viernes, 7 de septiembre de 2012

Alcaudete Imaginado: La feria


Dentro de pocos días se inicia la Feria Real de Alcaudete, y este año he querido que mi aportación al programa de fiestas fuera un relato que transcurriera en la feria, que recogiera sus peculiaridades, como el Concurso Hortofrutícola, donde se pueden admirar los frutos de las huertas de las vegas alcaudetenses: melocotones, manzanas, peras, uvas, nueces, tomates, pimientos,...
Tenemos una huerta en la ribera del río Víboras y un año nuestros melocotones ganaron el primer premio del concurso. Fue todo un orgullo, pues la competencia era muy dura.
También me gustaría destacar la feria de día, por el entorno en que están ubicadas las casetas, el parque de la Fuensanta, repleto de árboles que procuran sombra y frescor al visitante.
 Espero que os guste mi relato, y no dejéis de visitar Alcaudete, merece la pena. Más información en: www.alcaudete.es






 La Feria

No has cambiado nada. Es lo primero que te he dicho nada más verte. Sonríes y me ofreces tu brazo, como solías hacer cuando de novios íbamos a la Feria. Me siento tan ligera, han crecido alas en mis zapatos. Mis huesos se han olvidado de quejarse esta tarde, incluso ha desaparecido la pesadez que me atenazaba las piernas y mis tobillos se han desinflado.

Subimos despacio, sin prisas. Caminamos por la acera de la Avenida de Andalucía, no nos molesta la gente, ni los coches, ni el ruido, ni siquiera el calor vespertino de un sol agonizante. Ya nada puede perturbarnos.

Llegamos al Parque de la Fuensanta, contemplas absorto la fuente de colores. Me gusta ver tu cara de niño gozoso, me miras con aires de pregunta. Sí, es nueva, te digo, llevas demasiado tiempo sin venir. Asientes con la cabeza, y te noto un poco triste. Mejor no hablar de tus años de ausencia. Nos sentamos en un banco, me tomas de la mano y susurras palabras de amor a mi oído. Puedo oírlas claramente, como si de pronto hubiera recobrado un sentido casi perdido. Mi vista también parece más aguda, distingo con claridad el brillo azulado de tus ojos. Te lo comento extrañada, y me dices que no me preocupe, que es normal en mi estado actual. Supongo que tú ya has tenido tiempo de acostumbrarte, ha pasado tanto tiempo desde el accidente.

Ahora recorremos el paseo, lo observas todo con atención, te marean las luces, mucho más intensas que cuando nos conocimos, muchos años atrás. Las casetas del turrón son los que más se asemejan a las de antes, el resto es nuevo para ti. Me preguntas por esos rostros extraños, por esas pieles oscuras que regentan alguno de los puestos de collares y pañuelos. Te empeñas en probarme un mantón, me dices que siempre me sentaron muy bien. Nada más cogerlo, notas que no son como los de antes, que no tienen el tacto de la seda, ni el bordado de mis manos.

Mis manos, siempre me decías que era lo más bonito que tenía, mis manos de deditos finos y piel suave. Míralas ahora. Tan sólo son sarmientos viejos y decrépitos. Seguimos avanzando, cada vez me siento más ligera, ni siquiera me molestan los zapatos de tacón, me siento liviana, como si flotara arrastrada por un viento suave y acogedor. Creo que es tu brazo en mi cintura el que provoca esa sensación en mi cuerpo. A la derecha está la caseta Quinto Centenario, los músicos preparan los equipos de luz y sonido para dentro de unas horas empezar a tocar. Ya verás, no son como los de entonces. Hay chicas que visten ropa atrevida, faldas muy cortas que dejan a la vista sus piernas. A mí no me importa que las mires, no soy celosa, sé que siempre me has querido, y que eso ya no lo va a cambiar nadie, no pudieron mis padres, que tanto se opusieron a nuestro amor.

Aunque parezcan diferentes, los músicos también tocan canciones de las nuestras: boleros, tangos, vals, pasodobles,… Quizás, luego, si no estás muy cansado, podríamos venir a bailar. Ahora ven, sígueme. No, no me sueltes de la cintura, agárrame fuerte, a veces temo que te desvanezcas, que sólo seas un sueño y que, cuando despierte, ya no estés aquí. No te rías, no me llames tonta. Te he echado mucho de menos. Vamos, esto te va a gustar. Sí, es “la fruta”, ahora lo llaman concurso hortofrutícola y vienen autoridades de fuera a inaugurarlo todos los años. A mí me suelen traer mis hijas a verlo. Es lo que más me gusta de la Feria. Recuerdo cuando tú venías desde tu huerta, allá en el Vado Judío, con tu borrica Romea cargada de melocotones. Siempre te pasabas por mi casa para dejarme los mejores y yo te regañaba, así nunca vas a ganar el primer premio, te decía. Tú eres mi mejor premio, repetías cada año. Luego, mi madre salía con cara de pocos amigos, y seguías tu camino hacia la feria, riéndote de su mal genio.

No creas que te olvidé. Nunca lo hice, ni siquiera el día de mi boda, cuando me casé con Isidro. Yo a él le tenía cariño, lo cuidé bien hasta que murió. Me dio dos hijas guapas y trabajadoras, que ahora se ocupan de mí. Lo tuyo era distinto. Fuiste mi primer amor, y el único. Sí, quiero que lo sepas, quiero que sepas que no quise a nadie después de ti. Ni siquiera a Isidro, ya te digo, a él sólo le tenía cariño.

Mira, mira esos melocotones, son hermosos, dorados, grandes. No, no me hagas reír, mi piel no es más suave que la suya, nunca lo fue, a pesar de que tú estabas empeñado. Melocotoncito, me llamabas, y a mí me subía tal rubor a la cara que más bien parecía un tomate maduro.

Venga, sigamos, vamos a ver algo que te gustará. Dejemos atrás los puestos de tiro, no estamos nosotros para probar la puntería, quiero enseñarte las casetas. Hace fresquito aquí, ¿verdad? Los árboles del parque nos prestan su sombra. Son bonitas, sus flores de papel parecen de verdad, me gusta el contraste de los colores. Sí, la música está un poco alta, cosa de la juventud, pero da alegría a la vida.

Ahora, vamos a sentarnos a la Rosaleda, quiero disfrutar en silencio de tu presencia. Supe que ibas a venir a recogerme, por eso pedí a mis hijas que me arreglaran con un vestido de fiesta, que me pusieran unos zapatos de tacón y el collar de perlas, quería estar guapa para ti. Lo he sabido todos estos años, por eso no he sufrido cuando se acercaba la hora, el momento que tanto temen los demás. Sabía que lo único que te traería sería mi muerte.




3 comentarios:

Juanma Chica dijo...

Muy bien escrito. Con mucha ternura. Te emociona.

Anónimo dijo...

acabo de leer el relato y estoy recordando la feria de Alcaudete, la cual no visito desde hace tiempo, pero lo mas extraño es que rio y lloro a la vez. Menuda historia.

Mimí -Ana dijo...

Precioso, es alucinante cómo has ido mejorando con el tiempo.