Todos los días, cuando se acercan las dos de la tarde, recojo la mesa, apago el ordenador y me dispongo a iniciar mi segunda jornada laboral, la de madre a tiempo completo.
Me subo al coche, pongo una emisora de noticias y voy en busca de mis hijos.
Están en la acera, cargados de chaquetas y mochilas. Con la mirada expectante tratan de localizarme entre el barullo de coches y personas que, a esas horas, invaden la calle. Me gusta mirarlos un poco, observar su ansia por encontrarme y la sonrisa abierta que se les pinta en la cara cuando por fin me descubren. Saben que siempre estaré allí a la hora de recogerlos, pero no pueden dominar (si me retraso unos minutos) el miedo al abandono. A veces, si el tráfico se complica y el retraso es un poco mayor, puedo ver la angustia en sus ojos y me conmuevo. Ellos no saben que yo nunca podría dejarlos.
Luego, ya a bordo, empiezan las disputas por quién habla primero, quién me contará las fascinantes aventuras, los hechos maravillosos que les acontecieron a lo largo del día: una caída jugando al fútbol, la gracia del payaso de la clase, las notas de los últimos exámenes, la pelea con su mejor amigo/a, ... No me queda más remedio que regañarles y pedirles que se organicen, de uno en uno; eso o acabar desquiciada.
En los últimos días ya no tengo que decirles nada, en cuanto se suben al coche los dos inician la cantinela: piedra, papel o tijera,¡uno, dos, tres! Y así, tan democrática o azarosamente, según se mire, establecen los turnos de palabra. Y yo me olvido de las noticias, apago la radio y me dispongo a escuchar el parte del día que, con toda probabilidad, se extenderá al rato que preparo la comida y que acabará extinguiéndose cuando Bob Esponja requiera toda su atención.
Me subo al coche, pongo una emisora de noticias y voy en busca de mis hijos.
Están en la acera, cargados de chaquetas y mochilas. Con la mirada expectante tratan de localizarme entre el barullo de coches y personas que, a esas horas, invaden la calle. Me gusta mirarlos un poco, observar su ansia por encontrarme y la sonrisa abierta que se les pinta en la cara cuando por fin me descubren. Saben que siempre estaré allí a la hora de recogerlos, pero no pueden dominar (si me retraso unos minutos) el miedo al abandono. A veces, si el tráfico se complica y el retraso es un poco mayor, puedo ver la angustia en sus ojos y me conmuevo. Ellos no saben que yo nunca podría dejarlos.
Luego, ya a bordo, empiezan las disputas por quién habla primero, quién me contará las fascinantes aventuras, los hechos maravillosos que les acontecieron a lo largo del día: una caída jugando al fútbol, la gracia del payaso de la clase, las notas de los últimos exámenes, la pelea con su mejor amigo/a, ... No me queda más remedio que regañarles y pedirles que se organicen, de uno en uno; eso o acabar desquiciada.
En los últimos días ya no tengo que decirles nada, en cuanto se suben al coche los dos inician la cantinela: piedra, papel o tijera,¡uno, dos, tres! Y así, tan democrática o azarosamente, según se mire, establecen los turnos de palabra. Y yo me olvido de las noticias, apago la radio y me dispongo a escuchar el parte del día que, con toda probabilidad, se extenderá al rato que preparo la comida y que acabará extinguiéndose cuando Bob Esponja requiera toda su atención.
14 comentarios:
esto es genial... si, me suena, querida mamá.
Hola Mari Carmen, por eso precisamente escribí este post para guardar estos instantes y luego poder recordarlos.
Un abrazo.
Hola Yolanda, sí, todas (las madres) vamos pasando por lo mismo. Un beso.
Hola Felisa,
Me recuerdas mi propia vida; yo también tengo dos chiquillos.
Genial forma de establecer un turno de palabra.
Y Bob Esponja, un magnífico aliado.
Un abrazo.
Muy bueno,realmente sus niños son un gran tesoro para usted,eso lo demuestran sus palabras.Un escrito fantástico.
Un abrazo.
Estas ¨peleitas ¨de hermanos ....cuantos recuerdos .Las mias con mi hermano, las de mis hijas y ahora de mis nietos .
Son la sal de la convivencia .
Besos desde Málaga .
Me he sentido muy identificada con lo que cuentas. Ser madre es muy grande.
Un abrazo.
Hola Jose Antonio, lo del turno de palabras es imprescindible, sino al final acababan peleándose por hablar y yo con la cabeza loca. Un abrazo.
Srta. Gómez, así es, mis hijos son lo más maravilloso de mi vida, lo mejor que me ha pasado, soy muy afortunada de tenerlos. Un beso.
Sí, Annik, yo también me peleaba con mis hermanos, a muerte, y ahora nos llevamos genial. Un beso.
Hola Maribel, lo más grande del mundo, al menos para mí. Quizás porque no lo tuve fácil, y me costó bastante conseguirlo. Un abrazo.
Qué bueno, Felisa. Eso del miedo al abandono... tan conmovedor, tan tierno, tan ancestral... Un placer leerte cosas así.
Un abrazo.
Gracias, Manuel, quería quedarme con este recuerdo, por eso lo escribí. Un abrazo.
Muy salomónico, Felisa... tomo nota.. je,je... vaya vida la de escritora y la de madre! Genial tu entrada. Besitos!
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