ALCAUDETE IMAGINADO: FIESTAS CALATRAVAS
Elena había elegido un bonito vestido para la ocasión, túnica roja sobre
camisa blanca, bien ceñido a la cintura, y había recogido su pelo en un moño de
manera que sólo algunos mechones perfilaran su rostro. Retocó el rouge de los labios y estudió el
maquillaje. Impecable. Lanzó una mirada apreciativa a sus sandalias doradas de
tacón alto, quería estar perfecta para él. La larga espera por fin llegaba a su
fin, había transcurrido más de un año desde la última vez que lo vio.
Fue en el segundo fin de semana de 2011, Alcaudete celebraba sus Fiestas
Calatravas y ella fue hasta allí de pura casualidad, a instancias de una amiga.
Nada más llegar, Elena se sintió
sugestionada por la música y la algarabía que llenaba las calles, cientos de
personas vestían trajes medievales y exhibían sus ganas de diversión en un
pasacalle multicolor. Siguió la marcha del cortejo hasta llegar a una bonita
plaza, pasaron bajo un arco y, a partir de ese momento, tuvo la sensación de
entrar en un universo paralelo. Una especie de neblina invisible, pero
perceptible a su sexto sentido, envolvía a la multitud y la sumergía en un
pasado tan oscuro como atrayente.
Pronto, su amiga desapareció de la mano de un chico moreno muy atractivo
que lucía una hermosa capa blanca con la cruz roja de Calatrava. Elena se dejó
llevar por la inercia que marcaba el gentío. Sus ojos se llenaron con las
mercancías que se exhibían en los puestos: pulseras, anillos, jabones, hierbas
medicinales, repostería, juguetes de madera… De pronto se encontró de frente
con un hombre, un empujón por detrás la había llevado a sus brazos, cuando
levantó la vista, se encontró con los ojos más azules que había visto en su
vida. El rubor subió a su rostro y necesitó unos segundos para recomponer su
ánimo y disculparse.
—No os disculpéis, bella dama, fue
culpa mía.
Elena lo miró asombrada, cierto era que iba vestido con traje medieval,
cota de malla y espada a la cintura, y que en su rostro lucía una poblada
barba, pero eso no significaba que tuviera que expresarse de aquella anticuada
manera.
—No deberíais andar sola por estos
lares, hay demasiados rufianes al acecho. Permitid que os acompañe.
Quizás se trataba de una broma y que el chico sólo fuera un actor
contratado por los organizadores de las fiestas. Sin embargo, había algo en él
que le hacía auténtico. La forma de moverse, de mirar, de reir,..
Elena se dejó llevar por aquel extraño hombre, caminaron juntos entre la
multitud, que parecía apartarse a su paso. La cogió de la mano y subieron hasta
el Castillo. La condujo a una sala amplia y le pidió que se cambiara de ropa,
para ello le ofreció los vestidos que a tal efecto estaban colocados en una
percha. Había más gente allí, parecían personas normales que se afanaban en
colocarse los trajes medievales sobre su ropa de calle y reían divertidos por
la situación. Luego, todos se dirigieron hacia otra sala de techos ovalados
donde había dispuesta una mesa repleta de manjares. La cena era real, el barco
construido con melón y jamón podía comerse, como la morcilla, el queso, las
uvas y el resto de los apetitosos alimentos que componían el menú. Sin embargo,
la situación era irreal y Elena lo sabía, aquel hombre que la miraba con unos
turbadores ojos garzos no era de su época.
Cuando terminaron la cena, dieron un paseo por la fortaleza, hasta que,
finalmente, subieron a la torre. Todo parecía estar abierto para él, nadie
detenía su paso, como si fuera invisible o…,
el dueño del castillo.
A Elena eso no le importaba, ella tenía la consistencia de su mano, el
calor de su pecho, notaba la fuerza de su abrazo y el dulzor de sus labios. Se besaron con la ciudad a sus pies, el viento
despeinaba sus cabellos, pero ella ni siquiera lo notaba.
Ahora, en la habitación del hotel, Elena rememora esa noche y se pregunta
si todo aquello no fue más que un sueño. El último año ha vivido alimentada por
una promesa, la promesa de alguien que ni siquiera sabe si es real o una
ilusión. Con el alma en vilo, sale a la calle, el ruido la envuelve, se dirige
al lugar de su cita, junto a la iglesia, aparezca su caballero o no, se siente
afortunada, durante un año ha saboreado el placer de la espera.
2 comentarios:
Lo he visto todo como si hubiera estado ahí... gracias! Me encanta!
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