jueves, 28 de mayo de 2009

Piernas de bailarina


Tú siempre me decías que tenía piernas de bailarina y yo te creía, aunque no fuera capaz de hilvanar dos pasos correctos cuando salíamos a bailar. Recorrías mi muslo con tu dedo corazón. Se deslizaba como la plancha sobre las prendas que yo cosía en el taller clandestino. Contemplábamos el reflejo sucio de la luna en el río que nos separaba del paraíso. Al otro lado estaba la ciudad de los hombres de bien. A esta orilla nosotros y nuestros sueños, aún intactos.

Cada noche me prometías la luna y yo te creía, olvidaba que nuestro satélite es gris y oscuro, que su luz es prestada. Yo era como la luna, vivía de la luz que tú derrochabas sobre mí.

Caminábamos entre los cascotes de nuestra ciudad rota, me acompañabas a la fábrica para darme un beso antes de entrar. Nunca entendía lo que habías visto en mí, ni nadie en el barrio. Tú eras el más guapo y yo un patito feo con gafas y aparato en los dientes. Te convertiré en un cisne para mí y yo te creía, porque siempre pensé que eras un mago y que a tu lado todo era posible. Luego a paso a recogerte en el Mercedes, era tu frase de despedida favorita, aunque los dos sabíamos que con un sueldo de camarero no te alcanzaba ni para la estrella de tres puntas.

Todo cambió cuando la conociste. Era muy popular en el barrio pero yo tenía la esperanza de que nunca coquetearías con Ella. Tú no, me querías demasiado. No fui consciente de su fuerza, de su poder. Quise creerte cada vez que me prometiste que la abandonarías, pero poco a poco fui perdiendo mi fe en ti.

Un día viniste a recogerme con el Mercedes y supe que era el fin, que nunca la dejarías, te había dado lo que más deseabas, lo que yo nunca te podría ofrecer. Me alejé de ti, tropezando con mis piernas rotas de bailarina, largas e inútiles.

Una tarde, muchos años después, vi el luto en las ropas de tu madre. Se acercó con su cuerpecillo de insecto, negro y enjuto. No hizo falta que me dijera nada, sus ojos hablaban de ti. Lloramos abrazadas y la maldije a Ella, la Reina del barrio, que seguía colándose por las venas de sus súbditos, lenta y cruel.






15 comentarios:

Alhucema dijo...

Esas piernas, me han recordado las de mi hija, ella se dedica a la danza.

Te he escrito un mensaje para comprar tu novela. Ya me dirás algo.

Inma

Anónimo dijo...

La maldita droga, que forma ten poética de mencionarla, me encanto tu relato.
Un beso.

Ardilla Roja dijo...

Hola Felisa:

Maldita sea por siempre. Nunca entenderé como se puede coquetear así con la muerte.

Que cortito se me hace todo lo que te leo. Ya tengo ganas de que pongas el fin a "tu segunda hija".

Un beso

TitoCarlos dijo...

Preciosa historia de barrios bajos donde se mezclan vicios y pasiones a partes iguales por carecer de lo que, aparentemente, tenemos los del otro lado.

Magnífico. Un beso,

Teresa Cameselle dijo...

No voy a decir que es la mejor manera de comenzar la mañana, pero es un gran relato, Felisa, delicado y cruel, me ha sorprendido.
Un beso.

fonsilleda dijo...

Historia de perdedores de las que casi nunca nadie sale triunfante.
Realista a la manera en la que unas "piernas de bailarina" dejan su impronta en cualquier escenario.
Bicos

JuanRa Diablo dijo...

Bravo!! Me encantan esos finales que te obligan a releerlo todo porque encerraban algo que no sospechabas.
Muy poético pero muy real al mmismo tiempo.

Azpeitia poeta y escritor dijo...

Bellísimo relato Felisa, es de una especial sinceridad...es un relato de la vida común, que ocurre todos los días. El lenguaje es limpio, preciso, lleno de una especial ternura...lleno de sensibilidad...tengo que felicitarte de verdad...un abrazo muy fuerte de tu amigo...ya casi viejo amigo azpeitia

milagros dijo...

Un precioso relato, duro y real.
Un abrazo

J.E. Alamo dijo...

Dita droga que se cuela por los recovecos de la desilusión de tanta gente.

MarianGardi dijo...

Felisa, voy por la pagina 105de la asesina y me encanta la novela, hay pàginas que son de una intensidad enorme.
Felicidades, excelente obra.
Continua escribiendo mucho
Un fuerte abrazo

Incongruente dijo...

¡Vaya, Felisa! ¿Dejarás algún día de sorprenderme?. Eres delicada hasta para hablar de Ella; mi única dificultad estuvo en que la figura de caballo y consumidor al mismo tiempo es algo sorprendente en ese submundo de la droga, pero lo rematas con la calidad que te caracteriza.
Y que conste que esto que tu produces es también una droga, no mata, pero engancha y no suelta. Si tú sigues, yo seguiré. Un beso

Susana dijo...

Me ha encantado este duro relato tuyo, Felisa, tratado de forma tan especial. Eres una caja de sorpresas.

Un besote.

Anónimo dijo...

La Dama Blanca, cuando seduce, es muy difícil alejarse de sus encantos.
Precioso el relato.

stitha dijo...

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