martes, 9 de enero de 2018

Alcaudete Imaginado: La campaña de la aceituna


Alcaudete Imaginado: La campaña de la aceituna

Juana se mueve con lentitud, el barro que se acumula en la suela de sus zapatos le impide andar con normalidad. A la voz del manijero, corre en busca del fardo. Mientras coloca la lona alrededor del árbol, echa de reojo una mirada a sus manos, duras y resecas como la corteza de los olivos, y piensa en sus rodillas coloradas, hechas un puro callo de arrastrarse por el suelo.
A Juana le duele la cintura, los tres embarazos han dejado huella en su cuerpo, y los brazos, y los tobillos atrapados en el barro. Pero lo que más le duele son los sueños perdidos.
En el pueblo comentaban que bailaba muy bien, que se movía como una artista de cine, de las de Hollywood. Hasta poco antes de casarse se imaginaba subiendo al avión que la llevaría a América. Se lo decía a sus amigas con voz frívola, quitándole importancia, pero el deseo anidaba en su interior, incluso un día llamó a Iberia para preguntar por el precio del billete.
Paco, su novio, se encargó de borrar aquellos sueños locos. Si al principio le seguía la corriente, incluso la animaba a prepararse para su futuro triunfo en el espectáculo, en cuanto se prometieron y se vio con la suficiente autoridad, le prohibió hablar de tonterías, que trae mejor cuenta dar la entrada para un piso que gastar los ahorros en un billete de avión a ninguna parte, ¿qué sabía ella de Hollywood y los artistas?
Hace frío, a Juana se han quedado heladas las orejas, la nariz le gotea y se la limpia con un pañuelo de papel. El ruido de las máquinas le impide conversar con los compañeros. Le gustaba más antes, cuando en el campo se podía hablar sin el estruendo de las varas mecánicas, ni las sopladoras,… Otros inviernos, aún con el cuerpo cansado, había lugar para las charlas, las bromas, los chascarrillos… Echaba de menos ese ritmo pausado, las mujeres con refajo y la espuerta de esparto en la cadera. El sonido de las aceitunas resbalando por la empinada cuesta de la criba, como si fueran risas de niños en los toboganes, y los sacos tumbados panza arriba en las camadas, animales heridos con manchas de sangre morada.

El ritmo de trabajo ahora es fabril, Juana tiene la sensación de que es una máquina más, una pieza de un engranaje, apenas tiene tiempo de levantar la vista y contemplar la belleza de la fría mañana de invierno.
En la chaqueta lleva el móvil, los auriculares y los cinco décimos que ha comprado para el sorteo de Navidad. Más de cien euros invertidos a espaldas de Paco, que a él no le gusta soñar. A Juana le da igual lo que piense su marido. Este día es un paréntesis en el resto de su vida, una nube que baja hasta el suelo para que ella se suba y pueda pasear cerca de las estrellas, aunque no sean las de Hollywood. Juana tiene otros sueños que han nacido después, conforme sus hijos han ido avanzando cursos y ha comprendido que ya no puede ayudarles con los deberes. No se aplicó mucho en sus años de estudiante, solía embelesarse en sus fantasías de bailarina mientras don Amador explicaba la lección. Ni siquiera acabó  la EGB, sus padres la quitaron del colegio el primer año que repitió, en sexto curso. En el campo nos serás más provechosa, hija mía. Y así fue como, con doce años, ganó su primer jornal como aceitunera. Cuántas campañas se habían sucedido después, cuántas heladas habían curtido sus manos, cuántas espuertas habían doblado su cintura…
El sueño de Juana, ahora, es estudiar una carrera, y en uno de aquellos cinco números que atesora en el bolsillo de su chaqueta, está su realización. De este año no pasa. Sube el volumen a la radio del móvil, los niños de San Idelfonso ya han iniciado sus letanías, sólo es cuestión de aguantar unos minutos más, quizás unas horas; después, todo será diferente para Juana. Y si no lo es, no importa, seguirá soñando.