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sábado, 6 de octubre de 2012

Eratiní


Este es un poema que escribí inspirándome en un pequeño pueblo pesquero griego, Eratiní. Entre otras cosas, me llamó mucho la atención este pescador limpiando y vendiendo su pescado en el puerto. También me sorprendió que la gente dejara las puertas abiertas con las llaves puestas por fuera. En ese mismo pueblo, una noche cenamos en un restaurante que tenía las mesas en la playa, en la misma arena. Me ha dicho mi amigo Spiro, que Stamatis, el dueño de la casa donde nos alojamos por una noche, ha traducido el poema al idioma griego, y lo ha colgado en su facebook. Eso me hace muy feliz, el poema no es muy bueno, pero creo que transmite mi fascinación por Eratiní.


Eratiní                                                                                    13 de julio de 2012 
Ερατεινή


La mañana griega es azul.
El mar se come todo
(incluso mi desayuno con bugacha)

Apenas salimos del frescor
de la casa de Stamatis,
julio aprieta con sus dedos cálidos
nuestra piel recién despertada.

Al otro lado de la calle,
un pescador ofrece pescado,
fresco, como su mirada griega,
forjada con sal marina y oleadas.

Sonidos de verano que rodean nuestros pasos,
mientras contemplamos los oscuros erizos negros
bajo las aguas transparentes de nuestras risas.

Los hombres que hablan de filosofía,
juegan con los combolois entre sus dedos.
Su charla aturde mis sentidos y
me traslada a tiempos remotos.

Sonrío y apuro el café
El mar, testigo azul, me observa quieto.



lunes, 3 de enero de 2011

Nos volvimos sin ver la Biblioteca Nacional...


... Y mi hija Irene pilló un berrinche de campeonato. No es justo, no es justo, repetía sin cesar. Yo quiero entrar a la biblioteca, ¿por qué no me dejan? En Alcaudete dejan a cualquiera entrar en la biblioteca.

Y yo tratando de explicarle que esa biblioteca era especial, que allí se guardaban libros muy importantes, patrimonio de todos los españoles y que había que protegerlos y cuidarlos. Nada, no había forma de calmarla, incluso lloró. En la foto se ve su carita triste, había puesto mucha ilusión en esa visita.
Reconozco que la culpa fue nuestra, por no mirar los horarios de visitas, aunque tengo que confesar que yo también me sentí un poco defraudada, estuvimos allí, tan cerca...
Para compensar el enfado, los llantos y las pataletas, que de todo hubo, nos fuimos al parque del Retiro, a darnos un paseito en barca y, como niña que es, pronto se le pasó el malhumor y empezó a disfrutar de nuevo.

miércoles, 18 de agosto de 2010

Lisboa me llamó.

Hay ciudades que te llaman, que te atraen sin saber muy bien el motivo. Algo así me pasaba con Lisboa, tenía el deseo, casi la necesidad de conocerla. No me ha defraudado. Me he quedado prendada de su luz, de sus tejados rojos, de cierto aire de decadencia mezclado con suspiros de modernidad, de su vino verde y del bacalao cocinado de mil formas distintas.
No sé si a través de mis fotos y mis palabras podré transmitir lo vivido: las risas, el asombro, la admiración, el deleite, el cansancio placentero... Voy a intentarlo.

Aquí los cuatro intrépitos viajeros, mi hermana Lola, mi cuñado Javi, mi marido y yo en un mirador cerca del Castillo de San Jorge. Nos encontramos con unas chicas catalanas, nos pidieron que les hiciéramos una foto, a cambio obtuvimos esta única imagen en la que aparecemos los cuatro. No fueron los únicos españoles que vimos, a veces dudaba de estar en Portugal, sólo oía hablar en castellano.

Las hermanas Sisters, denominación acuñada por mi marido y fotografía de pareja repetida hasta la saciedad. Hacía tiempo que no viajábamos juntas y aprovechamos cualquier ocasión para hacernos unas fotos. A mi hermanilla Lola la quiero mucho, casi como si fuera mi otra hija. Por cierto, el hotel lo pillamos de oferta, que la literatura no da para un cinco estrellas, ni mi sueldo tampoco.


Muy cerca de una plaza magnífica y muy cuidada, creo que la de Marquês de Pombal, nos encontramos con esta calle, me encantó el aire de decadencia que exhalaban sus balcones y buhardillas. He elegido esta foto porque las otras, las de plazas y monumentos, se pueden encontrar en cualquier página de internet.


Esta foto un tanto fantasmagórica, lo digo por la palidez de nuestros rostros, está hecha en el famoso café Nicola, uno de los establecimientos con más solera de la plaza del Rossio.


Subiendo hacia el Castillo de San Jorge, aviso a navegantes, las calles son muy empinadas y las aceras están revestidas de piedrecitas, mejor olvidarse de los tacones de aguja, y en general de cualquier zapato que no lleve una suela gruesa y sea plano. Las piedras se clavan en los pies hasta convertirse en una tortura, menos mal que me lo habían advertido. Aún así, el primer día lo pasé mal.

Curioso urinario, espero que ya no se utilice, detrás del biombo metálico no hay unos aseos, como se podría esperar. Simplemente una pared, un tanto desvaída, supongo que por las micciones del género masculino, no está pensado para mujeres.


¿Hay algo más hermoso que un pavo real? Estaba tan quieto que llegamos a pensar que era una imagen pegada a la ventana. Giró la cabeza con gracia para mostrarnos que estaba vivo. En el castillo se movían con soltura pavos reales y gatos, en una curiosa hermandad, sin hacer mucho aprecio de los turistas.



Una estatua un poco descocada, intenté emularla, pero mi marido me detuvo a tiempo. Al final quedó esta foto, creo que simpática.



La ciudad vista desde las almenas. El Tajo casi es mar. Mis ojos no soportan tanta belleza. Los cierro, los abro, los tejados siguen allí y, sí, estoy en Lisboa. Un instante mágico.

Manuel, mi marido, con la equipación completa de turista: gafas de sol, plano, bolso... Ah, le falta la cámara. Claro la llevaba yo para hacerle la foto.


Como se puso muy pesado con lo de las hermanas Sisters, acabé encerrándolo en esta típica cabina telefónica.


Al salir del castillo este joven nos deleitaba con unas canciones de rock, me pareció curioso el contraste: San Jorge y el músico callejero. Supongo que acabarían siendo amigos, tocaba bastante bien.



Iniciamos el descenso, cómo no, en tranvía, que fue el medio que utilizamos para subir. Son reliquias que se mueven entre calles estrechas y pendientes de vértigo. Al subir a ellos entras en otra época, si no fuera por las maquinitas de fichar la tarjeta...

miércoles, 12 de mayo de 2010

En la Feria del libro de Sevilla


El sábado nos fuimos a la Feria del Libro de Sevilla, fue un impulso, el viernes aún no teníamos decidido nada, si acaso pensábamos acercarnos el domingo. Nos decidió las previsiones del tiempo, el domingo amenazaba lluvia.




















Uno de los motivos que me llevaba a esta feria era conocer al jiennense Juan Eslava Galán, conocido escritor, que recientemente ha publicado la novela histórica El rey Lobo, una historia ambientada en Jaén, en la época de los íberos. Por cierto, he empezado a leerla y esta muy bien, me tiene enganchada por completo.



Hace más de un año que contacté con él, a través de su página web le envié un mensaje, entonces no había leído nada suyo, y tuve la osadía de decírselo y además, de pedirle que leyera uno de mis cuentos, a ver que le parecía. Aceptó, le envié unos relatos, creo que le gustaron, intercambiamos unos cuantos correos más, y poco a poco establecimos una especie de amistad, sin conocernos personalmente. Esta era la ocasión propicia para vernos las caras. Le llevé un ejemplar de mi novela "La asesina de los ojos bondadosos", aunque no estaba muy segura de que hiciera un hueco en su apretada agenda para leerla. La sorpresa la tuve ayer, cuando recibí un correo suyo diciéndome que la había empezado en el trayecto en tren, de regreso a Barcelona y que le parecía "buena, muy buena" en sus propias palabras. ¿Qué os puedo decir? Creo que engordé un par de kilos en unos segundos, de satisfacción, claro está.

Aprovechamos las primeras horas de la tarde para hacer un poco de turismo. En primer plano, mi familia sobre Chillida, al fondo, el puente de Triana, sobre el río Guadalquivir.

Mis hijo leen absortos el cartel, al fondo el barrio de Triana asomado al río.

De regreso a la Feria hay mucho donde elegir. En la caseta principal Manuel Chaves presenta un libro sobre Saramago; momentos antes, los micrófonos y los flashes le atosigan a la entrada.






En la carpa, un joven periodista, con el seudónimo de Blue Jeans, seduce a las quinceañeras con su libro Canciones para Paula, todo un fenómeno que nació en internet.







Una foto de la caseta que, junto con otras editoriales, tenía instalada la Editorial Hipálage, con la que publicaré mi libro "Cuentos Inquietantes".

Quién sabe, lo mismo el año que viene estoy firmando libros en Sevilla. O al menos en la caseta, esperando que alguien se acerque.



Para finalizar el día, un espectáculo callejero, que nos hizo reír y puso el cierre a un día muy bien aprovechado. Sólo quedaba cenar y marcharnos al hotel, para el merecido descanso.





jueves, 7 de mayo de 2009

¿Dónde he estado este puente?


Supongo que viendo esta foto no cabe duda de dónde he estado, los bobbys ingleses son inconfundibles, con sus gorros tan característicos, esta pareja accedió amablemente a posar con mi marido y conmigo.

Lo primero que descubres cuando llegas a Londres, con gran pesar, es que todo el mundo habla en inglés, que los coches no circulan por donde deberían y que corres peligro continuo de ser atropellada al cruzar las calles, por no mirar al lado correcto, al correcto de ellos, claro.

Yo, que soy más de pueblo que el chorizo del anuncio, me quedo alucinada siempre que visito una gran ciudad, sobrecogida, abrumada por el bullicio, el tráfico, la diversidad de gentes, en fin, el ambiente urbanita que desde mi mar de olivos apenas llego a intuir. Así, algo tan cotidiano como coger el metro, miles de personas lo hacen cada día, me parece un hecho insólito y atractivo.

Dejando atrás mi atracción por el tube, en la superficie encuentras suficientes elementos capaces de llamar tu atención, hasta el punto de acabar con los pies destrozados con tal de conocer esos sitios emblemáticos de la ciudad: el Parlamento, el Big Ben, la abadía de Westminster, The London Eye (una noria gigante que te permite contemplar toda la ciudad), catedrales, teatros, rascacielos…

A los edificios hay que sumarle el ambiente urbano, las cabinas de teléfono, los autobuses de dos pisos, los taxis, los pubs, las cervezas, the fish and chips, los picnis sobre el césped (muy verde y cuidado) de los numerosos parques…

En fin son tantas las experiencias, las anécdotas, las risas, … que hemos vivido estos días que necesitaría horas para contarlo todo, tendré que dosificarlo.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Descubriendo el mundo perdido: Cuevas del Campo


La primera foto es la última del día. Nos dirigíamos de vuelta a casa y la luz del atardecer convertía las aguas tranquilas del pantano en un espejo, que duplicaba la magnitud del cerro de Jabalcón. La luna se bañaba en el agua, dotando de magia aquel magnífico espectáculo. Paramos para tratar de captar la belleza del momento, sólo conseguimos unas humildes fotografías.
Este paisaje me sabe a prehistoria, al origen de los tiempos, cuando los hombres aún no sabían definirse como tales. Despierta en mí ese instinto perdido, la necesidad de fundirme con la naturaleza olvidando que soy un animal racional y dejarme llevar por el poder de los colores, el rojo de la tierra erosionada, el suave azul que forma pequeñas olas de espuma en el pantano o el verde de un pinar que, no por ser repoblado, deja de tener su encanto.

Por la mañana todo fue más ligero, más divertido, aunque subyacía un aire de misterio que embargó a nuestro singular grupo de exploradores. Cuatro niños, nueve adultos y un perro de ciudad empeñados en descubrir el mundo perdido. Un mundo que transita a la orilla de un pantano, entre pinos y barrancos.

¿Y qué es lo primero que se puede hacer ante una enorme acumulación de agua? Sin duda, tirar piedras, los niños disfrutaron como locos y los adultos como niños, viendo como el simple acto de coger una piedra y lanzarla genera un ruidoso impacto y unas ondas elegantes.





Después continuamos rodeando el pantano, este año más vacío de lo normal. Los esqueletos de unos árboles nos abren paso en su singular cementerio, que me hace pensar que los excesos también matan, pinos que han perecido ahogados, sepultados por la crecida de las aguas y que ahora resurgen como soldados desarmados, sin recursos para librar una última batalla por la vida. Almas secadas por el agua.




Una lengua de barro solidificado se nos atraviesa en el camino, miramos hacia arriba y en una pared vemos formas extrañas, subir allí es como conquistar un castillo enemigo y así se lo toman nuestros pequeños soldados que victoriosos nos saludan desde arriba. Lucía, Irene, Juanma y Paula son nuestros atrevidos conquistadores.




A lo lejos divisamos una isla, en realidad es una península, está unida a la tierra por una estrecha línea. Nos aprestamos a explorarla, a hacerla nuestra. Quizás sea la isla del tesoro, quién sabe, en esta tierra pueden pasar cosas mágicas. Cuando llegamos a ella observamos decepcionados que no hay nada interesante, sólo árboles moribundos, espera, sí, hay algo… unas magníficas vistas del pantano, rodeados de agua tenemos la sensación de estar subidos en un barco pirata.

Cansados nuestros ojos del azul templado del pantano, miramos hacia atrás y se nos plantea una nueva aventura, escalar un barranco para así regresar en menos tiempo a nuestro punto de partida. En este punto del camino hemos dejado atrás un poco de lastre (que nadie se ofenda) quedamos cinco adultos y los cuatro niños, que demuestran así que son inagotables. La subida es escarpada, pero el riesgo nos atrae.
Llegamos arriba sanos y salvos, atravesamos unas llanuras con pequeños pinos repoblados, cruzamos un barranco y por fin nos reencontramos con el resto de la expedición. Aún les quedó gana de bajar hasta el pantano una vez más y subirse a un pequeño embarcadero.
Wally, nuestro perro de ciudad, escaló como un jabato por las paredes de piedra, ante los gritos y aplausos de mi cuñada Paqui, su ama, que lo miraba asombrada.
Después regresamos a casa, donde la abuela se había esmerado para prepararnos unas migas con chorizo, pimientos fritos, torreznos, y no sé cuantas cosas más, a cual más rica y menos digestiva.

El final ya lo sabéis, esa misma tarde volvimos para Alcaudete, pero el trayecto duró un poco más de lo normal, el tiempo que necesitamos para espiar a la luna mientras se bañaba desnuda a los ojos del sol, la muy descarada, en un pantano que es azul pero se llama Negratín.