Alcaudete
imaginado: El Arco de la Villa
Antes de esa noche, Elena pasaba todos los días con su Ibiza bajo el Arco
de la Villa sin
prestarle demasiada atención. No reparaba en su belleza, ni en la antigüedad de
las piedras que lo componían. Permanecía allí desde siempre, recortando la
calle General Baena con el Castillo al fondo o la casa de balcones amarillos de
la Plaza 28 de Febrero,
según desde donde se mirara. Alguna vez había escuchado que era la puerta de
entrada al recinto amurallado de la antigua ciudad medieval.
La noche en cuestión era sábado y el reloj del Ayuntamiento marcaba las doce.
Tras la cena de Navidad con los compañeros de trabajo, su coche se había
quedado parado justo debajo del Arco. Por más que lo intentó, no consiguió que
arrancara. Llamó a la puerta del edificio de la policía municipal, que estaba
justo al lado, pero no recibió respuesta. Regresó al bar en busca de ayuda, ya
habían echado el cierre y no quiso molestar. La plaza estaba desierta, en el
mes de enero las puertas se cierran y la gente disfruta del calor de sus casas,
al abrigo de los problemas ajenos. Buscó el teléfono móvil en su bolso, y
maldijo entre dientes cuando comprobó que estaba sin batería. No podía avisar a
su marido, ni a la grúa. Decidió esperar a que apareciera otro coche, no
dudaría en prestarle ayuda, pues estaba obstruyendo la calle. Se metió dentro
del vehículo y se arrebujó en el abrigo. A pesar del frío, el cansancio
acumulado durante la jornada hizo que se quedara dormida.
La despertó el sonido de un claxon, provenía de un sedán negro de alta
gama. Elena salió y se acercó a la ventanilla de cristales tintados. La golpeó
con cierta delicadeza. En un primer momento no obtuvo respuesta. Como si el
conductor del coche dudara qué hacer. Por fin, el cristal bajó y la mujer pudo
verlo. Dio un respingo cuando comprobó que el hombre que estaba al volante llevaba
un traje de caballero medieval y una máscara que le ocultaba casi todo el
rostro. Solo dejaba a la vista unos labios gruesos y una barba bien recortada.
Le pidió, casi le ordenó, que subiera a su coche. Ella lo pensó un instante,
apenas unos segundos, y obedeció. Sintió una atracción tan fuerte que hacía que
todo aquello le pareciera lógico. Por eso, no le extrañó que el sedán pasara
bajo el Arco de la Villa
atravesando su Ibiza, como si estuviera fabricado con aire. Ni que iniciara la
empinada cuesta que llevaba al Castillo. Tampoco consideró raro que aquel tipo
la ayudara a bajar y le pidiera que la acompañara a la torre del homenaje. Notó
que le costaba andar, que algo trababa sus pies. Miró hacia abajo y en vez de
su minifalda de lentejuelas encontró un vestido de raso verde que le llegaba
hasta los tobillos. Aquello no podía estar pasando. El vino de la cena la había
afectado y estaba teniendo visiones. Si solo había tomado cerveza sin alcohol… Entonces es un hermoso sueño, pensó, y
se dispuso a disfrutarlo. Le quitó la máscara al hombre y descubrió unos
inquietantes ojos verdes, una nariz recta, una frente despejada. Sintió deseos
de besarle y así lo hizo. Era su sueño, luego no tendría que dar explicaciones
a nadie, ni siquiera a su marido. El caballero la cogió en brazos y la llevó
hasta su alcoba. Lo que sucedió después ella no logra visualizarlo con
claridad, pero se estremece cada vez que lo recuerda. Hay sueños que parecen
tan reales…
Cuando despertó seguía dentro de su Ibiza, un policía municipal trataba
de llamar su atención golpeando los cristales, desde fuera no podía ver nada,
pues estaban empañados. Elena le explicó lo que había pasado, probó a arrancar
el coche para demostrarle que estaba averiado, pero el motor se puso en marcha
al primer intento. Ella enrojeció, la tomarían por una estúpida. Metió la
marcha y se dirigió a su casa. Lo que no
te pase a ti, le dijo su marido en tono burlón cuando le contó lo sucedido,
y regresó a la cama. Ella se quedó
levantada, no tenía sueño. Además, recordaba al caballero y echaba de menos sus
caricias, ¿y si su marido notaba algo? Qué
tontería, pensó, solo ha sido un
sueño. Decidió olvidarse de todo, buscó el móvil en el bolso para ponerlo a
cargar y al sacarlo, un pequeño sobre de color sepia cayó al suelo. Lo abrió,
dentro había una tarjeta escrita con letra primorosa:
Pasaré a recogerte
el próximo sábado,
bajo el arco, a la misma hora.
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