Ayer, cuando bajaba las escaleras de mi piso, vi a un chico negro utilizando el cristal de la puerta del bloque para acicalarse. Venía del campo, los pantalones manchados de aceituna, una gorra publicitaria en la cabeza y el cansancio reflejado en los ojos. Pude observarlo bien porque la inclinación de los rayos solares había convertido unos simples cristales transparentes en un eficaz espejo, y él no podía verme. Por un momento, tuve una extraña sensación, yo hubiera hecho lo mismo, no habría resistido la tentación de contemplar mi reflejo, de comprobar cuál era mi aspecto después de una larga jornada de trabajo en el campo.
Cada día los veo por el pueblo, en el supermercado, en la frutería, en el parque sentados en un banco al sol… Están ahí, a nuestro lado, sé que son personas, claro, y así se lo decía a mis hijos cuando eran más pequeños y se agarraban con fuerza a mi mano al verlos pasar. Son personas, por supuesto, nadie lo duda, aunque a veces nos sea más conveniente olvidarlo. Y no es extraño que un simple gesto puede conmovernos más que todas las palabras del mundo, aunque sólo sea un gesto de coquetería.
2 comentarios:
Gracias por hacer visible lo que a veces, por rutinario, nos parece invisible. Esta vez es tu entrada al blog el cristal a modo de espejo donde mirar nuestras conciencias.
Muy bonito lo que escribes, definitivamente cada ser humano guarda una hermosa esencia.
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