El pasado 7 de
abril, Viernes de Dolores, tuve el honor de dar el pregón de Semana
Santa en Noguerones, mi pueblo de nacimiento y de corazón. Fue un
acto emotivo y emocionante, pues afloraron muchos sentimientos que
tenía guardados desde niña. A continuación reproduzco el pregón,
para aquellas personas que no pudieron asistir y me han mostrado su
interés por leerlo.
Pregón de
la Semana Santa de Noguerones, 2017
Sr.
Alcalde de Alcaudete
Sr.
Alcalde pedáneo de Noguerones
Sr.
Párroco
Sra.
Presidenta de la Cofradía Ntra. Sra. De los Remedios.
Sr.
Pregonero de 2015
Cofrades,
feligreses, paisanos todos.
Quiero iniciar estas palabras confesando
algo: Nunca en la vida hubiera imaginado que iba a dar un Pregón de Semana
Santa en mi pueblo y nunca imaginé que pudiera sentirme tan agradecida, honrada
y emocionada por haber sido elegida para pronunciarlo. Tuve mis dudas cuando la
Presidenta de la Cofradía Ntra. Sra. De los Remedios, nuestra amiga Sacri, me
lo ofreció. No porque no me apeteciera hacerlo, sino porque consideraba que no
reúno los méritos suficientes para estar aquí. Es más, estoy segura de que
entre vosotros hay otras personas que merecen mucho más que yo ocupar este
estrado. Pero hubo algo en el entusiasmo y la ilusión con la que me lo pidió
que me dije que quizás no era tan mala idea, que a veces alguien que está fuera
puede dar una visión más clara de una realidad palpable. Esa realidad es que la
Semana Santa de Noguerones ha crecido de una forma exponencial en,
relativamente, pocos años, los que van
desde que se creó la Cofradía de Nuestra Señora de los Remedios, allá por 1989.
Otro de los motivos que me han animado a pronunciar este pregón, además del
cariño que le tengo al pueblo que me vio nacer, donde viven mis padres y mucha
de mi familia, ha sido el recuerdo de mi
hermana María. Sé que ella se hubiera sentido orgullosa de verme aquí, y estoy
segura que su alma está entre nosotros, pues siento que me acompaña en todo lo
que hago, dándome ánimos con su sonrisa. Ella era una gran luchadora, un
ejemplo a seguir por todos los que la conocimos y la quisimos.
Me voy a atrever, ya que me encuentro
entre amigos y familiares, vecinos todos de este pequeño, pero hermoso y
peculiar pueblo, a trazar una semblanza de lo que significó la Semana Santa en
mi niñez. Estoy convencida de que la infancia marca el resto de nuestra
vida. Y mi vida está marcada por esas calles casi vacías de coches, en las que
prácticamente vivíamos los niños cuando no estábamos en el colegio o dormidos.
La Semana Santa se convertía entonces en una fiesta no solo para el espíritu,
sino también para nuestro estómago, pues era en esas fechas cuando se elaboraban
los dulces más exquisitos, los que esperábamos ansiosos desde que se acababan
las tortas y los roscos de Navidad. Los niños somos golosos por naturaleza, y
en mi memoria se ha fijado el tenue aroma de las magdalenas recién salidas del
horno, retozando alegres en las canastas camino de nuestras casas. Me acuerdo
también de los pescozones que me daba mi madre cuando intentaba meter mano en
aquel paraíso de sabores, “no se pueden comer calientes”, repetía una y otra
vez, en un vano intento de que no acabáramos con dolor de barriga. Y ya en
casa, a las magdalenas se unían los pestiños, que brotaban como flores
aromáticas de un poquito de masa que crecía al lanzarlo al aceite hirviendo.
¡Cuidado, no vayas a quemarte! Decía mi abuela, ¡Qué ricos los pestiños y el
piñonate de Noguerones!
Y cómo no referirme a la ilusión que
teníamos por estrenar: “Domingo de Ramos, quien no estrena no tiene manos”.
Quien no recuerda esas visitas a la tienda de Salido, en la plaza, o la de Julián, en la calle Llana, para
después pasar por lo de Pajares y completar nuestro vestuario con unos zapatos
nuevos. ¡Qué ilusión en nuestras miradas, qué colorido sobre nuestros cuerpos”
Vivíamos con emoción la entrada de Jesús en Jerusalén. Los niños nos adentrábamos
en una semana de Pasión, en la que se mezclaba la espiritualidad que nos
enseñaba Don Serafín en las tardes de catequesis, con la abundancia de dulces y
comidas, aunque por unos días tuviéramos que desterrar la carne de nuestras
mesas.
No todo eran dulces o vestidos nuevos, recuerdo
cómo sentía el dolor del Nazareno como mío propio, lamentaba profundamente lo
que los hombres habían sido capaces de hacerle, mientras lo veía procesionar sobre
un humilde trono, y los feligreses caminábamos detrás, vela en mano, silencio
en los labios. Todavía, cuando ya de adulta, veo alguna procesión, siento
aquella rabia antigua que sentía de niña, una niña empeñada en que las cosas
fueran justas, en que la vida fuera justa, que no siempre lo es.
Creo que si entonces me hubieran pedido
una poesía sobre mis sentimientos hubiera salido algo así:
Ese Señor me mira a mí,
me cuenta que está sufriendo,
que sus llagas no están
pintadas
ni son de mentira los clavos
que lo unen al madero.
Ese Señor me habla a mí,
su voz es un susurro,
que solo suena en mi cabeza,
que acaricia mis oídos
y me llena de belleza.
Ese Señor me quiere a mí,
tal como soy:
pequeña e imperfecta,
un diminuto ser
perdido en el universo.
Ese Señor me habla, me mira,
me quiere
Ese Señor, mi Señor, nuestro
Dios.
Y llegaba el Viernes Santo, ¡el ayuno! Más
duro aún si tenemos en cuenta que las alacenas aún seguían repletas de dulces. Mi
madre, para compensar la falta de desayuno, nos preparaba un sinfín de platos
para almorzar: potaje de primero, tortilla de espárragos y bacalao frito de
segundo, y arroz con leche para postre. Antes de esta comida, se nos había concedido
la libertad de irnos de excursión al campo con nuestras amigas. Un día libre,
sin responsabilidades en la casa, ni horario tan cerrado. Aún percibo el olor
del campo en primavera, las risas, las confidencias, las promesas de amistad
para siempre, mezcladas con el ruido de tripas de nuestras barrigas, que ponían
un toque más terrenal a nuestras promesas eternas.
Pensaréis que solo sé hablar de comida,
será por la hora en la que estamos, que ya va apeteciendo. Lo cierto es que los
recuerdos son caprichosos y los míos de esa época los asocio al olor y al sabor
de las comidas, aunque muy cerquita de esos recuerdos están los otros, los de
los sentimientos que la Semana Santa provocaba en aquella chiquilla que era
entonces: la pena, la rabia, incluso el odio hacia esos judíos que habían
matado a Nuestro Señor, precisamente a Él que tanto nos quiere y tanto ha dado
por nosotros. No podía entender, entonces, que esos judíos eran una metáfora de
todos los hombres, de todas aquellas personas que carecen de sentimientos de
amor y compasión hacia su prójimo.
No son hombres los que
golpean,
hieren, matan a nuestro Señor:
son alimañas
que se alimentan de la maldad
de otros hombres,
de la suciedad de sus almas
No son hombres los que ríen,
se burlan y escarnian a
nuestro Señor
son infames maliciosos
que con insultar disfrutan
del sufrimiento ajeno.
No son hombres los que
olvidan
que el prójimo es el hermano,
que su dicha es la nuestra
y su padecer,
en los corazones nobles,
provoca el llanto
Los valores cristianos que me inculcaron
de niña, siguen perviviendo en mi interior, independientemente de mis actos u
omisiones, sigo creyendo que debemos amarnos los unos a los otros y, lo más
importante, demostrar ese amor con hechos, ayudando a los más desfavorecidos
con los medios que estén a nuestro alcance. No siempre se trata de dar dinero,
hay otras formas de ayudar. Y creo que esta es una buena reflexión para la semana
en la que nos adentramos: ¿Qué puedo hacer por mi prójimo, por esa persona, a
veces muy cercana, que sé que tiene necesidad? En este sentido, el Santo Padre
Francisco nos habla en su mensaje para la cuaresma de este año de la parábola
del hombre rico y el pobre Lázaro, y hay una frase que me ha gustado
especialmente y que dice asi: “La primera invitación que nos hace esta
parábola es la de abrir la puerta de nuestro corazón al otro, porque cada
persona es un don, sea vecino nuestro o un pobre desconocido”. Me gusta mucho esa definición de “persona-don”, a veces olvidamos el
valor de la vida humana, sobre todo si la piel es de otro color o viene de
distintos países.
No sé si me estoy saliendo del guión
tradicional de un Pregón de Semana Santa, es el primero que escribo, así que
vuelvo a pedir disculpas por mi inexperiencia, en mi favor, solo puedo decir que
las palabras están saliendo directamente de mi corazón, he dejado que fluyan
los sentimientos que la Semana Santa provoca en mí, y me he remontado a los que
evocaba en mi infancia, cuando todo se vivía con más intensidad, cuando apenas
existía pasado y el futuro se veía tan lejano. Vivíamos en el presente, con
menos recursos materiales que ahora, pero con más ilusión.
He hablado de mi niñez, me he remontado
en esos años en los que me asomaba al mundo con los ojos muy abiertos y las
trenzas apretadas. Quizás porque después, por unas u otras causas, he
permanecido mucho tiempo alejada de la Semana Santa de Noguerones. Sobre todo,
desde que me casé con un granaíno, Manolo, que me ha llevado cada año a Cuevas
del Campo, su pueblo natal. Pero he regresado,
la vida da vueltas y nunca se sabe por dónde puede llevarte. Mi hija Irene,
flautista de afición, animada por su primo Iván, se empeñó en ser miembro de
esta joven y estupenda banda, que lleva con orgullo el nombre de Noguerones por
distintos pueblos de Andalucía, más de cincuenta músicos que nos deleitan con
su buen hacer. Así que, en los últimos años he acompañado a mi hija en sus
diversas actuaciones, y me he sorprendido por el cambio tan profundo que ha
experimentado la Semana Santa de nuestro pueblo. Mientras que en otras
localidades la tradición se remonta a tiempos inmemoriales, en Noguerones
hablamos de que solo hace veintisiete años que se fundó la Cofradía de Nuestra
Sra. De los Remedios, lo que es un tiempo muy escaso para lograr todo lo que se
ha logrado. Y es por ello que las personas que están al frente de la Cofradía,
y las que han estado en años anteriores, tienen más mérito, si cabe. Máxime cuando se hacen
cargo de todas las procesiones que se realizan en nuestro pueblo, con el
trabajo y la dedicación que ello requiere.
Gracias a esta dedicación se ha llegado
al punto en que nos encontramos hoy, seis procesiones, en las que podemos admirar
las imágenes que custodia nuestra iglesia. No voy a detallar los distintos
pasos que integran estas procesiones, pues ya son por todos ustedes conocidas.
Cada año recorren nuestras calles, a veces acompañadas por los compases de la
banda de música, que pone la banda sonora a esta celebración tan destacada. La
Semana Santa, seamos o no creyentes, nos puede llegar a todos. La
espiritualidad toma forma en las imágenes que representan la Pasión de Cristo.
La Virgen, se convierte en la Madre de todos nosotros. Esa persona que siempre
estará a tu lado, de forma incondicional, sin pedir nada a cambio. Veremos
reflejado en su sufrimiento, el nuestro propio, y nos ha de servir de apoyo
para continuar en la dura tarea de educar a nuestros hijos, hasta convertirlos en
buenas personas. También ella nos dará fuerzas para aceptar la pérdida de
nuestros seres queridos.
Es la Virgen que me mira
y sin hablarme me cuenta
las penas que ensombrecen
la luz de sus ojos.
No hay nada más duro que ver
el sufrimiento de un hijo,
Sea Dios o sea mortal,
el dolor se siente por igual.
Virgen que me acompañas
Que me guías en mi camino
Virgen que nunca te cansas
de vigilar mi destino.
Virgen de los Remedios
Patrona de nuestro pueblo
Con estos versos llego al final de mi
pregón, con mis mejores deseos a todos los aquí reunidos, esperando que la
Semana Santa nos sirva para reflexionar sobre lo que verdaderamente importa en
la vida. Os invito a compartir la ilusión que guía a los nazarenos y costaleros,
a disfrutar de la música de nuestra maravillosa banda, a deleitaros con la
belleza de las imágenes que procesionan por las calles de nuestro pueblo. Y en
definitiva, a ser felices en compañía de las personas a las que queremos,
respetando a los demás y compartiendo la alegría de estar vivos. No olvidéis lo
que dijo nuestro querido Papa: “Porque cada persona es un don, sea vecino
nuestro o un desconocido”.
Noguerones a 7 de
abril de 2017, Vienes de Dolores.
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