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viernes, 12 de enero de 2018

Alcaudete imaginado: La Fuente Amuña




Alcaudete imaginado: La fuente Amuña
Despertó con un tremendo dolor de cabeza. Al abrir los ojos, los primeros rayos de un sol de primavera lo deslumbraron. Tardó unos segundos en comprobar que no estaba solo, un rostro de mujer lo observaba con atención, sus ojos eran negros e intensos, con destellos de luz intermitentes, como una noche de tormenta. Se incorporó con dificultad, la cabeza le daba vueltas. Miró a su alrededor y comprobó que estaba en la Fuente Amuña, por su mente pasaron las  horas anteriores, el alcohol y las risas de las chicas. Ahora, allí no quedaba nadie de sus amigos, tan solo aquella muchacha extraña que vestía de una forma muy rara. Blusa blanca de manga corta, falda de vuelo hasta los tobillos y unas sandalias rústicas. Con una mano sujetaba un canasto lleno de ropa a su cintura, en la otra llevaba una tabla que le recordaba a la pila de lavar que había en su casa.
—¿Quién eres? —preguntó el chico.
—Eloísa me llaman, ¿y tú?
—Victor.
—¿Victor qué?, ¿cuál es tu apellido?
—Ah, no me gusta mi apellido, ¿tengo que decírtelo? Vale. Te lo diré, me llamo Victor Ahumado, ¿a que es raro?
La chica enmudeció, su rostro se había ensombrecido y una tristeza antigua acudió a sus ojos. De pronto, soltó lo que llevaba en sus manos y acarició el rostro de Victor, que la miraba asombrado.
—Te pareces mucho a él—dijo por fin—, su misma nariz, sus mismos labios…
—¿Quién es él? —preguntó Victor con cierto incomodo, no le había gustado que lo comparara con otro.
—Mi novio.
—Ah, tienes novio. Por cierto, ¿por qué vistes de esa forma?, ¿vas a un concurso de disfraces?
—No, visto así todos los días cuando vengo a lavar a la fuente. Disculpa, creo que debo explicarte algo.  Vengo del pasado, soy una aparición.
—¿Una aparición? —preguntó el chico asombrado.
—Sí, un fantasma, creo que es así como lo llamáis ahora.
Víctor la miraba con asombro, desde luego era una chica extraña, pero de ahí a que se tratara de un fantasma…. Alargó la mano y rozó su brazo, suave y consistente. No, no podía ser.
—Puedo materializarme o volverme invisible.
Nada más decir esto su contorno se fue desdibujando, su piel se difuminaba hasta desaparecer. Víctor creyó que iba a desmayarse.
—Quiero contarte algo—dijo Eloísa que, poco a poco, recuperaba su aspecto inicial—Sabía quien eras antes de preguntarte. Lo sabía desde anoche, desde que te vi llegar con tus amigos. Solo puedo aparecerme una vez al año, coincidiendo con el día de mi muerte. Ese día yo había venido a lavar, ese era mi oficio, la mejor lavandera del pueblo decían que era, y las familias más nobles contrataban mis servicios. Mientras lavaba esperaba a tu bisabuelo, se llamaba Victor, como tú. Nos encontrábamos allí a escondidas, pues sus padres no me consideraban buen partido. Soy el espíritu dolido de una persona y estoy aquí para resarcir mi buen nombre. Durante muchos años he acudido a esta fuente para encontrar a Víctor primero, luego a alguno de sus descendientes y, hasta hoy, la suerte no me ha sonreído. Mi novio, mi amor, se enfureció conmigo, creyó que me había suicidado y no me lo perdonó. Nunca regresó a la Fuente Amuña por eso no pude explicarle lo que había pasado.
Eloísa se calló. En sus ojos habían aparecido unas lágrimas traicioneras.
—Lo siento—dijo Victor, que seguía sin salir de su asombro.
—Yo no me suicidé, me arrebataron la vida de una forma cruel y rastrera, para después simular que había sido un suicidio y que ni siquiera mi alma pudiera descansar en tierra santa. Dos hombres me golpearon y me ataron, luego me colgaron de ese árbol, y así fue como me encontró mi madre. Más tarde supe, porque cuando estás muerta puedes colarte en todos sitios, que los había mandado su padre, tu tatarabuelo.
Víctor la miraba sin saber qué decir. A su alrededor la primavera dibujaba un paisaje idílico, de la fuente brotaba agua en abundancia, los pájaros piaban, el césped resurgía de las cenizas del invierno y, sin embargo, una tristeza gris lo empañaba todo.
—Tengo que marcharme, he cumplido mi misión—dicho esto, le dio un beso y desapareció, esta vez de forma instantánea.
Víctor nunca pudo olvidar aquella aparición, trató de convencerse de que solo había sido un sueño, sin embargo, regresó cada veinte de abril a la Fuente Amuña con la esperanza de encontrar a Eloísa. Ella no volvió a aparecer.

jueves, 11 de enero de 2018

Alcaudete Imaginado: Antiguo Hospital de la Misericordia


Alcaudete Imaginado: El Antiguo Hospital de la Misericordia

Sabía que aquel edificio era especial desde el primer día que empecé a trabajar allí.  Aún no tenía conocimiento de que anteriormente había sido hospital, escuela y consultorio médico, apenas llevaba unas horas en Alcaudete.  Fue cruzar la vieja puerta de madera y sentir el aliento de una mujer en mi nuca y su aroma a colonia antigua, que tenía la intensidad del jazmín recién cortado. Miré hacia atrás, pero no había nadie, solo un sol ceniciento que rebotaba en la fachada blanca y se estrellaba contra los adoquines de la calle. Subí por las escaleras, asida a la baranda de madera, pues la presencia me había conmocionado, y notaba que mis piernas temblaban y me hacían perder el equilibrio.
Mi despacho estaba situado en la primera planta, desde la ventana podía ver el patio trasero, unas chumberas, un trozo de muralla y lo más alto de la torre del castillo. Me sentí bien allí, casi había olvidado esa brisa que perturbó mi llegada, quizás solo había sido un mal presentimiento. Los primeros días todo transcurrió con normalidad. Por las mañanas, justo al llegar, antes de conectar el ordenador, subía las persianas amarillas de las ventanas de la fachada principal, que daban a la calle Carnicería. Durante unos segundos contemplaba el cerro del Calvario y la Sierra Ahillos, como si buscara en ellos la fuerza necesaria para afrontar la jornada.  
No sucedió nada especial hasta el primer día que me tocó trabajar por la tarde. Estaba sola y anocheció pronto.  “El invierno se alía con los espíritus”, era una frase que solía repetir mi madre en aquella estación. Al poco de llegar, empezaron los ruidos. Eran pequeños golpes que venían del piso de arriba. Subí las escaleras sin miedo, ya apenas recordaba ese aliento en la nuca del día de mi llegada. Creía que los sonidos que había escuchado podían provenir de algún gato callejero. Una mañana, al abrir la puerta, había saltado uno por el hueco de las escaleras, sobresaltándome y provocándome una sonrisa de alivio al descubrir que solo era un felino que había pasado allí la noche.
El segundo piso estaba dividido en dos grandes salas de techos abuhardillados y una pequeña antesala con varios expositores. En uno de ellos había algo que llamaba poderosamente mi atención: una vitrina con instrumentos ginecológicos, me habían contado que en aquel edificio, cuando todavía era un hospital, habían nacido muchos niños. Descubrí, asombrada, que estaba abierta y que algunos de ellos habían desaparecido. De pronto, los golpes se reanudaron, ahora con más intensidad, provenían de la sala de la izquierda, la que estaba adaptada como aula de formación en simulación de empresas.
Empecé  a sentir miedo. El miedo es algo extraño, se manifiesta de distintas formas, hay gente que se queda paralizada, a otros les da por correr, hay quien se orina encima o quien se vuelve agresivo.  A mí me da por cantar, no puedo evitarlo. Así, que sin más, empecé a entonar una canción de Nino Bravo que tenía almacenada en algún remoto rincón de mi mente: “De día viviré pensando en tu sonrisa, de noche las estrellas me acompañaraaaaaaaaaaaaan…”
Entonces ocurrió algo que me obligó a callar. Alguien me llamaba por mi nombre desde el otro lado de la puerta. Intenté entrar, pero estaba cerrada. La llamada parecía más bien una súplica. Así que bajé las escaleras en busca de la llave del aula. Ni siquiera paré a reflexionar sobre lo que estaba haciendo, aquellos gritos desconsolados habían despertado en mí el deseo de ayudar. Cuando abrí la puerta, en un acto reflejo, se me abrió también la boca. En vez de los ordenadores, las mesas de despacho, los paneles y las pizarras que componían el aula, me encontré con una hilera de camas, con blancos cabeceros de forja, todas vacías menos la primera. Allí yacía una mujer embarazada. Sus ojos estaban llenos de lágrimas y me pedían suplicantes que la ayudara. Bajo su cama se estaba formando un charco, grité cuando comprendí que era de sangre.
Yo sabía que los fantasmas existen. Me lo había contado mi madre cuando era pequeña, ella solía verlos continuamente, por eso no estaba más asustada aún. Y supe que en aquel edificio había fantasmas desde el primer día, aunque intenté obviarlo y traté de centrarme en mi trabajo burocrático.  Y ahora estaba allí, frente a una mujer etérea, que se abrazaba a su barriga como si quisiera evitar una gran desgracia. Una desgracia que había ocurrido muchos años atrás.
¿Qué podía hacer? Sabía que aquello no era real, pero la mujer seguía sufriendo.  Me pedía que salvara a su niña, “estoy segura de que será niña, yo voy a morir, pero tienes que salvarla a ella”, me suplicaba. Recordé entonces que mi madre siempre me decía que la mejor forma de espantar a un fantasma era aceptarlo, creer en su existencia. Ese día yo pude comprobarlo. Traté de consolarla con palabras dulces. Acaricié su pelo inexistente, sequé sus lágrimas de polvo y poco a poco, tal como había llegado, fue desapareciendo. Salí del aula, apagué las luces de la segunda planta, después de comprobar que todo el instrumental médico había vuelto a su sitio, bajé a mi despacho y con la firme decisión de abandonar aquel trabajo lo antes posible, empecé a redactar mi renuncia. Sabía que aquello se repetiría, que los fantasmas no desaparecerían, pues en pocas ocasiones encuentran a personas como yo, que pueden verlos y entenderlos. Eso también me lo había dicho mi madre.
Aún tardé un par de semanas en marcharme, les di tiempo a mis jefes para que buscaran a otro técnico en asesoramiento empresarial y ponerlo al tanto de los asuntos pendientes. Unos días antes de irme, una señora entró a la antesala de mi despacho mirándolo todo con curiosidad, “cómo ha cambiado esto” me dijo. Y yo sentí un escalofrío al ver sus ojos. “Yo nací aquí” continuó, “hace más de medio siglo. Pobrecita mi madre, que murió al dar a luz”. Dicho esto, sus ojos se inundaron de lágrimas y entonces lo entendí todo, aquellos ojos eran idénticos a los de la mujer embarazada. 

martes, 15 de octubre de 2013

Alcaudete Imaginado: La laguna Honda


Alcaudete Imaginado: La laguna Honda.

Como cada tarde aparcó el coche frente al edificio de la antigua estación de tren de Alcaudete. Cogió una mochila pequeña donde llevaba el agua y un libro. Emprendió el camino con escasa ilusión. Aquel día cumplía cuarenta años y se había prometido que sería la última vez. Era la fecha límite que se había marcado antes de desechar del todo aquella fantasía juvenil, impropia de su edad. Mientras avanzaba por la vía desprovista de raíles, una vía que ya no sentiría el temblor emocionado que provocaba el tren, de aquel amante embravecido que en otra época la acometía con pasión y que la hacía rugir cuando se adentraba en sus puentes, no podía evitar recordar los innumerables paseos, siempre inútiles, que la habían llevado otras tardes hasta la laguna. Se detenía ante ella y contemplaba el espectáculo del atardecer sobre las aguas mansas. El sol manchaba de rojo el horizonte, mientras que la maleza se reflejaba aumentada en aquel espejo quieto y oscuro. Los fines de semana la visitaba por la mañana, entonces le parecía menos peligrosa, de un azul plateado, reluciente como una novia a punto de ser desposada.

Una novia…, un marido, hijos… ¡Cuánto lo ansiaba! En sus primeros años de juventud no era consciente de esa necesidad. Desdeñaba a sus pretendientes, jugaba con la vida y amaba de forma casi insolente, egoísta, absurda. No quería compromisos, ni convertirse en la típica ama de casa, en la madre gritona, en la esposa cansada que nunca quiere hacer el amor. Sin embargo, los años pasaban inclementes, vio marcharse los treinta y, cuando su trabajo la llevó a Alcaudete, a la Vía Verde, a la laguna Honda, recordó a aquella anciana, allá en su pueblo del norte, que una noche al abrigo del fuego le echó las cartas: “Conocerás a tu hombre, el que te hará feliz y te dará dos hermosos hijos, en las vías muertas de un tren, frente a las aguas calmas de una laguna”

Ella creía haber olvidado estas palabras, hasta la tarde en la que, por primera vez, contempló la laguna Honda. Nunca había visto unas aguas más mansas, un azul más quieto y reparó en que aquella vía se podía calificar de muerta, pues por allí ya no pasaría ningún tren. A partir de entonces se obsesionó con el vaticinio de su vieja paisana, creyó que había llegado su momento, que allí encontraría al hombre de su vida, que solo era cuestión de esperar, de ser paciente y, sobre todo, acudir a aquel lugar el mayor número de veces posible. Fue así como se habituó a visitar la laguna cada día, a quedarse largos ratos apoyada en la barandilla de madera fabricada con los travesaños de la vía, pero mirando con el rabillo del ojo a las personas que caminaban por su lado. Sus sentidos se alertaban cuando veía pasar a un hombre solitario. Se preguntaba si aquel sería el padre de sus hijos, la persona que la amaría tal y como le había vaticinado la anciana. Los días, las semanas, los meses, los años pasaban y no sucedía nada. Ya llevaba más de tres en Alcaudete y desde hacía varios meses se había puesto como fecha límite el día de su cuarenta aniversario. Después, si nada ocurría, pediría el traslado para olvidar las tardes perdidas frente a la laguna.

Hoy era ese día. Los cuarenta años eran una pesada carga que entorpecía su caminar. Contempló los olivos, siempre verdes e impasibles, que parecían decirle adiós con sus ramas, agitadas por una suave brisa otoñal. Quisiera ser como ellos, tener hondas raíces que la fijaran a un lugar, pero sobre la mesa de su despacho ya tenía preparada la solicitud de traslado, en el banco no le pondrían problemas, les venía bien tener a alguien como ella, dispuesta a cubrir sustituciones en cualquier parte de España. Alguien sin cargas familiares, ni ataduras. Alguien libre como aquel viento que movía los olivos. Hoy aquí, mañana quién sabe.

Una profunda tristeza aplastaba sus hombros cuando llegó frente a la laguna. La tarde parecía desangrarse en la tierra roja que rodeaba el agua, en el agua misma, tintada por los rayos de un sol agonizante. Un pájaro levantó el vuelo y dibujó en el cielo un garabato negro. Entonces lo comprendió. No necesitaba un marido, ni siquiera hijos. Necesitaba encontrarse a sí misma, dejar de buscar fuera lo que tenía dentro y echar raíces, como los olivos, fuertes y profundas. Por primera vez contempló la laguna sin reservas. Hasta ahora solo había sido un medio y necesitaba que fuera un fin, un lugar seguro donde refugiarse.

Y fue justo ese día cuando lo conoció, justo en el instante en que había renunciado a él. Supo quién era, no le cupo la menor duda, cuando contempló sus ojos de un azul manso, como el de la laguna.
(Relato publicado en el Libro de Feria de Alcaudete 2013)

viernes, 7 de septiembre de 2012

Alcaudete Imaginado: La feria


Dentro de pocos días se inicia la Feria Real de Alcaudete, y este año he querido que mi aportación al programa de fiestas fuera un relato que transcurriera en la feria, que recogiera sus peculiaridades, como el Concurso Hortofrutícola, donde se pueden admirar los frutos de las huertas de las vegas alcaudetenses: melocotones, manzanas, peras, uvas, nueces, tomates, pimientos,...
Tenemos una huerta en la ribera del río Víboras y un año nuestros melocotones ganaron el primer premio del concurso. Fue todo un orgullo, pues la competencia era muy dura.
También me gustaría destacar la feria de día, por el entorno en que están ubicadas las casetas, el parque de la Fuensanta, repleto de árboles que procuran sombra y frescor al visitante.
 Espero que os guste mi relato, y no dejéis de visitar Alcaudete, merece la pena. Más información en: www.alcaudete.es






 La Feria

No has cambiado nada. Es lo primero que te he dicho nada más verte. Sonríes y me ofreces tu brazo, como solías hacer cuando de novios íbamos a la Feria. Me siento tan ligera, han crecido alas en mis zapatos. Mis huesos se han olvidado de quejarse esta tarde, incluso ha desaparecido la pesadez que me atenazaba las piernas y mis tobillos se han desinflado.

Subimos despacio, sin prisas. Caminamos por la acera de la Avenida de Andalucía, no nos molesta la gente, ni los coches, ni el ruido, ni siquiera el calor vespertino de un sol agonizante. Ya nada puede perturbarnos.

Llegamos al Parque de la Fuensanta, contemplas absorto la fuente de colores. Me gusta ver tu cara de niño gozoso, me miras con aires de pregunta. Sí, es nueva, te digo, llevas demasiado tiempo sin venir. Asientes con la cabeza, y te noto un poco triste. Mejor no hablar de tus años de ausencia. Nos sentamos en un banco, me tomas de la mano y susurras palabras de amor a mi oído. Puedo oírlas claramente, como si de pronto hubiera recobrado un sentido casi perdido. Mi vista también parece más aguda, distingo con claridad el brillo azulado de tus ojos. Te lo comento extrañada, y me dices que no me preocupe, que es normal en mi estado actual. Supongo que tú ya has tenido tiempo de acostumbrarte, ha pasado tanto tiempo desde el accidente.

Ahora recorremos el paseo, lo observas todo con atención, te marean las luces, mucho más intensas que cuando nos conocimos, muchos años atrás. Las casetas del turrón son los que más se asemejan a las de antes, el resto es nuevo para ti. Me preguntas por esos rostros extraños, por esas pieles oscuras que regentan alguno de los puestos de collares y pañuelos. Te empeñas en probarme un mantón, me dices que siempre me sentaron muy bien. Nada más cogerlo, notas que no son como los de antes, que no tienen el tacto de la seda, ni el bordado de mis manos.

Mis manos, siempre me decías que era lo más bonito que tenía, mis manos de deditos finos y piel suave. Míralas ahora. Tan sólo son sarmientos viejos y decrépitos. Seguimos avanzando, cada vez me siento más ligera, ni siquiera me molestan los zapatos de tacón, me siento liviana, como si flotara arrastrada por un viento suave y acogedor. Creo que es tu brazo en mi cintura el que provoca esa sensación en mi cuerpo. A la derecha está la caseta Quinto Centenario, los músicos preparan los equipos de luz y sonido para dentro de unas horas empezar a tocar. Ya verás, no son como los de entonces. Hay chicas que visten ropa atrevida, faldas muy cortas que dejan a la vista sus piernas. A mí no me importa que las mires, no soy celosa, sé que siempre me has querido, y que eso ya no lo va a cambiar nadie, no pudieron mis padres, que tanto se opusieron a nuestro amor.

Aunque parezcan diferentes, los músicos también tocan canciones de las nuestras: boleros, tangos, vals, pasodobles,… Quizás, luego, si no estás muy cansado, podríamos venir a bailar. Ahora ven, sígueme. No, no me sueltes de la cintura, agárrame fuerte, a veces temo que te desvanezcas, que sólo seas un sueño y que, cuando despierte, ya no estés aquí. No te rías, no me llames tonta. Te he echado mucho de menos. Vamos, esto te va a gustar. Sí, es “la fruta”, ahora lo llaman concurso hortofrutícola y vienen autoridades de fuera a inaugurarlo todos los años. A mí me suelen traer mis hijas a verlo. Es lo que más me gusta de la Feria. Recuerdo cuando tú venías desde tu huerta, allá en el Vado Judío, con tu borrica Romea cargada de melocotones. Siempre te pasabas por mi casa para dejarme los mejores y yo te regañaba, así nunca vas a ganar el primer premio, te decía. Tú eres mi mejor premio, repetías cada año. Luego, mi madre salía con cara de pocos amigos, y seguías tu camino hacia la feria, riéndote de su mal genio.

No creas que te olvidé. Nunca lo hice, ni siquiera el día de mi boda, cuando me casé con Isidro. Yo a él le tenía cariño, lo cuidé bien hasta que murió. Me dio dos hijas guapas y trabajadoras, que ahora se ocupan de mí. Lo tuyo era distinto. Fuiste mi primer amor, y el único. Sí, quiero que lo sepas, quiero que sepas que no quise a nadie después de ti. Ni siquiera a Isidro, ya te digo, a él sólo le tenía cariño.

Mira, mira esos melocotones, son hermosos, dorados, grandes. No, no me hagas reír, mi piel no es más suave que la suya, nunca lo fue, a pesar de que tú estabas empeñado. Melocotoncito, me llamabas, y a mí me subía tal rubor a la cara que más bien parecía un tomate maduro.

Venga, sigamos, vamos a ver algo que te gustará. Dejemos atrás los puestos de tiro, no estamos nosotros para probar la puntería, quiero enseñarte las casetas. Hace fresquito aquí, ¿verdad? Los árboles del parque nos prestan su sombra. Son bonitas, sus flores de papel parecen de verdad, me gusta el contraste de los colores. Sí, la música está un poco alta, cosa de la juventud, pero da alegría a la vida.

Ahora, vamos a sentarnos a la Rosaleda, quiero disfrutar en silencio de tu presencia. Supe que ibas a venir a recogerme, por eso pedí a mis hijas que me arreglaran con un vestido de fiesta, que me pusieran unos zapatos de tacón y el collar de perlas, quería estar guapa para ti. Lo he sabido todos estos años, por eso no he sufrido cuando se acercaba la hora, el momento que tanto temen los demás. Sabía que lo único que te traería sería mi muerte.




martes, 3 de abril de 2012

Alcaudete Imaginado: La ermita de la Fuensanta

Os dejo mi colaboración con la revista municipal DeParEnPar, dentro de la sección Alcaudete Imaginado. En esta sección publico relatos ambientados en lugares emblemáticos de Alcaudete, en esta ocasión me he atrevido con la Ermita de la Virgen de la Fuensanta, un lugar de visita obligada para muchos alcaudetenses devotos de esta Virgen, patrona de la localidad.


La ermita de la Fuensanta


El anciano sube arrastrando los pies por el sendero amarillo de hormigón impreso, los años pesan sobre su espalda encorvada y la respiración se le hace cada vez más dificultosa. Aún faltaba media hora para su cita, pero se le antojaba tarde y temía no llegar a tiempo. Buscaba las raquíticas sombras de los árboles que escoltaban el camino, que aún eran escasas a finales de un mes de marzo especialmente caluroso.

Una cita con una mujer hermosa, qué más puede pedir un hombre a su edad, pasados los ochenta lo único que se aguarda es la muerte. De ahí el apresuramiento de sus pasos, la angustia que oprime su pecho hambriento de un oxígeno, que ni su boca ni su nariz pueden suministrarle con la suficiente abundancia ni rapidez.

Avanza unas decenas de metros más, sus ojos cansados ya le permiten divisar la blanca ermita, aunque sus contornos parecen ser elásticos y deformables en vez de eficaces líneas rectas. La torre de ventanas cuadradas se levanta orgullosa de su esbelta planta; la gran puerta de madera que sólo se abre en las grandes ocasiones, como la Velada, permanece cerrada, inmutable; la imagen de la Virgen impresa en los azulejos que decoran la fachada parece dar la bienvenida al paseante… La emoción le obliga a detenerse bajo una palmera y tomar asiento en un banco de hierro. El chillido de los pájaros sobre su cabeza le reafirma en la convicción de que aquello no es un sueño, que está allí, frente a la fuentecilla de piedra de la entrada, con el cuerpo cansado y el alma tan ligera como las palomas que sobrevuelan la escena. No se ve a nadie en toda la explanada, está solo. Con estudiada lentitud, como si gozara de la espera, saca del bolsillo la carta y la lee por enésima vez, cuando la recibió, nada más verla, reconoció la letra picuda del sobre. Nadie escribía la A de Antonio como ella, nadie más podía reflejar su amor en unos simples trazos. Dentro, apenas una cuartilla escrita sólo por una cara, suficiente para fijar una cita: “Si aún me quieres, te espero mañana a las cinco en la Ermita de la Fuensanta”. Siempre tuya, Carmela.

Si aún me quieres… ¿Cómo podía ni siquiera pensar que la había olvidado? Cincuenta años habían pasado, cincuenta penosos inviernos, cincuenta veranos vacíos; sin dejar de recordarla un solo día.

Nada más entrar le reconforta el frescor de la ermita. Pisa, indeciso, el suelo ajedrezado, la sensación de mareo se ha incrementado por el esfuerzo, los últimos metros se le habían hecho eternos. Avanza con paso vacilante por el pasillo central. Al fondo, justo en el primer banco, se distingue un bulto oscuro, quizás es ella. Desea verla, comprobar cómo la ha tratado la vida, ni siquiera sabe si podrá reconocerla.

Las vidrieras incrustadas en los muros filtran una luz azulada. Bajo ellas se sitúan faroles de forja, que destacan como negros pecados sobre unas paredes de blancura inmaculada.

¿Por qué se detiene hoy a mirar lo que le es tan familiar, a repasar cada objeto del templo, los sobrios bancos de madera, las plantas que siembran de verdor el silencio de la ermita, el confesionario, las cruces simétricas, las flores del altar, el manto nuevo de la Virgen, los arcos del techo…? Quizás para retrasar el encuentro, para encontrar las palabras que le permitan transmitir lo que ha sufrido por ella sin herirla. No, no quiera venganzas ni rencores, los años aplacan la furia, la trituran hasta dejarla hecha un puré apto para la boca sin dientes de un anciano como él.

Avanza decidido, en su memoria pervive la imagen de la mujer hermosa que le dejó plantado frente al altar cincuenta años antes. Llega a la altura del bulto oscuro que ha visto desde la entrada, decepcionado comprueba que no es ella, ni siquiera se trata de una mujer. Busca en su bolsillo la carta, quizás ha equivocado la hora, sólo encuentra la lista de la compra que confeccionó por la mañana. Levanta la vista hacia el altar, como otras veces, sorprende una lágrima en el rostro de la Virgen, que llora con él.











viernes, 20 de enero de 2012

VIII Concurso Cartas de Amor

Ya está abierto el plazo para participar en el concurso de cartas de amor de Alcaudete, como en años anteriores os animo a participar, aquí tenéis las bases.



BASES
1º.- El presente concurso, se convoca a cualquier persona, sin distinción de sexo, edad, naturaleza, pues para el amor no hay diferencias y es desinteresado. Su finalidad es fomentar la lectura y la escritura, el libro y las bibliotecas.

2º.- La declaración de amor, cuánto más amplia en detalles, mejor: el amor debe manifestarse a los cuatro vientos. Aún teniendo forma epistolar; ha de seguir las pautas de un relato, lleno de mimo, recuerdos, etc.
3º.- Tu latido del corazón deberá tener una extensión no superior a dos folios por una cara. Si lo haces con las nuevas tecnologías, usa letra Times New Roman de 12 puntos.
4º.- Las cartas se presentarán sin firmar y bajo seudónimo, en sobre cerrado, en cuya portada figure. DEJA LATIR TU CORAZÓN – VIII CONCURSO CARTAS DE AMOR. En su interior debe figurar otro sobre con los datos personales de la autoría, dirección, teléfono y copia del DNI. En el exterior del sobre con los datos personales, solo figurará el seudónimo utilizado en tu latido. Los trabajos presentados no podrán haber sido premiados en ningún otro certamen, siendo responsabilidad de la autoría del texto, el cumplimiento de este apartado. Cada participante, sólo podrá presentar una carta al concurso.
También pueden presentarse por correo electrónico a la dirección: biblioteca@alcaudete.es, y deberán estar formadas por dos archivos, uno con la carta y otro con los datos personales de la autoría, dirección, teléfono y copia del DNI.
5º.- Las cartas de amor, se entregarán en la Biblioteca Pública Municipal Miguel de Cervantes Saavedra, hasta el día 27 de febrero de 2012, de 10 de la mañana a 2 de la tarde y de 5 a 8 de la tarde. Las presentadas por correo electrónico, hasta las 24,00 horas del día 27 de febrero de 2012. Caso de presentarlas por correo ordinario, deberán llevar el sello de correos de fecha 27 de febrero de 2012.
6º.- Se establecen los siguientes premios:
1º. Premio – 200 euros.
2º. Premio – 100 euros.
3º. Premio – 50 euros.
Los premios estarán sujetos a las retenciones legales vigentes.
7º.- El Jurado estará compuesto por personas del mundo de la cultura, dándose a conocer el fallo en el mes de Abril. Se valorará la originalidad, la belleza literaria y el buen uso y corrección del idioma. La entrega de premios, se realizará con motivo de los actos del Día del Libro.
8º.- Todos los trabajos quedarán en propiedad del Ayuntamiento, pudiéndolos utilizar como estime conveniente, indicando siempre la autoría del mismo.
9º.- Cualquier duda no planteada en las Bases será resuelta a juicio del Jurado.
Concejalía de Educación y Cultura
Excmo. Ayuntamiento de Alcaudete

jueves, 19 de enero de 2012

Esta vez pegó cerca



Las noticias de mujeres asesinadas nos llegan con demasiada frecuencia hasta lograr que nos habituemos a ellas. El escalofrío apenas dura un instante, los minutos que la televisión de turno dedica al suceso. Las imágenes frías de portales desconocidos, o una mancha de sangre ya marchita, apenas consiguen arrancarnos unas palabras de indignación. La desgracia está tan lejos, la muerta nos es tan ajena, nunca la vimos moverse, hablar o sonreír, no conocíamos a sus hijos, ni a su familia. El duelo pasa rápido cuando la muerte no nos afecta.

Esta vez ha sido diferente, nos tocó vivir la tragedia de cerca, Noguerones, mi pueblo natal, se acostó anoche con un nudo en la garganta y se ha levantado con la boca reseca de dolor. Estrella, una mujer de 45 años, ha pasado a engrosar la trágica lista de mujeres asesinadas a manos de su pareja. Y me duele pensar que se haya convertido en un número más, que desde otros lugares de España, cuando contemplen las imágenes, sólo sentirán un breve estremecimiento, un asomo de rabia, un gesto de impotencia, como me ha pasado a mí en otras ocasiones.

No se me ocurre que puedo escribir que sirva de consuelo a esas hijas que se han quedado sin madre, a esa madre que perdió a su hija, a esas amigas que la han despedido esta tarde en el entierro, a sus compañeras de la Asociación Las Nogueras, a sus vecinos, a todo el pueblo de Noguerones…
Sólo quiero pedir que nunca deje de indignarnos la muerte de una mujer inocente, por muy lejos que ocurra.





sábado, 14 de enero de 2012

Amanece en Alcaudete

Una imagen de Alcaudete de hace unos minutos. El sol lucha por abrirse paso entre las nubes. Mi canario, nervioso en su jaula, espera el momento en que lo saque al balcón. La mañana es helada. Los aceituneros, encogidos de frío, van hacia sus coches para dirigirse al tajo. Los miro desde la calidez de mi ventana protegida por el doble cristal. Mis hijos, aún duermen, inocentes, en sus camas. Buenos días.

sábado, 7 de enero de 2012

Alcaudete Imaginado: La Sierra Ahillos

Una nueva colaboración con la revista Deparenpar, en esta ocasión el relato transcurre en la Sierra Ahillos. Como sabéis, Alcaudete Imaginado comprende historias que suceden en sitios muy conocidos de Alcaudete, son narraciones de ficción, no tienen ninguna base real, aunque ya me han preguntado más de una vez si lo que cuento llegó a suceder. Casi en todas ellas aparece algún elemento sobrenatural, para hacerlas más entretenidas. Espero que os guste.


ALCAUDETE IMAGINADO: LA SIERRA AHILLOS




El día amaneció gris. Una maraña de niebla ocultaba la cima de la Sierra Ahillos. Tomás la veía tras el cristal empañado de su ventana. Ya se había puesto el chándal y las zapatillas, le encantaba caminar en las mañanas brumosas, lo hacía desde que murió Clara, su novia, porque se le antojaba que era lo más parecido a estar en el cielo, cerca de ella. Además, desde hacía una semana tenía un motivo nuevo para disfrutar con sus caminatas matinales.

El otoño por fin había decido mostrarse. La tierra, mojada por las últimas lluvias, había adquirido un rojo más intenso. A su izquierda, los pinares se alzaban orgullosos, flotando en un manto de agujas secas. A la derecha, los olivos, impasibles al paso de las estaciones, siempre verdes, siempre fuertes y poderosos, se humillaban ahora con el peso verdinegro de las aceitunas.

Tomás avanzaba con rapidez, sus piernas ya estaban acostumbradas a la pendiente, a la carretera sinuosa que lo llevaría hasta el lugar de encuentro. Su corazón no estaba alterado por el esfuerzo sino por las ganas de volver a verla, de contemplar su cabellera rojiza, como la tierra mojada que las lluvias habían arrastrado por la cuneta, y el verde oliva de sus ojos transparentes. Hacía una semana que se habían conocido, y cayó por primera vez en la cuenta de que aún no sabía su nombre.

Ella apareció un poco antes de llegar al cortijo Las Pitas, justo en la pequeña meseta desde donde se puede divisar una hermosa panorámica de Alcaudete. Estaba parada, absorta en la contemplación del Castillo, su pelo ondeaba al viento y la niebla le daba un aspecto fantasmagórico. Una fuerza inesperada lo llevó a vencer su timidez y se detuvo junto a ella. Es precioso, ¿verdad?, dijo la chica y se quedó mirando a Tomás con fijeza.

Unos segundos después, ya caminaban juntos. No se habían presentado, pero Tomás sintió que la belleza del otoño lo unía a aquella muchacha, avanzaron algunos kilómetros más, hasta que ella se despidió al pie de un carril que se adentraba en la sierra. Me esperan, fue lo único que le dijo antes de desaparecer entre los pinos.

Ese día iba decidido a preguntarle el nombre, a pedirle el número de su teléfono móvil, a conseguir una cita… No era tan feo, y junto a ella, su timidez desaparecía como la niebla se deshilachaba conforme avanzaba el día. Hablaba sin cesar de su vida, de sus miedos, de sus inseguridades,… Ella sabía escuchar, parecía existir sólo para oír lo que él tenía que contarle. A veces, cuando regresaba a su casa, dudaba de que fuera real, quizás sólo la había imaginado, quizás sólo era una forma de alejar la soledad que se había instalado en su vida desde que su novia murió en un accidente de tráfico, hacía ya más de dos años.

Ella estaba esperándolo en el lugar acostumbrado, con la vista perdida en el horizonte; cuando Tomás se acercó pudo ver que lloraba. Lágrimas gruesas rodaban por su piel blanca, moteada con pecas de canela. El hombre deseó beberse aquellas lágrimas, acabar con la tristeza que las provocaba; deseó besar cada centímetro de su rostro. Era la primera vez que sentía atracción por una chica desde que su novia murió, la primera vez que tenía un motivo para seguir viviendo.



―Tengo que marcharme―, dijo ella― mi tiempo aquí se acabó.

―No puedes hacerme eso, ¿dónde te vas? Dime la dirección, iré a visitarte, por favor, no desaparezcas de mi vida. Ni siquiera sé como te llamas.

―No admiten visitas a donde voy, ni se necesita nombre, ni siquiera cuerpo; se puede coger prestado si, como ahora, me hace falta. De todas formas, puedes llamarme Noviembre.

―¿Noviembre? ¿Qué clase de nombre es ese?

―Noviembre es el mes de los muertos. Los vivos se acuerdan de sus difuntos, los cubren de flores y de velas, los llaman y a veces…

―A veces, ¿qué? ¡Dime! ― gritó Tomás sin poder ocultar sus lágrimas.

―A veces …, respondemos a esa llamada, Tomasete.



Y dicho esto se lanzó con los brazos abiertos hacia el horizonte. Tomás observó, asombrado, como flotaba sobre los olivos, mientras su cuerpo se transformaba en niebla; la misma niebla húmeda y fría que se había quedado helada en su espaldas al oír la palabra Tomasete. Sólo una persona en el mundo lo llamaba así: Clara.





viernes, 25 de noviembre de 2011

Acto contra la violencia de género en Alcaudete

Con motivo del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, se celebrarán distintos actos para conmemorar este día:





Programa de actos:
12:00 h - Reparto de lazos blancos

17:30 h - Lectura de poemas contra la violencia de género a cargo de Felisa Moreno y Adolfina Moral. Lugar: Casa de la Cultura

18:30 h - Lectura del manifiesto contra la violencia de género a cargo de la concejal de Igualdad y Bienestar Social, Laura Caño

19:00 h - Encendido de velas y minuto de silencio en memoria de las mujeres fallecidas por violencia de género. Lugar: Parque de la Fuensanta
 
¡¡¡¡¡Os esperamos!!!!!!

jueves, 7 de julio de 2011

Alcaudete Imaginado: El pontón


Ya está disponible la nueva edición de la revista municipal Deparenpar, como es habitual, incluye mi colaboración en la sección Alcaudete Imaginado, esta vez la dedico a un precioso paraje de nuestro municipio: El pontón.
En este enlace se puede acceder a la revista completa:

El pontón

El frío empezaba a calar sus huesos. Demasiado cerca del río. Observó con admiración el puente de hierro que se alzaba un poco más atrás. No se cansaba de mirarlo, cada vez le encontraba algo nuevo, una sombra, un perfil desconocido que lo atraía y lo distraía de pensar en su oscura existencia. Había perdido la cuenta de los meses que llevaba así, escondido, alejado del mundo. Ni siquiera recordaba con claridad el motivo de pasar los días ocultándose y las noches robando comida en huertas y casas de campo.
No era una hora normal para que una familia con niños pequeños paseara por la vía, ahora transformada en un carril bici. Hacía años que no temblaba el puente al paso del gigante de hierro, ya no se balanceaba el oro líquido en sus entrañas; pasaron los tiempos felices en que él y su hermano lo observaban desde algún cerro próximo, alertados por el ruido metálico que destrozaba el silencio de los olivares. Solían ir a buscar espárragos o alcaparra, según la temporada, para sacar un poco de dinero, un extra que añadir a la campaña de aceituna, que les permitía renovar su ropa o invitar a las muchachas en la feria del pueblo.

Era un pasado amable al que renunció por propia voluntad, él mismo se labró su sufrimiento, pero eso es otra historia. Ahora está aquí, agazapado tras el pequeño puente de piedra, el hermano antiguo del gigante, tratando de ocultarse de una familia madrugadora, que había amanecido junto a la vía, bien equipada con maillots y cascos de ciclistas. Podría haberse marchado antes, lo habría hecho sin dificultad, acostumbrado como estaba a ser invisible. Algo lo retuvo. Le apetecía ver el rostro de otras personas, oír sus voces, imaginar que mantenía una conversación normal. Y, sobre todo, deseaba ver la cara del niño, no aparentaba más de seis años, los mismos que tenía él la primera vez que su padre lo llevó hasta allí, para enseñarle el tren.

Habían aparcado las bicicletas bajo el puente de hierro, y se adentraban entre las hierbas floridas de mayo para acercarse a la orilla del río que, en su chocar contra las piedras, emitía una canción tan ronca y exaltada como antigua. Por un momento los perdió de vista, hasta que, al girar, se encontró de frente con unos ojos enormes, color almendra, que lo miraban asombrado. Se puso el dedo en los labios, pidiéndole silencio. El niño le hizo caso, no parecía asustado por sus barbas ni por su apariencia desastrada. Si no tienes para quien arreglarte acabas olvidándote de hacerlo, pensó el hombre. En ese momento desearía tener un aspecto más agradable, más cordial. Intentó concentrar toda la dulzura de su alma en la mirada, transmitir la confianza necesaria para que el pequeño no gritara asustado. Aclaró su garganta atrofiada por la falta de uso, y le dijo: Si no gritas te contaré un secreto. El niño no parecía tener miedo, más bien curiosidad por aquel hombre extraño que, a pesar de desaliño, le transmitía calma. Mira allí arriba, ¿lo ves? Parece un puente, ¿verdad? El pequeño asintió con la cabeza, agitándola bien fuerte. A lo lejos se oían los gritos de sus padres que lo llamaban, pero no hizo caso, estaba intrigado. No te dejes engañar, en realidad es una escalera que llega hasta el cielo. Mira bien, ¿ves como los peldaños rozan las nubes?

Los ojos del niño se achicaron, la claridad dañaba sus pupilas. Por fin habló, en tono bajo, para evitar que lo oyeran: ¿Y tú has venido de allí, del cielo; eres un ángel? Al hombre fuerte, acostumbrado a vagar por caminos en noches sin lunas, le tembló la voz, las lágrimas acudieron a sus ojos. Un ángel, repitió sonriendo, sí, así es, un ángel. Por eso no debes contarle a nadie que me has visto, será nuestro secreto, ¿vale? El pequeño prometió que no lo haría y después de darle un beso en su mejilla, áspera y húmeda por el llanto que no había podido contener, se marchó corriendo en busca de sus padres.

El hombre permaneció allí un rato más, ya no tenía frío, el ruido del agua le pareció más amable, el arrullo de una nana, la voz dulce de una madre que acuna a su hijo. El Víboras, que se hacía bravo en aquel paraje, pareció conmoverse con la escena y acalló sus voces, el agua se alejó mansa, como en una despedida.

Quizás fuera el momento de volver a casa.










lunes, 4 de julio de 2011

III PREMIO DE POESÍA BREVE, CIUDAD DE ALCAUDETE


¿No os inspira la imagen del Castillo de Alcaudete iluminado ni siquiera un pequeño poema? Podéis encontrar más fuentes de inspiración en internet, o bien visitándonos. El próximo fin de semana se celebran las Fiestas Calatravas en la localidad. Puede ser una buena excusa para conocer Alcaudete. Más información en la página del Ayuntamiento: http://www.alcaudete.es/index.php/es/vi-fiestas-calatravas.html
Por cierto, también hay un concurso de fotografía.

¡Venga, amigos poetas!, animaros a participar en este certamen.

III PREMIO DE POESÍA BREVE


"CIUDAD DE ALCAUDETE"

El Excmo. Ayuntamiento de Alcaudete, a través de su Concejalía de Cultura, convoca el III Premio de Poesía Breve “Ciudad de Alcaudete” con el deseo de fomentar la creación literaria y la aproximación desde la palabra poética a dicha ciudad que se regirá por las siguientes


BASES:

1. Quién puede participar: Podrá presentarse a este concurso cualquier persona, sin distinción de sexo, edad, naturaleza y procedencia.

2. Requisitos de la obra poética: Cada autor o autora, podrá presentar de 1 a 5 poemas breves. La extensión máxima de cada uno de los poemas no podrá superar los 10 versos. Podrán emplearse composiciones poéticas con metro y/o rima (haikus, coplas, seguidillas…) o de verso libre y/o blanco. Los trabajos presentados serán originales, inéditos y no premiados en certámenes.

3. Tema: Todos los poemas breves presentados versarán sobre Alcaudete y/o sus alrededores: paisajes, calles, naturaleza, gentes, idiosincrasia, fiestas, personajes históricos o populares, o cualquier otro motivo relacionado con la localidad y su entorno.

4. Premios: Se establecerá un primer premio de 300€ y dos accésit de 100€.. El jurado se reserva el derecho a dejar desierto alguno o algunos de los premios en el caso de que las obras presentadas, a su juicio, no se consideraran con la calidad suficiente.

5. Requisitos de presentación: Los trabajos se presentarán por triplicado, mecanografiados y firmados con lema o seudónimo, acompañados de un sobre cerrado (plica) en cuyo exterior figurará el título del trabajo y lema o seudónimo, y en su interior constará la siguiente información relativa al participante: nombre y apellidos, dirección postal, teléfono y correo electrónico de contacto, además de fotocopia del D.N.I.

6. Plazo y lugar de admisión: Las obras podrán ser entregadas directamente o enviadas por correo postal a III Premio de Poesía Breve “Ciudad de Alcaudete”. Biblioteca Pública Municipal “Miguel de Cervantes Saavedra”, Parque de la Fuensanta, s/n, Código Postal: 23660 Alcaudete (Jaén). También se podrán enviar por correo electrónico a la dirección: biblioteca@alcaudete.es. En este caso se acompañarán dos archivos, uno con las obras presentadas y otro con la información de la persona participante. Los titulares de las obras enviadas solo serán conocidos por el Secretario del Jurado, para respetar el anonimato de las mismas.

Entrarán a concurso las obras que, cumpliendo las presentes bases, sean recibidas en la Biblioteca Pública Municipal “Miguel de Cervantes Saavedra” de Alcaudete hasta las 20 horas del día 4 de agosto de 2011.

7. Jurado: El comité de selección estará compuesto por poetas de reconocido prestigio y personas ligadas a la cultura y a la creación. La composición del Jurado se dará a conocer en el momento de la comunicación del fallo. Las decisiones del Jurado serán inapelables.

8. Comunicación del fallo: El Excmo. Ayuntamiento de Alcaudete hará público el fallo del Jurado el día 6 de agosto de 2011, a las 21.30 horas en la Caseta V Centenario, sita en el Parque de la Fuensanta de Alcaudete, coincidiendo con la entrega de los premios del XIII Concurso Nacional de Pintura Rápida “Ciudad de Alcaudete”.

9. Derecho de publicación. El Excmo. Ayuntamiento de Alcaudete se reserva el derecho a publicar la totalidad o una parte de las obras premiadas por cualquier medio de reproducción o difusión. La publicación de las obras no devengaría derecho alguno por parte de sus autores, salvo, por supuesto, el reconocimiento de la autoría de los textos.

10. Devolución de las obras. En ningún caso se devolverán los ejemplares presentados ni se mantendrá correspondencia al respecto entre la organización y los concursantes. Una vez hecho público el fallo del jurado, los originales no premiados serán destruidos.

11. Aceptación de las bases. La participación en esta convocatoria supone la plena y total aceptación, sin reservas, de las presentes bases y los derechos y obligaciones que de su cumplimiento se deriven. Sobre los extremos no previstos en las mismas, la organización del certamen podrá tomar las decisiones que estime pertinentes.




jueves, 9 de junio de 2011

Un libro distinto: Territorios Inteligentes


Quiero presentaros un libro diferente a los que suelo traer por aquí, al que le tengo un especial cariño, especialmente porque está dedicado a una persona, un amigo, que hace casi un año que ya no está con nosotros: José Luis Villegas, técnico del Ayuntamiento de Córdoba y director del plan estratégico de esta ciudad.
Todos los que tuvimos la suerte de conocerlo sabemos de su profesionalidad y, sobre todo, de su humanidad. Compartí con él, aparte de temas profesionales, muchas charlas sobre literatura, era un lector apasionado, disfrutaba escuchándole.
Este libro recoge 12 experiencias de planificación estratégica territorial en Andalucía, uno de los capítulos está dedicado a Alcaudete, el que yo he elaborado como responsable del plan de mi municipio.

Por si, además de amantes de la literatura, pasa por aquí algún economista interesado en leerlo, dejo el enlace a la Editorial Liberman, donde se puede adquirir:

http://www.libermangrupoeditorial.es/ficha_prod.php?ide=18

Y también a la noticia en prensa:

http://www.diariojaen.es/index.php/menujaen/25-notlocales/37308-expertos-destacan-la-importancia-de-la-planificacion-estrategica-territorial





martes, 17 de mayo de 2011

Alcaudete Imaginado: La calle Carnicería





Alcaudete Imaginado: La calle Carnicería

La veía pasar todos los días desde hacía más de un mes. Subía la calle Carnicería con aire ausente, tan sólo preocupada por no enganchar los tacones de sus zapatos en las piedrecillas del pavimento. Cuando llegaba a la altura del Convento de Santa Clara dejaba reposar sus ojos en la fuente y los arbolillos del patio de la entrada, impregnándose de su frescor. A veces, se desviaba para contemplar la fachada de la iglesia, su mirada enredada en las retorcidas columnas salomónicas que parecían ejercer una fuerte atracción sobre ella.
La extranjera no era joven. El tiempo había marcado en su piel unas arrugas profundas, como en la calle el agua había ido arrastrando la masilla que unía las piedras hasta dejarlas descarnadas. No usaba maquillaje, y su pelo rubio blanquecino, mal cortado, se le metía en los ojos constantemente. Había algo en ella que le atraía poderosamente, y no era sólo su marcada diferencia con las otras mujeres del pueblo. Tenía los ojos claros, la piel pálida y un halo de tristeza que iba derramando tras de sí, como una lluvia ácida que corrompía la mañana. Tardó un tiempo en relacionarla con su juventud, con aquellos años locos que vivió en la capital; luego, le fue imposible abandonar la idea de que ya la conocía de antes.
Qué no daría él por hablarle, por disipar esa melancolía, por saciar la curiosidad que le iba quemando por dentro: ¿sería ella? Se limitaba a seguirla a cierta distancia por la calle empinada que la llevaría hasta la plaza del pueblo, al mercado de abastos, su destino final. Por los ojos de ella, que solían detenerse en los edificios, contemplaba con deleite las casas que conformaban la calle, muchas de ellas centenarias. A él, que las había visto desde niño, ya le resultaban indiferentes. Sin embargo, las miradas de ella brillaban de admiración por aquellas fachadas blancas, por aquellos ventanales enrejados, y despertaba en el hombre una sensación que creía olvidada, el amor a su calle, a su barrio, que le había acogido durante tantos años.
.
A veces piensa en María, en su esposa difunta. Sentiría celos de su obsesión por la extranjera. Ella nunca supo de aquella relación, nunca le habló de Helen, la inglesa de piel transparente y ojos de agua que le enamoró como a un loco cuando estaba en Madrid haciendo el servicio militar. Y sabía que era una tontería, pero le gustaba pensar que esa anciana cansada y triste que a diario pasaba por delante de su casa, era la misma chica joven que bailaba desnuda para él en una oscura pensión del centro. Por eso ansiaba el momento de hablar con ella, de recordar aquellas palabras que le enseñó: Darling, my love, …
Han pasado varios días y la mujer no ha aparecido. El anciano se desespera. No sabe donde vive. Nunca la ha seguido a la vuelta, cuando pasa la fachada gris del convento se asoma para verla desaparecer dejando atrás el Antiguo Hospital de la Misericordia. No le gusta seguirla hasta allí, casi siempre hay gente en la puerta que miraría con curiosidad a un anciano en bata. Si supiera dónde está su casa, si supiera algo más de ella que el sonido de sus pasos sobre las piedras de la calle, si se hubiera atrevido alguna vez a preguntarle algo, cualquier cosa…
Hoy ha vuelto a verla. Al anciano se le ha roto el corazón. No iba sola, una mano pálida y vellosa apretaba la suya, unos pies cansados adecuaban el paso a su paso. La tristeza había desaparecido de su rostro, parecía más joven, más guapa.
Mientras el hombre recogía los pedazos rotos de sus ilusiones, una idea iba tomando fuerza en su cabeza. No, no puede ser ella, se repetía una y otra vez. Imposible, exclamaba en voz alta mientras se reía a carcajadas. No es ella porque está con otro hombre. Y Helen me prometió que me esperaría siempre. ¡Siempre! No importa que hayan pasado más de cincuenta años.


(Mi nueva colaboración en la Revista DeParenPar)

miércoles, 20 de abril de 2011

Semana Santa en Alcaudete, por mi amiga Dorotea




(Pincha sobre la imagen para ver un video en YouTube con imágenes de la Semana Santa de Alcaudete elaborado por Dorotea Fulde con fotos cedidas por el Ayuntamiento de Alcaudete)


Hace unos semanas tuve una llamada inesperada, mi amiga Dorotea estaba en Alcaudete, justo enfrente de mi casa. Sólo quería saludarte, me dijo por teléfono, si no te viene bien no pasa nada. Claro que me venía bien, aunque eso supusiera renunciar a mi siesta (que tras la operación la he tomado por costumbre), así que fui en su busca. Me presentó a su familia: su hijo, su hermana y su cuñado. Pasamos unas horas muy agradables, nos tomamos un café, paseamos por el parque, charlamos sobre literatura, nuestro nexo de unión, el que hizo que nos conociéramos a través del taller literario el Desván de la Memoria, el que nos llevó a compartir una final en Canal Literatura (qué ganó ella con un estupendo relato). Nos quedamos con ganas de más.
Hace unos días me pidió información sobre la Semana Santa en Alcaudete, como yo no estoy muy puesta en esta fiesta la puse en contacto con mi compañera de Turismo, Nani. El resultado podéis verlo en la página que gestiona pinchando sobre la imagen:

jueves, 16 de diciembre de 2010

Presentación del libro "Diez cartas de amor"


El día 17 de diciembre a las 19,30 se presenta en la Biblioteca Pública Municipal, ubicada en C/Carmen, 59; el libro que recoge las cartas ganadoras y finalistas del Certamen de Cartas de Amor del Ayuntamiento de Alcaudete y con las ilustraciones de Paco Camacho.
Tengo la suerte de que entre esos textos está uno mío, "Cuando se acaba la magia", que podeís leer en este enlace:
He visto en el blog de la biblioteca que a la gente que asista al acto se le entregará un ejemplar del libro, así que os animo a venir, seguro que merece la pena.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Alcaudete Imaginado: Las huertas


Sigo colaborando con la revista Deparenpar, en este número se incluye un relato sobre las huertas de Alcaudete. Tengo que confesar que lo escribí este verano, mientras disfrutaba de la tranquilidad que me da mi huerta, mi lugar de descanso. Quizás, en parte, es autobiográfico, nosotros compramos aquel terreno, practicamente abandonado, con la idea de hacer una piscina y, poco a poco, se ha convertido en algo más, toda la familia colabora para que nunca falte fruta o verduras, en verano apenas voy por la frutería, sólo tengo que darme una vuelta por el campo, alargar la mano y coger los melocotones más deliciosos que jamás he probado.
Alcaudete Imaginado: Las huertas

La huerta parecía abandonada, apenas unos árboles sobrevivían en medio de las malas hierbas que se comían el terreno, devorando aquella tierra fértil y fecunda hasta transformarla en un erial. No me preocupaba en exceso, mi intención era rehabilitar el cortijo y construir una piscina. María estaba embarazada, los dos esperábamos con ilusión al que sería nuestro primer y tan deseado hijo Alfonso.
Apenas reparé en aquel árbol el primer día, un melocotonero que se encontraba más bien apartado, en una esquina del terreno, casi oculto por el hierbazal que amenazaba con engullirlo. En las siguientes visitas al terreno, mientras trazaba planos y edificaba castillos en el aire, su sombra empezó a perseguirme. Del tronco retorcido salían unas ramas secas, como los brazos esquilmados de un esqueleto. No era una imagen seductora, pero me atraía. Mis ojos la buscaban al llegar, y no me sentía tranquilo hasta comprobar que seguía allí.
Los trabajos avanzaban, los albañiles hacían su labor con rapidez. La piscina ya era un gran hoyo excavado en la tierra que rezumaba agua, el líquido se filtraba desde el río cercano, el Víboras, del que apenas me llegaba un murmullo de frescor. Marzo se aproximaba a su fin. María y yo contemplábamos absortos su vientre abultado, a mi cabeza vino la imagen de un melocotón y el tacto de su piel de seda. En ese momento miré al árbol que nos observaba impasible desde su esquina; el milagro de la vida se abría paso, en una de sus ramas había nacido una flor rosada, tersa y suave como la barriga de mi esposa.
Sentí una extraña desazón. Cuando compré aquella huerta nunca había pensado en otra cosa que habilitar un lugar de descanso, un sitio donde disfrutar de la infancia de mi hijo. Poco me importaban los árboles, y menos aquel triste melocotonero que parecía condenado a la extinción. Ahora me sentía responsable. Algo latía bajo la piel muerta de sus ramas. A aquella flor le seguirían otras; la vida, igual que en el vientre de mi esposa, pugnaba por abrirse camino.
Compré una azada, me rompí las manos, maltraté mi espalda. Conseguí mantener a raya a las malas hierbas que atenazaban su tronco. Mi siguiente adquisición fue un pequeño tractor de segunda mano. No podía evitar pensar en el resto de los árboles, el ciruelo, los manzanos, los perales…; tan abandonados como el melocotonero. Pasaba mis horas libres dedicado a transformar la huerta, y observaba asombrado el más mínimo progreso. Cultivé tomates, pimientos, sandías, melones,… Recordé a mi abuelo, cómo le hubiera gustado verme allí, ser testigo de aquel regreso inesperado a mis orígenes. En mi mente seguía grabada su figura inclinada sobre la hortaliza, el sombrero de paja, sus manos fuertes y curtidas, que también sabían acariciar mi piel de niño.

El día que cogí los primeros melocotones nació Alfonso. María fue la primera en probarlos. Se los ofrecí pelados, me sonrió agradecida y los mordió con ansia, apenas acabó de comerse un par de trozos cuando me miró con el rostro lívido. Acababa de romper aguas. Emprendimos una carrera desenfrenada que nos llevaría al hospital. Unas horas después, casi cuatro kilos de ilusión, provistos de los ojos más hermosos del mundo, se colaron para siempre en nuestras vidas.

Pocos días más tarde, vino a visitarnos el antiguo propietario del terreno. Paseamos juntos, admiró la rehabilitación del cortijo, la piscina y el buen aspecto que presentaba la huerta. Se quedó sorprendido al ver el melocotonero, verde y reluciente, que aún conservaba algunos frutos, maduros y grandes como puños. Le ofrecí un melocotón, que cogió mirándolo con estupor.
Es imposible, me dijo, imposible. Si no lo veo no lo creo. Le pedí que me explicara la causa de su asombro. Fue entonces cuando me dijo que aquel árbol llevaba seco más de tres años. Tres años sin florecer, sin ver crecer las hojas en sus ramas y, por supuesto, tres años sin dar fruto.
Tres años, los mismos que nosotros habíamos tardado en concebir a Alfonso tras decirnos el médico que era imposible, que nunca seríamos padres.



lunes, 2 de agosto de 2010

Una visita especial

En la puerta del Castillo de Alcaudete.

Este fin de semana he tenido la suerte de recibir la visita de dos personas muy especiales: Luis y Teresa. De Luis ya os he hablado, nos conocimos en Facebook, tuvimos un primer encuentro en Madrid y os mostré su libro "Atlas de los exploradores españoles". Ya no recuerdo si os he comentado que él ha tenido la amabilidad de escribir el prólogo para mi libro "Trece cuentos inquietantes", con el que ha conseguido emocionarme, pronto lo compartiré en estas páginas. Y lo mejor es que ha aceptado venir a presentarlo, el once de septiembre, a pesar de coincidir con su cumpleaños. Lo celebraremos en Alcaudete.

De Teresa sólo puedo decir que es una persona estupenda, alegre, encantadora, sencilla, y que ha sabido ganarse a mis hijos, sobre todo a Juanma.

En estos dos días hemos intentado que conocieran Alcaudete, el sábado nos acercamos hasta el Pontón, paseamos por la Vía Verde, les mostramos algunos olivos centenarios. No me llevé la cámara, así que no tengo pruebas gráficas pero os aseguro que estuvimos allí.

El domingo por la mañana subimos hasta el Castillo Calatravo. Aproveché para conocer los últimos cambios, la musealización ya está terminada, y yo aún no lo había visto al completo. A pesar del calor, lo pasamos muy bien, fue una visita entretenida que, como siempre, quienes más la disfrutaron fueron los niños. Después, una cervecita fresquita en el bar de Quico, nos la ganamos con el sudor de nuestra frente.
En el algibe, la tecnología permite construir un castillo, aunque seas un niño.
Luis fotografiando la torre del castillo, frente al cuerpo de guardia.
Mis hijos con mi hermano Rafa y mi cuñada Manoli, que también se apuntaron a la visita, junto a las armas que se exhiben en la torre del homenaje.

Luis y Teresa en el algibe.

Irene y Juanma posan junto al monje, en el refectorio. Por cierto, he escrito un relato sobre este monje, dentro de la serie Alcaudete Imaginado, lo puedes leer pinchando aquí.

viernes, 30 de julio de 2010

Poesía en Alcaudete


Si quieres participar en alguna de las actividades: ( Pegada de poesías por el pueblo, Taller de Memoria y Narración Oral), apúntate en la Biblioteca o el Área de Cultura. Tfn: 953560761 (Bilbioteca) - 953708037 (Área de Cultura).
Os recuerdo que aún está abierto el plazo para el envío de poemas, hasta el día 5 de agosto a las 20,00 horas. En este enlace encontrareis las bases: http://bibliotecadealcaudete.blogspot.com/2010/07/ii-premio-de-poesia-breve-ciudad-de.html
No hace falta que hayas estado físicamente en Alcaudete, puedes imaginarlo a través de sus fotografías.

jueves, 29 de julio de 2010

La revista Sierra Ahillos está de aniversario

Y yo aprovecho para felicitar a la Asociación Amigos de Alcaudete por esta magnífica noticia. No es facil que una publicación cultural, sin ánimo de lucro, consiga mantenerse en el tiempo. Estos 25 números hablan, sin duda, de la calidad e interés de los temas tratados en la revista.
Al contemplar la portada me he sentido feliz y triste a un tiempo. Feliz por ver mi imagen entre la del resto de personas que hacen posible que este proyecto salga adelante. Triste porque entre esas fotografías está la de mi compañero y amigo, recientemente fallecido, Paco Molina. No es fácil hacerse a la idea de que ya no está entre nosotros.
¡Ánimo amigos, a por otros 25 números más como mínimo!