lunes, 24 de mayo de 2010

Una idea absurda: Capítulo 6

Aquello no podía estar sucediendo, debía ser una pesadilla, pensó, y cerró los ojos, como hacía cuando era niña y creía ver monstruos en los armarios, al abrirlos, siempre desaparecían. Esta vez no le sirvió, el cadáver de Dolores seguía allí, la sangre aún goteaba, cada vez a un ritmo más lento. Se tragó su miedo, y reunió el valor suficiente para acercarse a la viuda y tomarle el pulso; no le cupo duda, estaba muerta. Y, ¿ahora qué? Sólo le quedaba una opción, llamar a la policía.
Un ruido, que parecía provenir de las habitaciones interiores, la inquietó, quizás el asesino siguiera en la casa, la sangre aún fluía y el cuerpo se mantenía caliente, lo notó al tomarle el pulso. Debía marcharse de allí cuanto antes, temía por su vida. Llamaría a la policía desde su casa, cuando se sintiera a salvo.
Bajó las escaleras con cuidado, atenta a cualquier ruido, los segundos se le hacían eternos, el sudor brotaba de su frente y las lágrimas le empañaban los ojos. La pena y el miedo se conjugaban, haciéndola temblar como los flanes que solía prepararle a Juan los domingos. La mente es inexplicable, ¿cómo podía acordarse en este momento del flan de huevo? Lo veía sobre el plato, vacilante, moviéndose al compás de sus pasos cuando lo llevaba al comedor. Por fin alcanzó la salida y, sin mirar atrás, corrió sin descanso hasta llegar a su casa. Apenas tuvo tiempo de cerrar la puerta tras de sí, tomarse un vaso de agua y dejarse caer en el sofá, cuando oyó el timbre. Tembló. No podía ser que el asesino viniera tras ella. Se acercó cautelosa y espió por la mirilla antes de abrir. Se sorprendió al comprobar que tras la hoja de madera blindada se encontraba su marido, esperando paciente a que le abriera.
―¿Qué haces aquí? ―dijo Tristana sorprendida.
―No me he ido a casa de mi hermana, quería estar solo, cogí una habitación en un hotel, necesitaba pensar. Ahora lo que deseo es hablar contigo, ¿puedo pasar?
―Claro, es tu casa, ¿por qué has llamado?
―No sé, a veces me siento extraño en mi propia casa. No consigo comprender lo que nos está pasando, y tú, ¿has estado llorando por mí?
―Sí, algo así―mintió Tristana―más bien por los dos. Anda, abrázame, necesito sentirte cerca.
Juan la rodeó con sus brazos, fuertes y cálidos, se sintió bien, reconfortada, con él de su parte podría superarlo todo. Levantó la vista, el cielo se había vestido de azul intenso para la ocasión, la morera de enfrente desplegaba todo el verdor de sus hojas, los setos del jardín del vecino lucían frondosos. De pronto se quedó rígida, la imagen del cadáver de Dolores sepultó la belleza que le rodeaba. El mundo cayó sobre los hombros de Tristana.
―¿Qué te pasa? ―inquirió Juan que había notado la rigidez de su esposa.
―Nada, entremos en casa.
Tristana no pudo decirle que había encontrado a Dolores muerta. La sospecha le había llegado de improviso, como un guantazo, y la había dejado paralizada. La duda se abría paso en su mente, extendía sus tentáculos de calamar gigante por su cabeza. Ya no confiaba en nada ni en nadie. Le parecía muy extraño que Juan apareciera precisamente en este momento, que no se hubiera ido de la ciudad, ¿y si había asesinado a Dolores? No, no podía ser, su marido era una persona pacífica, no soportaba ver la sangre. Por otra parte, ¿qué ganaba matándola? Recordó el mensaje que le había enviado Dolores unos minutos antes de morir: “Tristana, no quiero engañarte más, ven a mi casa ahora y te contaré mi relación con tu marido”, quizás ahí estaba la clave. Juan no quería que llegaran a encontrarse, discutieron y terminó por matarla.
Mientras que por su cabeza pasaban todas estas cosas, Juan había empezado a acariciarla, las manos recorriendo su cuerpo, abarcando su cintura con ansia. Hacía muchos días que no sentía la pasión del hombre de aquella manera. Le besaba el cuello, mordía sus labios, podía notar su excitación dañándole los muslos. Acabaron en la cama presos de una fogosidad desmedida, casi olvidada. En los últimos meses su relación se había ido enfriando, hasta quedar congelada desde que Tristana hizo la absurda propuesta a su marido.
Por unos instantes, la mujer se olvidó de su pasado reciente, disfrutó del contacto con la persona amada, se dejó llevar, sintió las oleadas que recorrían su cuerpo cada vez que él se hundía en su vientre, llenándola de placer. Acabaron pronto, exhaustos. Juan la besó en la frente y se dio la vuelta. Se quedó dormido en escasos segundos.
Tristana no podía dormir, cada vez que cerraba los ojos veía el cadáver de Dolores y se sentía culpable, culpable de haberla dejado allí, como a un perro. Debería haber llamado a la policía, a una ambulancia, a Juan … ¿Y si había sido él el asesino? No conseguía liberarse de esta sospecha.
Decidió no avisar a la policía, nadie la había visto entrar al piso, nadie sabía que estuvo allí, lo mejor sería mantenerse al margen del asunto. No tardarían mucho en encontrar a Dolores, algún vecino repararía en la puerta abierta, y acabaría entrando a ver que pasaba. A fin de cuentas ya estaba muerta, no conseguiría nada con implicarse en aquel asunto.
-¿Qué te pasa?, ¿no puedes dormir? -preguntó Juan.
-No, estoy un poco nerviosa
-Quizás deberíamos hablar, estos últimos días han sido muy raros.
-Sí, a veces tengo la sensación de que mi vida se está desmoronando.
-¿Piensas que ya no te quiero?
-No sé que pensar, te lo juro, no sé que pensar.
-Debes confiar en mí, creo que nunca te he fallado, en todos estos años. Hemos vivido tantas cosas juntos, tú estás en todos mis recuerdos, en los más hermosos, en los alegres e incluso en los tristes, apoyándome, a mi lado siempre. No quiero perderte, estas últimas semanas han sido un infierno, he tratado de mantener la compostura, el orgullo, pero no puedo vivir sin ti, por eso he vuelto hoy.
-Pero me has mentido, mentiste el otro día cuando me dijiste que no habías conseguido que Dolores te invitara a su casa, la Rata te vio entrar.
-Es cierto, te mentí. Una mentira piadosa. Ese día fui a casa de Dolores porque la vi especialmente triste, temí que hiciera una tontería. Me quedé un rato con ella y charlamos sobre temas intrascendentes. Conseguí que se riera con uno de mis chistes malos, cuando vi que se encontraba mejor, me marché. Fue eso lo que sucedió. Lo único.
Tristana lo miró celosa, no le gustaba que hiciera reír a otras mujeres, se calmó cuando recordó que Dolores ya estaba muerta, que no se merecía sus celos ni su envidia. Ahora se había convertido en una víctima.
-Ya da igual-suspiró Tristana
-¿Por qué dices eso?
-No, por nada.
-Dolores es buena gente, y te estima mucho. Por eso quiso avisarte sobre la Rata, esa mujer no es trigo limpio.
-Pero Tea me dijo cosas que eran verdad, por ejemplo, que la hija de Dolores en realidad era su sobrina. Ya no sé quién miente y quién dice la verdad, ni siquiera puedo fiarme de ti, lo intento pero no puedo.
Juan la abrazó con cariño, y Tristana se sintió como una niña desvalida, acunada en sus brazos, fuertes y sólidos, sanadores. A su lado no tenía miedo, incluso las dudas se disipaban; aquellas manos que acariciaban su espalda con ternura, no podían ser las mismas que cortaron el cuello de Dolores. Las manos no mienten, delatan a su propietario, y las de su marido eran suaves y fuertes, y por las mañanas, olían a manzanas frescas. Sus dedos eran caricias que se deshacían en sus brazos, en su cuello, en su nuca… Se deshizo también su desconfianza, sus miedos se licuaron y cayeron inútiles sobre la alfombra. Empezó a relatarle todo lo acontecido aquel día, desde la visita de la Rata, nada más marcharse él.
Su marido la escuchaba con atención, cuando Tristana le habló de la implicación, según Tea, de Dolores en la muerte de su marido y su sobrina, no puedo contenerse y salió en su defensa.
-Eso es mentira, Dolores no domina la mecánica, es cierto que su ex marido tiene un taller, pero ella no sabe ni cambiar una rueda, te lo aseguro.
-Déjame terminar, por favor. Esta tarde he estado en casa de Dolores, me mandó un mensaje-Tristana cogió el móvil y se lo enseñó. Juan palideció al verlo.
-No entiendo, ...
-Espera, no digas nada, fui a su casa y cuando llegué, la encontré muerta, degollada.
Juan la miró con incredulidad, después se echó a reír.
-Te estás quedando conmigo, ¿verdad? Ni ella te ha mandado ese mensaje, ni está muerta.
-Aún no he avisado a la policía, ¿sabes por qué?
-¿Por qué? No te entiendo, me dices que Dolores está muerta y que me lo has ocultado toda la tarde, hemos hecho el amor como si nada, no te entiendo, no puedo entenderte, a veces creo que vivo con una desconocida.
A Tristana le hicieron daño las palabras de Juan, se las tragó como si fueran un purgante o el justo castigo a su silencio. Al menos, su enfado parecía indicar que él no era culpable, que lamentaba la muerte de la viuda.
-Llegué a pensar que habías sido tú-dijo por fin, con voz apagada.
Juan se levantó de la cama y empezó a dar vueltas por la habitación, como si fuera un ratón atrapado en una caja de zapatos, se mesaba el cabello, repetía una y otra vez, “no es cierto, no ha sucedido, no puede ser”. A Tristana empezaba a dolerle la reacción de su marido. Se sentía cada vez más culpable, un monstruo insensible. Alguien que descubre un cadáver y no dice nada. Incluso le surgían dudas sobre si Dolores podría estar viva, ¿y si se confundió al tomarle el pulso? Su marido pareció adivinar sus pensamientos. No era la primera vez que le pasaba, a veces tenía la sensación de que podía leerle la mente, incluso se mantenía alejada cuando no quería que supiera en lo que estaba pensando.
-¿Estás segura de que está muerta?
-Sí-dijo con firmeza, necesitaba estarlo.
-Tenemos que ir allí, avisar a la policía.
-¿Y cómo explicamos nuestra presencia en su casa?
-No sé, no sé..., déjame pensar.
Juan siguió con sus paseos frenéticos, Tristana temía que acabara chocando con los muebles, por fin, pasados varios minutos, se detuvo.
-Tienes razón, no diremos nada, ¿te vio alguien entrar o salir del piso?
-Creo que no, no pasaba nadie por la calle.
-¿Y los vecinos?
-No, creo que no, eran poco más de las cuatro, a esas horas la gente está en sus casas.
-Necesitamos una coartada, sobre todo yo, al ser compañero de trabajo. No sé si bastará con tu declaración.
-Pero si tú no estabas conmigo cuando sucedió.
-Diremos que sí, que estuvimos juntos toda la tarde, ¿entendido?
Tristana volvió a sentir miedo, Juan razonaba con mucha desenvoltura, quizás su apenada actitud anterior había sido fingida, y lo único que buscaba era una coartada firme ante la policía.
-Entendido, pero también estuve en el piso de la Rata, con su madre, ya sabes.
-Sí, pero eso fue antes. Sólo tienes que decir que en cuanto acabaste allí te viniste a casa, donde yo te esperaba.
-No sé, no deberíamos preocuparnos por esto, tú no la has matado.
-Claro que no, cariño. Pero he estado en su casa, tú misma me has dicho que la Rata me vio entrar, esa mujer no es de fiar, puede ir con el cuento a la policía. Odiaba a Dolores, y disfrutaría haciéndome daño a mí, por ser su mejor amigo.
A Tristana no le gustó que Juan se considerara el mejor amigo de la viuda. Se sentía mal cada vez que su marido pronunciaba el nombre de Dolores, parecía quedarse flotando en el ambiente, enrareciendo el aire que respiraban, levantando muros entre los dos, barreras que los separaban.
-Creo que por la Rata no debemos preocuparnos, hablaré con ella, en el fondo no es mala chica, un poco inadaptada...
-¿Crees? Eso no es suficiente, tenemos que estar seguros de que no nos implicará. Venga, vamos a comer algo.
A Tristana no le apetecía preparar la cena, ni comer, sólo tenía ganas de llorar. Se imaginó flotando sobre un mar de lágrimas, todas suyas, dejándose llevar a la deriva como los restos de un naufragio. Siempre le habían llamado la atención aquellas escenas de las películas de piratas, en las que el barco naufragaba y el mar quedaba sembrado de objetos. Abrió los ojos y se enfrentó a la realidad. Juan ya estaba en la cocina preparando una ensalada, su sangre fría la tenía preocupada, nunca hubiera imaginado aquella reacción.
- ¿Dónde está el cuchillo jamonero? -Lo oyó gritar.
-Debajo del jamón, como siempre.
-No está, y lo he buscado por toda la cocina.
La mujer no contestó, recordó que lo había utilizado esa misma mañana para prepararle el bocadillo a Tea. Y después la Rata entró en la cocina a beber agua, ¿se lo habría llevado? En su enorme bolso pudo esconderlo con facilidad. Para qué iba a querer un cuchillo, no podría sacar mucho por él, en la cocina había algunos adornos que valían bastante más.
Y hablando de la Rata, quizás debería llamarla para asegurarse de que no hablaría sobre las visitas de Juan a Dolores. No, mejor no contarle nada, conociéndola trataría de sacar provecho a la situación. La última vez no le cobró, pero la animó a visitar a su madre, que fue la encargada de apropiarse de sus cincuenta euros. Recordó el frasquito, la peor inversión de su vida. Juan había vuelto a la cuna de sus brazos sin necesidad de pociones, aunque no conseguía librarse de la sospecha de que su regreso había sido interesado.
El domingo amaneció nublado, unas enormes nubes grises ocultaban a un sol apagado y débil. Tristana apenas consiguió conciliar el sueño en toda la noche, Juan se la pasó roncando, como si nada hubiera sucedido.
Cuando sonó el teléfono, acababan de desayunar, era Carlos, el jefe de Juan. Habían descubierto el cadáver de Dolores. El gato de una vecina se escapó y lo encontraron lamiendo la sangre derramada. La policía lo había llamado a él porque no tenía familiares en la ciudad.
Juan se hizo de nuevas, preguntó mil detalles, se derrumbó, lloró al abrigo del teléfono, su tono era de amargura e impotencia. Hizo bien el papel, pensó su mujer.
-Me ha dicho Carlos que la policía busca el arma del crimen. En el piso no aparece, tampoco han encontrado el teléfono móvil de Dolores. Me ha pedido que le acompañe hasta el lugar del crimen, allí nos espera la policía para hacernos algunas preguntas.
Tristana se sobrecogió, si encontraban el teléfono de Dolores verían el mensaje que le envió a ella. Un mensaje comprometedor, sin duda. Podrían considerarlo un buen motivo para el asesinato. ¿Por qué se sentía culpable? No lo entendía muy bien, había sido a partir de que Juan le propusiera que fuera su coartada. En ese momento tomó conciencia de que podía ser acusada, y eso le provocó una gran desazón.
Vio a través de la ventana como se alejaba el coche de su marido. Dio rienda suelta a su angustia y se puso a llorar, llevaba horas necesitándolo. Luego, un poco más calmada, se dedicó a limpiar la casa, así se mantendría ocupada. Puso la radio, y trató de aparentar que era un día normal, un domingo cualquiera, que no existían fisuras en su vida, ni asesinos, ni muertos. A una peluquera de barrio, cincuentona y casada, no le pasan estas cosas. No descubre cadáveres, ni va a la cárcel por un crimen que no ha cometido. Todo se resolverá, encontrarían al asesino y ella podría recuperar su vida normal, junto a su marido, sin ideas absurdas. Su deseo de poner a prueba a Juan, ahora le parecía una vanidad inútil, fatua, propia de una chiquilla. Si conseguían salir indemnes de aquella situación, no volvería a dejarse llevar por su orgullo.
El timbre del teléfono la sacó de golpe de sus reflexiones.
―Hola Tristana, ¿cómo te fue ayer con mi madre?
―Bien, bien―contestó Tristana como una sonámbula.
―Seguro que la muy puta te dijo que no era mi madre, que me había adoptado.
―Sí, algo así me contó, ¿no es cierto?
―No, no lo es. Se avergüenza de mí, nunca soportó que su hija fuera tan fea. Bueno, yo te he llamado por otra cosa. Dime, ¿cómo te fue ayer con Dolores?
―¿Cómo sabes que fui a verla?
―Yo lo se todo, querida. Incluso sé que la encontraste degollada. Ya no hay obstáculos entre tú y tu queridito marido.
―¿Qué?
―No, no hace falta que me des las gracias, para mí fue un placer acabar con la vida de esa orgullosa. Nadie se enfrenta a la Rata y sale indemne, recuérdalo.
―¿Qué dices Tea?, ¿has sido tú?, ¿cómo has podido?
―No amiga Tristana, has sido tú, y tengo pruebas.
―¿Qué pruebas?, ¿qué tienes contra mí? Si acabas de confesar tu culpabilidad…
―¿Recuerdas el mensaje que recibiste hace ayer?, ¿te parece poco? Tengo el teléfono de Dolores, sólo he de dejarlo en algún sitio fácil de localizar. En ese mensaje se encuentra el móvil del crimen. Luego está lo del arma homicida, ummmm, qué rico estaba el bocadillo de jamón que me preparaste esta mañana, y qué afilado el cuchillo.
―¿Qué quieres de mí? ―Preguntó Tristana abatida.
―Dinero.

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2 comentarios:

Susana dijo...

¡¡¡Se acerca el final!!! Está muy emocionante, Felisa.

Ya no voy a entrar en valorar o alabar la escritura de esta novela: ya sabes que me encanta y me engancha tu estilo. Eres muy valiente además por haberte aventurado en este proyecto, y más con la "presión" de los plazos que establece Fergutson para la publicación de cada capítulo.

Me quito el sombrero.

Un besazo.

Merche dijo...

Aún no he tenido tiempo de leerla completa, pero tiene una pinta estupenda. Animo!!!