domingo, 30 de noviembre de 2008

Está nevando!!!!!!!!!!


La mañana empezó, como todos los domingos, con la cama llena de niños, cosquillas, risas y peleas en broma. Cuando por fin conseguimos levantarnos nos esperaba una sorpresa: estaba nevando. Gruesos copos de nieve que se deshacían al chocar contra el suelo mojado por la lluvia nocturna. A estas latitudes no estamos habituados a la nieve, Juanma ni siquiera recordaba la última vez. Irene si se acuerda de lo bien que lo pasamos tirándonos bolas de nieve en el solar de enfrente, hace dos años, cuando hicimos esta foto al parque.

Ahora ya ha parado, en el pueblo no ha llegado a cubrir, pero la sierra se adivina nevada tras las espesas nubes que la cubren, los olivos cercanos parecen adornos de chocolate sobre un pastel de nata.

Cuando Juanma vio como se precipitaban los copos de nieve, me dijo con los ojillos brillantes de emoción: "son trocitos de nube, que se están cayendo ¿verdad mamá? Y yo asentí, no se me hubiera ocurrido mejor forma de describirlos.

viernes, 28 de noviembre de 2008

El Jardín. JUAN MANUEL DE SOUSA



A Juanma lo conocí personalmente este año en la entrega de premios de Canal Literatura, en Murcia, aunque ya habíamos intercambiado palabras e historias por el foro de El Desván. Y confirmé en persona lo que ya atisbaba a través de sus palabras. Juanma es grande en todos los sentidos, en simpatía, en amabilidad, en sensibilidad y físicamente..., tuve que ponerme de puntillas para poder saludarlo con dos besos. Es joven, muy joven pero en su literatura nos da muestras de su inmenso potencial.


Aquí os dejo su presentación y uno de sus relatos, espero que os guste.

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Juan Manuel Rodríguez de Sousa cursa la carrera de Historia. Dedica el resto de su tiempo a la escritura y poesía.
Vive en la provincia de Málaga, en un municipio turístico de primer orden: Torremolinos. Él cree que la multiculturalidad que se respira en su ciudad (inmigrantes y turistas) y el contraste entre las viejas casas y los modernos, altos y feos edificios han estimulado de alguna manera su creación literaria. No sabe cómo.
Le encantan los libros, no sólo leerlos, sino oler su aroma, sentir el tacto de las hojas, observar las miles de letras tan arrejuntadas unas con otras.
Sus otras aficiones son la música y el cine. Ambas ocupan un lugar privilegiado en su agenda y se confiesa tan admirador de estas artes como de la literatura. Tiene la costumbre de dibujar con un lápiz mágico. Hace menos de un año inauguró su blog, allí muestra algunos de sus poemas, cuentos, críticas y otros textos. Además, están acompañados de una sinopsis artística que ameniza y enriquece la visita. O al menos, eso pretende él.
Entre sus autores de prosa preferidos, figuran Gabriel García Márquez y Antón Chéjov. En poesía es fiel admirador de Antonio Machado, del que considera el máxime partícipe de su amor hacia los versos y las palabras.
Esta dualidad de poesía y prosa obligan a dudar al joven -poeta y escritor- del camino a elegir. Por ahora circula entre los dos, y así mismo desearía que, en un futuro, ambos se mantuvieran siempre unidos, igual que saltaría un niño de charco a charco en un día de lluvia; pero siempre sobre una misma ruta: la escritura.
http://sinopsisdelarte.blogspot.com/






"Si cerca de tu biblioteca, tienes un jardín, no te faltará de nada"
CICERÓN

Título: El jardín

Cuando cayó la noche, se abrió el crepúsculo pálido de cada mañana urbana. Las farolas, las aceras y los ladrillos se esfumaron. Cierro el paraguas y lo introduzco en un jarrón inmenso. El periódico mojado queda descansando en un escalón mientras me voy a la ducha para quitarme el ácido mortuorio de la lluvia externa. Una estufa oxidada me espera en la sala de estar. Los libros se apretujan entre estanterías largas y cortas, estrechas y anchas, rectas y racionales; inclinadas por el peso que sustentan; absurdas. Miro un título: El Jardín de los Cerezos. Buena época para leer a Chéjov. Las gotas estallan en los cristales de los ventanales. Fuera, se ve todavía la noche, se siente lejana pero sigue allí. Camino hasta colocarme al borde de una especie de precipicio. Mi nariz roza el frío vidrio. Mi boca dibuja con vaho algún sentimiento apagado, mis ojos miran al frente y se detienen. Allí está el Jardín de la Casita, donde siempre, desde niña, desde adolescente, desde que fui desposada y desde que ocurrió aquel suceso. Allí compartí los besos maternales, la ilusión de las primeras excursiones al zoo, la dedicación que le daba para fabricar mi nuevo herbolario. Fueron los primeros besos y la salida más inmediata y fácil para escapar cada vez que me encerraban en aquella caja de cemento. También fue una vía de entrada cuando regresaba a casa más tarde de lo acordado. Y ahora, ahora llevo más de veinte años sin pisarlo y sentir sus hojas. La edad me detectó alergia a aquellas flores, al polen, a la tierra. Desarrollé una alegría verdaderamente aterradora. Quizás también la repulsa de sentir otras épocas y notar las arrugas; el paso del tiempo. Los médicos me aconsejaron que abandonara aquel sitio, pero yo insistí en construir un muro de acero y cristal para que ni una mota traspasara de un lado a otro. No solamente un muro material. Contemplar las estrellas no era lo mío, aunque así pude observar aquel jardín todos los días sin el inconveniente de los efectos secundarios, logré sentirme todavía niña y muchacha cuando sólo me restaban dos telediarios.

No suelo pensar en la muerte; pero al mirar las hojas recuerdo el terror de mi marido en sus ojos, el miedo a dejarme sola en esta vida. Nunca le perdonaré haber fallecido en aquel jardín. Nunca. Por un momento, el ronco ruido de un motor inunda el espacio. La bobina de un coche asusta a los perros: es como un infarto en medio de hojalatas desgastadas. Escribo una nota. Pienso en todo lo que perdí. Quizás esta mañana sea la adecuada. Sé que pronto vendrá el jardinero, siempre tan puntual. Tan callado. Este mismo mes, el banco me ha comunicado que no podré continuar pagándole, tampoco conseguiré pagar la eterna hipoteca. Una vieja con hipoteca, soy patética. Siempre quise vivir como la típica anciana que invita a todo el mundo a tomar té con pastas. O a comerse unos donuts con Cocacola Light. El problema es que aquel deseo de olvidar sin querer hacerlo, aquel deseo de revivir aquel jardín de todos los días agotó todo, lo desnutre y me llevan a la ruina porque nunca olvidaré aquel suceso. Los pobres no pueden permitirse una depresión de caballo, volverse locos, ser esquizofrénicos porque después deben pagar los importes. Al final, el intento por sobrevivir, aunque sea a expensa de la demencia, ha resultado el causante de mi propia destrucción.

Ahora deberé vender la casa, y con ella el Jardín de la Casita. Seguramente echarán todo abajo para construir un pequeño bloque de sofocados apartamentos y, seguramente, me aconsejarán que compre alguno de ellos y guarde el dinero restante en una cuenta bancaria. Es divertido hablar de problemas económicos cuando los morados, el rosa, el blanco se confunde con la lluvia y lo hacen todo tan borroso. Es como instalar un Monet en medio de un frío y pobre cubículo de plástico y luces fosforescentes de una interminable planta de oficinas. Algo parecido al final de El Jardín de los Cerezos: “Sonido moribundo y triste, semejante al de la cuerda de un instrumento al romperse. Se hace el silencio, escuchándole solo, como a lo lejos, en el jardín, el hacha golpear sobre el árbol”.
Ese será el final de mi jardín, lo sé. Hay que ser racional. Y la razón también me dice que no merece la pena vivir para contemplar el horror y la presión de la construcción y del progreso. No vale la pena. Sólo hay una solución que arregle la melancolía, la vejez y los problemas económicos, y aquel deseo que durante veinte años la salud me ha negado.

Quiero abrir la puerta, es un suicidio, tengo plena conciencia de ellos, pero ya no me queda nada, es más, ya casi no me quedan los recuerdos. El postillo está echado y no es posible abrirlo, por ahora. La llave está escondida. La familia cuida de que siempre esté a salvo, mas yo conozco el escondite, lo encontré hace algún tiempo. Me callé y disimulé fácilmente ya que mis hijos me encuentran más chocha de lo que yo creía; es una señal.
Recuerdos putrefactos, instantes derretidos. Miro al frente. Las hojas parecen descansar de la lluvia, ha escampado. La decisión está tomada. Se oye el crujido de mis pisadas en el césped. Un llanto asfixiado y, junto a mi marido, corto de raíz una rosa negra. Él parece mirarme, pedirme perdón. Yo le acallo colocándole mi índice sobre sus labios. Coge una manta de buganvilla y me la echa por encima. Al fin, me dice: has vuelto a casa.

Me encontrarán acariciando las flores, y leerán la simple nota que les dejé torpemente como último deseo: esparcir mis cenizas muy lejos de aquí para que nunca pueda sentir el acero golpear sobre las flores, las hojas y la tierra.

jueves, 27 de noviembre de 2008

El camino



El camino que se inicia
me lleva a ti,
a tus ojos que me miran,
a tus brazos que me abrazan,
a tu piel que me destila
en licores exquisitos
Que beberás hasta el alba.

El camino que yo busco
me lleva a ti,
a tus labios que me besan,
a tus manos que me tocan,
dibujándome el alma
con colores infinitos
que pintarás hasta el alba.


El camino que yo elijo
me lleva a ti,
a tu cuerpo que me acoge,
a tu lengua que me atrapa,
enredada en la mía,
madreselva que me agarra,
atada a ti hasta el alba.

domingo, 23 de noviembre de 2008

Sueños de agua


El agua que inundaba la calle arrastraba innumerables objetos, que allí, fuera de su contexto habitual, se tornaban inútiles y extraños. Vio pasar una muñeca anoréxica con la pierna derecha amputada; seguida por una agenda de piel marrón, hinchadas sus hojas interiores a punto de estallar dejando escapar citas y teléfonos. La silla de plástico serigrafiada con publicidad de una conocida marca de cerveza se balanceaba peligrosamente, amenazando con abalanzarse contra el primer obstáculo que osara cruzarse en su camino, fue un contendor de basura el que detuvo sus inquietudes, dejándola anclada en un rincón de la calle.

El hombre miraba curioso desde la acera, el gorro calado hasta las orejas, abrigo largo y raído, barba de varios días y frío en los huesos. Observaba los objetos que pasaban ante él, arrastrados por la sucia corriente. De pronto, uno de ellos llamó su atención, se acercaba más lentamente y su volumen era mucho mayor que los anteriores, cuando estuvo más cerca pudo comprobar que se trataba de un colchón, pensó que se ajustaba a su necesidad de posarse sobre el agua, así evitaría mojarse. Tomó impulso y saltó sobre él. Ahora el agua formaba surcos alrededor de la masa cuadrada, obstinada aún en arrastrar el conjunto de muelles y goma espuma, pero el peso del hombre se lo impedía. Allí quieto, acechaba tranquilo a su presa.

En ese momento una mujer de mediana edad se detuvo en la acera y observó curiosa la escena. Sin duda se trata de un mendigo, pensó, que no quiere renunciar a su única pertenencia. Doña Elisenda, con su chaqueta de corte amplio y falda de tubo, parecía salida de una película de los años sesenta, su bolsito colgado de la muñeca y unas pestañas postizas que hacían sombra sobre sus ojillos vivaces. Sus amigas, unas arpías con las que compartía cafés y partidas de mus, solían llamarla doña Laca, tal era su afición por el untuoso líquido. No podía soportar un mechón fuera de lugar, su peinado lograba mantenerse impecable hasta en los más adversos días de viento; Su ropa ofrecía el mismo aspecto almidonado, pasada de moda aunque cuidada y bien planchada. Sin embargo, en el rostro las arrugas dibujaban un mapa de acritud que ni las oligoesferas de su crema hidratante lograban suavizar. Allí plantada, con el bolso fuertemente apretado entre sus manos, miraba absorta cómo se recortaba la figura del vagabundo sobre el colchón. El resto de la gente caminaba apresurada a su lado; un joven la golpeó ligeramente con el codo al pasar, llevaba el pelo engominado y piercings repartidos por todo el rostro. Doña Elisenda lo miró con desasosiego, e incrementó la presión sobre su bolso. Enseguida se olvidó de él, su mente andaba ocupada en otros menesteres; trataba de dilucidar la verdadera personalidad de aquel hombre, había oído muchas historias sobre los harapientos desheredados que vagaban por la ciudad. Según éstas, muchos de ellos escondían, tras su aspecto desastrado, un brillante pasado. Y aquel guardaba cierta apostura, a lo que contribuía su elevada estatura y su aspecto enjuto. Sin lugar a dudas la barba le avejenta, pensó doña Elisenda; pero eso se arregla con un buen afeitado, Una buena chaqueta de paño le conferiría el aspecto de un señor respetable; conocía un sastre que hacía trajes a medida, a veces acompañaba a Carlos y lo había visto hacer milagros con los cortos brazos y la barriga prominente de su hermano. Decididamente lo llevaría a aquella pequeña sastrería de Ernesto, que sabría corregir todos los defectos, los hombros un poco caídos, aquellos brazos tan largos, la espalda más bien encorvada; todo puede arreglarse con una buena chaqueta. En los delgados labios de la mujer se dibujó algo parecido a una sonrisa de satisfacción, pero que acabó convirtiéndose en el rictus de amargura acostumbrado.

Doña Elisenda pasó a imaginar los secretos que ocultaban las mugrientas ropas del mendigo, qué hecho ignominioso le habría llevado a aquel estado. Le gustaba la idea de creerlo un joven millonario que se arruinó por su afición al juego y a las mujeres, o quizás un maduro corredor de bolsa que perdió hasta las cejas en una inoportuna inversión. O tal vez fue por un desengaño amoroso, la mujer de su vida lo abandonó por otro, dejándolo tirado como un perro y eso le llevó a la bebida.

Él seguía inalterable sobre el colchón, en apariencia ajeno al exhaustivo examen al que estaba siendo sometido.

Con la firme decisión de sacar al vagabundo de su desastrosa vida y convertirlo en el marido ideal dándole una segunda oportunidad, sonrió satisfecha; se sentía bien, una buena samaritana. Y si de paso ella salía de su soledad y dejaba de ser la eterna solterona, mejor que mejor. Podría presumir de marido ante esas malas pécoras que decían ser sus amigas.

El hombre levantó la cabeza y fijó la vista en ella, como si ya supiera que la encontraría allí, sus miradas se cruzaron y doña Elisenda constató que la del desconocido era verde como el agua estancada de las fuentes. La mujer de repente sintió sed, notó su garganta áspera, resquebrajada como el fango abrasado por el sol, notó que su cara se cuarteaba, miró las manos que se secaban cual sarmientos de vid. Fue consciente de que se deshacía bajo la glauca mirada del mendigo. Trató de apartar la vista, pero sus ojos no la obedecían, tan resecos y fijos en aquellos otros ojos. Notó cómo crujían sus huesos, el dolor se dispersaba en tantos puntos de su cuerpo que era incapaz de ubicarlo en una parte concreta. Su último pensamiento fue para la laca y la capa de ozono; qué tontería se dijo, mientras caían sus pedacitos y salpicaban antes de deshacerse en el charco que se estaba formando a sus pies.

El hombre observó el fenómeno sin pestañear, el lugar de doña Elisenda lo ocupaba ahora otro gran charco que la gente esquivaba al pasar. Después fijó su vista en el colchón y suspiró, no se sentía orgulloso de su trabajo, pero alguien tenía que hacerlo. Su misión consistía en robar el agua a las personas; su madre, la Naturaleza, le había confiado el encargo. Por otra parte, nadie echaría de menos a aquella egoísta y egocéntrica mujer.
** Relato publicado en el libro del II Concurso una imagen en mil palabras, editado por la Asociación Cultural Ars Creatio (Torrevieja-Alicante). Año 2008.

jueves, 20 de noviembre de 2008

Encuesta de opinión




Siempre me he preguntado a quién harían todas esas encuestas con las que nos bombardean cada día en los informativos. Y es que esto de las encuestas me llama la atención, la investigación de mercados era una de mis asignaturas favoritas en la universidad, y más de una vez deseé secretamente que algún día alguien llamara a mi puerta y me hiciera uno de esos larguísimos cuestionarios. Por eso, cuando un día sonó mi teléfono y me pidieron unos minutos para realizar una encuesta, acepté encantada. Por fin alguien quería saber mi opinión. Esta primera vez me preguntaron por el tipo de música y de emisoras de radio que me gustaba escuchar, fue un poco largo, pero me sirvió para recordar los viejos tiempos en los que yo diseñaba mis propios cuestionarios.
En la siguiente, el estudio versaba sobre las dietas de adelgazamiento, me encontré fuera de juego, nunca he sido capaz de seguir una dieta, ni siquiera lo he intentado, pero contesté lo mejor que pude. Aquí empecé a sospechar que una vez que atiendes el teléfono para estos estudios de mercado te fichan (eso de la ley de protección de datos es una quimera) y ya te llaman para preguntarte por cualquier cosa.
Lo último ha sido una encuesta de opinión sobre la situación social, política y económica de España y el mundo en general. Esta vez me he sentido verdaderamente importante. Estas son de las que salen en los telediarios: “El 80% de los encuestados considera que la situación de España empeorará en el próximo año” y cosas así; y yo seré una de las personas que componen ese 80%. Lo cierto es que el futuro no se presenta demasiado halagüeño, la economía ha entrado en recesión, el consumo ha disminuido, la bolsa está por los suelos, los bancos no sueltan un euro ni por equivocación… Son los ciclos de la economía, eso también lo estudié en la universidad, a un periodo de crecimiento sobreviene otro de recesión, esperemos que éste no sea demasiado largo, porque siempre lo sufren con mayor intensidad aquellos que menos recursos tienen.

martes, 18 de noviembre de 2008

Libro III Certamen Narrativa IES Ventura Morón

Desde estas páginas quiero presentaros el libro electrónico que ha publicado la editorial Publicatuslibros.com y que recoge una selección de relatos del III Certamen de Narrativa Breve del I.E.S. Ventura Morón. La ganadora del certamen fue Teresa Núñez González, una escritora con reconocida trayectoria literaria. En total fueron 95 relatos los presentados y 25 los que se recogen en este libro. Entre ellos podeis encontrar "El motorista", que fue el cuento que yo envié a este certamen. Desde aquí quiero dar las gracias a Paco Gómez Escribano http://www.pacogomezescribano.com/ por la labor que está realizando, promoviendo y apoyando a nuevos escritores.


Este libro se puede descargar gratuitamente en la siguiente dirección:

http://www.publicatuslibros.com/bibliotec/libro/iii-certamen-literario-de-narrativa-breve-revista/





lunes, 17 de noviembre de 2008

Todavía algunas veces huele a sangre


Todavía algunas veces huele a sangre. Es una aroma dulzón, que atrae a las moscas hasta mi casa, se agolpan en la ventana. Las miro embelesada a través del cristal, a salvo de sus molestos revoloteos. Ansiosas por libar su néctar preferido me miran amenazantes, con sus cientos de ojillos microscópicos, pero me mantengo firme en la decisión de no dejarlas entrar. Regreso al salón para seguir raspando la tarima de madera, debo eliminar la mancha; no vaya a volver Ernesto y decida castigarme de nuevo por mi torpeza. ¡Ah no, si la mancha es suya! Yo sólo le golpeé con el martillo en la cabeza.

viernes, 14 de noviembre de 2008

Máquinas automáticas


Las máquinas está ahí para facilitarnos la vida o no. A mí me la complican, más bien. Yo soy un poco torpe y despistada, por eso me gusta el contacto humano, tener a alguien a quien poder preguntar una y otra vez si es necesario. El otro día llegué a Hacienda y busqué con la vista al funcionario que daba los números para las distintas mesas, pero no estaba. En su lugar, más o menos a la misma altura había una cosa cuadrada, más alta que yo, gris y amenazadora con multitud de botones. La miré de soslayo, volví a buscar a alguien que me indicara, pero al final comprendí que tendría que utilizar aquella máquina. Como no quiero parecer torpe, pulsé con premura el primer botón que ponía Certificados, obtuve un papel con un número: el 17; trato de localizar la mesa diecisiete pero no la veo por ningún sitio, un poco angustiada me siento en la sala de espera, hasta que pronuncian mi número y la mesa a la que tengo que dirigirme. Una vez allí un amable funcionario, que me mira con cierta suficiencia, me indica que tengo que pulsar otro botón: Certificados FNT. Vuelvo a obtener otro papelito, más confiada espero a que me llamen. Ya con mi contrato firmado para poder descargarme el certificado digital, me voy hacia el parking y me dirijo hacia la máquina de pago, meto la tarjeta, por una vez no me equivoco, introduzco las monedas y espero. Pero no sale nada. Espero unos segundos más. Alguien me toca por detrás. "Faltan cincuenta céntimos", me dice una amable chica. Introduzco el dinero que falta un poco avergonzada y salgo disparada hacia el coche sin mirar hacia atrás. Las máquinas no se me dan nada bien.

jueves, 13 de noviembre de 2008

¿Qué es la Literatura?


En Canal Literatura se han embarcado en la dificil tarea de encontrar una definición para el término Literatura y a la vez intercambiar experiencias sobre nuestra relación con ella: Libros que hemos leído, cómo nos decidimos a escribir, etc.
Desde que Mercedes me habló de esta iniciativa no para de darle vueltas a la cabeza, pero siempre se me dio mal definir las cosas, aún sigo buscando mi versión. Hoy he recibido una invitación directa desde Canal Literatura así que me pondré las pilas y prometo tener algo en breve.
Si te parece interesante, puedes añadir la información a tu blog y avisar a tus amigos y amigas para darles la oportunidad de expresarse. Aquí está el enlace al Foro.


Por cierto, si te gusta la poesía, puedes entrar y votar a tus poemas favoritos del IV Certamen de Poemas Sin Rostro que organiza esta asociación.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Descubriendo el mundo perdido: Cuevas del Campo


La primera foto es la última del día. Nos dirigíamos de vuelta a casa y la luz del atardecer convertía las aguas tranquilas del pantano en un espejo, que duplicaba la magnitud del cerro de Jabalcón. La luna se bañaba en el agua, dotando de magia aquel magnífico espectáculo. Paramos para tratar de captar la belleza del momento, sólo conseguimos unas humildes fotografías.
Este paisaje me sabe a prehistoria, al origen de los tiempos, cuando los hombres aún no sabían definirse como tales. Despierta en mí ese instinto perdido, la necesidad de fundirme con la naturaleza olvidando que soy un animal racional y dejarme llevar por el poder de los colores, el rojo de la tierra erosionada, el suave azul que forma pequeñas olas de espuma en el pantano o el verde de un pinar que, no por ser repoblado, deja de tener su encanto.

Por la mañana todo fue más ligero, más divertido, aunque subyacía un aire de misterio que embargó a nuestro singular grupo de exploradores. Cuatro niños, nueve adultos y un perro de ciudad empeñados en descubrir el mundo perdido. Un mundo que transita a la orilla de un pantano, entre pinos y barrancos.

¿Y qué es lo primero que se puede hacer ante una enorme acumulación de agua? Sin duda, tirar piedras, los niños disfrutaron como locos y los adultos como niños, viendo como el simple acto de coger una piedra y lanzarla genera un ruidoso impacto y unas ondas elegantes.





Después continuamos rodeando el pantano, este año más vacío de lo normal. Los esqueletos de unos árboles nos abren paso en su singular cementerio, que me hace pensar que los excesos también matan, pinos que han perecido ahogados, sepultados por la crecida de las aguas y que ahora resurgen como soldados desarmados, sin recursos para librar una última batalla por la vida. Almas secadas por el agua.




Una lengua de barro solidificado se nos atraviesa en el camino, miramos hacia arriba y en una pared vemos formas extrañas, subir allí es como conquistar un castillo enemigo y así se lo toman nuestros pequeños soldados que victoriosos nos saludan desde arriba. Lucía, Irene, Juanma y Paula son nuestros atrevidos conquistadores.




A lo lejos divisamos una isla, en realidad es una península, está unida a la tierra por una estrecha línea. Nos aprestamos a explorarla, a hacerla nuestra. Quizás sea la isla del tesoro, quién sabe, en esta tierra pueden pasar cosas mágicas. Cuando llegamos a ella observamos decepcionados que no hay nada interesante, sólo árboles moribundos, espera, sí, hay algo… unas magníficas vistas del pantano, rodeados de agua tenemos la sensación de estar subidos en un barco pirata.

Cansados nuestros ojos del azul templado del pantano, miramos hacia atrás y se nos plantea una nueva aventura, escalar un barranco para así regresar en menos tiempo a nuestro punto de partida. En este punto del camino hemos dejado atrás un poco de lastre (que nadie se ofenda) quedamos cinco adultos y los cuatro niños, que demuestran así que son inagotables. La subida es escarpada, pero el riesgo nos atrae.
Llegamos arriba sanos y salvos, atravesamos unas llanuras con pequeños pinos repoblados, cruzamos un barranco y por fin nos reencontramos con el resto de la expedición. Aún les quedó gana de bajar hasta el pantano una vez más y subirse a un pequeño embarcadero.
Wally, nuestro perro de ciudad, escaló como un jabato por las paredes de piedra, ante los gritos y aplausos de mi cuñada Paqui, su ama, que lo miraba asombrada.
Después regresamos a casa, donde la abuela se había esmerado para prepararnos unas migas con chorizo, pimientos fritos, torreznos, y no sé cuantas cosas más, a cual más rica y menos digestiva.

El final ya lo sabéis, esa misma tarde volvimos para Alcaudete, pero el trayecto duró un poco más de lo normal, el tiempo que necesitamos para espiar a la luna mientras se bañaba desnuda a los ojos del sol, la muy descarada, en un pantano que es azul pero se llama Negratín.