viernes, 8 de agosto de 2008

La tortilla voladora (Cuento Infantil)

Dibujos: Irene Martinez Moreno (6 años)


Título: La tortilla voladora



En la cocina del restaurante “La sartén de Paca” todos los días se cocinaban muchas tortillas, con patatas, con espinacas, con atún, con queso... Paca iba cogiendo los huevos que estaban perfectamente colocaditos en sus hueveras, todos con la misma carita de pena, que los huevos también tienen su amor propio y no gustan de acabar espachurrados en una sartén. Pepita era un huevo diferente, su mamá una gallina campera acostumbrada a vagar libre por el campo, le había enseñado que todos tenemos derecho a ser libres, incluso un pequeño huevo coloradito como ella podía decidir su futuro. Pero hoy Pepita iba a ser convertida en una tortilla francesa para un niño de mofletes colorados, que no paraba de gritar y dar saltos en su silla: tengo hambre, tengo hambre, repetía sin cesar.

Pepita acabó en la sartén de la vieja Paca, que tras añadirle la sal, empezó a voltearlo con tal fuerza que se transformó en un instante en una tortilla amarilla y redondita e iba volando por la cocina cada vez que Paca le daba la vuelta. En un momento de descuido de la cocinera, la tortilla aprovechó para dar un salto más alto y salir volando por la ventana, iba saltando y volando libre por el restaurante. La gente la miraba asombrada, los niños aplaudían creyendo que era un truco de magia. Total, que nadie hizo nada por detenerla y Pepita pudo salir a la calle. Hacía un aire fresquito, que sentaba muy bien después de haber estado dentro de una sartén, ¡no veas como quema el fogón!

Pepita descubrió que siendo tortilla podía volar, si movía al tiempo los dos lados, podía desplazarse por el aire como una paloma. Estuvo practicando ajena a la gente que paseaba por la calle que la miraba con asombro. ¡Es una tortilla voladora!, gritó un niño pelirrojo que iba con su madre al dentista. No sabes que inventar para no ir al médico, dijo su mamá sin hacerle mucho caso.

Pepita lo pasaba muy bien viendo las caras tan raras que se le quedaban a la gente cuando la veían pasar volando por encima de sus cabezas. Ella hacía piruetas y requiebros y agradecía con gran salero los aplausos de los más pequeños, que estaban entusiasmados con el espectáculo.

Pero pronto comprendió que ser una tortilla solitaria en el mundo no es fácil, echaba de menos tener amigos. Antes, cuando vivía en la nevera con los otros huevos, cantaba y reía, pero ahora estaba sola. Iba pensando que necesitaba una amiga, cuando oyó a lo lejos, la voz de una niña que cantaba una nana a su muñeca. Se acercó dando saltitos y le vio la carita, era rubia con una nariz respingona y los dientes un poquito separados.

- Estoy viendo una tortilla voladora- dijo la niña asombrada.
- Soy Pepita- la tortilla se echó a llorar- estoy triste porque no tengo amigos.
- Yo me llamo Irene, si quieres puedo ser tu amiga.

Pepita se puso muy contenta, su nueva amiga Irene la había invitado a su casa, tendría el hogar con el que siempre había soñado. Irene le había dicho que tenía que esconderse muy bien, pues si su mamá la veía la obligaría a comérsela, pues su madre muchas noches le preparaba una tortilla para cenar.

Escondida entre los juguetes de la niña esperó ansiosamente a que Irene volviera al dormitorio para jugar con ella, pero la niña venía tan cansada que se durmió mientras que su papá le contaba un cuento. Así que la tortilla Pepita volvía a encontrarse sola y aburrida. Pensó que por la mañana podría jugar con Irene, pero cual fue su sorpresa al ver que la niña tenía que ir al colegio y se volvió a quedar sola. Así que decidió ir a dar una vuelta y buscar trabajo para hacerlo un regalo a su nueva amiga.

Llegó a una guardería y la emplearon como cuidadora de niños pequeños. Al principio todo iba bien, los niños jugaban con ella y se divertían mucho, pero conforme se iba acercando la hora del almuerzo, los niños empezaron a mirarla de otra forma, con los ojos ansiosos por comerla. Así que la tortilla tuvo que salir volando para que aquellas criaturitas no la devoraran en un santiamén.

Triste de nuevo, caminó hasta que vio un cártel que anunciaba que necesitaban camareros, era un restaurante, se ofreció y el dueño la contrató para que sirviera las mesas, pero como sus manos eran flacuchas, derramaba la bebida sobre los clientes y todos se enfadaban con ella. El jefe la despidió, y le dijo que no volviera nunca más. No le pagó ni un euro.

Sin dinero no podía comprarle un regalo a Irene, que era su única amiga, a la que quería dar una bonita sorpresa. Entonces recordó que cuando se escapó del restaurante, todos los niños miraban admirados como volaba y hacía piruetas. Se fue al parque, allí siempre ahí niños, y puso un sombrero para las monedas. Se puso a dar vueltas en el aire, subiendo y bajando, retorciéndose, abriéndose y cerrándose… Los niños se reían sin parar, y las mamás le echaron unas monedas. Pepita era feliz, por fin podría comprarle el regalo a Irene.

Pero cuando caminaba buscando una tienda de regalos se encontró con un gato malvado, de ojos grises y bigotes largos, que la miraba con cara de hambre, salió corriendo tan deprisa que se le perdieron las monedas por el camino.

Triste de nuevo llegó a casa de Irene y le contó todo lo que le había pasado, la niña la abrazó y le dijo que no necesitaba ningún regalo, que el mejor regalo que podía tener era su amistad. Desde entonces juegan juntas todas las tardes como dos buenas amigas.
FIN








1 comentario:

Juan Manuel Rodríguez de Sousa dijo...

Me ha gustado mucho Felisa, en cierto modo, me ha recordado a los cuentos de Hans christian andersen- y como me encantan sus cuentos y no iba a ser menos con los tuyos, jaja.
Me ha divertido muchísimo, por un momento creí que se iba a ofrecer para ser comida en un momento en el que su amiga tuviera hambre y que la amiga dijera: tu no eres mi comida, eres mi amiga, jajaa. La solución tuya ha estado muy tierna, bueno que me ha encantado, que me pongo hablar de tonterías de escritores y no paro.

Un saludo caluroso,

Juanma