miércoles, 27 de febrero de 2013

Mujeres ejemplares. Artículo en Diario Jaén




Mujeres ejemplares. 

Nos hemos colado en una habitación del hospital de Jaén. Fuera, la tarde es fría y lluviosa. Hay tres camas ocupadas por mujeres. La que está más próxima a la ventana ronda los sesenta años, tiene el pelo motoso, los labios finos y una mirada de brillo azulado. En la cama del centro descansa una anciana que pasa de los ochenta, con cabello blanco, ojos inquietos y cuerpo menudo. En el otro extremo, vemos a una mujer de unos cuarenta años, tiene la cabeza cubierta por un bonito pañuelo que oculta su pérdida,  unas ojeras moradas y la tez pálida. Estos detalles nos llevan a intuir por lo que ha pasado. Ninguna de las tres parece triste, si acaso, cansadas. La mujer de la ventana habla por teléfono, se esfuerza por tranquilizar a su interlocutor. La anciana es la más activa, desoyendo los consejos de su hija, se levanta sin ayuda para ir al aseo. A la del pañuelo se la ve agotada, su madre trata de animarla y se desvive por ella, quiere que las enfermeras la cuiden como a una reina, a su niña, a su princesa… Sabemos que todas han pasado por el quirófano esa misma mañana, todas se han dejado un trocito de su feminidad en la sala de operaciones.
Por un momento las dejamos ahí, quietas, congeladas en el tiempo, no en vano son nuestros personajes. Queremos saber más sobre su enfermedad. Lo que averiguamos es inquietante, una de cada ocho mujeres padecerá cáncer de mama a lo largo de su vida y, a la vez, tranquilizador, más del 80% lograrán recuperarse. Además, el índice de supervivencia del hospital donde nos encontramos es uno de los más altos de España. Un suspiro de alivio se escapa de nuestros corazones. Volvemos a la habitación. Ya han tomado la cena, se entremezclan las conversaciones de las enfermas y sus acompañantes. En un hospital se comparten historias sin pudor, será que esos camisones abiertos por atrás propician las confidencias. Escuchamos, con asombro, que preparan una estrategia para engañar a las enfermeras. A la madre de la mujer del pañuelo, de la que ahora sabemos que es ingeniera y tiene dos hijos pequeños, ya no le hacen caso; así que, finge dormirse mientras la acompañante de la anciana llama a la enfermera para que atienda a su hija. A regañadientes, la auxiliar accede a cambiar la bolsa del drenaje, y se va refunfuñando, seguida de los ronquidos falsos de la madre. Nada más salir, la habitación estalla en carcajadas. Todo es alborozo, risas, imitaciones… Nosotros nos marchamos, poco nos queda que hacer allí, nos han demostrado que padecer cáncer de mama ya no es una tragedia. No hay que decirlo en voz baja, ni ocultarlo a las vecinas, no es un estigma ni una sentencia de muerte.  Ellas, las tres, nos han enseñado a ser valientes. 

2 comentarios:

José Antonio López Rastoll dijo...

Me ha parecido un artículo entrañable, valiente y muy bien escrito. Enhorabuena, Felisa.

Un abrazo.

Juanma Chica dijo...

Precioso relato.