lunes, 10 de mayo de 2010

Una idea absurda: Capítulo 4


Tristana se perdió varias veces por las callejuelas, no conocía bien aquella parte de la ciudad, caminaba en círculos, no conseguía concentrarse en la ruta a seguir. En aquel deambular sus nervios terminaron por destemplarse, por otra parte, temía llegar a casa y encontrarse con Juan, no sabía si podría contenerse, si podría mirarlo a los ojos sin decirle que ya lo sabía todo, que no hacía falta que siguiera mintiendo.
Lo halló en la cocina preparando una ensalada, en su rostro se reflejaba cierta inquietud.
— ¿Dónde has ido? Estaba preocupado por ti, te he llamado varias veces.
Tristana rehuyó su mirada y recordó que cuando vagaba por las calles desconocidas, le había parecido oír el sonido de su teléfono móvil, pero no tuvo ganas de responder.
— Lo siento, salí a tomar unas cervezas con Pili y olvidé avisarte, con el ruido del bar no oí el teléfono —mintió Tristana con todo el aplomo que logró reunir—perdona, estoy cansada, creo que me voy a la cama sin cenar.
Antes de que él pudiera decir nada se metió en el cuarto de baño y cerró por dentro, algo que no solía hacer nunca. Necesitaba estar sola, llorar sola.

Cuando se levantó al día siguiente aún no sabía que actitud tomar. Sentía miedo a la soledad, a vivir sin su marido, no podía imaginar su existencia sin él, como no podía imaginar una casa sin muros que la sustentaran. Temía precipitarse y perderlo para siempre. Desayunó sin ganas y se marchó a la peluquería. A media mañana recibió una llamada que la angustió aún más.
— ¿Tristana? Hola soy Dolores, la compañera de trabajo de tu marido.
— Sí, sé quien eres, ¿ha pasado algo?
— No, no te preocupes, no es nada, sólo que me gustaría charlar contigo un rato, lo antes posible, ¿podría ser esta tarde?
— ¿Charlar?, ¿sobre qué? —No le apetecía lo más mínimo volver a ver a aquella mujer.
— Es algo muy importante, al menos para mí, pero no me gustaría contarlo por teléfono.
— Está bien, salgo a las ocho.
— Perfecto, yo también, nos vemos en mi casa, ya sabes donde vivo, allí estaremos más tranquilas.

Aún no sabía por qué había aceptado la cita, quizás Dolores quería confesarle que era la amante de su marido y de paso suplicarle que se quitara del medio. No, no iba con la forma de ser de Dolores, suplicar no era su estilo. Se limitaría a humillarla, a burlarse de ella y de sus cuernos. ¿Y qué más da?, pensó, ya nada le importaba; su vida había entrado en una dinámica endemoniada, en los últimos días los acontecimientos se rebelaban contra ella. Dolores, Tea, Juan, todos parecían conjurados para dañarla. Y ni siquiera le quedaban fuerzas para protestar, ni argumentos razonables que esgrimir, ella misma había iniciado el movimiento fatal de aquella rueda que amenazaba con aplastarla.

La jornada transcurrió sin prisas, el sol, enredado en los cristales de la peluquería, desnudaba con crueldad los rostros de las clientas; la mayoría de mediana edad, como las peluqueras que las atendían. Apenas acudían jovencitas al negocio, en cuanto dejaban de ser niñas, y les permitían elegir por sí mismas, se alejaban de allí como de la peste, quizás temían contraer la más fatal de las enfermedades, la vejez. A la mayoría de la gente no le gusta los viejos, ni los sitios decrépitos. Pili, la dueña, debería haber hecho reformas hace tiempo, pero una historia de amor truncada la dejó sin ganas de vivir, sin fuerzas para cambiar muebles. Tristana no se resignaba a acabar así, Juan y ella siempre se habían imaginado como ancianos venerables, tomando el sol en alguna de las playas del sur, untándose la espalda con cremas y paseando cogidos de la mano por una playa dorada de arena fina. Una imagen idílica que cada vez veía más lejana, casi utópica.

Tocó el portero electrónico, al otro lado contestó la voz áspera y grave de Dolores. No encontró ningún matiz amable, no lo esperaba. Mientras subía las escaleras la asaltó el recuerdo de su madre, cuando ella murió sintió que algo se había roto para siempre, que la única persona en el mundo que la quería de forma incondicional ya nunca estaría ahí para prestarle su hombro. Cuánto añoraba a su madre en aquellos días. Una nube de tristeza gris, espesa y fría, la perseguía por las escaleras y llegó antes que ella a la puerta. Hubiera preferido sentirse rabiosa, enfadada; sacar toda su mala leche y pegarle una bofetada a Dolores antes de que ésta empezara a hablar. No se sentía con ánimos para insultarla, así que entró callada en la casa y esperó a que la viuda tomara la iniciativa en la conversación.
— Gracias por venir, Tristana, ¿quieres tomar algo?
— Un vaso de agua, por favor—notaba la garganta reseca como si acabara de atravesar un desierto.
— Toma, perdona que te haya llamado así, de improviso, pero creo que es lo mejor que puedo hacer, que te lo debo a ti y a tu marido. El otro día te vi hablando con la Rata, esa mujer es peligrosa, puede hacer mucho daño si se lo propone y no me gustaría que metiera cizaña entre tú y yo, ¿entiendes?
— ¿Qué me puede decir de ti?
— Tantas cosas como su imaginación fabrique, es mala, una alimaña, no lo dudes.
Tristana calló, se sentía amilanada ante la presencia de Dolores, el tono de su voz, la forma de sentarse con las piernas cruzadas y la espalda recta, su perfecto peinado, la ropa a su medida, sin una sola arruga. Sin duda era bella, de ojos grandes y oscuros, nariz decidida, mentón prominente, labios finos y bien dibujados. Su belleza tenía fuerza, una fuerza animal que se palpaba en el ambiente, que se respiraba en el aire.

— Por favor, Tristana, quiero contarte muchas cosas sobre mí, déjame hablar, procura no interrumpirme, no sé si podría continuar—el tono de súplica desconcertó a la peluquera, por lo inesperado.
— De acuerdo, a eso he venido, a escucharte. Tú dirás.
— No sé muy bien por donde empezar. Sé que doy una imagen de mujer dura, insensible, no siempre fue así, la vida me ha ido forjando este carácter. Me casé muy joven, apenas veinte años, muy enamorada; como se suele decir, con una venda en los ojos. Apenas necesité unos meses para darme cuenta de mi error, pero no me sentía capaz de marcharme, de alejarme de él, me tenía bien amarrada. Dominaba todos los aspectos de mi vida. Por ejemplo, a mí siempre me gustaron los niños y deseaba ser madre, mi marido temía que me quedara embarazada y mi cuerpo se deformara y dejara de gustarle. Era así, egoísta en extremo. Cuando sintió el deseo de ser padre, yo estaba decidida a dejarle, así que decidí tomar pastillas a escondidas para no quedarme embarazada, no quería tener nada que me uniera a él. Fue por entonces cuando ocurrió lo del accidente, el avión donde viajaban mi hermana y su marido se estrelló, no hubo supervivientes. O sí, en tierra quedó Estela, mi sobrina.
— ¿Estela no era tu hija? —se hizo de nuevas Tristana, hasta ahora la historia coincidía con lo que le había contado Tea.
— Sí y no, no era mi hija natural sino mi sobrina, pero yo la adopté legalmente y la quise como si lo fuera. Le di todo el cariño que guardaba para los hijos que no llegué a tener. Sin embargo,… —Dolores calló, como si se le hubiera hecho un nudo en la garganta.
— Por favor sigue, te escucho.
— Sin embargo ella me odiaba, me consideraba la responsable de la muerte de su madre, de mi propia hermana, creo que temía tomarme cariño y olvidarse de ella, por eso siempre mantuvo las distancias. Luego estaba lo de mi marido, al principio él estuvo de acuerdo en que la adoptáramos. Mi cuñado dirigía una empresa de calzado, una fábrica pequeña pero con gran proyección, cuando tuvieron el accidente se dirigían a Nueva York, iban a firmar un importante contrato con una cadena de tiendas americanas. Mi esposo pensó que sería un buen negocio quedarnos con la niña y con el dinero que le habrían dejado sus padres. Lo que no sabía, ni yo tampoco, es que mi cuñado se había endeudado hasta los ojos al realizar las inversiones necesarias para poder atender los pedidos de su nuevo cliente norteamericano. Cuando se liquidó la empresa no quedó nada, Estela carecía de herencia y eso disgustó tanto a mi marido que me prohibió comprarle nada más allá de lo imprescindible, y para asegurarse me racionó el dinero, hasta le molestaba lo que comía, si se bebía un zumo o me pedía un cuaderno para el colegio.
— Es increíble.
— Es cierto, yo le compraba ropa a escondidas, le quitaba las etiquetas y decía que me la habían dado en la beneficencia, de esta forma no se enfadaba conmigo ni con la niña, a la que no le decía la verdad por temor a que se le escapara algo delante de él. Estela me odiaba, creía que era yo la que no quería comprarle vestidos nuevos. Yo no podía hablar, temía por la integridad de las dos. Soporté muchas palizas en esa época, todo por Estela, sin que ella se enterara. Pero tuvo que pasar algo más que unos cuantos golpes para decidirme a marcharme, a dejarlo para siempre. Un día lo descubrí espiando a mi sobrina mientras se desnudaba, acababa de cumplir quince años y en los últimos meses su actitud respecto a ella había cambiado, la llevaba de compras y le consentía todos sus caprichos, eso me hizo sospechar y extremé mi vigilancia.
— ¿Y Estela, que opinaba?
— ¿Estela? No quería irse, mi marido sabía como ganarse el afecto de una chica de su edad, no fue la única que cayó en sus garras, conforme pasaba el tiempo menos interés mostraba por mí, me hizo sentirme vieja con treinta años.
Dolores se levantó y dio un paseo por la habitación, se detuvo junto a la ventana. Por primera vez a Tristana le pareció una mujer vulnerable, humana. Su voz ya no era tan ronca ni su tono tan brusco como al principio, se iba suavizando, aniñando conforme los recuerdos se revolvían dentro de su cabeza. La versión encajaba con la que le había dado Tea, pero los puntos de vista eran muy diferentes. ¿Cuál sería la verdad si es que ésta existía? Tristana no creía en verdades absolutas, tampoco creía a Dolores, ni siquiera creyó a Tea. Sin embargo, necesita oír más, no es que le interese la vida familiar de Dolores, simplemente espera, anhela que llegue a la parte que le afecta. Le gustaría preguntarle, dejar atrás a su hija o sobrina o lo que fuera, y que hablara de su relación con Juan, por qué estuvo en su casa la otra tarde, por qué le había mentido. No tuvo valor de precipitar los acontecimientos, se calló y esperó paciente a que Dolores reanudara su historia.
— Estela me odió por dejar a mi marido, durante meses apenas me dirigió la palabra. Traté de explicarle lo que aquel mal nacido pretendía hacer con ella, le hablé del daño que me había inflingido durante tanto tiempo. Sus oídos parecían impermeables, no dejaban pasar mis palabras, ni mis ruegos. Fue en esa época cuando nos mudamos aquí. Al poco tiempo conocí a Tomás, pensé que él podría ser el hombre que necesitaba, tierno, responsable, respetuoso, y un poco mayor que yo, alguien que me guiara en los días de niebla, que me calmara en las noches de pesadillas.
— Dolores, no sé por qué me cuentas todo esto, no sé que hago aquí, es tu vida. Además ni siquiera somos amigas, se lo podrías haber dicho a mi marido, tengo entendido que viene por tu casa.
— No, Tristana, no imagines nada raro

Tristana se levantó, tenía unas ganas inmensas de llorar, no pensaba decir eso, no quería mostrarse débil delante de Dolores. Decidió marcharse, no deseaba seguir escuchando las palabras de la viuda, la prefería distante e inaccesible. Si seguía allí un minuto más acabaría ahogándose en sus propias lágrimas. No escuchó las súplicas de Dolores, se dirigió a la puerta y bajó corriendo las escaleras otra vez, aquello terminaría por convertirse en una costumbre. La viuda salió tras ella, ya fuera del edificio continuó llamándola, en ese momento apareció Tea.
─ ¿Qué buscas mal nacida? ─ Le increpó Dolores, alterada y roja por la carrera.
─ No me hables así, ¿quién te crees que eres?
─ Te hablo como me de la gana, bastante daño me has hecho, tengo derecho a insultarte, incluso a golpearte. Dime, ¿qué mentira le has contado a Tristana?
─ Le he dicho todo lo que debe saber sobre ti, no, no te preocupes, te he dejado por las nubes, querida ─ dijo con una sonrisilla irónica colgándole del labio.
Tristana se había detenido y presenciaba la escena semioculta tras un árbol. Las mujeres no habían reparado en su presencia y siguieron con su disputa.
─ Un día de estos, Rata, te vas a arrepentir de todo el daño que me has hecho, aléjate de la peluquera y de su marido, no te acerques a ella, como me entere que vuelves a verla para seguir enredando con tus malas artes te juro, te juro…
─ ¿Qué me vas a hacer?, ¿darme una paliza?, ¿matarme?, no me asustas Dolores, deberías ser tú la preocupada, nadie se enfrenta a Teodora en este barrio sin sufrir las consecuencias.

Tristana se sorprendió al ver que sus manos temblaban como las hojas del árbol que la mantenía oculta, no esperaba aquella agresividad entre las dos mujeres, decidió marcharse antes de que descubrieran que seguía allí. Más desconcertada que nunca emprendió el camino hacia su casa. Cuando llegó sintió unos enormes deseos de que su marido la abrazara, que le transmitiera esa fuerza que tan bien le venía cuando se encontraba deprimida. Sin embargo, se mantuvo alejada de él, apenas le dio un beso en la mejilla, y evitó sus miradas preocupadas. Juan había preparado una tortilla de patatas que comieron en silencio. Por fin habló Tristana:
─ He estado con Dolores, en su casa.
─ Me dijo que te iba a llamar
─ Ya veo que no tiene secretos para ti ─ dijo con ironía mal contenida.
─ No es lo que piensas.
─ ¿Y tú como sabes lo que pienso? Siempre has estado muy seguro de mí, la predecible Tristana, siempre me pides la comida en los restaurantes porque conoces mis gustos mejor que yo, ¿nunca te has parado a pensar que he podido cambiar de preferencias? Sí, ya sé que soy estúpida, mis actos hablan por mí, te pedí que sedujeras a tu compañera de trabajo, más guapa y más interesante que yo. Hay que ser imbécil.¡ Imbécil!¡Imbécil!
─ No te mortifiques, eso sólo fue una idea tonta a la que yo no hice ni caso. ¿Por quién me tomas?
─ No quiero escuchar tus mentiras, ni las de Dolores, ni las de la Rata; no quiero hablar más de este tema. Necesito pensar, déjame tiempo.
─ Dolores me ha hablado de esa Rata, no debes fiarte de ella, sólo busca el dinero y hacerle daño, la odia desde que se instaló en el barrio porque ha sido la única capaz de hacerle frente, que no se ha dejado embaucar por sus mentiras, ni le tiene miedo a sus represalias.
─ Entiendo, ves por los ojos de Dolores, crees todo lo que ella te cuenta…
─ Y tú te estás dejando llevar por los celos, Tristana, recuerda lo mucho que nos une…
─ No nos une nada, ni siquiera logramos tener un hijo, este matrimonio es un fracaso desde el principio, un fracaso envuelto en papel de charol, tan brillante como vacío.
Dicho esto se marchó al dormitorio, se metió en la cama que llevaban compartiendo más de treinta años, deseó y temió a un tiempo que él llegara. No lo hizo, oyó ruido en el cuarto de invitados. Se tapó la cabeza con la almohada y lloró hasta deshacerse.

Pasaron varios días sin hablarse, ni siquiera lo más básico, eran como dos extranjeros de diferentes países, con idiomas distintos obligados a vivir juntos por necesidad. Así llegó el fin de semana, y el viernes por la tarde, Juan le comunicó con parquedad que iba a Jaén, a visitar a su hermana. Tristana recordó los olivares y sintió nostalgia de los veranos que solían pasar allí cuando los padres de Juan aún vivían. Aquella tierra le gustaba, se le había metido en las entrañas. No, no era el momento de viajar con él. Ni siquiera estaba segura de que le estuviera diciendo la verdad, lo más probable es que pasara el fin de semana con Dolores.

Aún permanecía en el ambiente el ruido del motor del coche de Juan alejándose cuando oyó el timbre de la puerta. No esperaba a nadie, se dispuso a despachar pronto al testigo de Jehová o al vendedor de turno. Se quedó paralizada al encontrarse con aquel feo y conocido rostro.
─ Hola Tristana, tenemos que hablar, esta vez te daré la información gratis, para que veas que soy buena gente y que no pienso sólo en el dinero ─ rubricó sus palabras con una sonrisa tan nauseabunda como su persona ─ al menos me invitarás a pasar, ¿no?

2 comentarios:

Susana dijo...

¿Quién miente? ¿Quién es el malo aquí? El marido? No lo parece pero fíate tú... ¿La viuda? Mmmm... Parece ocultar muchos secretos. ¿Y la rata?... Demasiado evidente, ¿no?

Chica me tienes en ascuas. ¿Cúantos capítulos faltan?

No estoy teniendo tiempo de leer el trabajo de los demás, Felisa, pero el tuyo me está gustando mucho y me tiene intrigada, la verdad.

Un besazo.

Felisa Moreno dijo...

Gracias Susana, ya sólo quedan tres capítulos, pronto se irá desvelando la verdad.
Es una experiencia divertida esto de escribir por entregas, terminas un capítulo y lo mandas, te obliga a no cambiar de opinión respecto a la trama, no se puede modificar lo escrito al principio.
En fin, a ver si consigo acabarla de una manera digna.

Un abrazo, lectora fiel.