandonaran el cielo rendidos ante la pujanza del sol, incluso antes de que el sueño lo hubiese abandonado por completo, se ha levantado temprano y ha tomado la determinación de ponerse en carretera. No está seguro de si ha sido un sueño, uno de esos que se olvidan al despertar, o simplemente alguna fuerza extraña, quien lo empuja a tomar la decisión, pero no tiene dudas, sabe que hoy es el día, como si estuviese escrito en algún calendario imaginario y todo el tiempo no hubiese sido más que una espera para la llegada de esta fecha.

Toma una pequeña maleta, y se dispone hacia la estación de trenes, con la precipitación imprudente de las situaciones no advertidas. La estación amanece con el ritmo de los silbidos de los trenes que se aproximan o se alejan, se llena de la luz que limpia las horas cansadas de una noche en continuo movimiento. Daniel compra un billete y se sumerge entre el bullicio de la gente que controla los avisos de las próximas llegadas. Comprueba que aún queda más de media hora para la salida de su tren y se encamina hacia una cafetería para tomar un café que le sosiegue un estómago al que Daniel había dejado olvidado con las prisas.

La claridad de abril penetra hacia las calles de una ciudad que se prepara para despedirse del invierno áspero y crudo al que sólo le quedan unos coletazos de cólera, de un invierno que se aleja a regañadientes, adueñándose aún de las madrugadas, de las atardecidas en las que se difumina el sol, de las amanecidas lentas… La luz de abril avanza paulatinamente por las piedras de la ciudad, por sus sombras, por las laderas de los montes colindantes que parecen acercarse desde el horizonte con sus cumbres todavía recubiertas de nieve; la luz de abril avanzaba por los sentidos de Daniel, por sus juicios, por sus reparos, por sus emociones, por todas las honduras que han quedado aletargadas durante los días grises del invierno.

Daniel entra en la cafetería, coge un periódico, pero su cabeza está tan aturdida que no es capaz de concentrarse en ninguno de los titulares, sólo la fecha parece acercarse a su entendimiento como si la tinta de la misma se tornara en un tono distinto, 10 de abril de 2010, y saltara hacia sus ojos. Toma un sorbo de café, su sabor áspero le obliga a reencontrarse con la realidad que le estaba robando la fecha del periódico y comprueba el reloj de manera instintiva. Termina el café, suelta un periódico al que ha ojeado todas sus hojas, sin haber leído una sola línea, y se encamina hacia el andén indicado en su billete.

Se sienta junto a la ventana y apoya la frente en el cristal, intentando sentir el tacto del vidrio frío sobre su piel. En pocos minutos el tren se pone en marcha con un movimiento lento que va acelerando progresivamente hasta tomar un ritmo uniforme y acompasado. Daniel se reincorpora en el asiento, coloca la cabeza en el respaldo y toma una postura cómoda que lo envuelve en el sueño que dejó sin despabilar antes que el día hubiese amanecido por completo. Cuando despierta comprueba que han pasado los kilómetros y las horas como si nunca hubiesen existido.

Calcula que en pocos minutos se encontrará en su destino y comienza a fabricar un croquis mental de las calles y plazuelas con el fin de no perderse en un pueblo que recorrió por todas sus callejas, por todos sus campos, por todos sus montes, por todos sus rincones y todas sus estancias, pero del que apenas recuerda más que la luz de sus calles y el olor lúgubre de una casa inmensa, con escaleras de trancos muy altos, habitaciones oscuras, y un pajar repleto de trastos amontonados.

La próxima será su parada. Una extraña ansiedad se apodera de su ánimo y le provoca un nerviosismo desconocido, de un lado el miedo irracional de reencontrarse con sus propios recuerdos, de otro lado una inquietud impaciente de pisar el pueblo, como si sus tierras pudieran arrancarle los años transcurridos fuera de esos lugares y lo convirtieran, de nuevo, en el niño silencioso que paseaba sus fantasías, en el niño que crecía entre sus calles, o en el muchacho que estudiaba en la ciudad y que siempre regresaba por vacaciones.

Baja del tren, se queda de pie ante los andenes y ve marchar, con la mirada vacía, el vagón que lo ha devuelto a su territorio. Aprieta con fuerza la mano derecha, que empuña la pequeña maleta, y bosteza ampliamente, intentando hacer un lapsus en el tiempo antes de comenzar a retomar la vida que dejó apresuradamente otra mañana de hace tantos años.

Observa su alrededor y no consigue reconocer nada de lo que encuentran sus ojos; de pronto siente miedo, es posible que se haya bajado en una estación equivocada, es posible que aquel pueblo, que él recordaba perfectamente, no fuese más que una acuarela de tintes irreales que haya crecido en su retina y en realidad nunca hubiese existido. El entorno que lo rodea es absolutamente desconocido, tan desconocido como todos los lugares que nunca se han visitado, tan desconocido como todos los lugares que nadie ha descrito para nosotros, tan desconocido como todos los lugares ajenos a nuestra existencia. Respira profundo para poder controlar su miedo y se impregna de un aire que identifica enseguida, es el aire que proviene de esas montañas cercanas a las que reconoce sus picos, sus formas, su color manchado, su arrogancia exuberante, su sombra generosa y opulenta; ahora está seguro, no ha errado el camino, no ha despistado la estación, ni ha imaginado lo que no existía, está seguro, se encuentra en el pueblo, su pueblo. Se apresura en buscar un alojamiento para pasar la noche que pronto caerá desde las montañas cercanas. Advierte un letrero de Hostal en un edificio alto, se dirige hacia él y toma una habitación en el último piso. Acomoda el escaso contenido de su maleta en el armario de la habitación y enciende un pequeño televisor, frente a la cama, mientras se tumba buscando una postura cómoda. Recorre con el mando a distancia todas las cadenas, pero ninguna parece interesarle en absoluto. Se incorpora y observa por la ventana que al día le queda luz suficiente para acudir al lugar que tanto temen sus recuerdos. Está inquieto, decide salir a toda prisa de la pequeña estancia y encamina sus pasos hacia la cuesta de los almendros.

Desde lejos la divisa, es lo único que ha quedado inmóvil, impermutable al paso del tiempo, allí está, con las paredes desconchadas y la puerta cerrada, tal como se quedó hace años. Es la casa de su infancia, la casa de la que lleva huyendo varias décadas, la casa que dejó cerrada con su olor de muerte y a la que no ha podido volver desde entonces.

Sabe que cerró con ímpetu la puerta y dejó la llave en el lugar de los geranios, donde siempre la dejaba, desea con todas sus fuerzas que la llave haya desaparecido y le obligue a marcharse sin tener la oportunidad de entrar en el interior, al fin y al cabo sólo ha venido a venderla, a deshacerse de ella y de su olor funesto. No será necesario comprobar su estado, la venderá por lo que le ofrezcan, después de tantos años no habrá nada que recoger de su interior, no habrá nada que no se haya impregnado con el olor repulsivo de la muerte.

Mientras se acerca hasta la casa recuerda aquella última mañana, las prisas de su llegada, aún de madrugada, tras la llamada de la tía Ángeles. Recuerda aquella llamada que le anunció entre sollozos que su madre se encontraba en los últimos momentos, que llegara lo antes posible para poder despedirse de ella; pero fue inútil, fue imposible, fue demasiado tarde, las prisas no sirvieron para nada y cuando Daniel entró en la casa sólo pudo reconocer el olor denso y plúmbeo de la muerte; sólo pudo ver la cruz y las sillas en una habitación en penumbra que velaba el cuerpo amortajado de su madre y aquel olor macabro y viscoso que penetraba por todos los rincones de la vivienda. Un olor de cuyo recuerdo Daniel aún no ha podido desprenderse, un olor que le acosa en los momentos más lúcidos de su vida cotidiana. Por eso ha sido incapaz de volver al pueblo, de volver siquiera para deshacerse de aquella casa sombría cuya evocación le producía el más irracional de los miedos.

Llega junto a la ventana donde encuentra un tiesto de tierra, el tiesto que en otro tiempo criaba frondosos geranios que alegraban la fachada, -rosa claro, rosa oscuro, rosa pálido, verde intenso, como un tapiz, como un trozo de primavera, como la vida…- Levanta el tiesto con una mano, haciendo un esfuerzo mental para no encontrar nada debajo, pero fracasa en el esfuerzo y relaja su cabeza en el último instante. No ha contenido la suficiente energía para hacerla desaparecer y descubre, sin remedio, que la llave continúa en el lugar de siempre; la coge con los dedos temblorosos de la otra mano, suelta el tiesto de tierra e inserta la llave en la cerradura, dejando abierta la casa apenas con un movimiento de muñeca.
Despliega la puerta muy despacio, con el pavor apretado entre los dientes, y deja al descubierto un pasillo largo y amplio, con una puerta de cristal al fondo por el que se filtran los rayos de sol de la atardecida. Siente cómo sus pies son más veloces que sus sentidos y se introducen sin titubeos dentro de la vivienda. Comprueba el estado casi intacto de las habitaciones, sólo un poco de polvo acumulado recuerda que la casa ha estado cerrada durante mucho tiempo. Comienza a respirar tras superar el primer impacto y distingue, con sorpresa, un olor agradable, tan lejano al olor que él suponía. Reconoce el olor de siempre, el de entonces, el de todos los días anteriores a aquella trágica mañana, el olor de la vida, el olor de la infancia, el olor del hogar, el olor del refugio, el olor de las amanecidas lentas, el olor de la primavera, el olor de los otoños de castañas, el olor de los inviernos junto al fuego… No existe ningún olor macabro, ni tan siquiera el olor desapacible del vacío, ni el olor rancio de la carcoma, ni el olor del abandono…

Nota como la sangre, que hace pocos momentos se agolpaba en su pecho, a punto de estallarle, se transporta hacia sus talones, vaciando todos sus miedos en el suelo, fuera de su cuerpo. Recorre la casa, primero con la mirada, y seguidamente con todos los elementos que componen su propia naturaleza. Sube las escaleras para internarse en la planta primera, el corazón le palpita con un ímpetu que parece irrefrenable, está tan impaciente que apenas contiene el pulso firme para poder abrir la puerta, ¡es su dormitorio!, su cuarto de estudio, su espacio de reposo y reflexión, el lugar donde aprendió a ser niño, a ser adolescente, a ser mayor… Todo se encuentra en su lugar, como si cada cosa esperara su regreso para volver a ser útil, allí están sus fotografías, sus cuadros, las medallas deportivas del colegio, sus libros amarillentos, la caja de objetos encontrados, los cromos y las chapas, la tinta negra, los tiralíneas, y por supuesto, lo más importante, su telescopio apuntando hacia el cielo que le procura la pequeña ventana, ¿cómo ha sido capaz de olvidarlo?

El recuerdo de la muerte borró de su cabeza todo lo que en otro tiempo fue importante, lo realmente importante, tal vez por eso se convirtió en una persona seria, demasiado seria, sin alicientes ni motivos, desterrado de sus lugares, desheredado de los elementos que habían formado su propia esencia. Se acerca hasta el telescopio, lo toca como intentando cerciorarse de que lo tiene de nuevo entre sus manos, lo manipula con sumo cuidado, como si fuera tan frágil como sus dedos temblorosos.

Sobre el estribo que forma el muro en el hueco de la ventana, descubre un cuaderno de pastas azules, que dibuja en su portada las palabras “CUADERNO DE ASTROS”. Se queda pensativo ante la visión de esas letras manuscritas con rotulador negro en letra de imprenta, esas letras que golpean la vista desde el azul pálido de las pastas de aquella extraña libreta que no reconoce en un primer intento. Lo abre inquieto, no sólo la curiosidad le obliga a ojear su contenido, sino que un extraño sentido le hace avanzar hacia él e introducirse en el interior de unas páginas que contienen cientos de fórmulas, de anotaciones extrañas, de cálculos aritméticos, de cómputos con ecuaciones de múltiples incógnitas. A medida que va pasando las hojas se le hacen más inaccesibles las anotaciones, más insólitas, más peregrinas, más complicadas… Es extraño, pero aquel cuaderno tiene una luz distinta, cómo si sus hojas no se hubiesen vuelto amarillentas con el paso de los años como las del resto de los libros, cómo si por ellas el tiempo tuviese un transcurrir diferente, más lento, más indolente, o tal vez lo contrario, cómo si el tiempo le pasara tan fugaz que los años no fuesen más que momentos.

Intenta detenidamente descubrir el significado de aquellos dibujos trazados con tinta negra, escrupulosamente marcados y medidos. Esas hojas apenas contienen fórmulas que quepan en su entendimiento, no cree haber poseído nunca los conocimientos suficientes para descifrar semejantes cálculos, ni siquiera para realizar esos dibujos de tinta con tanta precisión, y sin embargo ahí está la prueba más innegable de que ha sido capaz de hacerlo e intenta con todas sus fuerzas recuperar su memoria, recuperar sus conocimientos perdidos, recuperar su pericia.

Se concentra en un nombre, “Cometa Asley” y de repente todo comienza a tomar sentido, los dibujos coinciden con las constelaciones estelares, con recorridos de meteoritos y planetas; las endiabladas ecuaciones sólo son cálculos de órbitas elípticas de diferentes astros, cálculos complicados en este momento, pero que él manejaba sin esfuerzo en sus años de adolescencia cuando su telescopio y su cuaderno eran lo más importante de su existencia, cuando solamente quitaba los ojos del cielo para trazar en su cuaderno todo lo observado, todo lo contractado, todo lo presumible…

El nombre del cometa se repite en las últimas hojas, bajo cada expresión de álgebra, bajo cada dibujo, y al final del cuaderno, en la última hoja utilizada, una expresión que podría coincidir con una fecha, con un momento en el universo. Con una letra más nerviosa que la que escribe el resto del cuaderno, -pero que también reconoce como suya-, con una letra agitada, como emergida de una revelación, y subrayada con fuerza, salta a su vista una fecha, 10 de abril de 2010.

Daniel se pone intranquilo por unos momentos, intenta descubrir qué significan esos números que coinciden con la fecha de hoy, con la fecha que ha comprobado esta mañana en el periódico. Revisa, de nuevo, las últimas páginas, ésas en donde se repite constantemente el nombre del cometa, comprueba incrédulo que se corresponden con los cálculos y conjeturas para predecir su paso por encima de las montañas del pueblo.

Ahora entiende la determinación de esta mañana, posiblemente estos números habían quedado en algún rincón de su memoria. ¿Cómo es posible que haya conservado esa fecha en la cabeza si había olvidado por completo la existencia del cuaderno? ¿Cómo es posible recordar el resultado de unas suposiciones, cuando ni siquiera sabía lo que contenía el cuaderno, ni aún después de haberlo encontrado? ¿Cómo es posible retener una fecha que hace tantos años había dejado de significar nada para él? Daniel se queda con la duda mientras intenta repasar en su cabeza algún dato más, algún dato que le muestre una respuesta, pero es inútil, son unas anotaciones, tan ajenas a él mismo, que no logra ninguna pista; supone que la memoria es un lugar inaccesible del que extrañamente se ha escapado una fecha de forma casual.

De pronto lo comprende todo, Daniel sonríe entre dientes, no ha sido su memoria aletargada, ¡tal vez ha sido Asley, el cometa, quien le ha convocado al encuentro! ¡Tal vez ha sido Asley el que le obligó a salir corriendo esta mañana para demostrarle lo acertado que estaba en todos sus racionamientos! ¡Seguro que ha sido Asley, que quiere que le observe en su paso fugaz por encima de la ventana!

Se sienta en la cama a esperar, comprueba en su reloj que aún son las nueve de la noche. Daniel está seguro, sabe que el cometa cruzará hoy el cielo; está seguro que dibujará su órbita por debajo de las estrellas que comienzan a flamear; está seguro que esta noche irrumpirá en la oscuridad de las alturas, y él estará presente, será el testigo que confirme todas las teorías de aquel joven que pasaba sus horas descubriendo un universo que casi tocaba con los dedos, será el testigo de que aquel joven aún existe en su propio interior y que el miedo a la muerte no le ha robado más que unos años, unos años que en el firmamento sólo son segundos, instantes que apenas entrañan. Está seguro de que el miedo a la muerte, ese miedo irracional que le obligó a olvidarse de todo lo que fue importante, no ha logrado imponer su voluntad, no ha logrado anular a aquel joven que observaba el universo, está seguro que aquel joven no ha desaparecido, está seguro que aquel joven es la parte de su esencia más verdadera.

Daniel admite que ningún temor debe ser eterno, ningún recelo puede desarmar el pasado, ninguna cobardía merece apoderarse de nuestra médula. Así ha querido demostrárselo el cometa, haciéndole correr hasta su encuentro, haciéndole recuperar las horas transcurridas entre los cálculos de aquel cuaderno que estudiaba el infinito. Asley paseará su cola de meteoritos y rayos estelares por el trozo de cosmos que le ofrece su ventana, atravesará los cielos con su aspecto endiosado, y él estará en el lugar preciso, en el lugar de siempre, para comprobarlo desde la mirilla de su telescopio.

miércoles, 18 de agosto de 2010

Lisboa me llamó.

Hay ciudades que te llaman, que te atraen sin saber muy bien el motivo. Algo así me pasaba con Lisboa, tenía el deseo, casi la necesidad de conocerla. No me ha defraudado. Me he quedado prendada de su luz, de sus tejados rojos, de cierto aire de decadencia mezclado con suspiros de modernidad, de su vino verde y del bacalao cocinado de mil formas distintas.
No sé si a través de mis fotos y mis palabras podré transmitir lo vivido: las risas, el asombro, la admiración, el deleite, el cansancio placentero... Voy a intentarlo.

Aquí los cuatro intrépitos viajeros, mi hermana Lola, mi cuñado Javi, mi marido y yo en un mirador cerca del Castillo de San Jorge. Nos encontramos con unas chicas catalanas, nos pidieron que les hiciéramos una foto, a cambio obtuvimos esta única imagen en la que aparecemos los cuatro. No fueron los únicos españoles que vimos, a veces dudaba de estar en Portugal, sólo oía hablar en castellano.

Las hermanas Sisters, denominación acuñada por mi marido y fotografía de pareja repetida hasta la saciedad. Hacía tiempo que no viajábamos juntas y aprovechamos cualquier ocasión para hacernos unas fotos. A mi hermanilla Lola la quiero mucho, casi como si fuera mi otra hija. Por cierto, el hotel lo pillamos de oferta, que la literatura no da para un cinco estrellas, ni mi sueldo tampoco.


Muy cerca de una plaza magnífica y muy cuidada, creo que la de Marquês de Pombal, nos encontramos con esta calle, me encantó el aire de decadencia que exhalaban sus balcones y buhardillas. He elegido esta foto porque las otras, las de plazas y monumentos, se pueden encontrar en cualquier página de internet.


Esta foto un tanto fantasmagórica, lo digo por la palidez de nuestros rostros, está hecha en el famoso café Nicola, uno de los establecimientos con más solera de la plaza del Rossio.


Subiendo hacia el Castillo de San Jorge, aviso a navegantes, las calles son muy empinadas y las aceras están revestidas de piedrecitas, mejor olvidarse de los tacones de aguja, y en general de cualquier zapato que no lleve una suela gruesa y sea plano. Las piedras se clavan en los pies hasta convertirse en una tortura, menos mal que me lo habían advertido. Aún así, el primer día lo pasé mal.

Curioso urinario, espero que ya no se utilice, detrás del biombo metálico no hay unos aseos, como se podría esperar. Simplemente una pared, un tanto desvaída, supongo que por las micciones del género masculino, no está pensado para mujeres.


¿Hay algo más hermoso que un pavo real? Estaba tan quieto que llegamos a pensar que era una imagen pegada a la ventana. Giró la cabeza con gracia para mostrarnos que estaba vivo. En el castillo se movían con soltura pavos reales y gatos, en una curiosa hermandad, sin hacer mucho aprecio de los turistas.



Una estatua un poco descocada, intenté emularla, pero mi marido me detuvo a tiempo. Al final quedó esta foto, creo que simpática.



La ciudad vista desde las almenas. El Tajo casi es mar. Mis ojos no soportan tanta belleza. Los cierro, los abro, los tejados siguen allí y, sí, estoy en Lisboa. Un instante mágico.

Manuel, mi marido, con la equipación completa de turista: gafas de sol, plano, bolso... Ah, le falta la cámara. Claro la llevaba yo para hacerle la foto.


Como se puso muy pesado con lo de las hermanas Sisters, acabé encerrándolo en esta típica cabina telefónica.


Al salir del castillo este joven nos deleitaba con unas canciones de rock, me pareció curioso el contraste: San Jorge y el músico callejero. Supongo que acabarían siendo amigos, tocaba bastante bien.



Iniciamos el descenso, cómo no, en tranvía, que fue el medio que utilizamos para subir. Son reliquias que se mueven entre calles estrechas y pendientes de vértigo. Al subir a ellos entras en otra época, si no fuera por las maquinitas de fichar la tarjeta...

viernes, 13 de agosto de 2010

Mi blog cumple 2 años


Y ya no recuerdo como era mi vida sin él. Puede parecer una exageración, pero estas páginas me han abierto los ojos a otro mundo, el virtual, que en cualquier momento puede tomar forma, materializarse en personas reales, con las que he compartido instantes mágicos.

Me ha servido para promocionar mi novela, espero que me ayude a que mi libro de cuentos llegue a más gente.

Lo he utilizado como arcón de la memoria, escribiendo anécdotas de mis hijos para no olvidarlas.

He invitado a mis amigos y amigas, sus letras han adornado mi casa.

A veces ha sido un paño de lágrimas, otras la expresión de la alegría sentida por un premio, o una publicación.

Ante todo, ha supuesto un lugar de encuentro con aquellos que, como yo, sueñan con las palabras.

Espero seguir contando con vuestro cariño y atención, gracias a todos los que un día pasastéis por aquí, y sobre todo a aquellos que sois habituales de esta casa, visitantes reincidentes.


Y por esto de ser economista, os dejo con algunas cifras:


Visitantes: 53.286

Páginas vistas: 79.686


Procedencia de los visitantes:

España: 44,77%

Chile: 29,20%

México: 6,62%

Argentina: 4,03%


Ha sido una sorpresa para mí descubrir que tengo tantos amigos chilenos, gracias por seguirme.

En cuanto a ciudades, gana Madrid, seguida por Buenos Aires y Santiago de Chile.

jueves, 12 de agosto de 2010

Trece cuentos inquietantes: La portada

Continúo con la serie de entradas dedicadas a mi nuevo libro. En esta ocasión os traigo la portada y contraportada definitiva, tal como aparecerá impresa.
Ayer estuve hablando con Jose Miguel, mi editor, me confirmó que los libros estarán disponibles a primeros de septiembre. Los dos hemos puesto mucha ilusión en este proyecto, hemos cuidado hasta el último detalle, repasado cada página cien veces. Ahora sólo nos queda esperar la reacción de los lectores. Confieso que ya estoy nerviosilla, no me gustaría defraudar a toda esa gente que me ha felicitado por la novela y que espera mi nuevo libro.









martes, 10 de agosto de 2010

Trece cuentos inquietantes: El prólogo.

En Madrid, cuando nos conocimos personalmente.

Tengo suerte de contar con amigos que me escriben prólogos preciosos para mis libros. El año pasado, Ramón Alcaraz, me dedicó unas hermosas palabras que precedían a mi novela "La asesina de los ojos bondadosos". En esta ocasión ha sido Luis Conde-Salazar el encargado de prologar estos Trece cuentos inquietantes. No sé si soy merecedora de este texto, si mi literatura no llegará a defraudar después de tantos halagos, aún así, me arriesgo a mostrarlo porque me gusta compartir las cosas buenas. Espero que os guste tanto como a mí, y que os den ganillas de leer los cuentos.

PRÓLOGO:

El genial socarrón hondureño Augusto Monterroso, autor del cuento más corto del mundo -ese de un dinosaurio que cuando despertó todavía seguía allí-, decía en el punto noveno de los doce (sí, doce) que componen su Decálogo del escritor: “Cree en ti, pero no tanto. Cuando sientas duda, cree; cuando creas, duda. En esto estriba la única verdadera sabiduría que puede acompañar a un escritor”.
Hace ya una eternidad, por lo menos un año desde este de 2010 que nos pesa, que tuve la suerte de toparme en el camino de la vida con Felisa Moreno, por esas sorpresas agradables que a veces, casi ninguna, te ofrecen las redes sociales. Tras un tanteo mutuo, necesario, para ver por dónde soplábamos ambos, empezamos a hablar -a chatear, o charlotear, o conversar, como quieran- de eso que nos apasiona llamado Literatura. Supo que yo había ejercido (la crítica) y que acababa de publicar un libro de esos de gran formato, un ensayo histórico de los que encanecen el pelo y hacen brotar la presbicia. Me pidió, así, con una humildad exacerbante, si sería tan amable de leer su novela, su primera publicada, La asesina de los ojos bondadosos. Accedí, así como cosa entre profesionales de este oficio de darle a la tecla y vivir en un constante pasar página, aunque ella no se reconociera como tal, error por su parte. Eran los comienzos, diré como disculpa.
Mis peores temores se confirmaron. Comenzaba la obra con una incursión en el mundo del periodismo escrito con no demasiada, digamos, fortuna. Pero me había comprometido y suelo cumplir, así que seguí adelante. Según finalizaba la trama, la mise en scène de redacciones en las que habitan becarias arrinconadas por su falta de proporciones “conejito Playboy”, y comenzaba el nudo, la chicha del asunto, me sorprendió, en gran medida, el hecho de que apenas tuviera que realizar esfuerzo alguno para visualizar los escenarios en los que se desarrollaba una trama construida con una soltura impropia de novel, casi cinematográfica. No cabía duda de que aquel “thriller rural” tenía marcado el intangible pero inconfundible sello del talento. Cayó en una tarde, y eso que no llovía, ni era domingo.
Por entonces estaba yo involucrado en la redacción de un reportaje sobre agricultura ecológica y se me vino a la cabeza que Felisa me devolviera el favor de ese supuesto esfuerzo -que en realidad no fue- y le pedí que me mandara unas líneas sobre los olivares que le son tan propios y tan cercanos como que vive entre ellos allá por Alcaudete, provincia de Jaén, nada menos. Escribió un texto precioso que no dudé en incluir citándola como escritora. Lo era. Lo es. A pesar de las dudas con las que una y otra vez me castiga. Cada vez que duda la hago creer. Cada vez que cree, la hago dudar. Siento que me he convertido en un agente de Monterroso con misión en Alcaudete. Le mandé la revista que incluía mi reportaje y sus palabras con una nota manuscrita en negro sobre rojo y con forma de espiral, como un caligrama de Guillaume Apollinaire. En ella le decía algo así, no recuerdo ya, como que escribiera y escribiera y escribiera... ¡Vaya, otra vez Monterroso! Esta vez en el primer mandamiento de su decálogo de doce puntos: “Cuando tengas algo que decir, dilo; cuando no, también. Escribe siempre”. Pero eso no pasó debido, entre otras cosas, a que ya estaba pasando, desde que esta lectora empedernida y exigente saltara a la arena de la escritura, cuatro años atrás, efusiva, feraz, valiente.
Desde entonces y hasta ahora han caído por mis manos muchas, muchísimas páginas salidas de la vibrante fantasía de Felisa. Pero ya no es ella quien me pide que los lea si no yo quien pide leerlos. En cierto sentido, tal vez en el más amplio, me gusta ser el primero en disfrutarlos, antes que nadie. Esa exclusividad no durará mucho, lo sé, pero mientras ocurre, que ocurra. El motivo no es otro que el de la evasión. Sencillamente: me gustan sus relatos, siempre atmosferizados en lo cotidiano, sujetos a esas relaciones pequeñas, sutiles y extrañas que se producen entre personas cuya normalidad vital se confunde con la anormalidad que habita en la parte secreta, arcana, de nuestro subconsciente, como las de Los amores difíciles de Italo Calvino, aunque ella no lo sepa. Los juegos sutiles de las miradas, el tacto de las manos rozándose con mesura mientras llegan pensamientos turbios, a veces malévolos, otros libidinosos. Como los diálogos entre dos interlocutores de las novelitas de Javier Tomeo (La agonía de Proserpina, El cazador de elefantes...), aunque ella lo desconozca. A menudo salpicadas de artefactos capaces de modificar el espacio y el tiempo, a la manera de La hierba Roja de Boris Vian, aunque ella lo ignore.
En sus relatos, algunos tan breves como el placer, Felisa Moreno se deja llevar por lo real-cotidiano para modificarlo no ya su antojo, si no más bien al del lector, al de aquel que busca desenlaces que no estén en su guión de lectura, capaces de sorprender, de hacer sentir un cosquilleo por la médula, de electrificar el vello corporal hasta convertirlo casi en pluma.
Cuentos inquietantes, trece, como no podía ser de otra manera, recopilación de escritos mayores, menores y recién nacidos, almacena en sus páginas a personajes cautivos de la inmovilidad en espacios agobiantes en los que una mancha en la pared o un simple cajón son ya excusas perfectas para una trama perfectamente encajada y un desenlace incierto (La piel de la serpiente, El número cuatro); seres que se mueven por la montaña de la vida como un Sísifo condenado a subir a su espalda una enorme piedra que, una vez en la cima, vuelve a rodar hacia la base (Historias truncadas); parejas imposibles que transitan por el yugo de un matrimonio demencial (La habitación de pensar, Las hermanas, El misterio de mi boda); intrahistorias literarias (El libro); chismes que modifican la voluntad de quien los posee o los usa (Cuando Elena dejó de ser vaca, El sueño dorado, El teléfono móvil, El tiempo detenido, El despertador de colores); apariciones espectrales (El motorista)...
Pasen y lean. Disfrútenlos como yo hice. Y duerman tranquilos que esto es ficción. ¿O no...?

Luis Conde-Salazar Infiesta
Periodista, escritor, guionista
Madrid, 2010

sábado, 7 de agosto de 2010

El vecino del quinto


Las manos no siempre mienten, me dijo. Yo lo miré, sorprendida. Era la primera vez que me dirigía la palabra y apenas pude controlar el rubor que subió a mis mejillas. Cerré de un golpe el buzón, murmuré un adiós educado y me marché escaleras arriba, tratando de recomponer el moño que había improvisado para bajar a recoger el correo. Tras varios días sin salir de casa por culpa de una gripe, me sentía sin fuerzas para arreglarme. Miré mis manos huesudas, los dedos largos y las uñas cortas; me pregunté por el significado de aquellas palabras, entonces no podía ni imaginar la crueldad que encerraban.
El resto del día lo dediqué a lamentarme mientras me miraba en mi espejo mágico, el que tengo situado en una posición estratégica para que el sol de la tarde no sea demasiado cruel conmigo. A veces pienso que me iba mejor cuando vivía con un hombre, que al menos disponía de motivos suficientes para sentirme desdichada. Contaba con el pretexto de sus desprecios, de sus engaños, de sus desaires para licuarme en un mar de lágrimas. Ahora lloro por puro vicio, que motivos no tengo para sentirme triste.
Las manos no siempre mienten, ¿qué habrá querido decir con esta frase el vecino del quinto? Lo vi llegar hace unos meses, solo traía una maleta azul eléctrico y una mochila colgada al hombro, que por su forma y tamaño podría contener un ordenador portátil.

El vecino del quinto tiene las manos grandes. Cuando las veo, imagino que en ellas podría dormir con holgura un recién nacido, acunado entre sus dedos de gigante. Siempre que pienso en niños se me encoge la matriz, puedo notar a la perfección los movimientos de mi útero y sé que se rebela cuando imagino bebés, me reprocha que nunca tuviera uno. Aún estoy a tiempo, le digo en voz baja para tranquilizarlo y pienso en otra cosa para evitar herir su sensibilidad.
Nunca había intercambiado ninguna palabra con el vecino del quinto hasta la mañana en que bajé a recoger las cartas: misivas del banco, folletos publicitarios; ninguna de amor, ninguna redactada a mano. Ya no se escriben cartas de amor, suele decir mi amiga Margarita; luego siempre se quita las gafas para limpiarse la nariz, me mira con sus ojos transparentes y sonríe, como si todo aquello del amor no fuera con ella.
Reconozco que no dejo de pensar en el vecino del quinto, me gusta imaginar en qué trabaja, cada día busco oficios que empiezan por una letra en concreto, hoy le toca a la f: funcionario, fotógrafo, fontanero, funambulista… Lo imagino moviéndose con agilidad sobre una cuerda, sin red. Yo lo espero abajo, con los ojos bien abiertos, atenta a una posible caída, mi profesión sería fisioterapeuta. Aunque después de escuchar sus palabras sobre las manos que no siempre mienten, me inclino a pensar que es poeta o psicólogo, quizás se ha dado cuenta de que mis manos son más delgadas que el resto de mi cuerpo, quizás ha advertido que son el reflejo de mi alma escuálida. En ese caso, yo podría ser pediatra y cuidaría de la salud de nuestros hijos. Mi útero se regocija, cree que ha llegado su hora.
La fiebre me ha afectado, será eso, por lo general soy una persona normal y equilibrada y no ando haciéndome ilusiones con el primer vecino del quinto que se cruza en mi camino. Quizás debería presentarme en su casa con cualquier excusa tonta, así hablaríamos de las cosas que hablan todos los vecinos, del tiempo y de lo lento que va el ascensor los lunes, justo cuando más prisa tenemos, y no me dirá que las manos no siempre mienten, esas cosas no se las dicen los vecinos normales.
Tras dudar un buen rato si pedirle sal o azúcar, llamé a su puerta y tardó un rato en aparecer; aún me encontraba indecisa, así que llevaba en una mano el salero y en otra el azucarero, los dos vacíos, pruebas irrefutables de mis necesidades. Me miró sin sorpresa y me invitó a entrar. Quitó de mis manos los recipientes y los dejó sobre una mesa de cristal llena de polvo y papeles garabateados a mano. Me reafirmé en mi idea de que era poeta, ya que las líneas mostraban la consistencia etérea de los versos. Ambos permanecíamos callados.
El silencio es el alma de las palabras, dijo, y yo lo miré sorprendida, iba a ser imposible establecer una conversación coherente con el vecino del quinto. Opté por responderle en su mismo lenguaje, “que no tienen alma”. Me miró con curiosidad mientras ensayaba una sonrisa de seductor. Tuve que reconocer su tremendo atractivo.
Las hojas del otoño nunca son discretas, respondió; y yo, para tomarme un respiro, miré por la ventana; el atardecer se desplomaba sobre los tejados e incendiaba la chimenea del edificio de enfrente. Sin pensar respondí a sus palabras “Crujen bajo la más ligera de las pisadas”.
Por un momento noté que me faltaba el aire y me senté en el viejo sofá que había junto a la mesa de cristal, cogí un folio al azar y empecé a leer:
El silencio es el alma de las palabras
Que no tienen alma
Las hojas del otoño nunca son discretas
Crujen bajo la más ligera de las pisadas
No pude seguir, un mareo persistente se había apoderado de mí, la lámpara que había sobre mi cabeza giraba a una velocidad vertiginosa. Si yo sólo había subido a por sal, fue lo último que pensé antes de desmayarme. Y lo primero al despertar, y así se lo dije. No pareció preocupado por mis palabras, sólo un poco molesto porque no pudiéramos seguir componiendo poemas que ya estaban escritos. Sentí ganas de vomitar, de salir corriendo y volver a mi casa, tomarme un calmante y despertar al día siguiente para confirmar que todo aquello sólo había sido una pesadilla. No podía levantarme, ni hablar, le interrogué con los ojos, pero sus palabras de nuevo fueron enigmáticas, alejadas de los lugares comunes. No sufre quien ama sus males, dijo mientras acariciaba mis mejillas con sus manos de gigante. No ama quien no sufre, contesté reprimiendo una arcada. No podía imaginar lo que me arrepentiría de haber pronunciado estas palabras. Fue como si hubiera apretado un resorte, un mecanismo secreto que activaba la verdadera personalidad del vecino del quinto. Yo seguía sin poder moverme, me preocupaba que por la ventana apenas entraba luz y él aún no había encendido las lámparas de la casa. Siempre tuve miedo a la oscuridad, desde niña. Me hubiera gustado decirle que encendiera la luz; de repente sentí un miedo absurdo a molestarlo, ya no era el chico sonriente que me había recibido con silenciosa amabilidad. Sus ojos habían adquirido un brillo extraño, de fiera enjaulada, la boca contraída en un rictus amargo, las manos cerradas con los puños crispados.
Me levanté con considerable esfuerzo, como un oso que acabara de salir de su sueño invernal. Medí los pasos que me separaban de la puerta cerrada. El vecino del quinto adivinó mis pensamientos, fue más rápido que yo e interceptó mi camino hacia la salida. Las manos seguían cerradas, ya no imaginaba bebés sonrosados durmiendo sobre ellas, las vi manchadas de sangre, magulladas de propinar golpes y destrozar mandíbulas.
Entonces empezó a hablar y a mí se me grabaron las palabras a fuego.
“No ama quien no sufre. Te enamoraste de mis manos, descubrí tus miradas fugaces de deseo, cómo desviabas tus ojos hacia ellas cada vez que nos encontrábamos en las escaleras. Pero las manos no siempre mienten. Míralas, son duras, ásperas, grandes, están diseñadas para golpear”.
Mientras hablaba nos movíamos en círculos, él siempre cortando mi huida; por fin se cansó del juego y me ordenó que me sentara. En menos de cinco minutos me vi atada a una silla, no podía gritar porque en la boca me metió el pañuelo de seda que llevaba en el cuello, el más bonito que poseo, el que elegí para impresionarlo. Traté de retomar el tono desenfadado que nos había acompañado hasta media hora antes, los destellos acerados que emitían sus ojos me frenaron.
“Te conozco mejor que tú misma, sé lo que piensas, lo que anhelas, sólo hay que mirar en tus pupilas, son libros abiertos...; y en tu ordenador, claro. Es allí de donde saco mi inspiración, de ese estúpido diario de quinceañera. No me costó mucho entrar en tu equipo, ni siquiera tienes una clave, ningún programa de seguridad, ¿no creías que alguien podría interesarte por ti? Eres tan idiota que ni tan siquiera recuerdas que el poema que recitamos antes lo habías escrito tú. Mis manos han sido fuente de inspiración para ti, acunaron bebés en tu imaginación, rozaron tus muslos, apretaron tus pechos, rodearon tu cintura… Mis manos, que no siempre mienten”.

Ya era noche cerrada, sólo había encendido una pequeña lámpara de mesa, que apenas nos iluminaba a nosotros, dejando a oscuras la habitación. No comprendía cómo había tenido acceso a mi ordenador, yo había oído hablar de los hackers en las películas y poco más. Mientras pensaba en esto, vino el primer golpe; me dio cerca del ojo izquierdo e hizo que se me nublara la visión, un dolor insoportable cruzó mi mejilla, algo caliente resbalaba por mi cara hasta gotear en mi escote, desprotegido sin el pañuelo de seda que ahora tenía otra misión, impedir que gritara.
“No ama quien no sufre, escribiste un día, y yo quiero que me ames a través del sufrimiento, que te vayas desprendiendo de todos los reparos, que te liberes de ti misma y resurjas del dolor, renovada para mí. Crujirás bajo la presión de mis puños, sufrirás, me amarás y, cuando comprendas que todo lo hago por ti, me perdonarás”.
No recuerdo dónde me fue propinando los golpes, al menos no recuerdo el orden, quizás el siguiente fue en el abdomen, o en la oreja, quizás fue el que me machacó la mano contra la silla. No puedo recordarlo. Sin embargo, sus palabras no se me olvidan.
“El silencio es el alma de las palabras. No puedo permitir que hables, romperías el alma de todas las palabras pronunciadas hasta ahora, así que no trates de librarte de la mordaza, no la escupas o tendré que machacarte tus preciosos dientes o arrancar tu lengua blanda. ¿Quieres saber quién soy? Te lo preguntas a menudo en tus diarios, has acertado; soy un poeta, un poeta de los sentidos, mi materia prima es el miedo, lo voy recolectando en ojos verdes como los tuyos, fue por eso que te elegí, por el color de tus pupilas. En el verde radican las verdades de la vida, mi inspiración surgirá del brillo de tus ojos, del miedo de tus ojos”.
Tras estas palabras vino el golpe final, seco, sobre mi nuca, como el que se propina a los conejos para aturdirlos antes de hincarles el cuchillo.

Cuando desperté me encontraba en la habitación de un hospital, mi madre hacía ganchillo sentada en un viejo sillón de piel sintética. Me explicaron que una vecina me había encontrado tirada en mitad del pasillo de la quinta planta, justo frente a la puerta de un piso que llevaba varios meses vacío. Por más que describí al vecino del quinto, nadie parecía recordarlo, ni siquiera el portero, como si nunca hubiera existido, como si sus manos se hubieran volatilizado. De esto hace unos meses, aún sigo ingresada en un sanatorio mental; por si acaso, me fijo en las manos de mis cuidadores, ya sé que nunca mienten.
(Relato Finalista VII Certamen Narrativa Breve Canal Literatura)

viernes, 6 de agosto de 2010

Finalista en el VII Certamen de Canal Literatura



Ya lo puedo decir, aunque hace varios días que lo sabía, estaba esperando a que se hicieran públicos los finalistas del VII Certamen de Narrativa Breve de Canal Literatura par comentarlo en el blog.

Le tengo un especial aprecio a este certamen, gracias a él conocí en el año 2007 a Ramón Alcáraz, y a su taller literario El Desván de la memoria, del que soy alumna. Desde entonces participo todos los años. Es la tercera vez que quedo finalista. Esta edición ha estado muy reñida, 279 relatos, algunos con muchísima calidad. Desde aquí doy las gracias a los que han apostado por mi cuento y a todos aquellos que lo han leído y dejado comentarios.

Podéis leer la noticia completa en la página de Canal Literatura, en el siguiente enlace o pinchando sobre la foto:

Gracias, Sasi.


Ayer me entrevistaron para el programa de radio La vida es bella, de la emisora municipal de Marbella. Quiero agradecer públicamente la amabilidad que tuvo Sasi Alami por invitarme a participar en su magazine cultural.
Pude hablar de mi nuevo libro "Trece cuentos inquietantes", de mis inquietudes literarias, del viento que trae historias y palabras, de la poesía y el duro trabajo del poeta, de las miradas que no siempre dicen la verdad, de las asesinas que tienen ojos bondadosos, de los concursos literarios que dan oportunidades a los escritores noveles. De los que no las dan.

Gracias, Sasi, eres un encanto, disfruté mucho con la entrevista.

Sasi Alami escritora, periodista y recitautora madrileña. Diplomada en Lengua y Cultura Árabe por la Escuela Universitaria Darek Nyumba. Diplomada en Lengua y Cultura Norteamericana por el Washington I.I. Recitautora del Centro Cultural Hispanoamericano Wisdom&Art de Bolinas (California), columnista de la Revista Literaria Wisdom&Art. Ha publicado los libros 'Relato Sacrílego', 'Extracto del Alma', 'Fragmentos de un sueño insomne' 'Manos de Visón' de Ediciones Irreverentes y es autora del relato titulado: ‘’De lo que aconteció a Mardoché la noche en que confundió a su propio jardinero con una geisha’’ publicado en la antología homenaje a Edgar Allan Poe ‘’POEFICCIONARIO’’ también de Ediciones Irreverentes (abril de 2009). Y ya está a la venta la Antología de Microrrelatos de Ediciones Irreverentes con su relato titulado ''No Tiene Mensajes Nuevos'' (Junio de 2009) Colaboradora de diferentes medios de comunicación, Radio San Francisco (USA), también dirige y presenta su propio programa de radio 'LA VIDA ES BELLA' en RADIO TELEVISIÓN MARBELLA así como diferentes tertulias literarias y forma parte del programa cultural y literario de la Junta de Andalucía. Impartiendo conferencias, Talleres de Escritura Creativa, desarrollando su propio programa y poniendo en práctica su intensa formación como 'tallerista' en Creative Writing, adquirida en USA. Y en recitales en los que se conjugan la música, la poesía y el arte.
Ya puedes entrar en el blog del programa 'LA VIDA ES BELLA' DE RADIO TELEVISIÓN MARBELLA (FM 107.6) DE LUNES A JUEVES DE 12.00h A 2.00h DE LA MADRUGADA ¡NO TE LO PIERDAS! http://lavidaesbellartvm.blogspot.com/
http://talleresliterariossasialami.blogspot.com/

miércoles, 4 de agosto de 2010

Una foto "inquietante"

Permitidme que empiece a hablar de mi libro de relatos "Trece cuentos inquietantes", que saldrá publicado en breve, la presentación será el 11 de septiembre, en Alcaudete.
En esta ocasión haré referencia a la portada, más concretamente, a la imagen que sirve de base a ésta. La fotografía es de mi amigo Paco Ureña, un estupendo fotógrafo, aunque él diga que sólo es un aficionado.
Me gustó ese aire entre tenebroso y esperanzador (por esa luz que se adivina tras las nubes), la ropa agitada por el viento, a merced de una mano invisible. Como mis personajes, a los que conduzco por caminos inesperados, llevándolos a situaciones imprevisibles, sorpresivas y, cómo no, inquietantes. La imagen refleja a la perfección el espíritu de este libro.
Gracias Paco por prestármela para la portada, quiero que sepas que este libro también es un poquito tuyo.

lunes, 2 de agosto de 2010

Una visita especial

En la puerta del Castillo de Alcaudete.

Este fin de semana he tenido la suerte de recibir la visita de dos personas muy especiales: Luis y Teresa. De Luis ya os he hablado, nos conocimos en Facebook, tuvimos un primer encuentro en Madrid y os mostré su libro "Atlas de los exploradores españoles". Ya no recuerdo si os he comentado que él ha tenido la amabilidad de escribir el prólogo para mi libro "Trece cuentos inquietantes", con el que ha conseguido emocionarme, pronto lo compartiré en estas páginas. Y lo mejor es que ha aceptado venir a presentarlo, el once de septiembre, a pesar de coincidir con su cumpleaños. Lo celebraremos en Alcaudete.

De Teresa sólo puedo decir que es una persona estupenda, alegre, encantadora, sencilla, y que ha sabido ganarse a mis hijos, sobre todo a Juanma.

En estos dos días hemos intentado que conocieran Alcaudete, el sábado nos acercamos hasta el Pontón, paseamos por la Vía Verde, les mostramos algunos olivos centenarios. No me llevé la cámara, así que no tengo pruebas gráficas pero os aseguro que estuvimos allí.

El domingo por la mañana subimos hasta el Castillo Calatravo. Aproveché para conocer los últimos cambios, la musealización ya está terminada, y yo aún no lo había visto al completo. A pesar del calor, lo pasamos muy bien, fue una visita entretenida que, como siempre, quienes más la disfrutaron fueron los niños. Después, una cervecita fresquita en el bar de Quico, nos la ganamos con el sudor de nuestra frente.
En el algibe, la tecnología permite construir un castillo, aunque seas un niño.
Luis fotografiando la torre del castillo, frente al cuerpo de guardia.
Mis hijos con mi hermano Rafa y mi cuñada Manoli, que también se apuntaron a la visita, junto a las armas que se exhiben en la torre del homenaje.

Luis y Teresa en el algibe.

Irene y Juanma posan junto al monje, en el refectorio. Por cierto, he escrito un relato sobre este monje, dentro de la serie Alcaudete Imaginado, lo puedes leer pinchando aquí.