—Oye Fran, se gana mucha pasta, ¿no?
—Sí, mucha pasta.
En la voz de Fran había un deje de irónica amargura, miró a su joven compañero con cierta lástima y ajustó el equipo.
—Lo que pasa, Fran, es que a veces pienso si todo esto es lícito. No me refiero a que sea legal, me refiero más bien al aspecto moral.
—¿Moral?, no me vengas con chorradas, hace un frío que pela, ahora voy a pensar yo en la moralidad —dijo mientras se frotaba las manos intentando que entraran en calor—. Además, le damos a la gente lo que quiere, son como hienas que esperan ansiosas su carroña.
Francisco aparenta más de cincuenta años, aunque aún no los ha cumplido; cojea un poco al andar, recuerdo de una mina antipersona que casi le arrancó una pierna en los Balcanes. Tiene el rostro curtido, la mirada azul acuoso, nariz aguileña y prominente sobre unos labios delgados, casi lineales. A veces se sorprende a sí mismo pensando con nostalgia en la guerra de Yugoslavia. En esos momentos en que reflexiona sobre lo bajo que ha caído, tan solo la ingesta de alcohol logra consolarlo.
El chico que le acompaña no tendrá ni veinticinco años, en su rostro aún quedaban vestigios de una infancia feliz y regalada. Sus ojos negros tiritan de frío en esta noche sin estrellas, tan sólo resguardados por la luz de una farola.
—¿Sabes Fran?, nunca pensé que cuando terminara la carrera acabaría así, aquí tirado en medio de la noche, haciendo algo que considero despreciable.
—Sí, mucha pasta.
En la voz de Fran había un deje de irónica amargura, miró a su joven compañero con cierta lástima y ajustó el equipo.
—Lo que pasa, Fran, es que a veces pienso si todo esto es lícito. No me refiero a que sea legal, me refiero más bien al aspecto moral.
—¿Moral?, no me vengas con chorradas, hace un frío que pela, ahora voy a pensar yo en la moralidad —dijo mientras se frotaba las manos intentando que entraran en calor—. Además, le damos a la gente lo que quiere, son como hienas que esperan ansiosas su carroña.
Francisco aparenta más de cincuenta años, aunque aún no los ha cumplido; cojea un poco al andar, recuerdo de una mina antipersona que casi le arrancó una pierna en los Balcanes. Tiene el rostro curtido, la mirada azul acuoso, nariz aguileña y prominente sobre unos labios delgados, casi lineales. A veces se sorprende a sí mismo pensando con nostalgia en la guerra de Yugoslavia. En esos momentos en que reflexiona sobre lo bajo que ha caído, tan solo la ingesta de alcohol logra consolarlo.
El chico que le acompaña no tendrá ni veinticinco años, en su rostro aún quedaban vestigios de una infancia feliz y regalada. Sus ojos negros tiritan de frío en esta noche sin estrellas, tan sólo resguardados por la luz de una farola.
—¿Sabes Fran?, nunca pensé que cuando terminara la carrera acabaría así, aquí tirado en medio de la noche, haciendo algo que considero despreciable.
—Déjate de tonterías y enfoca bien, que ya sale la Pantoja —sentenció Fran destilando hiel en sus palabras.
(Este es un relato que escribí hace tiempo, lo encontré rebuscando entre mis archivos, y es que a veces no sé a qué recurrir para alimentar a este blog tan ávido de historias)
11 comentarios:
Jaja, pero qué bajo caen algunos...
Me ha gustado, me empezaba a preguntar que era lo que estaban haciendo tan inmoral y alimentando a las hienas.
Un abrazo
Muy buena crítica de estos reporteros venidos a menos.
Un abrazo, Felisa.
La Pantoja te va a poner un monumento !jajaja
Besos desde Málaga.
Felisa, nuestra página es un agujero negro que todo lo engulle, hay momentos que sentimos flaquear las piernas porque pensamos que no tenemos capacidad de darle tanto alimento como nos pide....pero ahí está nuestro mérito, nuestros lectores nos animan, y volvemos y escribimos y nos vuelve la inspiración...tu eres una gran creadora, ya somos amigos de hace tiempo. Estuve hace poco en Jaén y escribí dos poesías en tu tierra y están en mi último Post...creo que te gustarán, un beso muy grande desde Zuhaitz-Ondoan de azpeitia
Hola Felisa, vengo de la casa de Inma (Silice)para conocerte. Veo que eres del pueblo de mi podóloga Ana Belén.
Me ha gustado tu blog, tu sensibilidad y tu forma de escribir, con tu permiso pasaré por aquí para disfrutar de tus escritos.
Un saludo afectuoso
Sorprendente final, Felisa, y un texto muy oportuno. Un abrazo.
Pues me ha encantado Felisa. Tus relatos me gustan siempre pero este es, de verdad,muy bueno. Me alegra que le hayas rescatado y nos hayas permitido leerlo.
Un besote
Vaya tela, Felisa, yo ya estaba pensando si eran vagabundos. Aunque estos son más dignos, creo, que los paarazzi. Buen relato, Felisa. Un beso.
Es un relato magnífico. Hacía tiempo que no pasaba por aquí y, la verdad, no entiendo por qué. Un abrazo.
Ja,ja,ja. Lástima que el tema no sea para reírse y sí para echarse a llorar.
Pues es un relato espléndido y muy vigente en los tiempos que corren. Puedes seguir buscando textos en tu archivo, es un placer leerlos.
Un abrazo.
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