martes, 4 de mayo de 2010

Una idea absurda. Capítulo 3


Tristana corrió por las calles, huyendo de si misma, de sus miedos, de su inseguridad. El encuentro con Dolores, la visión de su casa, aquel olor al perfume de su marido la habían perturbado. En la mano llevaba el trozo de papel que le había entregado Tea la Rata. Cuando le pareció que había puesto suficiente distancia entre ella y la viuda, abrió la nota y la leyó: Mañana, 8 tarde, 2º banco parque, traiga 50 euros”
Llegó a su casa agotada, se sentía diez años mayor, una anciana cansada y triste, como una solterona que acabara de enterrar a su gato, a su única compañía. Juan ya estaba allí, sentado frente al televisor, concentrado en un documental, parecía no haber reparado en su presencia. Lo observó en silencio, el pelo canoso pero abundante, el perfil griego de su rostro, las arrugas que le conferían un aire de distinción más que de vejez. Seguía siendo atractivo, comprendía que Dolores pudiera interesarse por él.
Recordó el día que se conocieron, ella bailaba con una amiga, cogidas de la mano. Se acercó y, con mucha delicadeza, la separó de su compañera, la miró fijamente a los ojos y le dijo que ya podía quedarse ciego, que había visto la mujer más hermosa del mundo. Y Tristana supo que lo decía en serio, que sus palabras no eran falsos halagos, que salían directamente de su corazón.
No podían seguir así, tenían que hablar, ella había iniciado aquella locura y debía terminarla.
─ Juan, ¿quieres que hablemos?
─ ¿Sobre qué? ─ preguntó desganado.
─ Sobre que va a ser, ya sabes, lo que te pedí el otro día.
─ Tranquila, estoy en ello, tu misión será cumplida.
─ ¿Cómo dices?
─ Trato de conquistar a Dolores, aunque debo confesar que no me hace mucho caso, todavía no me ha invitado a su casa ─dijo con voz burlona.
─ ¿Me estás castigando? Lo siento, jamás debería haberte pedido semejante cosa. Perdóname, no sé lo que se me pasó por la cabeza ese día.
─ No, si no estoy enfadado. Dolores es una mujer guapa, lástima que vaya siempre de luto y tapada hasta arriba, con los pechos tan hermosos que tiene…
Tristana iba a decir algo sobre que la ropa de Manuela ya no era negra pero se calló, Juan le había mentido, tras sus palabras aparentemente burlonas se escondía un mecanismo de defensa, decidió seguirle el juego.
─ ¿Mejores que los míos? ─ dijo tratando de aparentar indiferencia pero muerta de celos.
─ Sabes bien que no, los tuyos son los únicos. Tonta, ven aquí.
─ ¿Me perdonas, así tan fácil?
─ Llevo una semana sin hablarte, ¿no te has dado cuenta?
─ Claro que sí, ya sabes lo que me duelen tus silencios.

Por un momento se quedaron callados, como rememorando ese silencio triste que les había envuelto los últimos días. A Tristana le pareció que Juan rehuía sus miradas, fingiendo un interés desmedido por la programación televisiva. Le había mentido, Dolores ya no vestía de negro, quizás también la engañaba cuando dijo que aún no lo había invitado a su casa. El olor a su perfume en casa de la viuda aún persistía en su memoria.

Esa noche Tristana no pudo dormir. Hicieron el amor, en la más desolada de las reconciliaciones que nunca había vivido, los dos disimulaban, fingían que todo iba bien, que las caricias y los besos eran tan apasionados como otras veces, que los cuerpos se buscaban con ansia, que en el abrazo se fundían sus almas en una sola, sin secretos, sin fallas. La mujer sabía que no era así, sin embargo, aceptó el placer que su marido le ofrecía, como un obsequio por el daño inflingido. Sin embargo, era ella la que debería mostrarse solícita y avergonzada, por eso le extrañó la actitud de Juan, su empeño en satisfacerla.

Amanecía cuando por fin pudo conciliar el sueño, Juan se iba antes que ella a trabajar, esta vez no se levantó para desayunar juntos, alegó un dolor de cabeza y permaneció en la cama, en un duermevela lleno de pesadillas y malos presentimientos. Cuando sonó su despertador, ya había decidido a encontrarse con Tea, aquella mujer tan poco agraciada, la Rata, como la llamaba Dolores. Estaba convencida de que sabía mucho más de lo que le había insinuado la otra tarde, sólo tenía que llevar consigo un billete de cincuenta.

La mañana se le hizo eterna, lavar cabezas, peinar, moldear, secar, … El insomnio de la noche anterior le pasaba factura, y la edad, siempre la edad, que se iba desplomando sobre todo su cuerpo, arrasando su belleza. Los pliegues en el cuello, los surcos cerca de la comisura de los labios, las canas rebeldes asomando por lugares insospechados de su cabeza. Qué podía hacer ella contra la juventud de Dolores, debía buscar algo que la hiciera aparecer como una indeseable a los ojos de su marido, y esperaba que la solución se la diese Tea, la charlatana Tea, quizás sólo fuera eso, como decía Dolores, una intrigante que sólo buscaba dinero.

Al mediodía encontró su casa sola, Juan la había llamado, y con voz cariñosa le informó de que no iría a comer, que bajaría a un bar cercano, era época de declaraciones y el trabajo se acumulaba en la oficina. A Tristana no le importó, prefería estar sola, pensar en los acontecimientos de las últimas semanas, en el cambio que había dado su vida. No se fiaba de Juan, sospechaba que se sentía atraído por Dolores mucho antes de que ella le planteara su absurdo plan. Desde luego se lo había puesto en bandeja, pero Juan no es tonto, pensaba Tristana, me conoce bien y sabía que daría marcha atrás nada más pronunciar las fatales palabras.

Después de comer se quedó tumbada en el sofá, se había pedido la tarde libre, alegando un dolor de cabeza que no era del todo falso. Necesitaba dormir, descansar, llegar con la mente despejada a su cita con Tea.
El parque rebosaba gente esa tarde de mayo, a Tristana no le gustó el sitio elegido por Tea, preferiría haber quedado en algún lugar más tranquilo, miró inquieta a su alrededor. Tenía la sensación de estar haciendo algo malo y no quería que nadie conocido pudiera verla. Como aún faltaban algunos minutos para las ocho paseó un poco, su atención, como siempre, se centró en los niños que jugaban en la zona infantil. La melancolía solía apoderarse de ella cuando pensaba en lo mucho que había deseado ser madre, en el cariño desperdiciado por ese hijo que nunca vino. Cuando le llegó la menopausia, tan sólo un par de años atrás, se sintió inútil. Según los médicos no padecían ningún problema, y por eso lo intentaron año tras año, sin éxito. Ni siquiera se habían planteado la adopción, aferrados siempre a la esperanza de concebir un hijo propio.
Notó que alguien le tocaba la espalda y se volvió sobresaltada, era Tea que al no verla en el banco a la hora acordada se dedicó a buscarla por el parque. Sin darse cuenta, llevaba más de media hora contemplando como jugaban los niños ajenos.

─ Gracias por venir, ¿has traído el dinero?
─ Sí, claro ─contestó Tristana un poco molesta por la urgencia de Tea.
─ No te enfades, necesito los euros para mi madre, vivimos de su pensión y de lo que yo voy agenciándome por las calles.
─ No importa, pero no te lo daré hasta que me digas lo que sabes.

La Rata se quedó mirándola con atención, como evaluando la fiabilidad de Tristana, pareció convencerse de su honradez porque accedió a cobrar después de hablar.
─ Vámonos a un sitio más tranquilo, hoy está el parque abarrotado de gente, no quisiera encontrarme con Dolores, esa mujer me da miedo. Por eso el otro día me fui corriendo cuando la vi llegar, me la tiene jurada.

Tristana siguió a Tea, pronto salieron del parque y se adentraron en un barrio que apenas conocía. Conforme avanzaban, las calles se iban haciendo más estrechas y los edificios más viejos y deteriorados; a la peluquera le costaba seguir los pasos apresurados de Tea, le faltaba el aliento, pero se calló, no quería mostrarse débil ante aquella chica. Por fin se detuvieron ante una casa, su aspecto era lamentable, vejez y suciedad se unían para configurar un edificio de tres plantas construido en los años sesenta, de ladrillo visto y rejas en las ventanas de todos los pisos, incluido el último. Aquel barrio no debería ser muy recomendable. Tea abrió con una llave tan mugrosa como todo lo que les rodeaba. El portal era oscuro y húmedo, un olor fétido, a aguas estancadas, dominaba el ambiente. Subieron por unas escaleras estrechas, protegidas por una baranda de madera apolillada, Tristana no se atrevió a posar sus manos sobre ella, temía caerse al vacío si se apoyaba demasiado. La muchacha la precedía, el silencio las había acompañado desde que salieron del parque, ni un comentario, ni una palabra intercambiaron en los más de quinientos metros que habían recorrido hasta llegar allí.

En el segundo piso se detuvo, y llamó al timbre, esperó unos minutos y como nadie acudió a abrir la puerta sacó otra llave tan sucia como la anterior y la introdujo en la cerradura. Tristana pensó que había entrado en otra dimensión, que un lugar como aquel sólo podía existir en el mundo de las pesadillas. La habitación en la que se encontraban no tenía ventanas o quizás estaban tapadas con alguno de los murales que cubrían las paredes, todos ellos representaban imágenes brutales, niños decapitados, mujeres mutiladas, santos con los ojos sangrantes, brujas preparando comida para caníbales, ... La luz provenía del techo, de una lámpara con la pantalla forrada en tela roja. No había muebles, sólo algunos cojines en el suelo, alrededor de una mesa redonda, donde destacaba una bola de cristal, semicubierta por un trapo rojo.

Tristana se sintió mareada, no le gustaba aquel sitio, no entendía porqué Tea la había llevado hasta allí, sólo buscaba información sobre Dolores, algo que le confirmara que no era una buena persona, algo que mostrarle a Juan para que se olvidara de ella, para que nunca más regresara a su casa, a su cuerpo.
─ ¿Te encuentras bien? No te asustes, esto sólo es un decorado. Mi madre dice que es bruja, así se saca un dinerillo, las marujas del barrio vienen para que les eche las cartas o les lea las manos, cuando entran se sienten impresionadas, realmente creen que tiene poder, una puesta en escena, ya sabes. Ven, iremos a mi dormitorio.

El resto de la casa parecía normal, si se obviaba la mugre que reinaba en todas las estancias, el dormitorio de Tea era como un almacén en obras, ropa y objetos se repartían sin orden y concierto por el suelo, las paredes e incluso el techo, de donde pendían algunas perchas. A indicación de ella se sentó sobre la cama.
─ Enséñame el billete ─ dijo con voz autoritaria.

A Tristana no le gustó esa exigencia, abrió el bolso que apretaba sobre su regazo, como si temiera que se le fuera a perder entre tantas cosas, y sacó la cartera. Le mostró el billete y no se le escapó el brillo ansioso en la mirada de la Rata. Tuvo el presentimiento de que se estaba equivocando, de que Dolores llevaba razón. No podía dar marcha atrás, ya que había llegado tan lejos escucharía lo que aquella extraña criatura tuviera que decirle, si no le parecía coherente no le entregaría el dinero. Su instinto la hizo mirar hacia la puerta cerrada del cuarto, midiendo la distancia que la separaba de ella por si tenía que salir huyendo de aquella casa.

─ Bien, ahora escucha con atención. Lo que te voy a contar no es un chisme, no lo he oído en cualquier esquina, lo sé directamente de la boca de Estela, la supuesta hija de tu amiga Dolores. Sí, no me mires así, he dicho supuesta porque en realidad no era su hija, sino su sobrina. Cuando la niña apenas contaba diez años sus padres murieron en un accidente aéreo, Dolores se hizo cargo de Estela, incluso la adoptó legalmente. Nunca la quiso lo suficiente, cargó por ella por quedarse con el dinero de su padre, un influyente empresario, lo que no sabía es que tenía más deudas que bienes. Descargó en Estela la rabia que sentía por no convertirse en millonaria, tal como esperaba. No le compraba la ropa que necesitaba, ni siquiera lo más básico. A veces incluso se hacía pasar por indigente para conseguirle vestidos gratis. Estela sufrió mucho porque siempre se sentía inferior a sus compañeras.

Tristana escuchaba atónica, Tea relataba los hechos como si fuera un cuento de madrastras y princesas, sus ojillos brillaban con intensidad, y de su boca fina se escapaba un hilillo de baba. La impresión de que se encontraba ante un animal salvaje, un depredador se acrecentaba por momentos, pero se sentía atraída por la historia.

─ Nunca imaginé que esa hija no fuera suya, según mi marido la quería mucho.
─ Teatro, puro teatro. Delante de la gente representaba el papel de madre amorosa y preocupada. De todas formas las cosas cambiaron para Estela cuando Dolores se casó de nuevo. Tomás, el nuevo marido, sintió una predilección especial desde un primer momento por Estela, que entonces tenía diecisiete años y la autoestima por los suelos. Fue en aquella época cuando yo trabé amistad con ella.
Tristana trató de imaginarse cómo habrían iniciado una relación aquellas dos, la niña triste y apocada de Dolores, con aquel torbellino, correcalles que era Tea la Rata. La curiosidad la impulsó a preguntar.
─ ¿Cómo os conocisteis?
─ Ella quería algo que yo tenía. No, no te asustes, no vendo drogas ni cosas así, lo que buscaba era información.
─ ¿Información?
─ Sí, quería que averiguara todo lo que pudiera sobre Dolores, sospechaba que le era infiel a su marido, a Tomás, por quien ella sentía un cariño especial.
Nada más decir esto soltó una risa nerviosa y se frotó las manos. Tristana observó que estaban mojadas por el sudor, lo mismo que su frente y sus sienes. Sintió ganas de abrir la ventana y sin decir nada se levantó y lo hizo. El hueco daba a un patio interior, tan asqueroso como el resto del edificio. Se sintió defraudada, ni una gota de aire fresco entró en la habitación, si acaso un hedor nuevo, que la apartó de inmediato del alfeizar. Mientras ella hacía estos movimientos, Tea seguía contando su historia, eso sí, sin apartar sus ojos de los movimientos de Tristana.

─ Digo lo de cariño especial porque, en realidad, estaba enamorada como una loca. Me dijo que Tomás le recordaba a su padre, al que tanto echaba en falta. Nunca hablaba de su madre, yo creo que era parecida a su tía y que sólo pensaba en ella misma.
─ ¿Y qué pasó, encontraste alguna pista de su infidelidad? ─ preguntó Tristana con ansia, quizás lo de su marido con Dolores venía de más atrás de lo que ella creía.
─ No, nada en absoluto. Aunque creo que no lo quería, se mantenía fiel a su esposo.
Tristana suspiró aliviada, aún quedaba un pequeño resquicio, una posibilidad de que Juan le fuera fiel, que todo estuviera en su cabeza.
─ Entonces no encontré nada, pero ha tardado poco en olvidarlo, ayer mismo vi como entraba con un hombre a su casa. Un poco mayor que ella, se ve que le van maduritos, bastante atractivo, con el pelo gris y muy alto.

Ahora sí, el cielo se desplomaba sobre su cabeza, que estúpida expresión, sería más correcto decir que ella estaba flotando y que era la Tierra la que se desplomaba sobre su cuerpo, aplastándola, convirtiéndola en un objeto plano pero que aún podía pensar y sufrir. No le importó la presencia de Tea, ni su mirada inquisitiva, lloró un buen rato, cuando por fin se enjugó las lágrimas, vio como la muchacha le extendía la mano.
─ Creo que me he ganado mis cincuenta euros.
Tristana abrió el bolso y se los dio, la Rata los husmeó, los tocó, hasta asegurarse que no eran falsos, luego la miró con su sonrisa de hiena y le dijo.
─ Sé muchas más cosas sobre Dolores y su hija, pero te costarán otros cincuenta.
─ No llevo más dinero encima─ dijo la peluquera sin saber muy bien ni de lo que estaba hablando─ además, no sé si quiero saber más.
─ Te buscaré otro día, por si cambias de opinión.



5 comentarios:

Susana dijo...

Ay Dios... esto se complica.

Felisa: ¡me gusta mucho!Yo creo que te está quedando fenomenal. Dime (si quieres): ¿vas sobre la marcha o ya tienes la idea completa en la cabeza?

Sigue así que vas muy bien.

Un besote

Felisa Moreno dijo...

HOla Susana, ante todo gracias. Te cuento, los tres primeros capítulos los he ido escribiendo sobre la marcha, pero ya tengo la estructura completa en la cabeza y me gustaría poder adelantar un par de capítulos para no ir con tanta prisa y no cometer errores.
Un beso

Mar Cano Montil dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Felisa Moreno dijo...

Gracias a ti Mar, por tus comentarios y tus palabras siempre de apoyo.
Es fácil desanimarse cuando no te seleccionan en un certamen, es algo a lo que hay que aprender, a aceptar esos malos momentos, pero debes pensar que lo normal, lo habitual, lo más frecuente es que tus escritos no sean seleccionados. Otra cosa importante es no confiar demasiado en un relato, por bueno que nos parezca, a mí me ha pasado con algunos cuentos que los veía ganadores, y sin embargo, no han conseguido nada y tras presentarlos a varios certámenes sin éxito los he dejado arrinconados.
Sobre todo no te desanimes, sigue intentándolo, escribiendo y leyendo mucho, lo demás irá llegando solo.
Esto que te digo a ti me lo repito cada vez que envío un relato a un certamen y luego no resulta seleccionado.
Un gran abrazo.

Mar Cano Montil dijo...

Hola, Felisa:

Si saco un poco de tiempo (en diario lo tengo muy mal...)leeré esta novela por entregas que a Susana le tiene enganchada, ¡te deseo mucha suerte en el certamen de Fergutson! Ya nos contarás...
Aunque la idea me pareció muy divertida, no me he presentado por cuestiones de tiempo con los plazos de entrega:).

Te agradezco muchísimo tu visita a "mar adentro" y tus ánimos...La verdad es que no me presento a demasiados certámenes (¡soy vaga pa aburrir!), pero en éste había puesto una ilusión especial; será cuestión, como tú bien dices, de moverlo por más sitios, espero hacerlo cuando recupere el fuelle perdido :)

He visto lo del anónimo, Felisa, y la verdad es que me resulta harto desagradable. Estas personas no se dan cuenta de que no sólo hacen daño al interesado, en este caso tú, sino que también ponen en la picota a "otras personas" de las que llegamos a pensar mal con nuestra habitual desconfianza y nuestros equivocados prejuicios. Que alguien se sienta decaído por los resultados de un concurso no debe ser sinónimo de hacer daño, porque los anónimos es lo que pretenden, Felisa. Yo no daría importancia a alguien que ni siquiera sabe escribir "cuidado" con todas sus letras.
Por eso he decidido poner "moderación de comentarios" en mi blog. Hace unas semanas, precisamente compartiendo uno de mis relatos finalistas de Fergutson, entró un "listillo" (hay muchos en la bloggosfera, por desgracia...)que pretendió cargárselo de un plumazo con sus impertinencias...A mí no me molesta la crítica constructiva, al contrario, creo que con ella podemos aprender mucho, pero otra cosa es utilizar palabras que hagan diana directa en tu autoestima, como hizo este personaje...¡no merece la pena que perdamos nuestro valioso tiempo con este tipo de seres, Felisa!

No había tenido ocasión todavía de leer tu carta, Felisa. A mí me parece una carta de Amor, con mayúsculas, porque cuando una mujer se atrave a exponer unos sentimientos tan dañados y un alma tan herida con esa sinceridad, es que antes de ello AMÓ a su atroz verdugo con todo su ser. Está muy bien escrita. Enhorabuena, compañera.

Yo estoy convencida, como tú, de que "Sarah", mi carta, podrá ser reconocida en otro certámen.

Desde aquí te doy las gracias por compartir tantas cosas con nosotros; pues gracias a tí conocemos muchas noticias, revistas y concursos. Eres una buena compi, Felisa. GRACIAS.

Un abrazo.

PSD: el comentario suprimido es mío, con las prisas el teclado se había puesto en mi contra :)y había cosas que no se entendían bien.

Más besos.